Curso nuevo, vicio viejo. Vuelve al tajo Simeone, el jefe. Vuelve para redoblar esfuerzos en su hercúlea tarea de convencer al prójimo de que nunca hay que dejar de creer, ahora más que nunca, cuando algunos, zaheridos por la amargura de Milán, han amenazado con dejar de creer. Vuelve El Cholo y regresa, como cada temporada, sin un 9. Sin ese arma que ha exigido, sin desmayo, a una directiva que haría bien en escuchar a la única autoridad moral que reconoce el Calderón. Primero, porque lo barato sale caro. Y segundo, porque Simeone les ha llenado los bolsillos con el dinero de la Champions,  les ha llenado el campo de almas y, de propina, les ha llenado las vitrinas de títulos. No se trata de que el Atlético gaste lo que no tiene, se hipoteque o compre por comprar. Se trata de asumir y procesar que el estatus del club ha cambiado y que sus exigencias deportivas pasan por negociar como lo que es: el subcampeón de Europa. Desde ese prisma, es incomprensible que, un verano más, Simeone haya vuelto sin tener disponible a su 9 desde el primer día de trabajo.

Más allá de la inflación del mercado, de los altos sueldos de los goleadores, de las dificultades lógicas de cualquier negociación o de la posibilidad de que el delantero llegue antes de la gira veraniega, el tema del 9 sólo puede entenderse desde dos ópticas radicalmente opuestas: o la directiva se está moviendo de manera impecable, manejando los tiempos con discreción y sin filtrar el nombre del verdadero objetivo; o por el contrario, la directiva está disparando a todo lo que se mueve, de manera indiscriminada y presentando ofertas a tres y cuatro bandas, demostrando ansiedad por comprar, en una postura que le hace vulnerable en cualquier negociación. En los medios, la lista de candidatos crece cada día. Desde los más creíbles a los más disparatados. De Higuaín, Cavani, Lukaku, Milik y Aubameyang, hasta Bacca, Lucas Pérez, Origi o Benteke, pasando por Mario Gómez, Icardi, Gameiro y hasta finalizar en Morata.

Entre todos esos hipotéticos refuerzos, asoma Diego Costa. Delantero, macarra y goleador. El tipo que se arrepintió de irse del Atlético cinco minutos después de cerrar la puerta, que echa de menos la que siempre fue su casa y que sigue en permanente contacto con el Cholo y sus jugadores. Cuenta mi enano infiltrado –copyright Azuara– que el Atlético espera un gesto inequívoco de Costa, un guiño público o incluso que pida el ‘transfer request’ para forzar una negociación entre clubes. Nada de eso se ha producido hasta ahora. Hay quien dice que la directiva tiene la esperanza de que, con el paso de los días, el Cholo acabe ablandándose y ceda, siendo persuadido de que debe dar el visto bueno al delantero que logre fichar el club, aunque no sea su primera opción. También hay quien dice que esta vez el entrenador será inflexible y que, si no llega el delantero que quiere,  mandará un serio aviso a navegantes. Luego está el sentido común y, sobre todas las cosas, la experiencia que dicta la historia de las últimas décadas. Esa que indica que en el Atlético, para poder comprar, antes hay que vender.