ASIER MENDIZABAL / ARTISTA
“La paz es una especie de consenso narrativo”
Isabel Camacho 15/06/2016
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Un recuerdo infantil. Una obsesión por dos piezas escultóricas que una vez coexistieron en Zegama, pueblo guipuzcoano a las faldas del monte Aizkorri, el pico más alto del País Vasco. La fallida función monumental de una de ellas al ser destruida por una bomba se reescribe y la función espiritual de la segunda, al quedar inconclusa por la muerte de autor, tienden un extraño hilo narrativo para revisitar la guerra civil y la posguerra españolas.
Dos historias que tejen una tela de araña en la que se entreveran como por azar Julio Tellería, autor del himno franquista Cara al sol, el dictador Franco y su amigo el pintor Ignacio Zuloaga y el amigo de éste, el nacionalista Julio Beobide, autor de la cruz del Valle de los Caídos. Unos personajes que tienen que ver con cierta idea de reconciliación “o peor aún, con mitos de reconciliación ciertamente perversos”, sostiene Asier Mendizabal (Ordizia, Gipuzkoa, 1983).
El artista teje una narración entre personajes tan dispares en su producción Komposizioa eta moldaketak (Composición y arreglos); una propuesta alejada del contexto más tradicional del arte: “El arte es desnaturalizar: hacer que aquello que sabemos nos aparezca como si no lo supiéramos”.
El artista invita a desbordar los límites conceptuales. Lo que también harán otros seis autores contemporáneos en el programa Los Afueras dentro del proyecto Tratado de Paz: el proyecto más ambicioso de la inmensa celebración que anuncia ser San Sebastián 2016, Capital Europea de la Cultura.
El arte es desnaturalizar: hacer que aquello que sabemos nos aparezca como si no lo supiéramos
La meta del evento es enmarcar el cambio histórico que vive Euskadi tras años de violencia terrorista. “Parece que hay que explicar por qué es necesario promover una exposición sobre la paz cuando no hace tanto que la sentíamos como necesaria. Es cierto que no ha transcurrido tanto tiempo, pero parece que ha pasado toda una vida desde que llegó la paz. Aquello que entonces creíamos impostergable, que era generar un relato compartido sobre ese cambio tan fundamental que era el fin de la violencia, ahora nos cuesta recordarlo. Ha pasado muy poco tiempo pero hemos olvidado muy rápido. Personalmente, esto me llama mucho la atención porque no creo que realmente supiéramos que iba a ir tan rápida la asunción de una nueva situación”, argumenta Mendizabal.
El reconocido artista vasco quiere comenzar por el principio y por eso explica que a los siete artistas del programa Afueras se les pidió plantear un proyecto específico para un lugar, para un contexto concreto que no fuera el de la exposición central ni el de la ciudad de San Sebastián, que acaparará toda la celebración.
“Son siete intervenciones externas que no están pegadas a la historia que sobre la paz se va a contar. Yo recuperé una serie de imágenes y de historias que recordaba de mi niñez. Fui al Goierri guipuzcoano, siempre supeditado a Donosti, y rescaté un par de pequeñas obsesiones de siempre que se localizaban en el pueblo de Zegama, a las faldas del Aizkorri. Es como una especie de pequeña revancha; ya que tenía que ser afuera me dije que tenía que ser un lugar bien remoto”.
En los años 70, colocaron una bomba al busto y salió volando. Se entregó la cabeza a la viuda de Tellería y se perdió el rastro
Así que, con estas premisas por bandera, su proyecto se desarrollará en una pequeña ermita de montaña donde se guarda una escultura inacabada. Allí, antiguamente paraba un tren para uso de cazadores y montañeros. “Una de mis propuestas para también localizar esa idea de lugar remoto es llegar allí y parece que hemos conseguido una pequeño convenio con Renfe que nos va a permitir que el tren que circula entre Madrid e Irún pare dos veces al día. Es un sitio muy lejano pero, paradójicamente, tendrá un acceso casi privilegiado”.
El artista cuenta que lo que le llamó la atención no es la ermita, que actualmente está en desuso, sino una pequeña escultura de madera que tiene tallada una figura de San José. El autor es Julio Beobide, en su momento famoso imaginero de Zumaia, muy virtuoso para la talla en madera.
Su historia es la siguiente: cuando le encargan el San José, su edad es avanzada. Empieza a tallar la pieza de madera pero la deja a medio acabar. El resultado es un tocho de madera del que sobresale una cara. El párroco que había encargado la obra entiende que algo hay que hacer para salvar la escultura no terminada y coloca un rótulo pegado a la cara en el que se lee en euskera y con grafía tradicional “San José, Beobide no te pudo terminar pero te terminamos nosotros con nuestros rezos”.
