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Félix Amador / guitarrista

“Intentaba arrancar todas las notas de los discos de Paco y Camarón”

Esteban Ordóñez 27/07/2016

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Félix Amador (Alicante, 1967) es más de compás que de filigrana. Su toque se comprende mirándole las manos. Son anchísimas, cada dedo es una pieza gruesa, compacta y áspera; podría decirse que tiene las manos de un BB King flamenco. Y así le suena la guitarra: redonda, precisa, monolítica. Amador es el penúltimo de una familia de diez hermanos y hermanas en la que todos tocan o cantan o bailan, o varias cosas a la vez. Su hermana, La Susi, a la que se apodó La Camaronera, es la figura más reconocida.

Félix es el ejemplo de artista flamenco de la resistencia. Uno de esos que pelean por mantener el arte en provincias donde no existe apenas tradición y donde muchos consideran el cante jondo como algo ajeno y exótico. No es que el guitarrista ocupe esta posición porque no haya podido saltar a la escena grande: lleva tocando profesionalmente desde los 12 años, ha viajado por todo el mundo y ha acompañado en distintas galas a figuras como El Lebrijano, Rubén Dantas, Carlos Benavent, Juana La Revuelo¸Tomatito, Naranjito de Triana o Manuela Carrasco. Sin embargo, ha elegido quedarse en Alicante. Su último acto de guerrilla ha sido fundar un tablao en la Calle Mayor de la ciudad.

“La Guitarrería es el primer tablao en el sentido estricto que hay en Alicante desde hace 50 años”, cuenta. Es un rectángulo estrecho como una cueva de Sacromonte. Hablamos allí a puerta cerrada. Pide disculpas varias veces porque a esas horas aún no han limpiado el local, pero apenas hay suciedad, parece limpio. Cuando empieza la entrevista, se entiende la insistencia, para él, todo lo que rodea al flamenco tiene un halo de santidad y debe cuidarse al detalle: “Caben 65 personas; en el momento en que se llena, no dejo que entre nadie más, por respeto a ellos, a nosotros y al sonido”. Su reverencia le viene de sangre.

En su familia había tradición, ya sus abuelos tocaban.

Mi padre es de Almería. En su época todo gitano almeriense tocaba, cantaba o bailaba. Y sí, mis abuelos ya tocaban. Llevo oyendo flamenco desde que tengo uso de razón. Nuestras Navidades eran mágicas. Nos juntábamos muchísimos en casa. Recuerdo a mi abuelo, ese hombre mayor, gitano, con ese bigote, y a mi abuela con su delantalito, cantando.

¿Y cogía la guitarra aunque le viniera grande?

Antes de mi primera guitarra, mi padre me preparó una tablita de la calle a la que puso seis tornillitos, seis clavitos y ató cuerdas de unos a otros. En total no eran más de 10 centímetros de cuerdas. Me dijo: “Toma esto y no pares”. Y yo no entendía, ¿qué, papá? “Toma y no pares”. Y empecé tiquitiqui-tiquitiqui. Fíjate que no podía hacer más que ejercitar la mano derecha, el rasgueo, y coger sensibilidad de lo que es la cuerda, digamos: un equilibrio entre la cuerda y la mano. Y fue la perdición. Mis amigos se iban a jugar al fútbol o a dar vueltas por ahí y a mí no me apetecía salir. Prefería estar en casa, tranquilito con mis cuerdas de madera como decía yo.

¿Y cuándo llegó la guitarra entera?

A los siete años, en mi cumpleaños. Me quise morir, la metió tapadita debajo de la cama. Cuando la vi, me entró una llorera... Me enamoré, a partir de ahí sólo me he separado de la guitarra dos o tres días. Me encantaba estudiar. No salía. Juventud tuve muy poca.

A los 12 años ya empezó como profesional. ¿Le enseñó su padre?

Mi padre me enseñó algo, pero murió muy joven. Mis hermanos mayores tocaban todos, tenían conocimientos musicales y me iban poniendo cositas para aprender. Pero yo solo me obsesionaba. Me ponía un disco de Paco de Lucía o de Camarón en casa y me lo comía entero, lo desmenuzaba, intentaba arrancarle todas las notas. Ponía el disco una vez y otra hasta sacar las falsetas tal cual estaban, con los mismos dibujos.

¿Y en cinco años ya estaba listo para tocar en público?

Bueno, fue algo imprevisto. Mi hermano José Antonio tocaba en un local de la Albufera junto con la mejor bailaora que hemos tenido en Alicante, Emilia Contreras La Chocolata. Yo lo acompañaba por las tardes cuando iba a limpiar, cogía su guitarra y practicaba encima del escenario. Emilia decía: “Este nene tiene pulsación, puede tocar bien”. Pero mi hermano no quería, quería que estudiara y me estrenara más adelante. Pero un día él se hizo daño en un tendón y no había guitarrista sustituto, y Emilia dice: “Voy a sacar al niño”.
No he sudado más en toda mi vida, me temblaban las manos, que un guitarrista no puede tocar si le tiemblan las manos… Pues fue sentarme en el escenario y pasárseme los nervios.

¿Y cómo salió?

Yo creo que exageraría, pero ella me dijo que era una de las veces que había bailado mejor y más a gusto. Claro, porque no la atosigaba. Yo no intentaba lucirme, hacía mis cosas donde había que hacerlas, dedicándome sólo a adornar el baile. Mi hermano, de verme ahí, sacando un cuadro adelante con un figurón del cante, se puso a llorar.

¿Ahí empezó su carrera?

