MEMORIA HISTÓRICA
¿Qué pasó con el cine de la guerra civil?
‘Gernika’ es el primer gran estreno sobre la contienda y la represión franquista desde ‘La voz dormida’, en 2011. Un largo hiato que contrasta con los éxitos cosechados por el género en años anteriores
Francisco Pastor 11/05/2016
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Cuando el director Koldo Serra presentó Gernika (2016) en el Festival de Málaga, escuchó aquello de “otra vez, el cupo anual de cine sobre la guerra civil”. Cosas así le dijeron más de un espectador y algún periodista, aunque esta crítica no era del todo certera: el último gran estreno sobre la contienda y la represión franquista ocurrió hace cinco años, con La voz dormida (Benito Zambrano, 2011). “Sobre todo en el mundo de la novela, aquel año la temática de las dos Españas empezó a mostrar signos de agotamiento”, apunta el investigador David Becerra, autor de La guerra civil como moda literaria (Clave Intelectual, 2015).
La llegada al poder del Partido Popular coincidió con el final de una etapa en la que este cine rara vez faltó en la cartelera y en la gala de los Goya; pero el autor descarta una relación entre una cosa y otra. Fue una cuestión de mero mercado. Y La voz dormida, cuyo punto de partida es una cárcel de mujeres, provocó, de nuevo, aquellos comentarios que acusaban al cine español de recrearse demasiado en la contienda. Las asociaciones de productores respondieron con una estimación: en los diez años que habían precedido a aquel 2011, las películas sobre la guerra civil apenas ocuparon un 1,4% del catálogo patrio.
A diferencia de otros títulos ambientados en la época y que habían llegado a conquistar la gran pantalla, la obra basada en el libro de Dulce Chacón quedó muy lejos del podio: a pesar de sus nominaciones a los premios de la Academia de Cine, no logró superar los dos millones de euros de recaudación y fue vista por alrededor de 313.000 espectadores. Al año siguiente, el estreno de Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012), con actores norteamericanos y rodada en inglés, inauguró lo que la crítica calificó como una etapa de oro del cine español y alcanzó los 41 millones de euros de recaudación en taquilla. En cambio, ese mismo año, la Miel de naranjas de Imanol Uribe, sobre la resistencia antifranquista, tuvo un estreno en salas meramente testimonial. Y la memoria histórica prefirió, al menos hasta Gernika, darse un tiempo lejos de las salas.
No pocas voces, y esencialmente de medios de comunicación de derechas, lamentaban que estas obras ubicaran a sus protagonistas en la España republicana y a los antagonistas entre los favorecidos por la dictadura de Franco. Fue el caso del trabajo de Zambrano, aunque también de Los girasoles ciegos (José Luis Cuerda, 2008), basada en el libro de cuentos de Alberto Méndez, y en la que Maribel Verdú padece el acoso de un sacerdote mientras esconde a su marido, republicano, en casa. Cuando llegaron las dificultades para estrenar La mula (2013), una historia de amor en la que el galán pertenecía al bando nacional, hasta se especuló con que los contratiempos partían de Cultura. Nada más lejos de la realidad; solo hubo vanidades que chocaron en el rodaje.
Es difícil atraer la inversión cuando se habla de cine de la guerra civil
Sobre un cura que se rebela, en plena guerra, contra la Iglesia franquista trató La buena nueva (2008), firmada por Helena Taberna; de nuevo, con un pequeño presupuesto y una distribución de perfil bajo. “Es difícil atraer la inversión cuando se habla de cine de la guerra civil. Hay críticos que saltan enseguida, que nos acusan de contar historias de buenos contra malos, cuando no es así”, anota Serra. Su Gernika tuvo un presupuesto inicial de diez millones de euros que, finalmente, quedó en seis: por encima de los 1,6 millones de euros que cuesta de media cada película española, pero bien lejos de los taquillazos, que rondan, cuando no superan, los 20 millones de euros.
Verdú ya aparecía en El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), en la que una niña disfrazaba de fantasías las atrocidades que a su alrededor cometían los cuadros del ejército franquista. Aunque no logró el Goya a la mejor película, sí se llevó otros siete cabezones y fue la tercera película española más vista durante el año de su estreno: superó el millón de espectadores y los siete millones de euros en taquilla.
