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Parece increíble que haya pasado ya una década desde que se hiciese pública la Operación Puerto. Debido a las características propias de nuestro país, encrucijada de varias culturas y pueblos, y en una situación geográfica particular, no debe resultar tan increíble que todavía no haya una sentencia firme, que ningún deportista haya sido sancionado por nuestra legislación, o que el jefe del operativo de la Guardia Civil que llevó la pesquisas haya sido promocionado a jefe de la Agencia Española Antidopaje, sin tener preparación alguna para el cometido. Casi como una condecoración. Por los servicios prestados.
La historia de la Operación Puerto contiene todos los elementos para formar parte de la particular leyenda de la España de pandereta y ¡olé!, al nivel de otros casos populares: oscuros intereses, personajes poderosos ocultos entre bambalinas, inocentes supuestamente sacrificados en aras de un bien común, momentos escatológicos y marasmo judicial que solo crea mayor entropía a lo que fue, desde un inicio, una chapuza y un desastre, y cuyos efectos se dejan sentir una década después.
En 2004 el corredor profesional del Kelme Jesús Manzano relató al diario deportivo As, a cambio de dinero, las prácticas de dopaje a las que se veía sometido para ejercer su profesión. Fue un relato prolijo, tanto en los detalles como en los nombres, y que produjo un efecto inequívoco entre sus compañeros: la indiferencia o el insulto, que vienen a ser las mismas caras de una moneda cuando alguien se sale del redil y cuenta los entresijos de una comunidad secreta, donde elaboradas leyes de la omertà rigen por encima del Código Civil o del sentido común.
Manzano casi se muere durante el Tour de Francia de 2003, cuando una transfusión de sangre en mal estado lo deja completamente blanco y temblando en una cuneta, después de que se filtrase en la escapada del día en una etapa de montaña. "Algo le habrá sentado mal", o cualquier otra de las explicaciones de verdulería que sacan del saco de tópicos los que viven del ciclismo, y no precisamente por dar pedales. Lo que no sabían es que ahí estaba el germen de lo que daría al traste con la carrera deportiva de muchos deportistas, la credibilidad del deporte español, y una sustancial parte de la Marca España, asociada indeleblemente a esos éxitos deportivos artificialmente inducidos, y que tanto gozo y emoción producen a nuestras élites y a nuestro populacho, porque el deporte amalgama lo que las diferencias sociales y económicas separan.
En mayo de 2006 gobernaba en España, inmersa en una burbuja económica de crédito fácil y a mí ponme dos de eso, el PSOE con José Luis Rodríguez Zapatero, una persona que reconocía que pasaba las tardes de los domingos consumiendo deporte catódico con sus hijas adolescentes. Una de sus personas de mayor confianza era Alfredo Pérez Rubalcaba, a su vez reconocido "fanático"--es el término que emplea en una entrevista en Marca, la primera que daba en siete años-- del Real Madrid, el atletismo y otras modalidades deportivas.
Ministro del Interior, y por tanto con mando sobre la Guardia Civil, Rubalcaba había sido en su juventud universitaria un atleta de velocidad con marcas muy notables, y había estado entrenado por una persona que, años después, se sabría que estaba metido en la Operación Puerto. Es importante señalar esto porque, de manera inmediatamente posterior a la Operación Puerto que se hace pública el 23 de mayo de 2006 con la detención en Madrid del médico deportivo Eufemiano Fuentes y el director de equipo ciclista Manolo Saiz, entre otros, se desata la que se podría denominar como Operación Encubrimiento, ante la magnitud de lo descubierto.
El operativo de seguimiento de la Guardia Civil incluyó meses de seguimiento, grabaciones y pesquisas sobre los centros de dopaje y menudeo que había señalado Jesús Manzano. Con la oportuna autorización judicial, los agentes implicados conocieron de primera mano quién entraba, a qué horas y con qué tratos a las consultas de Eufemiano Fuentes y del hematólogo Merino Batres, titular en el sistema público de Sanidad que, no contento con su nómina, pasaba consulta sin recibo a entrehoras y a deshoras, como tantos de sus colegas.
Planearon la redada el día en que Eufemiano Fuentes se reunía con Manolo Saiz en una cafetería de Madrid para arreglar cuentas al más puro estilo Baltimore, al mismo tiempo que otros agentes entraban en las clínicas y pisos pateras de la organización criminal, que jamás fue juzgada como tal porque no debe ser materia criminal manejar cifras de cientos de miles de euros en negro, importar medicinas falsificadas, alterar el resultado de competiciones o, simplemente, coaccionar a los que no quieren estar ya más en la red. Se incautaron de cientos de documentos y evidencias de todo tipo, la más famosa de ellas las bolsas de sangre y plasma criogenizado.
Fue tal la magnitud, empezando por las más de 250 bolsas que mágicamente se redujeron a 100 tras varios procesos de filtrado --diálisis judicial, habría que decir--, que prácticamente al día siguiente se puso en marcha la Operación Encubrimiento. Lo que debía ser un toque de atención a la punta del iceberg del dopaje en España pasó de ser un hielo flotante que asoma la cabeza a una auténtica bola de nieve que amenazaba con arrasar a su paso varias instituciones centenarias, deportistas intocables y con estatus de tal e incluso la Ley de Dopaje que planeaba Zapatero, dentro de su programa de Gobierno postmoderno que tanto gustaba a politólogos extranjeros.
