El Hacha
España, El Sabio y El Marqués
Pasase lo que pasase en Francia, Vicente sabía, como en su día Luis, que el toro que le había de matar ya estaba en la dehesa. Si ganaba, mérito de los jugadores. Si caía, la culpa sería de 'El Marqués'
Rubén Uría 29/06/2016

Luis Aragonés
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Luis, piñata nacional del periodismo hasta conformar un equipo perfecto, y Vicente, que profundizó en ese modelo de perfección y ahora es el saco de los golpes porque se ha dejado de enamorar y de ganar, han tenido vidas paralelas como seleccionadores. En ambos casos, la conclusión es devastadora: demasiados reproches para tanta gloria. Luis recibió jarabe de palo hasta que ganó. Entonces pasó de ser un anciano desagradable con aire de paleto resabiado a ser un mito, una leyenda, una suerte de inventor del fútbol, El Sabio. Vicente fue el hombre bueno, el ejemplo de quien no presume de valores sino que los tiene y el segundo padre de todos mientras ganó, pasando a ser un desecho de tienta, un técnico de Regional y un absoluto incompetente cuando la pelotita dejó de entrar. Al margen de la memoria selectiva, conviene recapitular el trato dispensado a ambos. Hijos de los resultados, son vidas paralelas en cuanto a los afectos y desafectos de hinchas y periodistas. incluso vasos comunicantes, al punto que los que asesinaban la reputación de Luis, dueño de la piedra filosofal que parió esta España, son los mismos que ahora despotrican sobre Vicente, cuyo pecado consistió en dar continuidad a la obra bien hecha. Luis diseñó una España brillante y puso a la selección en el mapa acabando con los complejos y ganando una Eurocopa. Acto seguido, Vicente administró ese legado con sabiduría y amplió la hegemonía con un Mundial y una Eurocopa. Fácil de decir, difícil de hacer. Más allá de palmeros y críticos, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Luis fue Luis. Y Vicente, Vicente. Y cada uno, en su estilo, se ganó, por derecho propio, un lugar en la memoria de un deporte que presume de no tenerla.
Hoy que la herida aún sangra, hoy que parece prohibido recordar la saña con la que se azotó a Luis, que sobran manos para azotar al seleccionador actual en plaza pública. En primer lugar, porque siempre ha sobrevolado en torno a su figura una leyenda negra, tan popular como indemostrable, que reza que Vicente ha destrozado el equipo maravilloso que dejó Aragonés, como si ganar un Mundial y otra Eurocopa fuese algo sencillo, fácil de hacer a control remoto. Del Bosque, con sus múltiples errores y aciertos, más allá de filias y fobias, no es ni santo, ni mártir. Es un entrenador solvente, un seleccionador sobresaliente y una persona matrícula de honor. Menos líder que Luis, pero más gestor que Luis. Alguien que ha dirigido a España con maestría y sin estridencias, conquistando éxitos y levantando admiración sin ruido y con una mano izquierda tan criticada como necesaria y precisa. En los días felices, cuando hablar de España era vivir en un mundo color de rosa plagado de unicornios, Vicente fue marqués y sus odiadores profesionales, que elevan la anécdota a categoría, usaron su título como un ariete para desprestigiarle. Si ganaba España, eran los jugadores. Si perdía España, era El Marqués.
Más allá del caldo de cultivo del odio y la falta de respeto, moneda de uso corriente en este país, el problema llegó cuando España tuvo que enfrentarse al desafío más complicado que existe: volver a ganar después de haberlo ganado todo. Un reto demasiado complicado, para Del Bosque, para el difunto Luis, para Guardiola o incluso para Brian Clough si hubiese resucitado. El fútbol de España había sido tan exquisito que muchos, en su ignorancia más supina, pretendieron que esa excelencia fuese una rutina. De tal guisa que lo extraordinario, jugar bien y ganar siempre, pasó a ser una cadena perpetua, una obligación para los que se arrogaban los títulos y éxitos de un equipo al que exigían la perfección en cada partido, fuese amistoso u oficial. Un mal de altura. Todo se pudrió cuando, con la barriga repleta de títulos, España pasó de enamorar a empalagar. Y partido a partido, amistoso a amistoso, fuese rival menor o adversario de caza mayor, España acabó entregándose al halago gratuito, hasta rebajar sus exigencias mientras se recostaba en sus conquistas.
Ni Del Bosque, al que incluso sus enemigos consideran un gestor de grupos intachable, pudo evitar que la selección acabase muriendo de éxito. El fracaso de Brasil, unido a la pérdida irreparable de leyendas del calibre de Xavi, Puyol, Torres o Alonso, fue una pista reveladora de lo que estaba por venir. Urgía una transición. Vicente la quiso dulce y sus detractores, amarga. Su lista, controvertida, invitó al reproche. No hacia el seleccionador, sino hacia sus elecciones. Hubo presencias escasamente justificables y notables ausencias. Demasiados pactos para gobernar. Incluso para un hombre de espíritu conciliador. Para los optimistas, fue una lista demasiado política. Para los pesimistas, una cargada de hipotecas. Pasase lo que pasase en Francia, Vicente sabía, como en su día Luis, que el toro que le había de matar ya estaba en la dehesa. Si ganaba, mérito de los jugadores. Si caía, la culpa sería de El Marqués. Así fue. Se usó el pasado como sofá y no como trampolín, y del fuego de la España triunfal apenas quedaban rescoldos. Mucho humo, pocas brasas. Con buenas intenciones, pero menos nivel y la misma exigencia, España ni siquiera se acercó a su potencial. Y cayó, a plomo, ante una selección con menos talento pero más equipo. Ley de vida. Ley de fútbol. A Luis, con sus errores y aciertos, respeto eterno. A Vicente, con sus éxitos y fracasos, admiración hasta el fin de los días. Adiós y gracias.
Luis, piñata nacional del periodismo hasta conformar un equipo perfecto, y Vicente, que profundizó en ese modelo de perfección y ahora es el saco de los golpes porque se ha dejado de enamorar y de ganar, han tenido vidas paralelas como seleccionadores. En ambos casos, la conclusión es devastadora:...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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