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Ella dice que en su último rodaje se ha sentido al borde de un Acantilado, título de su película, recién estrenada en el Festival de Málaga, donde discurre su conversación. Pero Helena Taberna, nacida en Alsasua (Navarra), solo ella sabe cuándo, se refiere a esa sensación desde su papel más técnico como directora de cine. Está satisfecha por haber superado ese reto, pero reconoce que siempre ha ido un paso por delante en cuanto a la temática de su cine.
Y sin temor: ETA, la Iglesia y la guerra civil, la emigración o la violencia machista. Su nuevo largometraje, basado en la novela de Lucía Etxebarria El contenido del silencio, introduce al espectador en el universo de las sectas, pero va más allá: plantea si cada uno de nosotros pertenecemos a una sin ser conscientes de ello.
Acantilado habla de la libertad individual, frente a la necesidad de pensar en colectivo. ¿Hemos creado nuestras propias sectas para sobrevivir?
Sí, una parte para poder seguir sobreviviendo en la sumisión; pero también como forma de manipulación desde el poder. Que consideremos sectas solamente a un tipo de organización humana hace que digamos que otras no lo son: el poder económico, el político o, incluso, el cultural. Pertenecer a un grupo u otro aporta ventajas o inconvenientes, siempre. En Yoyes (2000) ya hablaba de este tema. Ella pertenecía a un tipo de secta, un grupo, una organización terrorista. Y cuando abandona ese núcleo, su salida no se perdona. También tenemos las sectas religiosas, pero al ser círculos oficiales las vemos como algo más tranquilizador. En cambio, cada día vemos cómo las personas que se salen del orden o de lo establecido, se ven señaladas.
Esta última es una película muy sobria.
Esta obra es más seca que las anteriores y las emociones están más enmascaradas porque son más oscuras. He jugado estéticamente con la belleza del paisaje de Canarias y, además, quería reflejar que los personajes tienen vidas confortables, aparentemente, aunque se vean implicados en las sectas. ¿Por qué? Porque todos, por una necesidad de afecto y ser queridos, creamos relaciones que no son igualitarias ni libres.
Cuando empezó el rodaje, supo que en los últimos años habían aumentado los adeptos a las sectas.
Y no lo sabía antes de elegir esta película. Eso refleja lo incompleta que es la vida actual. Esto no sólo se circunscribe a las sectas: por ejemplo, las relaciones de pareja. Cuesta salir de una secta o cuesta salir de una relación aunque sea nociva o perniciosa. Eso es porque las víctimas tienen un nivel de dependencia. Esa dependencia lleva a que nos dejemos de construir nosotros mismos, y que nos construya el otro, el que domina. El ser humano siempre tiene las mismas preguntas, más allá de su clase social, pero no interesa que estas reflexiones entren en las clases populares.
La dependencia lleva a que nos dejemos de construir nosotros mismos, y que nos construya el otro, el que domina. No interesa que estas reflexiones entren en las clases populares
Habla del precio de la independencia y la libertad. ¿El suyo ha sido muy alto?
Yo lo he pagado bastante alto y lo sigo pagando, pero merece la pena porque es un motor. Es aún más complicado para las mujeres directoras porque el cine español se ha decantado por el cine de superproducción y el cine de guerrilla. Y en la mitad estamos algunos, en una franja cada vez más estrecha, sin capacidad de financiación. El cine de gran producción, de entrada, parece que no tiene una censura ideológica pero sí, porque tiene una censura económica.
Con Yoyes, su primer trabajo, se atrevió a hablar de ETA en el cine. Hace muy poco, por una entrevista en televisión a Arnaldo Otegi, Jordi Évole sufrió todo tipo de críticas y amenazas. ¿Se podría haber rodado hoy su película sin polémica?
