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Calle de Taiwán.
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Cuando los nacidos en los setenta jugábamos a las muñecas todo era 'made in Taiwan'. El nombre de aquel país evocaba un mundo paralelo y fascinante donde las calculadoras crecían en los árboles, los juguetes llovían de las nubes y hasta la ropa se reproducía allí por generación espontánea. Nadie sabía exactamente dónde estaba Taiwán, ni por qué nuestro incipiente consumismo post franquista se alimentaba desde aquel país, pero su sola mención te teletransportaba a un mundo exótico, lejano y desconocido del que mágicamente manaba todo lo que nos gustaba tener.
Los niños occidentales de hoy seguramente tengan la misma sensación respecto a China, aunque para ellos, crecidos en un planeta donde los chinos ya viajan, emigran, y en el caso español, regentan bares antaño llamados 'bar Pepe o bar Manolo' y tiendas de todo a 1 euro, las etiquetas 'made in China' probablemente no evoquen nada relacionado con lo exótico y lo misterioso sino simplemente un lugar en alguna parte donde además hablan en el mismo idioma que algunos niños del colegio.
La ignorancia es la madre de todos los occidentales. Un máster, estudios universitarios en Italia, años viviendo en Estados Unidos y Reino Unido... esa era yo. Mujer de mundo, viajada, sabelotodo. Hasta que puse un pie en Taiwán hace tres meses. Qué lección de humildad, y más siendo periodista, una profesión en la que pese a presumir de curiosidad a menudo pecamos pasándonos de listos. Hasta que no aterrizas en Asia no eres consciente del grado de desconocimiento que en general tenemos respecto a un continente que, igual que África no es un país, tiene infinitas variaciones y matices de las que Taiwán es sólo una parte infinitesimal. Si eres europeo y viajas por Estados Unidos a veces te da la risa cuando te encuentras a un americano que al escucharte decir que eres español te comenta con euforia: "!Español! !Yo una vez estuve en París!", como si España y Francia fueran Granada y Córdoba. Pero luego le cuentas a un español o a un inglés que te has mudado a Taiwán y te contesta: "Taiwán, !qué interesante! Yo hace años estuve de vacaciones en Tailandia".
Nuestro egocentrismo geográfico es devastador. Todo lo que se sale de Europa y Estados Unidos tiene muchas probabilidades de colocarse erróneamente en un mapa, sobre todo en el de los conceptos culturales e históricos, a menudo ninguneado en favor de los mapas que se limitan al dibujo de las fronteras. Pero incluso en ese mapa, el que nos dice simplemente en qué lugar un puñado de hombres decidieron dibujar los muros imaginarios que hoy sólo algunos pasaportes son capaces de derribar, el lugar exacto que ocupa Taiwán es borroso para la mayoría. Entre las preguntas que me han hecho: "¿Eso está por Vietnam, no? ¿Es China o Japón? ¿Es una ciudad?", y los más sinceros, "¿y dónde narices está Taiwán?".
No os avergoncéis si no lo tenéis claro, (aunque quizás deberíais). Confieso que yo tampoco la ubicaba con claridad. Esta isla situada en el mar de China, al sureste de Japón, al norte de Filipinas, y a menos de 200 kilómetros de la China continental, que los portugueses bautizaron muy acertadamente como Formosa (hermosa) y que fue entre otras, colonia española, inglesa holandesa y japonesa, vivió años internacionalmente dorados cuando China era el enemigo público número uno junto a la URSS y Cuba. En 1949 Chang Kai Chek, el general que perdió la guerra contra Mao Zedong, trasladó a Taiwán el gobierno del país que desde 1912 era la República de China y allí se instaló junto a otros dos millones de exiliados, en su mayoría pertenecientes a las élites militares, políticas y económicas de la China con las que Mao quiso terminar. Mientras, los comunistas proclamaban la República Popular de China en la China continental. Nacían así las dos Chinas, que aún hoy pugnan entre ellas por ser "la China auténtica". Taiwán es considerada una provincia rebelde por los comunistas mientras que los taiwaneses se consideran los únicos herederos de la cultura milenaria china y reniegan del 'mainland'.