“Esa idea que no está ahí pero que está ahí dentro. Que hay que reimaginar para hacerla real; alguien que mira para hacer aparecer algo donde quiere que esté, me parece una forma que nos puede servir para hablar de la representación y de la imaginación”.
Ya tenemos una escultura, pero la tela de araña empieza a entretejerse con la segunda pieza que, en realidad, hace tiempo que no existe. Por las mismas fechas, también en Zegama se había construido un monumento que más tarde fue destruido. Era un busto dedicado a Juan Tellería, que alcanzó la fama por la composición de piezas populares, y por ser el compositor del Cara al sol.
Los problemas funcionales estéticos o formales de la escultura acaban produciendo un comportamiento simbólico que termina como un símbolo
“A finales de los 40 se levantó un monumento con su rostro y detrás una representación con un pentagrama con los acordes del himno que originalmente era un zortxiko que se llamaba Amanecer en Zegama. En los años 70, colocaron una bomba al busto y salió volando. Se entregó la cabeza a la viuda de Tellería y se perdió el rastro. No se tiene mucha noticia de qué pasó. Es un monumento que concita, en un momento histórico como muchos, variables de las que nadie quiere hablar pero que están ahí”.
La inauguración del monumento –prosigue el artista-- constituyó un acto casi de reivindicación dentro del régimen franquista de la vieja guardia. Estaba el lado falangista por el autor del Cara al sol y por suceder en Zegama y coincidir con el aniversario de la muerte de Zumalakarreg, enterrado en el lugar, y con su propio monumento.
Ello concitó una posible comunión entre falangistas y carlistas con ánimo de resistencia hacia un franquismo que derivaba hacia la tecnocracia del Opus y una idea más pragmática de la política que relegaba a esas dos facciones del Régimen.
Historia, arte, narración. Mendizabal se sumerge en una explicación artística para relatar su proyecto. Y, así explica que al desaparecer la pieza del homenaje a Tellería parte de su trabajo es “articular algunos de los elementos que configuraban aquel monumento. Lo que me interesa de siempre es cuál es la función simbólica de la escultura, capaz de generar esa especie de función ligadora en la sociedad. Qué es lo que hace que, en un momento, una serie de problemas funcionales estéticos o formales de la propia escultura acaban produciendo un comportamiento simbólico que termina como un símbolo”.
Volvemos a las esculturas. A la única que ha resistido el paso del tiempo, aunque inacabada. Es la talla de Beobide que posee una historia social diferente y en la que los ojos del espectador contemplan una idea de la escultura, también ingenua, pero opuesta y que esa idea de que San José está ahí dentro, dice Mendizabal.
Si nos entrenamos para ver qué sostiene una representación artística, nos estamos entrenando para saber qué sostiene un discurso político, histórico o ideológico
“Solo hay que hacer un desvelamiento de lo que ya existe, quitar lo que sobra para que la propia escultura ya esté allí. Esas dos formas de entender cómo se generan los símbolos me parecen interesante contraponiéndolas porque al hacerlo iban saliendo una serie de vectores externos que tienen que ver con las piezas. Lo que se iba cruzando, el componente histórico, político de la época iba complicando todo cada vez más”.
En la producción hay, pues, una interpretación escultórica de la pieza de Tellería y otra, de la pieza de Beobide. Pero, también, una serie de textos, que es algo que Mendizabal hace habitualmente para acompañar sus proyectos. “Una parte que no explica la obra sino que es capa más para complejizar la relación que tenemos con esas piezas. En este caso se solucionará con unos pequeños cuadernillos que estarán en la propia ermita pero que también podrán configurar una vida que vaya más allá del evento. Que circule como un libro fuera del contexto”.
Una ermita, la historia de dos esculturas fallidas, cada una a su manera y la parada temporal de un tren que permitirá a los visitantes acceder a un lugar a 35 minutos de San Sebastián. ¿Tendrán los visitantes idea de lo que están viendo, habrá alguien que les explique lo que ahora anticipa el artista o serán suficiente los textos de los libritos?
No se trata de explicar sino de intentar reconstruir una historia posible, no a través de los documentos, sino a través de un acceso estético
“Se trata de que la explicación sea una manera de activar una narrativa, de señalar una serie de cosas y hacerlas accesibles de una manera diferente. Lo que hace es construir una narrativa en torno a ello. La experiencia de estar allí y las respuestas en clave escultórica que propongo yo”.
