#CINCOAÑOSDEL15M
Lo que ha quedado de nosotrxs
Germán Labrador Méndez 14/05/2016
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"Y no me reconcilio, pero amo lo que ha quedado de nosotros", escribía un señor de León en un poema de 1979. Y es que, aunque aquella época, la Transición, era un tiempo de reconciliaciones obligatorias, todavía alguien podía pronunciar nosotros en público sin sonrojarse por ello.
Aquel nosotros venía del mundo antifranquista, tricolor, algo pasota y bastante puteado que se pasó la dictadura murmurando y sacándole la lengua al régimen. Pero, en 1979, de aquel nosotros quedaba ya poquito. Quizá tan sólo la memoria, es decir, la certeza de haber existido un día. Para aquel señor de León, sin embargo, lo poco que quedaba era importante. Había que amarlo. Había que querer aquel maldito guiñapo de memoria.
La democracia tiene más que ver con la gramática que con el cálculo. Cuando uno lee cosas de los años setenta, llama la atención la cantidad de nosotros que había por allí. Una década después, sin embargo, cuando uno lee cosas, ve que los nosotros han desaparecido lentamente y que su lugar lo han ocupado otros pronombres. El Yo. El Tú. Y el quítate-tú, con el váyase-usted. En los últimos años han aparecido pronombres aún más exóticos, como ese-señor-por-el-que-usted-me-pregunta. Reconozcámoslo: en la España post-1978 ha habido pocos nosotros, además de aquel "nosotros los demócratas" usado para hablar de ETA y el we are the champions, my friend, que servía para comunicar que la Historia se había terminado de una vez por todas.
La democracia no es nada sin un conjunto de verbos que la conjuguen. Y hay verbos aburridos como votar y hacer-un-ejercicio-de-responsabilidad, pero también hay verbos más molones como participar, emanciparse, municipalizar o redistribuir. Para conjugar un verbo son necesarios sujetos, es decir, pronombres, es decir, gramática y personas. La primera persona y la segunda, la tercera... pero en la cuarta paramos de contar, porque la democracia del 78 ha tenido muchos problemas gramaticales con las marchas más largas.
Hay verbos aburridos como votar, pero también hay verbos más molones como participar, emanciparse, municipalizar o redistribuir
Y es que el nosotros es una de las personas más delicadas que haya habido. Y de las más importantes. Metes cuarta y todo se acelera. La cuarta es una persona más bien rara, porque sirve, precisamente, para que quepan más personas dentro. Cuando muchas voces pronuncian a la vez esa cuarta persona, el pronombre, como por arte de magia, se convierte en una promesa, como cuando decimos que "vuestra crisis, no la pagamos" o que "dormíamos" y que un día "despertamos".
Me pregunta Guillem qué ha cambiado desde el 15 de mayo de 2011 y no sé ni qué decirle. Supongo que muchas cosas y que ninguna al mismo tiempo. Quizá le digo que lo que han cambiado son las personas, las del verbo y las de carne y hueso. Aunque se parecen, no son lo mismo. En las escuelas surrealistas de las plazas de aquel mayo las personas de carne y hueso hicieron mucho trabajo con la gramática. Una lengua nueva se aprende con ejercicios básicos. Cuarta persona del verbo no-ser-mercancías-en-manos-de-políticos-y-banqueros. Tercera plural de llevar-un-mundo-nuevo-en-los-corazones y de no-irse-pero-mudarse-a-tu-conciencia.
En las plazas se conjugaba un pronombre quincemayista algo punkarra y medio cursi, un nosotrxs útil para decir que las manos son armas y que ciertos sueños no caben en ciertas urnas. Antes de ese pronombre, los verbos cobrar-una-mierda e irse-a-la-puta-calle parecían suceder como a solas, conjugarse sólo con el yo de la primera persona neoliberal del presente perfecto. Quizá aquel nosotrxs perroflauta servía para compartir algunas cosas que no se compartían antes. Y para comenzar hablar de un condicional futuro.
En estos cinco años también nos ha cambiado la memoria. Ahora tenemos algo que merece la pena recordar y el problema es que también merece la pena disputarlo
Los modos de contar lo que nos pasa, es decir, las personas, los verbos, el lenguaje, han cambiado definitivamente desde el 15M. Ahora la cuestión está en ver cómo nos lo recordamos. Porque en estos cinco años también nos ha cambiado la memoria. Ahora tenemos algo que merece la pena recordar y el problema es que, por eso mismo, también merece la pena disputarlo. Y es que ese recuerdo vale mucho. Ese guiñapo te da un gobierno o te lo quita. La memoria, cuando es valiosa, siempre está en disputa. Esa es la parte mala. La buena es que la memoria, como el gato de Cheshire de Alicia, está en cualquier parte, aunque joda. O precisamente porque jode. Se manifiesta en la sombra que deja una placa arrancada, en el juicio a un banquero, en un abracito o en el entrechocar de unas birras bien frías.
Y, mientras tanto, la vida sigue, se lucha, se crea, se ama y se enferma, nos vamos de cañas o cambiamos el gobierno. Y como quería aquel señor de León de 1979, de aquellos días luminosos de mayo del 2011, hay que amar lo que ha quedado de nosotrxs. Sin reconciliarse. Para que dure la distancia entre la realidad y el deseo, entre la quimera y la desolación.
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Germán Labrador Méndez es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad de Princeton, autor del libro Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española (Devenir 2008).
"Y no me reconcilio, pero amo lo que ha quedado de nosotros", escribía un señor de León en un poema de 1979. Y es que, aunque aquella época, la Transición, era un tiempo de reconciliaciones obligatorias, todavía alguien podía pronunciar nosotros en público sin sonrojarse por...
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Germán Labrador Méndez
es filólogo, catedrático de Estudios Culturales Hispánicos en la Universidad de Princeton.
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