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Ahí está, de cuerpo yaciente: el cadáver de un Tour sin vida, ya sin pulso, a pesar de que quedan por disputar una cronoescalada y dos etapas en los Alpes. Un Tour silente en donde no ha pasado nada, dada la extrema superioridad del mejor corredor de esta época, y la extrema debilidad de sus contrincantes, especialmente un agotado Nairo Quintana y su equipo Movistar, que presentaban esta edición de la carrera como un pulso a dos entre el británico y el colombiano.
Se vio en la subida al Ventoux, una montaña que, cada vez que se sube, añade una nueva muesca a su abundante repertorio de sucesos, desde la muerte de un corredor a una de las mayores exhibiciones de un ciclista (Mayo, 2004), desde el desdén de Armstrong a Pantani al ataque sentado --y con las pulsaciones sin alterar-- de Froome. Y que nadie piense que este año no se ha subido el Ventoux, porque aunque no se haya subido hasta la cima por culpa de los fuertes vientos, sigue siendo un puerto durísimo.
La etapa fue para la fuga, un patrón repetido una y otra vez en este Tour cansino e irritante, donde los mejores corredores de la general, y sus equipos, no luchan por llevar controlado el pelotón y al menos llevarse un premio de consolación, habida cuenta de la superioridad aplastante del Sky. Tanto que ganan equipos como el Lotto, especialista en enviar por delante a sus corredores y, especialmente, al gigante de la ruta Thomas De Gendt.
Es rodador, es escalador y lo hace muy bien contrarreloj. Es tan entregado en las fugas que será recordado mucho tiempo después de su retirada, algo que tardará en llegar puesto que su equipo lo ha renovado por tres años después de ganar en el Ventoux, tras manejar muy bien a sus compañeros de escapada. Su victoria fue lo mejor de un día para olvidar en el ciclismo, pero siempre destacan más las noticias negativas que los éxitos o lo verdaderamente importante.
Porque hubo muchas cosas importantes, empezando porque Rowe y Stannard, los gregarios de Froome para el llano, se cayeron y el líder de la carrera se inventó una argucia para esperarles y que el pelotón no los dejase fuera antes de completar su labor: fingió pararse a mear y, como está mal visto atacar al líder en situaciones así, permitió que sus compañeros volviesen al pelotón. Con la colaboración necesaria del Movistar, el equipo especialista en asistir, acompañar y auxiliar al Sky de Froome. El Movisky.
Llegados a la subida final, no hubo piedad. El ritmo fue altísimo, pero no hubo ataques. Es el Tour sin ataques, y dicen los especialistas en calcular la potencia (w/kg) de los corredores de manera inferencial que es porque todos van al límite. Será esto, pero la verdad es que en pocos Tours de los que hay memoria han subido tantos corredores juntos hasta el último kilómetro. Incluyendo gregarios del líder, al más puro estilo USPostal.
Quintana lo intentó tímidamente a 4 km de meta, para ser neutralizado por Poels, el compañero de Froome y ganador este año de la Lieja-Bastogne-Lieja. Con el ritmo ya muy acelerado, fue el líder de la carrera el que atacó a 1,6 km de meta, sin que Quintana pudiese seguirle. Parecía que el británico se iba a cobrar todavía más ventaja sobre sus rivales --a duras penas le siguieron Porte y Mollema--, cuando de repente sucedió una de esas cosas que deleitan a los medios especializados en fútbol, y que llaman a la sección de los otros deportes "Polideportivo", porque caben todos.
Una moto de las que abren carrera frenó, no se sabe si por los espectadores o para sacar mejores fotos, taponando la carretera. El trío cabecero no lo vio y se empotraron los tres, con tan mala suerte que Froome rompió su bici. Mollema se montó pronto y se fue como un tiro a meta para cobrarse la mayor ventaja posible; Porte tardó un poco más, pero ya por entonces el británico, que no podía tener la ayuda mecánica de su equipo, se había puesto a correr por la carretera, en una estampa entre desesperada y robótica.
Desasistido, Froome vio cómo le superaban todos a los que había descolgado --incluyendo Quintana, que aprovechó la confusión para subir un tramo agarrado a una moto-- y cómo Mollema se ponía muy cerca de él en la general, porque entró con un tiempo perdido de 1´40". Sin embargo, por obra y gracia de los jueces, ¡le dieron el mismo tiempo que el holandés!, un pucherazo salvaje porque si el perjudicado hubiese sido Mollema, nadie le hubiese bonificado con nada. Es significativo que los jueces tomasen la decisión teniendo en la misma habitación a los responsables del equipo Sky. Y que Froome anunciase que mantenía el liderato antes de que se hiciese oficial la resolución.
Los pequeños detalles o, en el lenguaje del equipo que lleva dominando la carrera desde 2012, los marginal gains. Tanta confusión, tanta imagen mediática, hizo que pocos reparasen en que Quintana no es que no hubiese podido seguir el ritmo de Froome, es que tampoco había podido con el grupo de Bardet, Aru o Yates. Un mal día lo tiene cualquiera: esa parecía ser la consigna de los medios españoles, muy propensos a masajear al Movistar, el único equipo español con aspiraciones. Tantas como para querer ganar una carrera que, desde Indurain, solo han ganado con Pereiro. Y de rebote.
