Ciclismo a distancia
El Tour del aburrimiento
Se habla de desgaste o de que no había fuerzas para atacar, pero nunca tantos corredores coronaron los puertos más duros en grupo o con diferencias tan despreciables
Sergio Palomonte 26/07/2016
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Chris Froome tuvo que acelerar dos veces en el Tour 2016: 50 metros nada más coronar el alto del Peyresourde, y en el llano camino de Montpellier. Las dos cronos y la absoluta dejadez de sus rivales en las subidas hicieron el resto: el británico gana su tercer Tour con una facilidad descorazonadora para la prueba deportiva más dura del mundo, un Tour dominado a su antojo y que pasará a su historia particular, pero jamás a la de este deporte.
Resulta hasta pudoroso relatar el tránsito de lo que quedaba de Alpes, con dos etapas que entre ambas sumaban menos kilometraje que la Milán-Sanremo, y una cronoescalada sui géneris, que cuando se presentó el recorrido del Tour parecía que favorecía a los escaladores. Nada de eso: ganó Froome, y fue segundo Dumoulin, ambos con una media superior a los 33 km/h, lo que indica de manera muy clara --las cronoescaladas se quedan en 24 km/h-- el tipo de prueba que era.
Ese día Fabio Aru quedó 3º a 33" del tirano de la prueba, y parecía que podría dar algo de juego en las dos etapas alpinas que quedaban. Sus números precedentes le avalaban: conquistó el segundo puesto --y dos etapas-- del Giro 2015 a la misma altura de carrera, y su victoria en la Vuelta 2015 el penúltimo día. Mientras todos van hacia atrás, el corredor de Cerdeña va hacia delante, pero ha resultado que el único que dio un gran salto adelante fue el 5º de la cronoescalada, el francés Bardet.
Se quedó a 42" de Froome, y al día siguiente L’Équipe, que durante el Tour es mucho más que una periódico (¿intelectual orgánico? ¿Pravda? ¿el dickensiano fantasma de las navidades pasadas?) lo espoleaba desde la portada para que intentase algo. Lo que fuese, tal ha sido el marasmo y la molicie de este Tour lamentable. Se subía el inédito Bisanne, un puerto calificado como Fuera de Categoría, y el Astana de Aru había puesto un ritmo muy alto, pero no lo suficiente para que siguiesen en el grupo principal muchos corredores.
Ha sido la tónica del Tour: se habla de carrera de desgaste, que no ha habido fuerzas para atacar, pero nunca antes tantos corredores habían coronado los puertos más duros en grupo o con diferencias tan despreciables. Será que el desgaste era un café para todos, disimulado de competición. O será que, salvo tres o cuatro valientes, todos han ido a conservar lo suyo, porque las diferencias en la etapa de Bettex-Mont Blanc las puso la lluvia.
En la bajada de Bisanne se cayó Mollema, segundo de la general durante gran parte del Tour, y nadie le esperó. Como el propio holandés vaticinó cuando no sirvió de nada su gran actuación en el Ventoux, hay corredores a los que se espera y se modifica el reglamento en su beneficio, y hay otros a los que no. Jamás pudo volver a entrar en el grupo, y ese día descendió al décimo puesto de la general, para beneficio del resto de corredores, supuestamente favoritos, que no atacaron.
Se cayó después Froome, sin consecuencias, y acabó la etapa con la bici de su compañero Thomas. En la base de la subida final atacó Bardet, congraciando a la portada de L’Équipe, y se fue en pos del portugués Costa, eterno escapado en este Tour junto a los sospechosos habituales De Gendt, Pantano, Majka, Navarro --otro caído por la lluvia, con fractura de clavícula-- y demás corredores sin aspiraciones para la general. A 3 km de meta consiguió dejar al excampeón del mundo y conquistar su segunda victoria de etapa en el Tour, la primera de este año para un francés, y con el premio de subir al segundo puesto de la general, puesto que Adam Yates había tenido problemas mecánicos y se pasó todo el día persiguiendo.
Un ataque a 10 km de meta, un segundo puesto en la general. Es el justo premio para Bardet, el único de los 25 primeros de la general final que, aparte de Froome, ha ganado una etapa. Porque el último día de la carrera, siguiendo la tónica de estas soporíferas tres semanas, llegó la fuga. Una fuga muy disputada, con muchas alternativas, pero una fuga en el último día del Tour, y cuando, por ejemplo, Quintana iba tercero a menos de medio minuto de Bardet.
Los favoritos acabaron la etapa sin saber realmente quién estaba bien y quién estaba mal: no lo probaron en ninguna ocasión, y eso que la subida al Joux Plane daba espacio para más de un intento. No deja de ser extremadamente significativo que Astana llevase la carrera animada --es un decir-- hasta la base de este puerto mítico (el único donde Armstrong flaqueó en sus siete Tours perdidos consecutivamente), para que en las primeras rampas se quedase Aru, ante la desesperación de sus compañeros.