La idea del niño, cuya inocencia contrasta con la crueldad de los vencedores, sí llevó a Pa negre (Agustí Villaronga, 2010) a alzarse con el Goya a la mejor película, además de ganar otros ocho de los galardones concedidos por la Academia de Cine. Una buena parte de los 2,6 millones de euros que recaudó se ingresaron en 2011, a partir de la gala de los Goya, y no el año de su estreno. Aunque rodada en catalán, logró superar en taquilla a Balada triste de trompeta (2010), de Álex de la Iglesia.
Estas dos piezas, que precedieron al breve adiós que supuso La voz dormida, son las que más interesan al crítico de cine Javier Ocaña. La primera, “por su estética sucia, ese retrato humano y alejado de la situación bélica”. La segunda, gracias a la metáfora apoyada en los miembros de un circo: una bailarina, interpretada por Carolina Bang, se enamora de un payaso romántico y sensible, encarnado por Carlos Areces, y que representaría a la República, pero no logra desprenderse de otro hombre, violento y machista, al que da vida Antonio de la Torre, y que aludiría al franquismo. La lucha entre los dos acaba matando a la joven, al igual que la contienda destrozó España.
Se ha borrado su ideología, de forma que puedan ser consumidas sin que ello conlleve una toma de posición política radical
“Pienso en [el libro de relatos] A sangre y fuego, de Chaves Nogales, y creo que esto, en cine, aún no se ha hecho”, argumenta Ocaña, de los críticos que comparte que el cine de la guerra civil, muchas veces, ha sido maniqueo: también Las 13 rosas (Emilio Martínez-Lázaro, 2007). Gracias a un numeroso reparto encabezado por Marta Etura, Pilar López de Ayala y Verónica Sánchez, o a la emotiva música de Roque Baños, galardonada con uno de los cuatro premios Goya que logró la cinta, esta historia real ambientada en el Madrid de 1939 superó los 4,3 millones de euros en taquilla y fue vista por más de 780.000 espectadores: como ocurriera con El laberinto del fauno, fue la tercera película española más taquillera el año de su estreno.
Sobre la obra planeó la acusación de haberse estrenado durante la aprobación de la Ley de Memoria Histórica y unos meses antes de las elecciones en las que Zapatero renovó su mayoría parlamentaria. Martínez-Lázaro ya había celebrado, al fin y al cabo, la llegada del matrimonio entre personas del mismo sexo con la comedia Los dos lados de la cama (2005). A su trabajo sobre la crueldad del franquismo le cayeron críticas, también, desde la izquierda: el discurso comunista y socialista de las protagonistas se había edulcorado demasiado, así como chocaban algunas licencias estéticas; las chicas habían conservado sus melenas al llegar a la prisión, no nos fuera a distraer el rapado de pelo al que se las sometía al llegar, en la realidad, a la cárcel de Ventas.
La película muestra también cómo fue el atentado cometido por unos izquierdistas el que animó al Gobierno a ejecutar a las jóvenes, así como humaniza a algunos de los personajes del otro lado: la carcelera sensible, los arribistas que temían al nuevo régimen, el guardia civil que, leal a los dictámenes de la estructura, entrega a su propia hija. “Como le pasó a Miguel Hernández, estas trece jóvenes militantes sufren un proceso de despolitización. Se ha borrado su ideología comunista, de forma que puedan ser normalizadas, consumidas sin que ello conlleve una toma de posición política radical. Lo que el franquismo no logró con ellas lo está consiguiendo la democracia”, valora Becerra.
Sobre quienes mostraron su compasión ante el adversario trató Soldados de Salamina (David Trueba, 2003), basada en el libro de Javier Cercas y a medio camino entre la ficción y el documental. Tres de los miembros del reparto se interpretaron a sí mismos y contaron su propia historia: fueron los amigos del bosque, los republicanos desertores que cobijaron a Rafael Sánchez Mazas; este, uno de los fundadores de Falange, sobrevivió a su fusilamiento y se escondió hasta que pasara la guerra. La obra es también un gran homenaje al soldado que, pudiendo rematar al derechista de un tiro, decidió perdonarle la vida; en esta ocasión, en un personaje encarnado por Joan Dalmau. La cinta superó los 420.000 espectadores y alcanzó los dos millones de euros de recaudación, más allá de ocho nominaciones a los Goya.
