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Chris Froome en la Vuelta Andalucía 2015.
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En la salida del Tour Quintana declaraba querer ganar la carrera, que dos segundos puestos ya eran suficientes, y que llegaba muy bien a la prueba francesa. Las declaraciones normales en un aspirante, y las declaraciones normales de un deportista en un evento hipermediatizado, y donde cualquier opinión expresada con sinceridad natural corre el riesgo de convertirse en titular, en objeto de explicaciones continuas y en un quebradero de cabeza añadido.
Mejor ir por el guión pautado de "son once contra once" o "no hay rival pequeño", en sus equivalentes ciclistas, que decir de entrada que el plan de Quintana y su equipo es esperar hasta el último momento, no aprovechar ninguna oportunidad en las dos semanas antes de los Alpes y llevar al supuesto gregario Valverde muy cerca de la cabeza. Todas ellas opciones difícilmente compatibles con querer ganar el Tour, algo a lo que se ha dedicado Froome en los escenarios que se han planteado.
Esta siendo un Tour extraño, donde se ha transitado por los Pirineos sin ningún ataque de entidad, y con unas diferencias entre favoritos rayanas en el ridículo, como apenas 1´ de diferencia entre los diez primeros de la general: es la consecuencia directa de no incluir un prólogo o una crono antes de la montaña. Se pensaba que así llegarían todos igualados a la montaña, y que los escaladores atacarían, atraídos por la cercanía del liderato, atraídos por un Tour en el que no habían perdido tiempo en el llano o en las caídas de los primeros días.
Un Tour tan raro que en la primera etapa de montaña, apenas una subida al Aspin y descenso final, el pelotón dejó ir fugado al líder de la carrera, el especialista en carreras de un día Van Avermaet, que logró incrementar su ventaja en la clasificación general hasta casi los 6´, la mayor diferencia de este tipo en varias décadas a esas alturas de la carrera. Se pensaba, vista su solvencia, que aguantaría incluso la etapa del día siguiente, después de que los corredores británicos hubiesen logrado cuatro de las siete primeras etapas disputadas.
Lo cierto es que el belga se descolgó en la primera de las ascensiones, nada menos que el Tourmalet. No se subió muy rápido, y lo más destacado es que coronaron hasta ocho de los nueve corredores del Sky, y algunos menos del Movistar. Los equipos de Froome y Quintana trabajan al unísono cuando se trata de controlar la carrera y de mantener el ritmo, produciendo una sensación de competición adulterada.
Ya lo habían hecho el día anterior subiendo el Aspin, pero la cosa alcanzó extremos de pasteleo en la subida a Val Louron, la misma en la que Miguel Indurain logró su primer maillot amarillo en 1991. Al inicio de la misma Poels, el valioso gregario de Froome, tuvo un problema mecánico, mientras en cabeza tiraba Ion Izagirre del Movistar. El corredor guipuzcoano aflojó el ritmo para que el holandés pudiese reincoporarse al preciso mecanismo de relojería de los relevos del Sky, en vez de hacer saltar por los aires esa estrategia de contención y optar por algo que diese frutos para su líder Quintana.
El último puerto era el Peyresourde, y el colombiano Henao del Sky intentó algún salto a 3 km. de coronar, en unas refriegas que no llevaban a nada. Justo en el momento de coronar, y cuando ya solo quedaba un descenso muy rápido y nada complicado hasta la meta, atacó Froome. Nadie se lo esperaba, pero si alguien se lo tenía que esperar era Quintana. Tanto buscar el marcaje hombre a hombre o la colaboración entre equipos que deberían ser rivales para llevar la carrera controlada hasta el duelo uno a uno, y el vigente campeón pilla al aspirante completamente desprevenido.
Además, reaccionó tarde y mal. En vez de lanzarse en pos del británico, esperó a que Valverde entrase de nuevo en el grupo, y en ese intervalo Froome ya se había ido. En un descenso que recordaba el de Pedro Delgado en el Tour 1983, llegó incluso a pedalear sentado en el tubo horizontal de su bicicleta, y se rumorea que había montado un plato grande con algún diente de más para aprovechar el descenso. Fue algo perfectamente planificado, y el tiempo logrado era mucho más que los 13" en meta más 10" de bonificación por ganar la etapa. Hasta entonces, Froome y Quintana iban empatados en tiempo en la general. Desde entonces, el jefe de la carrera era Froome. Eso es más que 23".
En el ciclismo anteriormente existente, un corredor con aspiraciones de ganar hubiese aprovechado la jornada del día siguiente, un carrusel pirenaico entre Lérida y Andorra, pero no pasó nada. Absolutamente nada, lo que dice poquísimo a favor de este deporte, y más cuando podía haber pasado de todo. De salida, Movistar metió en la fuga a nada menos que cinco corredores, incluyendo el supuestamente gregario Valverde.
Además, había muy buenos corredores del pelotón, incluyendo a los tres que, horas después, llegarían a la cima de Arcalis para disputar la etapa: Dumoulin, Rui Costa y Pinot. Era una fuga que podía cambiar un Tour, y ya contaba con 2´ de ventaja sobre un pelotón donde tiraba Sky sin Landa, que suele ponerse en funcionamiento más tarde. En contra del sentido común, y propiciando un sopapo a la historia de este deporte de ataque, Movistar mandó parar a Valverde.
