Jazz
Elvin Jones, una máquina de hacer música
Ayax Merino 18/05/2016
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Ese grandísimo, soberbio, batería que fue Elvin Jones falleció el 18 de mayo de 2004 en Englewood, Nueva Jersey, allá en los EE.UU., cuando contaba el hombre con 76 años.
¡Qué tío, este Elvin Jones! Batería de altos vuelos, dejó una huella profunda. De estilo muy personal, fogoso, incombustible, llevó la batería a las más elevadas cotas. Y llegó a la cima. Sin duda, es uno de esos baterías únicos e irrepetibles que ha dado el jazz. Su nombre puede colocarse, es de justicia, junto a los de Kenny Clarke, Max Roach, Art Blakey y Philly Joe Jones ¡Cumbre, maestro, cumbre! Me quito el cráneo.
Nació Elvin el 9 de septiembre de 1927 en Pontiac, Michigan, también en los EE.UU. En el seno de una familia numerosa, sí señor, ya lo creo. Diez hijos trajeron al mundo, uno detrás de otro, los señores Jones, que no está mal. O sea, que si no se me ha olvidado contar, con nueve hermanos tuvo Elvin que andar lidiando todo el santo día. Menudo alboroto, toda la casa atiborrada de arrapiezos, uno que chilla, el otro que berrea, ese que no para de enredar, aquel que corre por el pasillo, vaya jaleo. Pero los señores Jones, abnegados padres, pacientes padres, cumplieron como los buenos y se dedicaron en cuerpo y alma a sacar adelante a su numerosa prole, lo que es muy loable y digno de alabanzas sin cuento.
Algo había en esa casa, eso es seguro, no sé muy bien el qué, pero algo. Si no, no se explica. Que de los diez retoños, tres salieran músicos de jazz. Pero no músicos del montón, así de medio pelo, no, qué va. Tres grandes músicos, los tres hermanos, los tres Jones: Hank, excelente y fino pianista; Thad, estupendo trompetista; y el bueno de Elvin, todo un señor batería, uno de los mejores baterías que se han paseado por este valle de lágrimas. Algo tenía que haber, en esa casa.
Amor por la música, barrunto. Que a lo que cuentan en esa casa sonaba a todas horas algo de jazz, un buen blues, un poco de góspel, que nunca viene mal. El pequeño Elvin se crió rodeado de música, envuelto por la música, que allí se escuchaba buena música sin parar, excelente abono para el espíritu de un crío. Y dicen también que muy pronto le cogió el gusto a los tambores y se pasaba el tiempo tabaleando sin parar, sobre lo que fuese, donde se terciase. Así aprendió el muchacho, a su aire y por su cuenta.
El pequeño Elvin se crió rodeado de música. Y dicen también que muy pronto le cogió el gusto a los tambores. Así aprendió el muchacho, a su aire y por su cuenta
El niño creció y se hizo mozo. Y en 1946 entró en quintas, vamos, que le llamaron a filas. Hasta 1949 estuvo en el ejército. Recién licenciado volvió corriendo a casa, al amor del hogar. Que andaba el chavea sin un duro, seco, a dos velas, triste estado. Ahorró lo que pudo, sableó a quien se puso a su alcance, cuentan que una hermana le prestó un buen fajo de billetes, y su sueño se cumplió cuando al fin logró con lo reunido comprarse una batería.
Ya tenía instrumento, ya podía tocar. Porque, bien mirado ¿qué batería es ese que no tiene batería? Pues ya la tenía. Ahora, a lanzarse al mundo.
Y eso hizo. Largarse a Detroit, buen sitio, ciudad muy jazzera, preñada de jazz. Y no le salió mal el envite. No mucho después de hacer sus primeros pinitos, junto a su hermano Thad empezó a trabajar con el saxofonista Billy Mitchell.
Y luego, claro, la obligada peregrinación, el necesario salto a la ciudad de Nueva York. No empezó con buen pie. No, la primera en la frente. No sé qué le pasó al bueno de Benny Goodman, no hay quien lo entienda, un hombre como él, entendido como el que más, con tan buen oído, cómo pudo desechar semejante joya, que es lo que hizo cuando escuchó tocar a Elvin, desecharlo, señalarle la puerta, que nones, se negó a contratarlo ¡Menudo patinazo, señor Goodman!
