Adam Hochschild / HISTORIADOR
“Es muy difícil encontrar a un superviviente de la Brigada Lincoln que se arrepienta de haber luchado por la República”
Álvaro Guzmán Bastida Traducción: Adriana M. Andrade 17/07/2016
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Adam Hochschild (Nueva York, 1942) está interesado en los eventos históricos que producen personajes épicos y extraordinarios. Reputado historiador estadounidense y cofundador de la revista Mother Jones, Hochschild ha escrito sobre la explotación genocida del Congo a manos del rey Leopoldo III y sobre la improbable hazaña que enfrentaron los valientes opositores del monarca belga, así como sobre los dilemas de los pacifistas y belicosos héroes de la Primera Guerra Mundial, y los primeros abolicionistas ingleses en el siglo XVIII. Ahora se acerca a la guerra civil española y produce Spain in Our Hearts: Americans in the Spanish Civil War, 1936–1939, un fascinante trabajo sobre los voluntarios norteamericanos que lucharon junto al ejército republicano durante la Guerra Civil.
Para el título de su libro, Hochschild toma prestada la cita de Albert Camus: “Los hombres de mi generación tenemos a España en el corazón”. “Allí aprendieron que… uno puede tener razón y aun así ser golpeado, que algunas veces el coraje no tiene recompensa”. Hochschild habla con CTXT sobre lo que motivó a tres mil norteamericanos a atravesar el océano y arriesgar sus vidas para luchar con el bando republicano, cómo los periodistas que cubrieron la guerra se convirtieron en partisanos del conflicto, y sobre el insólito aliado de Franco: el gigante petrolero americano Texaco.
El tema de su último libro son los miles de norteamericanos que viajaron a España para combatir al lado de la Segunda República durante la Guerra Civil. ¿Quiénes eran y qué les motivaba?
Eran 2.800. Llegaron de todas las facetas de la vida americana. Estaba el hijo del antiguo gobernador de Ohio, el hijo del antiguo alcalde de Los Ángeles, un acróbata de vaudeville, profesores, estudiantes, estibadores, obreros… Había una desproporción a favor de los judíos, entre un tercio y la mitad. También había una desproporción de gente de la ciudad de Nueva York. Muchos de ellos eran sindicalistas y organizadores de sindicatos. La mayoría eran miembros o simpatizantes del Partido Comunista. Lo que más les motivaba era que la mayor amenaza mundial en ese momento era el auge del fascismo. El escritor francés André Malraux dijo: “El fascismo ha extendido sus grandes alas negras sobre Europa”. Claramente millones de americanos sintieron lo mismo.
¿Diría que fue la ideología lo que les unió o había también un cierto espíritu “aventurero”?
Obviamente la ideología era un gran factor. El sentimiento de que había peligros inmensos que enfrentaban al mundo y el fascismo. Como he dicho, la mayoría de ellos eran comunistas o simpatizantes, pero no iban a luchar por la Unión Soviética. Iban a luchar por la República de España, que de ninguna manera era un país comunista. Creo que siempre hay un deseo de aventura y una oportunidad de heroísmo cuando se va a la guerra. Tristemente este era un motivo para algunos. Como en casi todas las guerras, creo que la gente pensaba que sería más corta de lo que acabó siendo. Y también esperaban una victoria rápida.
Escribe que murieron muchos más brigadistas Lincoln que otros combatientes americanos en cualquier lugar en el siglo XX, y que también murieron en mayor escala que los españoles durante la Guerra Civil. ¿Por qué sucedió eso?
Los brigadistas internacionales murieron tres veces más que los combatientes del ejército republicano. Ellos eran las tropas de asalto --que se usan en las batallas clave de la guerra, normalmente para lanzar el ataque--. Estaban en el frente cuando el ejército republicano era atacado. Había dos razones para esto – al contrario que los soldados del ejército republicano, éstos eran voluntarios--. Alguno de ellos tenía experiencia militar, y esto generalmente no era así entre los reclutas del bando republicano.
Menciona que una alta proporción, una mayoría, era judía. ¿Qué les motivó a ellos?
Bueno, hay un voluntario norteamericano al que cito en mi libro, Maury Colow, que después de la guerra dijo: “Para nosotros nunca era Franco, siempre era Hitler”. La guerra empezó en el 36, Hitler había tomado el poder en 1933 y lo había hecho diciendo cosas horribles sobre los judíos. Nadie se imaginó que algo tan espantoso como el Holocausto pudiese suceder, pero estaba claro que era un régimen que se fundaba en el antisemitismo. Algo que solemos olvidar es que en este tiempo, a mediados de y en los últimos años treinta, la mayoría de Europa del Este estaba bajo regímenes de extrema derecha, casi siempre con un fuerte tinte antisemita.