Las historias humanas, de la gente de la calle, están aún por ser contadas en el cine
La película de Trueba ya marcó las distancias con un cine más costumbrista, en el que la empatía con los vencidos se daba por sentada. En Libertarias (Vicente Aranda, 1996), cuyos primeros planos llegan mientras suenan los coros de A las barricadas, el bando franquista apenas aparece: son unas voces al otro lado del río durante la batalla del Ebro y unas figuras que, como en las historias de espías, mueren sin mayor ceremonia durante las secuencias de acción. Un rótulo lo escribe, negro sobre blanco, antes de que la ficción se abra paso: “Ha comenzado la guerra civil española, la última guerra idealista, el último sueño de un pueblo volcado hacia la utopía”.
Aunque son los moros de Franco los que precipitan uno de los giros en la trama, esta trata siempre sobre la presencia de las mujeres en las milicias republicanas y sobre cómo lucharon por permanecer en el ejército cuando este adquirió una estructura rígida. Los archivos del Ministerio de Cultura solo muestran los datos de asistencia a las películas a partir de 2002, por lo que resulta difícil conocer hasta qué punto esta obra, como otros trabajos del entonces, reportó dinero a la taquilla. Es el caso, también, de La hora de los valientes (Antonio Mercero, 1998), que llevó a Gabino Diego y Leonor Watling al Madrid de la retaguardia.
Otra pieza que olvidó retratar el franquismo fue Tierra y libertad (Ken Loach, 1995), basada en el literario Homenaje a Cataluña de George Orwell. Sí cuenta la violenta disolución de las milicias del POUM, partidarias del socialismo desde abajo de León Trotski, cuando el PCE, asociado al estalinismo, asumió el control de las tropas republicanas. Como un año más tarde harían las Libertarias de Aranda, el trabajo no escatimó en largos e incluso cómicos soliloquios ideológicos, marchas del bando republicano y encarnadas discusiones sobre la disciplina y la ilusión. La obra también presentó aquella conversación sobre si acaso el ideal de la revolución debía esperar al final de la guerra. El cine de Loach, valora Ocaña, “extrema mucho los personajes y convence a los convencidos. Si fuera más sutil, quizá llegaría a mucha más gente”. Para él, la perspectiva de los vencidos se expresó con una mejor técnica en Las bicicletas son para el verano, que Jaime Chávarri presentó en 1984 a partir de la obra de teatro de Fernando Fernán-Gómez, de 1977.
El crítico, en cualquier caso, no presta atención a la prensa que quiere desincentivar el cine sobre la guerra civil: “Las historias humanas, de la gente de la calle, están aún por ser contadas en el cine”. Para Becerra, falta un relato global que relacione con el presente, y con el Ibex35, a los vencedores de la contienda; aunque ahí estuvo, sin apenas éxito en la taquilla, y hoy descatalogada, La vida en rojo (Andrés Linares, 2008), basada en El vano ayer, de Isaac Rosa.
Serra, que aceptó dirigir Gernika tras conocer que la historia del bombardeo nunca se había llevado al cine, trató de esquivar los clichés cuando emprendió su producción. Colores verdes y azules, alejados del ocre de la arena. Personajes de todas las nacionalidades, que hablaran del periodismo de guerra y no de la contienda: nada más que una levísima mención a Mola. Una protagonista que, aunque republicana, mostrara las aristas de su ideal democrático y fuera censora de prensa. Y, esta vez sí, efectos especiales. Por todas partes.
Cuando el director Koldo Serra presentó Gernika (2016) en el Festival de Málaga, escuchó aquello de “otra vez, el cupo anual de cine sobre la guerra civil”. Cosas así le dijeron más de un espectador y algún periodista, aunque esta crítica no era del todo certera: el último gran estreno...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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