No se desanimó Jones por el tropiezo, ni se dejó vencer por el abatimiento. Adelante, siempre adelante sin rendirse. Y porfió y se mantuvo en sus trece, bien asidas las baquetas, empecinado en aporrear unos parches. Con tesón. Con tenacidad. El que la sigue la consigue.
Benny Goodman, entendido como el que más, cómo pudo desechar semejante joya, que es lo que hizo cuando escuchó tocar a Elvin, desecharlo, señalarle la puerta
Se quedó en Nueva York pese al revés sufrido. Y se salió con la suya. Ya lo creo. Tocó y tocó y tocó, que es lo que quería, tocar. Con Bud Powell, con Charles Mingus, con J.J. Johnson, con Miles Davis, con Sonny Rollins. Si eso no es tocar con los grandes, que venga Dios y lo vea.
Pero lo mejor estaba aún por venir. Desde luego. Y llegó cuando Elvin se unió al cuarteto de John Coltrane, que no hacía mucho que había dejado a Miles Davis. Aquello fue memorable. Casi seis años estuvo Jones con Trane. Años prodigiosos en los que Coltrane volvió del revés el jazz como si de un guante se tratase, poniéndolo todo patas arribas, hazaña reservada sólo a los grandes genios. Y allí Jones, metido en todo el meollo, firme pilar, recio sostén de la música de Coltrane, hizo auténticas diabluras con su batería, maravillas que pasman. Lo que no le impidió, ni mucho menos, trabajar por su cuenta y acompañar en sus ratos libres a tipos como Wayne Shorter, Joe Henderson, Barry Harris, Yusef Lateef o Freddie Hubbard, que parece que encontraba tiempo para todo este hombre.
Y al fin, que todo llega y todo acaba, Elvin abandonó a Coltrane y continuó su andadura marchando libre y sin trabas por su propia senda. A fines de los sesenta trabajó con el bajista Richard Davis y formó un trío con el saxo tenor Joe Farrell y el bajista Jimmy Garrison. Y sacó ya como cabeza de cartel discos y más discos, uno detrás de otro, discos espléndidos. Y como nunca descansaba, se marcó también otra buena pila de discos como acompañante. De un montón de tipos, tipos de alcurnia de la talla de Ornette Coleman, McCoy Turner o Lee Konitz. Basta, que la lista es larga, muy larga.
Unos músicos entraban y otros se iban, pero la máquina siguió funcionando sin pausa durante más de veinticinco años, hasta la muerte de Jones
En 1978 le dio por montar un grupo estable, su propio grupo, The Elvin Jones Jazz Machine, un nombre muy apropiado, sin duda, una máquina de hacer jazz, una estupenda máquina bien engrasada, la máquina de Elvin Jones, batería y mandamás. Con su máquina se paseó Elvin por el mundo, dando conciertos y sacando discos. Unos músicos entraban y otros se iban, pero la máquina siguió funcionando sin pausa durante más de veinticinco años, hasta la muerte de Jones. Por allí pasaron Frank Foster, Sonny Fortune, Nicholas Payton. Y Ravi Coltrane, sí, el hijo de su antiguo patrón, el hijo del nunca bastante alabado John Coltrane. Debe de resultar así raro tocar con el hijo de un compadre.
Hasta el fin, hasta el último suspiro, aguantó Elvin sentado ante sus queridos tambores. Enfermo del corazón, siguió agarrando sus baquetas. Fatigado, exhausto, su corazón doliente a punto de estallar, se empeñaba en continuar golpeando los parches, los platillos tintineantes.
Un día, aciago día, se le paró el corazón y dejó de tocar.
Ese grandísimo, soberbio, batería que fue Elvin Jones falleció el 18 de mayo de 2004 en Englewood, Nueva Jersey, allá en los EE.UU., cuando contaba el hombre con 76 años.
¡Qué tío, este Elvin Jones! Batería de altos vuelos, dejó una huella profunda. De estilo muy personal, fogoso,...
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