En plena guerra fría Estados Unidos, obviamente, se alió con Taiwán y se negó a reconocer ante la ONU a los otros. Los estadounidenses ayudaron económicamente a los taiwaneses, contribuyendo al llamado milagro económico taiwanés, ese que los españoles descubrimos a través del 'made in Taiwán'. Pero cuando Nixon entendió que China, un país con mil millones de habitantes, era una mina sin explotar para el consumismo capitalista, el destino de esta isla cuya independencia nunca ha sido reconocida por la China comunista comenzó a cambiar. Primero vinieron las bofetadas políticas internacionales: en la ONU la gran mayoría de los países que tras la llegada de Mao al poder sólo reconocían la República de China (Taiwán) decidieron en los setenta darle la vuelta a la tortilla y cambiar su reconocimiento por el de la República Popular de China. Al fin y al cabo si los chinos 'rojos' son tantos y nos pueden venir tan bien para producir barato y consumir nuestros productos ¿para qué enfadarlos reconociendo la independencia de Taiwán? Hoy apenas una treintena de países de poco peso internacional tienen vínculos diplomáticos directos con la isla y la reconocen frente a la ONU. España no está entre ellos.
Taiwán ya no es la potencia de la era del 'made in Taiwán' pero sigue siendo uno de los cuatro 'tigres asiáticos'. Es uno de los países más desarrollados del continente, con mucho peso en el área de la producción tecnológica y geopolíticamente es una 'chinita' en el zapato internacional: tras seis décadas de tensión con China, los problemas diplomáticos se han incrementado en los últimos meses tras la llegada al poder del Partido Democrático Progresista (PDP) y de su presidenta, Tsai Ing-Wen, una 'chinoescéptica' que aboga, sutilmente, por la independencia de Taiwán como país.
Con la apertura de la República Popular de China hacia occidente en los años noventa muchas industrias comenzaron poco a poco un viaje sin retorno desde Taiwán hacia China, y todos aquellos extranjeros que antaño buscaron en la isla mano de obra barata para montar sus fábricas, lo hacen ahora al otro lado del estrecho de Taiwán. De ahí que en Taipei un expatriado hoy sea una especie de premio gordo para los agentes inmobiliarios: cada vez hay menos. En la ciudad abundan los pisos 'de lujo' que se construyeron entonces para extranjeros: espacios con muchos mármoles y ataques de decoración con brillos y mucho espejo que parecen una fertilización in vitro entre las casas de la serie americana Dallas y las de los culebrones televisivos chinos. Antes de instalarme en la isla ví dos docenas. El concepto de lujo es... ¿relativo?, ¿cultural? ¿aleatorio? Ya hablaremos.
Llevo ya tres meses en Taiwán y en las próximas semanas escribiré aquí sobre todo lo que he ido descubriendo con mis ojos de occidental ignorante y la lección de humildad que para mí ha supuesto aterrizar en esta isla en la que amanecí una mañana de mayo siendo completamente analfabeta. Y no lo digo sólo en el sentido metafórico: llegar a un país en el que no puedes leer, hablar o comprender lo que la gente te dice significa convertirte en niño y tener que comenzar a aprender de cero, y no sólo a balbucear sino también a conocerles.
Creía que tras vivir en el Chinatown de Nueva York durante una década sabía algo sobre ellos pero aquello fue sólo un extraño aperitivo en el que básicamente fui maltratada por chinos cantoneses que no querían saber nada de mí, que saboteaban mi apartamento, que escupían y se sonaban las mocos sin pañuelo por la calle y que jamás me saludaron con afecto aunque les comprara fruta y verdura a diario en la misma tienda.
Quise estudiar chino entonces pero me trataron tan mal que se me quitaron las ganas. En Taiwán en cambio me han recibido con una calidez que yo desconocía y a medida que paso más tiempo aquí quiero saber más sobre ellos y surgen nuevas preguntas. ¿Por qué comen a todas horas? ¿También escuchan a los Rolling Stones o tienen sus propios mitos populares? ¿Por qué aunque hay templos dedicados a Budha en todas partes su verdadero dios es el Seven Eleven? ¿Por qué se niegan a hablar de política? ¿Por qué es mejor venirse a Taiwán a aprender chino que a la China continental? ¿Por qué adoran a los niños rubios? ¿Es racismo o autoflagelación? ¿Quién y por qué emigra a Taiwán? ¿Por qué cuando hablan en otro idioma suenan tan bordes aunque en realidad no lo sean? ¿Por qué son infinitamente más civilizados que los occidentales en cosas como la recogida de basuras, el cuidado de sus hijos o el acceso de discapacitados a sus medios de transporte públicos?
¿Por qué ver a una mujer al mando de la política en Taiwan quizá sea un hito mayor que ver a Hillary Clinton como aspirante a la presidencia? Preguntas 'made in Taiwán' para invitaros a viajar este verano desde vuestra tumbona playera.
Cuando los nacidos en los setenta jugábamos a las muñecas todo era 'made in Taiwan'. El nombre de aquel país evocaba un mundo paralelo y fascinante donde las calculadoras crecían en los árboles, los juguetes llovían de las nubes y hasta la ropa se reproducía allí por generación espontánea. Nadie sabía...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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