PEDRIPOL
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El 11 de mayo del año pasado, un ciudadano corriente colgaba en su muro de Facebook el famoso cartel que Obey hizo para la campaña de Obama preguntándose si sería posible hacer algo así en Madrid para empujar la candidatura de Manuela Carmena y Ahora Madrid a las elecciones municipales. Trece días después, en la Cuesta de Moyano, Manuela celebraba que finalmente sería alcaldesa y decía aquello tan bonito de “seducir a los que no nos han votado”. ¿Qué pasó en esos trece días?
Eso es lo que se cuenta, desde dentro, en el libro Y al final… ganamos las elecciones, que ahora mismo se encuentra en fase de recaudación para su producción y distribución (participa en el crowdfunding, no seas así). Por un lado, de ese post nació Madrid con Manuela, una plataforma que al principio estaba formada por gente dedicada a la comunicación pero que en seguida se llenó de todo tipo de personas con un mínimo común denominador: la ilusión por el cambio en la ciudad que proponía la candidatura confluyente y las ganas de colaborar tirando de experiencia, talento y un punto de osadía para que ese cambio fuese posible. Por otro, el Movimiento de Liberación Gráfica de Barcelona y su equivalente en Madrid, ambos formados por “dibujantes, grafistas, tipógrafos, ilustradores, realizadores, humoristas gráficos…”, ya habían empezado a hacer su propia campaña por las candidaturas del común.
Lo que pasó en esos trece días es lo que se conoce como el desborde, miles de personas trabajando (por amor al arte) para lograr la victoria de unas propuestas que se salían de lo habitual para entrar, por fin, en el interés general.
Aquello fue, posiblemente —lo reconozco: me falta hemeroteca—, la primera campaña de comunicación hecha por “el cliente” desde el principio hasta el final; ciudadanos ajenos a las estructuras de partido (o de lo que sean las confluencias) que por su cuenta y riesgo se arremangaron para contar lo que había que contar de la mejor forma posible: ilustraciones, memes, notas de prensa, vídeos, canciones, acciones en la calle, pegada de carteles, proyecciones en edificios…, todo hecho desde lo personal a lo colectivo y otra vez a lo personal, siempre con tono positivo, transmitiendo ilusión. “El producto”, con perdón, era muy bueno, era lo que generaba esa ilusión —Carmena, Colau, Ahora Madrid, Barcelona en Comú—, pero sólo con eso y, menos, con los códigos viejunos que estaban usando las estructuras oficiales, la victoria estaba tan lejos como siempre. Sin embargo, al final, como dice el libraco, ganamos las elecciones. Como nunca.
Todo se cuenta en el libro, pero merece la pena destacar que, al menos en el caso de Madrid con Manuela, que es lo que conozco mejor, no había liderazgo ni un plan maestro ni órdenes de nadie. La campaña se fue construyendo sobre la marcha a partir de un escueto briefing y el éxito vino, precisamente, por la urgencia del escaso tiempo hasta la votación, por el objetivo clarísimo y por la propia transmisión de los valores del asunto entre los participantes y espectadores, que finalmente también se convirtieron en actores al compartir ilustraciones y demás piezas o al ponerse en su avatar de su red social la cara de Manuela.
Aquello fue también, aparte de esa campaña ciudadana, un fascinante proceso de activación política de miles de personas a través de la comunicación. Un ejemplo de que la política no es sólo de los políticos, ni siquiera de los que pertenecen a movimientos sociales, sino de todos y cada uno de nosotros. Una evolución de ese otro inmenso proceso de activación que fue el 15M y una muestra de que aquí en España están pasando cosas que no pasan en otros lugares del mundo, cosas que están muy bien.
Después del subidón de la victoria, la gente volvió a sus asuntos, los ayuntamientos del cambio empezaron a gobernar y, por eso, a acertar y equivocarse, y la política regresó a su normalidad y aburrimiento, a ser de unos pocos. En las generales, hubo un intento de replicar lo sucedido con la campaña Purple Rain en apoyo de Podemos, pero ni “el producto” ni la ilusión ni las fuerzas eran las mismas ni las condiciones —ampliación del radio de acción, intervención de fuerzas más poderosas, ausencia de efecto sorpresa— lo pusieron fácil.
En cualquier caso, lo peor que podría pasar es que esto de las campañas ciudadanas se convirtiese en una cosa más de cada fiesta de la democracia. De hecho, es como si casi ya fuese una exigencia, por lo que se ha podido ver en algún titular. El aprendizaje debería, creo yo, ser otro: el del nombre de esa canción de Patti Smith que tantas veces sonó el 24 de mayo de 2015, People Have the Power.
La política es comunicación y la comunicación es política. Pero política no es sólo la retórica del Parlamento o de los debates de los sábados. Ahora, con las herramientas y canales de comunicación que tenemos a nuestro alcance y el conocimiento, la concienciación y las ganas de intervenir que, aunque vienen y van, también poseemos, la intervención en política no tiene que esperar a que haya urnas de por medio. Sólo hace falta un objetivo que merezca la pena y un poco de organización para explicarlo de la mejor manera, “seducir a los otros” y provocar el cambio. Parece difícil y lo es, pero al menos ya sabemos que no es imposible.
El 11 de mayo del año pasado, un ciudadano corriente colgaba en su muro de Facebook el famoso cartel que Obey hizo para la campaña de Obama preguntándose si sería posible hacer algo así en Madrid para empujar la...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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