Otro de los personajes del libro es una mujer de 19 años que estaba en España de luna de miel y acabó quedándose mucho más tiempo del que esperaba. ¿Quién era y qué le hizo permanecer en España?
Me encantó descubrirla. Se llama Lois Orr. Había sido estudiante de la Universidad de Louisville, en Kentucky. A principios del 36 se había casado con Charles Orr, un profesor de Económicas en la universidad. Él era mayor que ella. Habían ido a Europa de luna de miel. Estaban muy politizados. Eran de izquierdas, pero muy antiestalinistas. Eran simpatizantes del ala izquierda del Partido Socialista de Estados Unidos. Planearon una luna de miel extremadamente política. Querían ver de primera mano la Alemania nazi. Querían ir a India y ver los efectos del colonialismo de primera mano. Estaban viajando por Francia y Alemania cuando se enteraron del intento del golpe militar en España, del levantamiento nacional. Les fascinaba el nudo de la asombrosa revolución social que se desarrolló sobre todo en el noreste español, donde los trabajadores tomaban las fábricas; los campesinos, las haciendas, y los conductores de locomotoras, los sistemas de ferrocarriles.
Lois, que era la chispa de la pareja, le dijo a su algo mayor y algo aburrido marido: “¡Tenemos que ir ahí!”. Hicieron autostop hasta la frontera española y la cruzaron a mediados de septiembre de 1936, dos meses después de que la guerra empezara, y vivieron y trabajaron los siguientes diez meses en Barcelona. No eran los únicos que estaban fascinados y tenían esperanza en la Revolución de Asturias. Había miles de jóvenes idealistas de todo el mundo que fueron allí. Uno de ellos era un refugiado político alemán de 23 años que se llamaba Clayton Young, y que sería, tres décadas más tarde, ministro de la República Federal Alemana.
Lois le escribió al ministro una estupenda serie de cartas, y más tarde unas memorias de aquel tiempo, describiéndole lo que había visto. Desafortunadamente, no se publicaron hasta mucho después de su muerte. Me fascinó el hecho de que muchos periodistas que estaban allí tuvieran tan poco interés en lo que estaba pasando en el noreste. Raramente escribieron sobre ello.
Los periodistas norteamericanos que cubrieron la guerra son una gran parte de su libro. Pocos de ellos parecían someterse a las convenciones del periodismo americano que dictaba que el reportero debía ser – o al menos parecer-- neutral. ¿Por qué? ¿Eran una raza especial de periodistas? ¿Era la guerra un momento excepcional también para ellos?
Es curioso, tiene razón. En España, casi cualquier pretensión de objetividad quedó descartada. Herbert Matthews, el corresponsal del New York Times en el bando republicano y su homólogo en el New York Herald Tribune, Vincent Sheean, mandaron telegramas desde el campo de batalla en España al presidente Roosevelt urgiéndole a enviar armamento aéreo para que los republicanos no perdiesen. Nunca se ha visto a periodistas que hagan algo así hoy en día. Creo que se dejaron llevar por el momento, por la excitación de cubrir una guerra, por aquella tragedia. Esto les pasó a muchos periodistas que estuvieron allí. Ernest Hemingway, por supuesto, era el periodista más famoso y era un descarado partidario de la República. William Carner, el corresponsal del New York Times en el bando nacional, era un seguidor absoluto de Franco y los nacionalistas y años después de jubilarse encontró trabajo como propagandista de la España del dictador en Estados Unidos.
También escribe sobre un hombre de Nueva Orleans cuyo abuelo había sido dueño de esclavos. Y al mismo tiempo, un hombre negro que lideró una unidad de combatientes americanos en la Brigada Lincoln. ¿Hasta qué punto fue la guerra una oportunidad para algunos combatientes de encarnar los ideales políticos que les habría gustado ver en Estados Unidos?
Creo que era una oportunidad. Combatir el legado de la esclavitud, la vida americana extremadamente segregada en ese momento, era algo muy importante. Esta era la primera vez que americanos negros y blancos servían juntos en unidades militares y sí, en un momento dado la Brigada Lincoln tuvo un comandante negro, seguro que es la primera vez que pasó algo así entre las fuerzas armadas americanas y solo sucedería en el ejército americano años más tarde.