Al día siguiente se disputó la crono, 37 km que no tienen ya nada que ver con aquellas distancias de los años noventa, donde cualquier cosa por debajo de los 50 km era casi considerada un prólogo. Una crono dura y exigente, alrededor de la garganta del río Tarn, y donde el excepcional corredor que es Tom Dumoulin --hace diez meses no tenía ninguna etapa en una gran vuelta, ahora tiene cinco entre Vuelta, Giro y Tour-- arrasó y se propuso como el máximo favorito al oro olímpico de Río de Janeiro, pero al igual que De Gendt su gesta quedó jibarizada por el rendimiento de Froome.
El líder de la carrera se quedó 1´03" del holandés, sacando 2´05" a Quintana. Se había cumplido el plan previsto al inicio del Tour: no perder nada en la primera semana, y llegar a la montaña en igualdad de condiciones con el vigente campeón. Llegó la montaña, y nadie atacó. Se perdieron todos los Pirineos, y se desaprovecharon situaciones tácticas ventajosas, para que en la crono Froome hiciese lo que se esperaba: enviar a Quintana al ámbito de los 3´ de diferencia, con los Alpes por delante. Y, aun así, el discurso oficial del Movistar y toda su esfera mediática --donde toda significa toda-- era que todavía había carrera, que habría ataques, emboscadas y sorpresa en los Alpes.
No ha habido ninguna sorpresa, al contrario: se ha visto la confirmación de lo apuntado en las dos semanas previas. Tras el anticipo de una etapa de domingo que también fue para la fuga y donde no hubo ni un ataque en el grupo principal, a pesar de los más de 4.500 metros de desnivel acumulado, tras el segundo día de descanso se ha subido el final más duro de esta edición del Tour de Francia, un final inédito en Suiza.
A la presa de Emosson se sube por una carretera estrecha, cincelada en una pared de roca dura donde hay varios yacimientos de fósiles, puesto que toda esa parte de los Alpes antes era el fondo de un océano. Es una subida exigente, que solo había sido probada en dos ocasiones anteriores por una carrera ciclista: en 2006 en el Tour del Porvenir (un Tour en miniatura para las jóvenes promesas) y en 2014 en Dauphiné Libéré, la prueba que emplea la organización del Tour de Francia como banco de pruebas para sus recorridos.
En esta ocasión, más que nunca, puesto que los autobuses de equipo tienen que aparcar en la cabecera de la presa, ante la falta de espacio. Y después descender por un túnel subterráneo de 7 km, excavado en los años sesenta para los trabajos de construcción y que comunica directamente con Francia y no con Suiza. Son este tipo de cosas las que hacen grande al ciclismo, y a las que hay que aferrarse ante la ausencia total de espectáculo deportivo.
De nuevo, llegó la fuga, con triunfo para Ilnur Zakarin, un corredor ruso de 26 años que asombra al pelotón desde que se destapase en la Vuelta al País Vasco 2015, y que estaba rondando el podio en el pasado Giro cuando se cayó bajando el Agnello. En medio del enésimo escándalo de dopaje de Estado en su país, Zakarin pedalea ajeno a las polémicas y al hecho de que él mismo cumpliese una sanción de dos años, tras dar positivo con 19 años. Sube más rápido que los más rápidos, y el próximo año saldrá a por la victoria en las grandes carreras.
Ya es más que muchos de los supuestos favoritos de este Tour. Al ritmo del Sky y parcialmente del Astana llegaron todos a las rampas finales, cuando quedaban 2 km. para meta. Así es este Tour, y nadie puede ser tan bellaco de vender otra cosa. Valverde atacó para que Quintana no se moviese, y hundió sus opciones de poder subir al podio. Un descomunal Poels se encargaba de mantener el ritmo, hasta que saltó Porte.
El corredor de Tasmania hizo de Poels para Froome hasta este año, en donde ha querido ser jefe de filas. Ataca cuando ve la pancarta de meta, y lo hace muy fuerte y sostenido. Tanto, que solo su antiguo jefe le pudo seguir, mientras Quintana se quedaba incluso de los otros favoritos, impulsados por el italiano Aru y un sorprendente Adam Yates, el británico que encabeza la clasificación de jóvenes y es tercero de la general. El único que no soportó el arreón final fue Mollema, que por un instante volvió a ser el corredor que luchaba por el 7º puesto en París, y no por el 2º. Ya hizo lo que tenía que hacer en el Ventoux, y los jueces le ningunearon.
Al ritmo de Porte, sin incomodarse nunca, Froome entró en meta. Igual que en 2015 o en 2013. No tiene rivales. No hay ningún pulso en este Tour moribundo, que languidece en la lucha por la general a falta de una cronoescalada y dos etapas de los Alpes, y que hace lo mismo en la lucha por la montaña --decantada a favor del polaco Majka-- y la regularidad --sempiterno maillot verde para Sagan--. El Tour más anodino y ramplón de los últimos tiempos, y que carece de atractivo alguno para las etapas que quedan.
Froome lidera con 2´27" sobre Mollema, 2´53" con Yates y 3´27" con Quintana. No tiene ninguna necesidad de atacar, y sus rivales no tienen fuerzas para hacerlo, amén de que a partir de ahora intentarán asegurar su posición. Es un Tour que pide su fin, y donde apenas quedan 300 km. de competición real: 17 km. de cronoescalada, 146 km. de montaña el viernes, y 146 km. de montaña el sábado. Es un Tour acabado antes de tiempo, una carrera sin pulso alguno por decidir.
Ahí está, de cuerpo yaciente: el cadáver de un Tour sin vida, ya sin pulso, a pesar de que quedan por disputar una cronoescalada y dos etapas en los Alpes. Un Tour silente en donde no ha pasado nada, dada la extrema superioridad del mejor corredor de esta época, y la extrema debilidad de sus...
Autor >
Sergio Palomonte
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