Tribuna
El rastro del dinero
Las cantidades de dinero evadido entran y salen a la manera de una bandada de delfines, emergiendo y ocultándose. Los rectores del capitalismo mundial han avistado el peligro y conocen mejor que nadie los remedios ya que son los que han creado el virus
José Antonio Martín Pallín 25/05/2016
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Según un proverbio árabe hay tres cosas que no se pueden ocultar: el humo, un hombre montado en un camello y el dinero. Este aforismo reflejaba una realidad en sus tiempos irrebatible, pero no podemos olvidar que el dinero siempre ha buscado infinidad de laberintos y recovecos, ocultándose en cuevas, cofres y cajas de seguridad, hasta que se crearon los paraísos financieros.
La condición humana tiende a sentirse insegura en sus convicciones ante dilemas que suscitan los conflictos de intereses y los sentimientos contradictorios. La avaricia enfrenta al ser humano con sus valores éticos y sólo puede ser combatida con la lealtad, el compromiso y la solidaridad, que no hay que confundir con la caridad.
Los sistemas tributarios no siempre son perfectos y equilibrados. Es inevitable que generen, entre algunos ciudadanos, la sensación de estar contribuyendo de una manera injusta y desproporcionada frente a otros que transitan a sus anchas por las contabilidades, ocultando sus riquezas para evitar el pago de sus impuestos.
A partir de estas premisas se sientan las bases para que habilidosos ingenieros financieros pongan en marcha mecanismos y artificios que ayuden a las fortunas a buscar refugio en islas paradisíacas, con la complicidad de entidades bancarias, bufetes de abogados y activos intermediarios que entretejen hábiles estratagemas y juegos de magia para escamotear el dinero destinado a los fines económicos, sociales y culturales que consagra cualquier constitución democrática.
Los ejemplares ciudadanos, que huyen de sus obligaciones tributarias, no dudan en exhibir su patriotismo, llevándose la mano al pecho o a la cartera, cuando suena el himno nacional. Además suelen coincidir en sus creencias religiosas proclamando su fe en la única y verdadera religión que, en nuestro país, no es otra que la católica. Sus pastores, inflexibles y tremendistas ante la degradación de las costumbres sexuales, no encuentran materia de pecado en el transfuguismo financiero.
El alma humana es muy compleja y por eso debemos acercarnos con realismo a sus múltiples resortes argumentales para justificar sus argucias y su desprecio a la ley. Quizá se apoyen en una interpretación sui géneris de los textos evangélicos. El Evangelio nos narra que Jesús fue crucificado con un ladrón a un lado y otro ladrón a otro. El buen ladrón Dimas, no recuerdo si situado a la izquierda o la derecha de Jesús, se arrepintió de su vida pasada y Jesús le reconfortó prometiéndole que, en ese día, estaría con él en el paraíso. El feliz augurio sigue vivo. Los ladrones siguen buscando los paraísos -fiscales por supuesto-. Tengan cuidado, recuerden que Jesucristo, en un arranque de ira, la emprendió a latigazos para desalojar a los mercaderes del templo.
En un principio la evasión de capitales se realizaba de una manera tosca y desaliñada. El papel moneda se transportaba en maletas, maletines, bolsas e incluso en refajos disimulados en la vestimenta de arriesgados transportistas. Se optó más adelante por las transferencias bancarias, pero eran lentas y dejaban rastro. En estos momentos, Internet permite hacer cientos o miles de transferencias con sólo tocar una tecla y en un tiempo equiparable a la velocidad de la luz, lo que hace más difícil su seguimiento.
Las cantidades de dinero evadido entran y salen a la manera de una bandada de delfines, emergiendo a la superficie para volver a ocultarse a la vista de los que contemplan su paso. Confieso que siempre he tenido una gran simpatía por los delfines y una cierta aversión a los tiburones. Su instinto voraz es siempre imprevisible pero cuando se desata resulta inevitablemente peligroso.
Como todas las tecnologías la informática tiene un doble uso. Sirve para evaporar el dinero pero, al mismo tiempo, nos proporciona herramientas muy útiles para desentrañar y poner al descubierto maniobras fraudulentas. Los que saben manejarlas son capaces de detectar estos movimientos de entrada y salida de cantidades ingentes de dinero.
Al final del trayecto el dinero aparece en las cuentas de sociedades ficticias que tratan de ocultar a distinguidos ciudadanos que a veces ni siquiera figuran con su nombre sino ocultos bajo la firma de un testaferro. Las leyes les han amparado, mientras se mantuvo un sagrado respeto por la verdad formal, aun siendo conscientes de que encubría una realidad ficticia.
Se comenzó a poner coto a esta farsa cuando los tribunales dijeron basta y se acercaron a la realidad, aplicando una teoría jurídicamente impecable y literariamente sugestiva. Se conoce en los textos jurisprudenciales como el levantamiento del velo que trata de cubrir las desnudeces e impudicias del sistema. En síntesis viene a sostener que los registros mercantiles, las notarías, los contratos bancarios y las relaciones mercantiles no reflejan la realidad, son un manto utilizado para ocultarla.
Todo este tinglado se ha puesto al descubierto. No hace falta ser un experto para conocer la procedencia de los caudales de dinero que, como en los versos de Jorge Manrique, van a dar a los paraísos. Unos vienen de la venta de armas, otros del tráfico de drogas. También de la prostitución y del transporte ilegal de seres humanos. La aspiración de todos estos flujos de dinero es común. Pretenden, en un primer momento, ocultarse esperando la oportunidad de retornar al mundo del dinero legal a través de operaciones de blanqueo.
Los rectores del capitalismo mundial se han dado cuenta de los peligros de estas prácticas. Han comprobado que al mismo tiempo que pueden financiar el terrorismo son capaces de volcar la deuda externa de un país comprándola en el mercado, alterando las reglas, cada vez más diluidas, de un sistema que se gangrena a sí mismo. Algunos piensan que el derecho penal puede poner orden en esta jungla: están equivocados o afectados por un ataque de cinismo.
Ellos conocen mejor que nadie los remedios ya que son lo que han creado el virus. Que destapen la olla a presión y dejen salir el vapor antes de que sea tarde.
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Jose Antonio Martin Pallin. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra). Abogado.
Según un proverbio árabe hay tres cosas que no se pueden ocultar: el humo, un hombre montado en un camello y el dinero. Este aforismo reflejaba una realidad en sus tiempos irrebatible, pero no podemos olvidar que el dinero siempre ha buscado infinidad de laberintos y recovecos, ocultándose en cuevas,...
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José Antonio Martín Pallín
Es abogado de Lifeabogados. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra).
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