El Gobierno de EEUU se mantuvo neutral durante la guerra. Otro de los personajes de su libro, Torkild Rieber, el director ejecutivo de Texaco, no se mantuvo tan neutral, ¿no? Hizo negocios con Franco para suministrar combustible a su bando. ¿En qué consistió ese acuerdo?
Los libros de historia dicen que Estados Unidos fue neutral en la guerra. Pero una compañía americana, Texaco, suministró al general Franco mucho petróleo durante el conflicto. Quise saber más sobre Torkild Rieber, el jefe de Texaco y un personaje peculiar, muy de derechas. Le gustaban los hombres duros, los dictadores, ya fuese Hitler, Mussolini, Franco o más tarde el Sha de Persia. Antes del comienzo de la guerra, Texaco tenía un contrato para suministrar petróleo a la Compañía Nacional de Petróleo de la República, pero tan pronto como la guerra empezó Rieber cambió de bando y ordenó a las instalaciones de Texaco dejar de vender petróleo a la República. Decidió hacer negocios con Franco vendiéndole petróleo con un gran descuento. Se lo vendió a crédito, lo que era una violación de la ley americana, transportando el petróleo a España en barcos americanos, petroleros de Texaco, lo que era otra violación de la ley. Suministró al bando nacional una gran cantidad de información de los servicios de inteligencia, porque al ser una multinacional petrolera, Texaco poseía muelles de carga, instalaciones y puertos en todo el mundo. En todos estos sitios se dieron instrucciones que decían “envíen información de inteligencia sobre los suministros de petróleo para la República”. Y esta información se la pasó Texaco al mando nacional. La información contribuyó al hundimiento o captura de al menos uno o dos petroleros de la República. Esto lo ha descubierto el investigador español Guillem Martínez Molinos en los últimos años, quien muy generosamente ha compartido los documentos conmigo. Sus descubrimientos son extraordinarios.
Texaco también estaba cerca de los nazis, ¿no? ¿Qué hizo Rieber tras la Guerra Civil?
No tuvo ningún problema por suministrar petróleo a Franco. El Departamento de Justicia americano le multó levemente, básicamente la Administración de Roosevelt no quería tener nada que ver con España, ni siquiera procesar a Rieber por violar la ley americana. En 1940, después de que la Guerra Civil acabase, Estados Unidos seguía haciendo negocios con la Alemania nazi. Rieber era propenso a contratar nazis. Resultó que un alemán que trabajaba en Texaco en Estados Unidos compartía información de inteligencia con un alemán que trabajaba para Texaco en Berlín. Los servicios de inteligencia ingleses descubrieron algo de esto, probablemente poniendo la oreja en el cable transatlántico. Filtraron la historia al New York Herald Tribune y forzaron a Rieber a dimitir. Pero recibió una gran indemnización de Texaco. Tuvo suerte porque Franco le nombró lobbista jefe en Estados Unidos del monopolio petrolero de los nacionales.
En el libro hace una pregunta retórica, si no le importa se la voy a hacer a usted, como no retórica: “¿Qué aprendieron los Lincolns de ellos mismos, de la guerra y del país que decidieron defender y del que se habían ido? ¿Se arrepintieron?”.
Es muy difícil encontrar a un Lincoln que sobreviviese y dijese que se arrepentía de haber luchado para la República, incluso aunque hubiese distintas vías políticas. Creo que todos saben que aquella guerra, como casi todas las guerras, no salió de la manera que esperaban. La victoria no fue rápida. La guerra no fue ni gloriosa ni romántica. Lucharon en condiciones lamentables. Las armas que se les dio nunca fueron tan buenas como las del bando nacional.
Pero al mismo tiempo, parece que los ciudadanos de la República les recibieron calurosamente, estaban muy sorprendidos y emocionados porque aquellos jóvenes hubieran cruzado el océano para luchar por ellos. Años después, en el 50 y 60 aniversario del inicio de la guerra, fueron homenajeados con enorme fervor por la gente en España, incluso la policía tuvo que contener a las masas en la estación de tren de Barcelona. Así que creo que sintieron que habían hecho una cosa buena. El hecho de que España sea hoy, con todos sus problemas, una democracia, significa, en cierto modo, que ellos ganaron la guerra, pero muchos años después.
Adam Hochschild (Nueva York, 1942) está interesado en los eventos históricos que producen personajes épicos y extraordinarios. Reputado historiador estadounidense y cofundador de la revista Mother Jones, Hochschild ha escrito sobre la explotación genocida del Congo a manos del rey Leopoldo...
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Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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Traducción: Adriana M. Andrade
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