Sin Panenka, ni Van Basten, ni Xavi
Emilio Muñoz 6/07/2016
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Nadie hablará de esta Eurocopa cuando haya muerto. Dentro de unos años, cuando la memoria se nos agujeree, al recordar esta cita nadie será capaz de dibujar con palabras un penalti como el de Panenka, un gol de volea como el de Van Basten, una jugada de Xavi de esas que se utilizan como arma arrojadiza en los debates entre “cuñaos” elevándola a unidad de medida perfecta para glosar el valor futbolístico de un lance. Se recordará, si acaso y con dificultad, al combinado ganador, pero si no cambian las cosas mucho en los partidos que quedan, la selección victoriosa dejará una huella perfectamente borrable en la orilla del mar de una competición que ha traspasado en demasiadas ocasiones el umbral de la pobreza balompédica. Demasiado miedo a perder. Demasiadas tandas de penaltis. Demasiado poco atrevimiento. Demasiados demasiados, que suelen ser síntoma de exceso de carencias.
Los profetas del planeta fútbol lo avisaron. Ensanchar el torneo hasta los veinticuatro contendientes podría llegar a suponer una excesiva y peligrosa democratización de la reunión que la vieja Europa organiza cada cuatro años para elegir campeón sobre el césped. Se equivocaron. Ha sido la rancia aristocracia quien está defraudando. A una Holanda que no fue capaz de sacar el baratísimo billete al evento se le debe añadir el eterno aislamiento, Brexit o no mediante, inglés. Sumen ustedes a esa ecuación el esperado fallecimiento del tiqui taca español, la racanería portuguesa, el enésimo tropiezo de una Italia de la que ilusionaba su apuesta y la ya viejísima bisoñez belga y tendrán un retrato robot bastante aproximado de los sospechosos. Solamente Francia, con Payet y Griezmann nadando a contracorriente del exceso de músculo que enamora a su entrenador, y Alemania, con pasajes que recuerdan más al conjunto que predicaba la victoria por aplastamiento que al del virtuoso toque vacuo importado de aquella España que ya no se parece en nada a la actual, pueden permitirse mirar su trayectoria sin sonrojo.
Las mejores noticias vienen de la clase turista. La frescura de una Gales que es mucho más que Bale, pese a lo que se ha vendido por la prensa interesada en vender el muñeco. La dignidad de Albania. La esponjosa rocosidad de Polonia. El contagioso entusiasmo de las Irlandas, dentro y fuera del campo. Las diferentes caras, casi todas buenas, de Croacia. Los adorables pantalones del chándal del portero húngaro. El maravilloso cuento de la Cenicienta protagonizado por Islandia, un país con más o menos la población de la ciudad de Alicante, sin contar con los veraneantes ni los que se acercan a saltar las hogueras de San Juan. Sin ellos, la competición hubiera rozado la chabacanería futbolística más absoluta.
Cuando el domingo parta la comitiva fúnebre que eche el cierre a esta Eurocopa, la despediremos sin nostalgia. Agitaremos el pañuelo sin tristeza, pensando en otra cosa, quizás en la pretemporada que se nos viene encima. Casi inmediatamente, habremos olvidado sin esfuerzo casi todo lo ocurrido durante este mes. Se comprenderá entonces eso de que nadie vuelva a hablar de ella una vez muerta. Quizás en estos tiempos de fútbol de usar y tirar sea la mejor opción. Siempre nos quedará Islandia.
Nadie hablará de esta Eurocopa cuando haya muerto. Dentro de unos años, cuando la memoria se nos agujeree, al recordar esta cita nadie será capaz de dibujar con palabras un penalti como el de Panenka, un gol de volea como el de Van Basten, una jugada de Xavi de esas que se utilizan como arma arrojadiza en los...
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Emilio Muñoz
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