“No se trata de explicar sino de intentar reconstruir una historia posible, no a través de los documentos, sino a través de un tipo de acceso diferente, que es el estético, el de descontextualizar las cosas, hacerlas conflictivas generar esa especie de resistencia a una interpretación convencional”.
Quiere Mendizabal resaltar que esa es la diferencia entre lo que hace un artista, incluso con datos históricos documentales o con una narración del pasado, en contraposición a un historiador o a un escritor. “Y eso es de lo que aún no podemos hablar, solo de lo que voy a hacer (aún está en proceso, la producción se abrirá en octubre) y es importante decirlo porque siempre hay una mediación en lo que los artistas hacemos y esa mediación suele necesitar de lo textual o de lo narrativo para poder comunicar estas cosas. Eso hace que siempre aparezca la propuesta estética supeditada a esa acción. Pero, es un efecto de la inmediación casi como un problema del proceso mismo. El proceso es más complejo porque lleva en paralelo la investigación de los hechos y una forma más compleja de trabajar con las formas”.
¿Le importa al artista la reacción de los visitantes? O dicho de otra manera, hay un discurso ideológico detrás de esta producción artística?
“Más que un discurso se trata de desvelar los mecanismos ideológicos que sostienen todo lo que ya sabemos de las cosas. No se trata de promover o promocionar un punto de vista ideológico. Me interesa muchísimo qué tipo de reacción va a generar lo que planteo pero me interesa con respecto a esa posición ideológica que uno ya sostiene desde antes”.
“Me gustaría que se visibilice que todo acceso a este tipo de narraciones, sobre todo las históricas y sobre todo las históricas en un contexto de conflicto, está siempre supeditado a un punto de vista ideológico. La ideología es lo que construye esa especie de acceso hegemónico a las cosas, lo que construye nuestra mirada sobre ellas. Y creo que el arte tiene una posición privilegiada para permitir visibilizar esos mecanismos por los cuales un tipo de acceso a esas narrativas se naturaliza o se convencionaliza. Una cosa que el arte puede hacer, precisamente porque trabaja con el material de la forma, es desvelar ese mecanismo por el cual una cosa se naturaliza, una cosa es así, siempre ha sido así porque no puede ser de otra manera. Intentar generar una resistencia a esa lectura feliz pegada a la convención es una de las cosas que hace el arte.
Los personajes que evoco tienen que ver con mitos de reconciliación ciertamente perversos
El artista se adentra en la narración y como si de un historiador se tratara, se detiene en la relación entre Beobide, Zuluaga y el dictador Franco. “En lo que atañe a mi participación, los personajes que evoco tienen que ver con cierta idea de reconciliación o peor aún con mitos de reconciliación ciertamente perversos. Uno es la figura de Beobide, un escultor de cierta fama y éxito como imaginero religioso, fundamentalmente, pero que también era un nacionalista vasco que tomó partido en la Guerra Civil y por lo tanto, después de la guerra, estuvo, de alguna manera, proscrito”.
“Beobide era amigo íntimo de Zuluaga, pintor oficial de la dictadura franquista y en sus antípodas políticas. Pero, mantuvo esa amistad siempre y hay una anécdota que a mí me gusta mucho y es la que también pone a funcionar todo esto. Franco visita a Zuluaga en su casa museo de Zumaia y en un momento, el general se fija en un crucifijo de madera que estaba colgado y le pregunta por el autor “necesito saber quién ha hecho este crucifijo porque este va a ser el que esté en el Valle de los Caídos”. Cuando él está pensando en el Valle de los caídos y se encuentra en Zumaia con ese crucifijo, inmediatamente, tiene la revelación de que ese debe ser el crucifijo que corone el altar. Zuluaga le explica “excelencia esto es un problema porque es una escultura de un amigo mío, Julio Beobide, pero no es afecto al régimen. Es un nacionalista vasco represaliado”.
“Y, va el generalísimo y responde “pues mejor aún porque el Valle tiene que ser un símbolo de hermanamiento y le viene mejor un enemigo”. Efectivamente, Zuluaga media, la leyenda dice que le tuvo que engañar a Beobide, contándole que era para unos clientes americanos, lo cual no es del todo cierto porque Beobide sabía para quién era y lo que iba a hacer”.
“Así que el Cristo del Valle de los Caídos es obra de Beobide, el mismo autor de la escultura del San José de Zegama. Pero había algo que me hacía pensar aún más en ese problema que teníamos con ese San José a medio sacar de ese tocho de madera. A la mitología franquista le gusta contar que le árbol de la sabina de la que Beobide talló ese Cristo, la eligió y la talló personalmente Franco”.