En esas seguimos. De manera oficial, y durante los primeros tres años de la Operación Puerto, solo había ciclistas implicados. De manera oficial, ningún deportista podía ser sancionado porque el dopaje no era delito en España, y porque el juez instructor se negó con empecinamiento digno de mejor causa a dejar que otras autoridades competentes accediesen a las pruebas para poder aplicar sanciones de índole deportiva. De manera oficial, se intentó dar carpetazo al asunto, que se había escapado de las manos de sus promotores del mismo modo que tan brillantemente relatan los hermanos Coen en Quemar después de leer.
Solo así se explica que en 2009, cuando hubo que aportar más evidencias para hacer caer a la atleta palentina Marta Domínguez, la misma Guardia Civil recuperase, por ciencia infusa, las evidencias de 2006 que dejaban bien claro que la mejor atleta española de todos los tiempos estaba implicada. Tenían hasta su número de teléfono entre las evidencias encontradas, pero al parecer eso no era suficiente cuando había que echar paladas de arena para enterrar y apagar las llamas de la Operación Puerto, con una consigna muy clara: solo hay ciclistas. Tenían hasta el contacto de Pascua Piqueras, antiguo entrenador de Rubalcaba en sus años mozos, pero la consigna era que no había otros deportes implicados.
¿Bola de nieve? Mucho más que eso. Si la Operación Puerto hubiese seguido su curso normal, sin injerencias para apaciguar sus efectos, hubiese sido una avalancha que se hubiese llevado por delante parte del fútbol español, puesto que en 2014 se supo de manera fehaciente que, entre lo incautado a Eufemiano Fuentes, había también documentación que implicaba a la Real Sociedad, el equipo que en la temporada 2002-2003 estuvo a punto de ganar la Liga. El ciclismo hizo de paganini, inmolado en el altar del deporte español, pero salvando a los jóvenes con posibles. Tan mala conciencia debía tener el Secretario de Estado para el Deporte, el amigo íntimo de Rubalcaba Jaime Lissavetzky, que al año siguiente de la Operación Puerto auspició un equipo ciclista donde colocar a gran parte de los ciclistas españoles que habían quedado apestados, una especie de rogue squad y un invento que no se le ocurre ni al que asó la manteca.
En 2014 se celebró un juicio-farsa sobre la Operación Puerto, donde los cabecillas identificados como tales tenían que defenderse de la acusación de delito contra la salud pública. Condenas testimoniales a Eufemiano Fuentes y poco más, y el inenarrable espectáculo de ciclistas profesionales llamados a declarar y negando conocer todo, incluso cómo se llamaban --siempre apodos de perro-- para su doctor. En ese juicio se decretó la destrucción de las pruebas, las famosas bolsas de sangre, sentencia que está recurrida y que debería haberse sabido a principios de este año, pero que está paralizada hasta que pasen los JJOO de Río de Janeiro, ante el interés internacional que despierta todo este caso.
La historia de la Operación Puerto, y sus múltiples ramificaciones, es la historia de una chapuza detrás de otra, de aplicar cataplasmas a una gangrena que infecta todo el deporte, de algo tan mal hecho que lo único que ha logrado es sembrar más dudas en torno a los ya de por sí dudosos éxitos colectivos e individuales de muchos deportistas españoles, el país que pasó de ganar cuatro medallas olímpicas en Seul’88 a 22 en Barcelona’92, gracias a un programa de mejora del rendimiento deportivo en el que Eufemiano Fuentes fue uno de los principales supervisores y responsables.
Ha habido decenas de vías para acabar con el famoso ginecólogo canario, y también con sus clientes. En 2008 se supo que Frank Schleck, uno de los ciclistas punteros de entonces, había ingresado 7000 euros en una cuenta corriente a nombre del galeno en el HSBC de Ginebra, Suiza. Una simple comisión rogatoria, con el interés de conocer si había nacionales haciendo pagos en negro en esa cuenta, hubiese descubierto más de lo que la penosa instrucción de la Operación Puerto logró, pero nadie con autoridad lo consideró, no fuese a ser que saliesen nombres de deportes que no fueran ciclismo. Años después, Eufemiano Fuentes también salía en los papeles de Panamá, con igual efecto.
No ha habido ningún interés en desvelar el entramado del que se nutría la red de dopaje de Fuentes, que supuestamente ahora disfruta de una plaza de médico de cabecera en el servicio canario de sanidad pública, algo así como las estancos regentados por viudas de combatientes del bando nacional en la Guerra Civil. Un pago por los servicios prestados: a cambio de tu silencio, garantía de que nunca tendrás mayores problemas con la justicia. Que el responsable del operativo policial que hizo desaparecer horas de grabaciones a clientes de la trama esté ahora al frente de la Agencia Española Antidopaje -en la práctica, un organismo de Relaciones Públicas ante un problema de esta índole- añade el cierre categorial a lo que ha sido esta primera década de la Operación Puerto, a la altura ya del Crimen de los Urquijo o el asalto al Banco Central. Porque nunca fue la Operación Puerto, sino la Operación Encubrimiento.
Parece increíble que haya pasado ya una década desde que se hiciese pública la Operación Puerto. Debido a las características propias de nuestro país, encrucijada de varias culturas y pueblos, y en una situación geográfica particular, no debe resultar tan increíble que todavía no haya una sentencia firme, que...
Autor >
Sergio Palomonte
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