La Chocolata empezó a llevarme a trabajar con ella. Actuaba en teatros, aulas de cultura. Viajamos a Valencia, Barcelona, Madrid, Bilbao, Zaragoza… Cogí tablas y la confianza que me hacía falta. Luego, mi hermana [La Susi] me empezó a llevar con ella y con mi hermano Joaquín a hacer cositas. Ella se había ido a Madrid como bailaora, pero una noche la escuchó cantar el padre de Paco de Lucía, Antonio Sánchez, y dijo que aún era mejor cantaora que bailaora. Gracias a él, ella es hoy quien es. Tiene 27 discos en la calle.

¿Hay algún elemento distintivo en el estilo de su familia? ¿Cuál es la huella del clan?

[Ríe] El pulgar, la fuerza.

¿El pulgar?

Es un sello de los Amadores. Paco de Lucía, que tenía confianza con mi hermano, se reía mucho con él, le decía: “Joaquín, lo tuyo no es normal, tú no tienes un brazo normal”. Le llamaba ‘la ametralladora’. Mira si Paco tiene un alzapúa y un pulgar rápido, bonito y limpio, pero mi hermano triplicaba el de Paco.

¿Y nunca pensó en desarrollar carrera como solista?

Era demasiado autocrítico, para mí siempre tocaba mal. Yo me grabo y no me escucho. He sacado mis propias cosas, pero siempre las he desmejorado. Mi hermano me decía “eso está precioso”. Y yo: “Tete, que no me gusta, yo sé que lo puedo mejorar”. Era un sufrimiento. Decidí que yo no quería tocar la guitarra para sufrir, la quiero para disfrutar porque la amo. Así que me encontré cómodo acompañando para bailar y dije que ese iba a ser mi camino. Y ahora estoy considerado como uno que no molesta para bailar [Ríe].

Y, desde esa posición, dio a conocer el pulgar Amador al mundo, ¿no? Alemania, Rusia, Japón.

Llegamos a Japón con la compañía que hicimos María Gea, mi mujer, y yo. Nos llevamos a 22 personas, fue un éxito tremendo. También estuvimos en cuatro capitales rusas, llenamos teatros con capacidad para cuatro mil personas.
También viví en Stuttgart (Alemania), trabajaba en un restaurante-tablao que había montado un griego, Nicolai Pospopolis o algo así se llamaba [ríe], que el nombre no es muy de Jerez, pero tocaba flamenco que te comía. En Alemania también fuimos mucho a la televisión y hasta tocamos en un festival heavy.

¿Cómo en un festival heavy?

Era un festivalón. Esa noche había un grupo de rock y nosotros. Llegamos y vemos a catorce tíos melenudos tocando, gritando, batería, guitarras, luces, locura… Y nosotros con un tablaito de cuatro por cuatro, tres micrófonos y tres sillas. Yo miraba a Ramita, el bailaor, y le decía “qué hacemos aquí, nos van a matar”. Pues te doy mi palabra: disfrutaron como locos. Eran heavys, les gustaba la música, no tenían prejuicios, y valoraron lo que hacíamos. No nos estaban marginando. Y, además, que allí te forrabas con el flamenco, ojo, nos pagaron una pasta.

Es curioso, si lo comparamos con Alicante, o con cualquier sitio de España, más allá de Andalucía o Madrid. Aquí no sólo no se fomenta la difusión del flamenco. Se ve con recelo, casi, con superioridad.

Eso es un tópico, pero también una realidad. Hay gente en Sevilla a la que no le gusta el flamenco, pero lo respetan. En Alicante hay buenos aficionados, pero es verdad que a lo mejor ha faltado empuje por parte de los que gobernaban. Cuando Manolo Sanlúcar estaba en su apogeo, tras sacar el disco Caballo Negro, vino a hacer un concierto al ayuntamiento y sólo éramos 80 personas. Yo lloraba, me daba mucho coraje, no me lo podía creer. Entonces el tío estaba reventando todo lo que pillaba, había pegado un pelotazo con ese disco.

¿Prejuicios?, ¿se atribuye el flamenco a la marginalidad?

Muchos han visto a los chavales que salen a las placitas a tocar y a cantar, y eso está bien, todo lo que sea arte está bien. Pero el flamenco es algo más, elegante, poderoso, nuestro.

Hace nada se cumplieron 30 años de aquel ataque brutal a la comunidad gitana en Martos (Jaén). ¿Cómo ve la situación del pueblo gitano?

Mi hermano ha pertenecido toda la vida a asociaciones gitanas de Alicante como Anaquerando. Yo también colaboraba con ellos hace más de veinte años. Luchábamos porque avanzaran los derechos de los gitanos, por poder funcionar todos juntos, payos y gitanos; intentábamos acabar con los guetos. Era muy difícil trabajar en esa línea con gente que no era gitana. Había marginación entonces. Había gente que se cabreaba con uno y se enfadaba con todos. Si un gitano había tirado una piedra, ya los gitanos… Y no, porque si yo me tengo que enfadar contigo, me enfado contigo y no con tu raza. Por nuestra parte, internamente, también forzábamos la cosa: casarse con una paya, por ejemplo, no se veía bien.

¿Pero aún queda por avanzar?

Ahora, en las nuevas generaciones hay más tolerancia. Yo estoy casado con una paya, mis hijos son mezclados como yo digo. Ahora hay gitanos abogados, médicos… y en poco tiempo estará todo como debe ser. Yo soy optimista.

Félix Amador (Alicante, 1967) es más de compás que de filigrana. Su toque se comprende mirándole las manos. Son anchísimas, cada dedo es una pieza gruesa, compacta y áspera; podría decirse que tiene las manos de un BB King flamenco. Y así le suena la guitarra: redonda, precisa, monolítica. Amador es el...

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Autor >

Esteban Ordóñez

Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.

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