El podio del año pasado, y el mejor corredor del mundo por los puntos que acumula año tras año, obligado a parar por su propio equipo. Nadie lo puede entender, porque una vez en el grupo su participación no sirvió de nada: en la última cima ni siquiera se movió, como tampoco lo hizo su líder Quintana. Solo un tremendo chaparrón hizo que hubiese algún movimiento, más por entrar antes en meta que por otra cosa con mas espesor.
Unos Pirineos tristísimos, como si no se hubiese aprendido nada del Tour anterior, donde Movistar quiso ganar todo en el penúltimo día, en la subida a Alpe D´Huez. Como se quedaron a 1´13" de lograrlo, habrán hecho sus cálculos, también facilitados por el hecho de que en 2013, en el primer día de descanso, Quintana ya había perdido 2´02″, y que en 2015, en idéntica situación de carrera, eran 1´59″.
Son solo 23" en 2016, además perdidos en una bajada y por un despiste. Margen suficiente para llegar a la montaña alpina con garantías de asalto al maillot amarillo. Un cálculo mezquino porque en ningún momento se ha puesto a prueba la capacidad subiendo de Froome, porque en ningún momento se han aprovechado las ocasiones que han surgido para aislarlo de su poderoso equipo. En el Tour, una carrera que exige todos los días lo mejor de cada corredor, esa actitud acaba siendo muy reveladora.
Pues bien, esos 23" han subido en una etapa de las a priori consideradas intrascendentes a 35". Se salía de la ciudad idealizada de Carcassonne para llegar a Montpellier, con el agravante de que se había levantado la tramontana, el insidioso viento mediterráneo que puede llegar a tener rachas de mucha velocidad. Se prevía etapa nerviosa y con abanicos, pero no pasó nada de eso.
Fue una de esas jornadas en las que el pelotón, de tácito acuerdo o por coerción directa, acuerda ir en son de paz. Un pitorreo a la competición, pero tras ver el bochornoso espectáculo de los Pirineos -ni un solo ataque en tres días de montaña, ni uno solo entre los más fuertes- casi parece lo habitual. Está siendo un Tour de una bajísima calidad deportiva, solo salvada por el supercorredor que es Sagan, el actual campeón del mundo y auténtico hombre-Tour, aunque no dispute la clasificación general.
El día anterior había sido segundo tras llevar gran parte del peso de una escapada al más puro estilo de las clásicas de primavera, y camino de Montpellier se inventó un número imposible. Con el pelotón prácticamente parado -se ven imágenes de corredores comiendo barritas en cabeza del pelotón a solo 13 km. de meta-, el suizo Cancellara aceleró el ritmo para encender la mecha, secundada por Sagan y su fiel gregario Bodnar.
Cancellara se apartó inmediatamente, abriendo un hueco con el pelotón. Únicamente Froome y su gregario Thomas consiguieron alcanzar a la pareja de Tinkoff, un equipo que parece que funciona mejor sin Contador en carrera, el único abandono excelso de esta edición con muy pocos abandonos. Sagan declaró en meta que, cuando vio quienes les habían alcanzado, lejos de ponerse nervioso les dijo, en una mentalidad ganadora que jamás encajaría en Movistar: "somo los más fuertes, el pelotón jamás podrá alcanzarnos". .
Y así fue. En los 12 km. a meta se exprimieron al máximo, logrando la etapa para el campeón del mundo y casi eterno maillot verde de la regularidad, y 6" de ventaja en la general para Froome, más otros 6" por ser segundo de la etapa. A segundo por km., casi como en una contrarreloj. Son ya dos navajazos del británico a Quintana, y en los dos ha sacado sangre. Y no ha sido en su terreno.
El Movistar, por su parte, se ha excusado hablando de la etapa "más difícil del Tour" y de lo peligroso del recorrido, cuando era el mismo para todos. Es un discurso de derrota, porque queda por subir Mont Ventoux -recortado en su tramo final por los fuertes vientos, pero todavía un coloso formidable- y la crono semillana de 37 km. antes de afrontar los Alpes. Por mucho que haya mejorado Quintana contra el reloj, se dejará 1" por km. en ese recorrido, esto es: llegará a la montaña final, después de haber despreciado la inicial, con más de 1´ perdido con el gran dominador de la carrera. El corredor que saca tiempo bajando, en el llano y que lleva siendo el dominador del Tour desde 2012, cuando no ganó porque estaba ayudando a un compañero a ganar. Fue segundo. El puesto que parece confortar a Quintana y el Movistar.
En la salida del Tour Quintana declaraba querer ganar la carrera, que dos segundos puestos ya eran suficientes, y que llegaba muy bien a la prueba francesa. Las declaraciones normales en un aspirante, y las declaraciones normales de un deportista en un evento hipermediatizado, y donde cualquier opinión...
Autor >
Sergio Palomonte
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