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Un grupo de refugiados y voluntarios durante la final de la Eurocopa del domingo 10 en el puerto del Pireo de Atenas
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Una sábana hace de pantalla. Trozos de cinta americana fijan a la pared de un box de duchas el trozo de tela que transporta a París a unas cincuenta personas desde el ateniense puerto del Pireo. La mayoría son refugiados, inmigrantes. Personas que pasan sus noches y sus días acampados en la puerta 1, entre los cruceros que diariamente llegan a la capital griega, a la espera de un permiso para vivir en libertad en Europa. Actualmente viven allí 1.800. Hace dos meses eran más del doble.
“I am really really angry”. El enfado de Ahmad, afgano, 14 años y fanático del Real Madrid, no responde en estos momentos a su complicada situación. Tampoco a que los problemas con la conexión wifi hagan que la sábana sea a poco de concluir la primera parte de la final de la Eurocopa entre Francia y Portugal solo eso, una sábana blanca, sin imagen que reflejar desde el proyector. Ni siquiera a que no sea la Gales de su amado Gareth Bale la que dispute la final, apartada por los portugueses que esta noche anima. Se debe a que Dimitri Payet, jugador de la selección francesa, ha retirado prematuramente a Cristiano Ronaldo. A falta de Bale, Portugal era su favorito y sin su estrella lo ve imposible.
Los congregados a la entrada del campamento revoloteaban alrededor de los afortunados con wifi o Internet en el móvil. Un buen grupo se aglutina en torno al móvil de uno de ellos, que ha conectado con el partido. “Francia 1 - Portugal 0”, dice un joven sonriente al pasar, para desconsuelo del ya afligido Ahmad. Al poco, la conexión vuelve. El partido está en el descanso, pero la esperanza de ver lo que queda devuelve a los espectadores a sus gradas de asfalto y plásticos. Tres jóvenes se han subido a un container en el que una ONG que trabaja en el puerto almacena material. Durante el día son los niños los que desafían al sentido común desde lo alto. Ahora se conforman con pasar de vez en cuando por delante de la pantalla. Su presencia solo es advertida cuando sus carreras les llevan cerca del proyector. Los jugadores vuelven al campo. Segunda parte. El 1-0 era un malicioso bulo. Aún hay esperanza para Portugal.
Las ocasiones revelan los apoyos de cada selección. Solo parece ir con Francia un grupito de jóvenes argelinos. Preguntados durante la semana por sus afinidades, justificaban su simpatía ante Alemania porque era el débil de la contienda. En la final la mantienen, aunque la excusa les caducó. Jalean con guasa cada intento del rubio Griezmann, 7 de Francia. Son minoría. Portugal es el chico en la fiesta del fútbol europeo, y se lleva los favoritismos de los que no son invitados en Europa.
Cuando el balón se estrella en el poste derecho de Rui Patricio y se pasea por el área sin que ningún francés lo acompañe a gol, el puerto contiene la respiración. Habrá prórroga. Ajenos al partido, varios grupos pasan la noche a la orilla del muelle. Algunos no sabían que la conexión volvió y agradecen la información. El container, gallinero con vista privilegiada, recibe la visita de más aficionados. Abajo, un hombre con el carrito en el que lleva a su hijo se suma al partido. La suave brisa en la ya madrugada del puerto hace olvidar el azote del sol horas antes. Impensable imaginar una escena parecida entonces.
El ‘uy’ es sonoro cuando Portugal estrella el balón en el poste en un lanzamiento de falta. El frente argelino intercambia miradas nerviosas. Sonríen, divertidos, ante el gol que esquivaron. Lamentan en silencio, o al menos no se les logra oír, el que llega, este sí, segundos después. Eder, delantero suplente portugués, anota de disparo cruzado. Jolgorio general. En el container, mayoría siria, un muchacho se levanta y vocifera enardecido en árabe. Menciona la palabra ‘Francia’. No es La Marsellesa. Cuando restan unos minutos para que acabe la final, Samim, un chico afgano de poco más de veinte años, cuenta que entre seis amigos han apostado en Afganistán por los portugueses. “¡Vamos a ser los más ricos del país!”, bromea. “Gana Portugal, gana Afganistán”. Ha ganado el débil. El domingo de los no invitados acaba, al menos, en final feliz.
Una sábana hace de pantalla. Trozos de cinta americana fijan a la pared de un box de duchas el trozo de tela que transporta a París a unas cincuenta personas desde el ateniense puerto del Pireo. La mayoría son refugiados, inmigrantes. Personas que pasan sus noches y sus días acampados en la puerta 1,...
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