Cuando rodé Yoyes también sufrí lo mío. No había director que se hubiese atrevido. Recuerdo un reportaje sobre directores vascos de esa etapa, y todos respondían que el terrorismo era un tema muy delicado como para llevarlo al cine. Es triste que no seamos un país capaz de contar nuestras historias para reflexionar. Que tengamos vetos es malo. En Irlanda, en todo el proceso de pacificación, tuvo que ver mucho con ese cine irlandés de calidad que obligó a reflexionar desde el otro lado, desde el lado de la emoción. Eso contribuyó muchísimo al proceso de paz y esa es una herida que, desde luego, va a tardar tiempo en curarse. Yo creo en la posibilidad sanadora del cine y de que el buen cine nos ayude a solucionar los conflictos pasados y presentes. Por eso me da pena. La guerra civil es otro tema eterno. Mira las fosas, aún sin ser descubiertas. Aún hay muchos temas pendientes porque los organizadores del olvido, como decía Gelman, están ahí para evitar que hablemos. La memoria y el cine son lo mismo. El empeño de quitar la memoria de nuestras vidas contribuye a que no se puedan hacer tantas películas porque hay un cierto tipo de censura, que le llamarán del público o tal, pero son formas de censura que siguen existiendo.
Con Extranjeras hacía un ejercicio de eliminar etiquetas sobre las mujeres emigrantes. En cambio, vemos cómo el mensaje racista y los partidos xenófobos están resurgiendo en Europa.
Yo creo que la sociedad, la sociedad occidental, ha sido torpe. Cuando rodé Extranjeras tenía curiosidad por conocer sus vidas. La idea de la interculturalidad existía, pero las políticas culturales no han ido en la dirección adecuada. Hice incluso material didáctico de la película para institutos, y para reflexionar no sólo sobre el modelo de integración que se hace, de uno arriba y otro abajo, sino para crear uno real de integración, de igual a igual. Estas mujeres traían valores esenciales para nosotras; y nosotras, a su vez, también le damos otros avances, como el feminismo. Se produjo un abrazo de género. Ocurre como lo de Yoyes: si hubiese habido un buen número de películas hablando sobre eso, quizás hubiéramos estado más cerca de Irlanda. Con respecto a la emigración, sorprende que Francia tenga tan poca sensibilidad para crear redes de integración con el mundo árabe. Socialmente ya es tarde, muy tarde, para el abrazo con esas otras culturas. Hemos hecho muy mal las cosas.
La guerra civil y la Iglesia, los ejes de La buena nueva (2008). Un largometraje que se emite por televisión con frecuencia. ntizado.
Un amigo me dijo que, por el éxito en televisión, era como la Pretty woman del cine histórico [se ríe].
También recuerdo que, entonces, confiaba en que el Partido Popular asumiese la Ley de Memoria Histórica. Nada de eso ha ocurrido.
Es otro de los temas tabú en nuestra cultura. Una sociedad no puede estar limpia si ochenta años después del conflicto tiene las cunetas llenas de cadáveres sin identificar. O que se considere un lujo extraordinario que un familiar tenga derecho a enterrar a su familiar en el sitio que desee, y que le haga la despedida y el duelo que tengan que hacerle. Es tan inhumano que sólo de hablarlo me produce escalofríos, que estemos aún en una sociedad sin avanzar nada. Estoy muy orgullosa no sólo de esa película, sino, además, de ver que tiene más éxito que los programas basura de televisiones privadas. Un debate con Ian Gibson en La 1 tuvo una audiencia extraordinaria. Es una película basada en una historia propia, pero está bien contada, y emociona, y abre campo a reflexiones que ayudan a limpiar la herida.
Socialmente ya es tarde, muy tarde, para el abrazo con esas otras culturas. Hemos hecho muy mal las cosas
Quedan muchas cosas pendientes.
Yo recuerdo que en aquella ocasión Gibson dijo que a raíz de mi película era un buen momento para que la Iglesia pidiese perdón. La película dejaba una puerta abierta al perdón. Casi nadie de los que habían visto esa película sabía que a la Guerra Civil se le llamó Santa Cruzada, y que la participación de la Iglesia fue determinante para ganar, y que fue cómplice de la mayoría de los asesinatos que se celebraron en esos días. Eso hay que limpiarlo. Yo espero que con el papa Francisco, que tiene todos los visos de ser un ser humano más sensible al dolor, se centre en este tema también, que dé otra nueva mirada y pida perdón por ese dolor que todavía padece parte de la sociedad y sus familias, que siguen lamentando encontrar a sus desaparecidos.