“Por muy ridículo que nos parezca Franco talando una sabina parece que es cierto que él eligió la sabina y vio que Cristo estaba dentro de esa sabina. Hay un paralelismo entre esa idea de que San José está dentro de un tocho con esa idea de epifanía de un generalito que entiende que ese Cristo que él busca está dentro de esa madera”.
“Por lo tanto había ahí algo que tenía que ver con esa condición del signo esa fe un poco mística de que el signo está ahí dentro, de que las cosas ya contienen dentro esa especie como de verdad. Pero, por otra parte, esa utilización de una narrativa aplicada a una urgencia ideológica en aquel momento que es la de generar un mito de reconciliación a través de esa figura de un artista desafecto y un régimen. Y, quizá en paralelo una historia posible que de alguna manera estará también presente en los textos que presento en esa relación entre el artista Beobide y el artista Zuluaga, siempre tan buenos amigos”.
Parece que llevamos toda una vida desde que llegó la paz
¿Cómo enlaza este azar histórico con el momento de paz que vive el País Vasco, sobre el que se vertebra la celebración? Responde el artista. “Son mitos construidos, al igual que la paz es una especie de consenso narrativo que se construye a través de una serie de representaciones. Y, el caso tan ingenuo de Beobide y el San José y el Cristo me parecía que era una buena idea. Hablar de esa manera de cómo se construyen esos mitos de reconciliación y era relevante traerlo al tiempo presente. No es ninguna arqueología por capricho. Hay serie de elementos en ese pasado que evocados desde el presente, nos hacen pensar que ahora también necesitamos generar esas representaciones de reconciliación. Pero, nos hace ver que siempre va a estar construido sobre esos relatos sometidos a un sesgo ideológico, necesariamente”.
“Plantear un tipo de lectura de esas representaciones que sostendrán ese relato en clave critica es una de las cosas que el arte de una manera compleja, no inmediata, pero de una manera privilegiada si puede hacer. Es el medio por el cual desvelar. Una forma de preguntarse qué hay detrás del arte o por qué es así”.
Y al referirse a la función del arte, el artista reconoce que una de las cuestiones que se pone en juego en este proyecto tiene que ver con la función del arte. Por algo evoca dos historias concretas en las que la función tiene que ver con lo simbólico, lo conmemorativo y lo monumental. “En una parte, desde lo religioso, pero también la de monumento y el arte es un mediador que lo que hace es señalar, conmemorar y simbolizar. El arte es eficaz cuando es capaz de generar estas vinculaciones. Convocando estos casos de eficacia casi funcional del arte, yo propongo una mirada sobre estos casos que nos trae la que para mí si es la función contemporánea del arte que es revisar todos estos materiales desde una mirada crítica, no desde los contenidos, sino desde la construcción de esas formas”.
¿Debe ser crítico el arte? “Una mirada crítica en cuanto a que nos hace ver qué es lo que soporta esa función monumental o esa función conmemorativa. Y esa mirada crítica es la que sirve de una manera más general para ver qué es lo que sostiene esas narraciones, no solo las artísticas sino en general. Si nos entrenamos a ver qué es lo que sostiene una representación artística, nos estamos entrenando quizá también para ver qué es lo que sostiene un discurso político o un discurso histórico o ideológico”.
El arte por definición tiene que ser crítico, pero por la herramienta. La técnica del arte es la mirada crítica, analítica sobre todo lo que damos por hecho
“Esa idea de que hay un proceso critico dentro del arte contemporáneo que puede buscar general analogías que nos son políticamente válidas porque nos enseñan a ver lo que construye esas certezas, lo que construye esas convenciones que son las que se supone consensuamos”.
“El arte por definición tiene que ser crítico, pero por la herramienta. La técnica del arte es la mirada crítica, analítica sobre qué es lo que sostiene todo lo que damos por hecho, lo que naturalizamos. El arte es trabajar al revés es desnaturalizar: hacer que aquello que sabemos nos aparezca como si no lo supiéramos”.
¿Entenderá el público todo esto o será irrelevante? ¿Lo importante es sentir, percibir? “Se trata de que el mecanismo sea eficaz. No hay que entenderlo siempre para que sea eficaz. Casi nadie que está convencido de entender perfectamente el cuadro de Velázquez, que estará en esta exposición, entenderá porqué históricamente funciona tan bien ese cuadro y sin embargo, funciona. La mirada desprejuiciada que le otorga ese valor para que se pueda disfrutar directamente de una obra de arte ya canónica es lo que deberíamos pedir para las obras que no lo son.