Aru, el atacante. Aru, el de la última semana. Aru, el debutante en el Tour, se va fuera del top-ten y con la patética imagen de no saber corresponder al trabajo de sus compañeros, a los que nadie avisó de su debilidad. Visto cómo ha discurrido este Tour, le hubiese bastado con aguantar, pero prefirieron probar otras cosas: ya es mucho más que el horrible Movistar, que pudo maquillar su participación con la victoria in extremis de Ion Izagirre.
El corredor guipuzcoano sí que entró en forma al final: 6º en la cronoescalada, 11º el día anterior, en teoría iba con los escapados para asegurar la clasificación por equipos para Movistar, ese objetivo no declarado desde la salida de la carrera, y al que llegan por "accidente". El dúo franco-colombiano de Alaphilippe y Pantano empezaron la subida al Joux Plane con algo de ventaja, para empezar a atacarse de manera un tanto absurda, algo que aprovechó Nibali --compañero de Aru, e indiferente a lo que pasaba atrás-- para unirse.
El italiano, que ha completado su peor gran vuelta, intentó irse en solitario con ataques sin levantarse del sillín, pero tampoco fue muy lejos. Entretanto, y yendo de menos a más --como exige un puerto así--, Izagirre se fue aproximando hasta unirse a Pantano y Nibali, después de que Alaphilippe no resistiese más en el Tour de su debut, a sus 24 años. Los tres son grandes bajadores, y la bajada del Joux Plane es muy exigente, pero Izagirre la decantó a su favor en la primera curva, después de un susto del colombiano Pantano. Acabó llegando solo a meta, como suele suceder en Morzine. Era la primera victoria de etapa del Movistar desde 2013. En el último día.
En el grupo atacó Mollema, un corredor que ya ha demostrado que puede hacer top-ten de manera regular y que, tras perder el segundo puesto, no iba a correr para defender su décimo. Fue el único que demostró actitud, porque aunque J. Rodríguez también atacó, el mérito vino del enorme trabajo de su compañero Zakarin, que le permitió subir hasta el séptimo puesto de la general. Mollema acabó siendo alcanzado y entró descolgado de los favoritos, pero con el orgullo intacto. Ya es más que muchos de sus compañeros.
Es mucho más que Quintana, tercero en el podio, tercer podio en tres participaciones en el Tour. No ha tenido ninguna opción de ganar, y no ha corrido para ganar en ningún momento. Los defensores de su equipo, cuyo patrocinador tiene fuertes intereses en medios de comunicación e incluso tiene un comentarista "independiente" en TVE que luce el logo de la empresa en su ropa, han puesto diferentes excusas pueriles para justificar su rendimiento.
Desde una enfermedad a los nervios de los días de viento. Desde la superioridad del equipo Sky a una moto que lo cerraba subiendo, y que le obligó a agarrarse de otra moto, cuando ya era notorio que no subía con los mejores. Todo vale para seguir con la llama del sueño amarillo, el improbable lema elegido por el departamento de marketing de Movistar para rentabilizar la inversión en Nairo Quintana, un corredor que, lejos de haber avanzado algo, ha retrocedido.
Dicen que, como tiene 26 años, tendrá otras oportunidades de ir al Tour. Como si fuese algo vitalicio. Hay más actitud de ciclista en Mollema, en Bardet o en Aru que en las tres semanas de Quintana y el Movistar en el Tour, un equipo que cierra el balance con el podio del colombiano, la etapa de Izagirre, la clasificación por equipos y el sexto puesto de Valverde, "que podía haber sido más alto de no haber atacado en Finhaut-Emosson", en el final más duro de la carrera. Esa es la mentalidad: por haber atacado, el murciano se ha quedado fuera del podio.
Quintana no. No atacó en ningún momento, y por eso es tercero. Así es el ciclismo contemporáneo. Froome atacó bajando y en el llano. En las cronos, a sacar diferencia. En la montaña, incluso con la bici de un compañero, a rueda de sus gregarios. Nadie le ha incomodado. Es el primer ciclista desde Indurain que gana dos Tours seguidos. Exceptuando su abandono por caída en 2014, lleva siendo el ciclista más fuerte del Tour desde 2012, cuando tuvo que dejar ganar a un compañero.
Con su tercer Tour, y sus tres Dauphines y dos Tours de Romandía, además de otros tres segundos puestos en grandes vueltas, Froome escala hasta la categoría de plata de los más grandes de este deporte, a los 31 años. A esa edad, Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain ya habían ganado sus cinco Tours. Froome tiene tiempo de sobra para lograr algo así, porque la longevidad deportiva de los ciclistas se ha incrementado de manera casi mágica, y de momento parece ser que su mayor rival ha sido la bilharzia y no cualquier otro ciclista con el que se haya encontrado en la competición.
Chris Froome tuvo que acelerar dos veces en el Tour 2016: 50 metros nada más coronar el alto del Peyresourde, y en el llano camino de Montpellier. Las dos cronos y la absoluta dejadez de sus rivales en las subidas hicieron el resto: el británico gana su tercer Tour con una facilidad descorazonadora para...
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