¿Tiene la sensación de que en España hay dos categorías de víctimas, de primera y segunda?
Sí. Y en la sociedad vasca se unen las dos víctimas. Las víctimas de ETA que, afortunadamente, tienen un reconocimiento institucional y social importante; pero siguen estando las víctimas del franquismo, que todavía no han tenido el reconocimiento. Y, además, esos familiares han vivido años y años con los ganadores de la guerra. Estos temas tienen mucha relación porque unas heridas parten de otras que hubo previamente. Eso determina que hay víctimas de primera y de segunda. Las víctimas de la guerra civil siguen sin tener el reconocimiento debido y todos sus descendientes necesitarían tener el derecho y el honor a una solución. Me avergüenza tener que seguir hablando de esto y pertenecer a un país que lo tolera.
Su penúltima película trataba sobre la violencia machista con el caso de Nagore, la joven asesinada en las fiestas de San Fermín. Esa violencia pocas veces va en titulares.
Siempre es un tema de segunda fila. En ningún momento hay titulares como, por ejemplo, los que había con los asesinatos de ETA o, por ejemplo también, con el terrorismo islamista, cuando la violencia machista ha traído muchas más víctimas a España. Esta violencia tiene, además, unas connotaciones sociales muy peligrosas: están los hijos, está el entorno familiar. A los funerales de las víctimas de ETA acuden todos los cargos institucionales, pero no a los funerales de la violencia machista. Tendría que ir algún representante, en primera línea. Pero eso sólo refleja que se sigue considerando a las mujeres ciudadanas de segunda. El caso de Nagore también fue un asesinato de clase que me interesó. Las jóvenes están sufriendo un tipo de violencia que creen que no padecen; es necesario decirles que puede ocurrir esto. Me emocionó muchísimo que en la semana previa a San Fermín, por ejemplo, las peñas de Pamplona proyectasen en una sala grandísima el documental Nagore y dieran un homenaje a la madre. También hicimos material didáctico sobre este tema para los colegios.
Las víctimas de ETA tienen un reconocimiento institucional y social importante; pero siguen estando las víctimas del franquismo
Son tiempos de didáctica.
Por supuesto. Me encantaría retomar más los cinefórum porque eso provoca algo que siempre me ha apasionado del cine. El hecho de que a la entrada o salida del cine se creen círculos de conversación sobre la película. Quiero crear proyectos en esa línea, como Francia, que tiene una red de salas. Hay que hacer ese trabajo de reflexión.
¿Qué es lo que más le ha dolido, como ciudadana, en los últimos años?
La reflexión más tremenda es que a alguien no le importe morir, como ocurre con el terrorismo islámico o la violencia machista. Cuando el violento sabe y quiere matar, o incluso él termina muerto, eso es muy difícil. Es la mayor sorpresa que nos podemos llevar, porque es producto de fanatismo. Igual ocurría también con nuestra guerra civil, un fanatismo propiciado con la Iglesia católica, al menos en mi zona. Una cruzada a pecho descubierto porque creían que, si morían, iban al cielo. No debería resultar algo tan extraño para nosotros, cuando ahora escuchamos a los islamistas hablar de Alá, y se nos pone la carne de gallina. Yo estoy un poco escéptica con el futuro pero, si desde nuestra identidad individual somos capaces de unirnos, tendremos el futuro en nuestras manos, habrá un equilibrio de poder. Quizá soy una ingenua maravillosa, pero creo en ello. Tiene que haber una introspección para que los movimientos sociales avancen. Si no somos autónomos es muy difícil que podamos avanzar en grupo.
Ella dice que en su último rodaje se ha sentido al borde de un Acantilado, título de su película, recién estrenada en el Festival de Málaga, donde discurre su conversación. Pero Helena Taberna, nacida en Alsasua (Navarra), solo ella sabe cuándo,...
Autor >
Ana I. Bernal Triviño
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