La complicidad que no está ahí, porque no está consensuada históricamente, es la que uno tiene que aportar por sí mismo como una especie de mirada desprejuiciada en esa especie de aceptación de la aventura que siempre te interpelen desde la complejidad y no desde la convención. Porque lo último que debería querer un espectador es que se le trate con condescendencia esa es la diferencia entre el arte que puede generar una diferencia y el que no. El precio pasa necesariamente porque no te traten como a un niño porque te inviten a una aventura en la que tienes que poner de tu parte. Porque es una aventura compleja en lugar de banal”.
La paz a través de la historia del arte
Asier Mendizabal es uno de los siete artistas contemporáneos cuya producción sobre episodios históricos se desplegará en 10 localidades alejadas de San Sebastián en torno al proyecto Afueras.
La iniciativa junto a la exposición central 1516-2016 conforma el programa Tratado de paz. Más de 400 propuestas culturas de 21 museos dirigidas a todos los públicos con un objetivo: difundir valores de paz y convivencia en un escenario vasco en el que la sociedad ha dejado atrás décadas de violencia y terror para recorrer la senda de la conciliación y la paz. La ciudadanía vasca camina hacia la resolución de sus problemas por las vías del diálogo. La convivencia es una ambición real en una Euskadi normalizada pero cada día más difícil en la Europa donde se levantan fronteras.
Tratado de paz es el proyecto más ambicioso de San Sebastián 2016, Capital Europea de la Cultura, y articula exposiciones, laboratorios, publicaciones y formatos en torno a la paz. El comisario-curador es Pedro G. Romero quien ha explicado que el proyecto no busca explorar, una vez más, la Guerra y de la Paz, sino atender a la paz, a las formas y representaciones complejas que la paz ha atravesado históricamente: sea entendida como Pax imperial, sea como expresión de Victoria, sea como proceso.
Goya, Rubens, Murillo y Ribera, Picasso, Le Corbusier o Maruja Mallo. Elena Asins, Alice Creischer y Nancy Spero o las fotografías de Sophie Ristelhueber. Un acontecimiento cultural que se inaugura el día 17 de junio por los Reyes de España y el 18 pretende convertir Donostia en una fiesta.
El programa aborda las representaciones de la paz en la historia del arte, la cultura y el derecho. Su centro expositivo será la capital guipuzcoana entre el Museo San Telmo y el Centro Cultural Koldo Mitxelena. Pero, se desplegará en más de diez localidades: desde Bilbao hasta Bayona; desde Alzuza hasta Vitoria.
Las obras provienen de 21 museos internacionales que aluden a la paz, los tratados y acuerdos, la desmilitarización, la ausencia de guerra y la no violencia. El Museo del Louvre, Centre Pompidou, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo Nacional del Prado, el Museo de Bellas Artes de Bilbao o Artium, Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo son algunos de los que colaboradores.
Entre las obras que se expondrán están Cabeza llorando y Cabeza de mujer llorando con pañuelo de Picasso, ambas composiciones realizadas por el artista una vez concluido el Guernica, pero ligadas formal y conceptualmente al cuadro en recuerdo del bombardeo.
Combate de mujeres de José de Ribera, Muchachos jugando a soldados de Francisco de Goya y Lucientes, La conversión de San Pablo de Murillo, Hércules lucha con el león de Nemea de Zurbarán o Felipe II a caballo de Rubens son otras de las que se podrán contemplar.
Museos vascos también han cedido algunas de sus obras, como Duke: King of the Hill de Del LaGrace Volcano. El cartel Pomozte baskickym detem! (¡Ayuda a los niños vascos!) de Oskar Kokoschka. En 1937, este artista de origen austriaco realizó este cartel que fue expuesto en varias localidades de Bohemia y sirvió de anuncio para una campaña de acogida a los niños vascos víctimas del bombardeo de Gernika. Cuenta Kokoschka en sus memorias que el cartel era arrancado de las paredes por la policía de Praga y vuelto a colocar por la noche por colaboradores jóvenes defensores de la iniciativa.
Además, la exposición contará con obras de artistas vascos como Ezpatadantzaris de Aurelio Arteta o Figura comprendiendo políticamente de Jorge Oteiza. La obra La urraca sobre el cadalso de Pieter Brueghel tiene una especial relevancia por representar las formas complejas que ha atravesado la paz.
Un recuerdo infantil. Una obsesión por dos piezas escultóricas que una vez coexistieron en Zegama, pueblo guipuzcoano a las faldas del monte Aizkorri, el pico más alto del País Vasco. La fallida función monumental de una de ellas al ser destruida por una bomba se reescribe y la función espiritual...
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Isabel Camacho
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