Eva Sobredo, feminista
Las maquetas de Cecilia encontradas y publicadas recientemente conceden una segunda juventud al trabajo de la cantautora
Francisco Pastor 2/08/2016
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La hija de un diplomático que había vivido en Lisboa, Filadelfia o Ammán y llegaba a España, según narraba, “como regresó Ulises a Ítaca”, contaba con un personaje. Uno que, en mayo de 1972, y a los 23 años, publicó su primer elepé: en la cubierta, miraba de frente a la cámara, así como mostraba el guante de boxeo que cubría su mano. Se quiso llamar Cecilia, en honor a la canción escrita por Art Garfunkel y Paul Simon –este último, su compositor preferido– y, para muchos, pasaría a la historia como la narradora de Un ramito de violetas.
Quizá las largas túnicas que, de cuando en cuando, vestían a Evangelina Sobredo –Eva, para los amigos–, o aquel pelo al que ella misma se refería, en sus letras, como deshilachado, ayudaran a encumbrar a la estrella que algunos, en su recuerdo, confunden con Jeanette. Aquello del Soy rebelde –que sí entonaba esta, y no Cecilia– encajaba, al fin y al cabo, en el relato de una joven madrileña, la quinta de nueve hermanos, que había crecido en una familia alojada en el régimen de Franco; extravagancias, diría alguno, de los hogares acomodados.
Y Cecilia, nacida en 1948, acudía a misa y esbozaba una sonrisa ante quienes la rodeaban, y así lo narra José Madrid en Equilibrista (Ocho y Medio, 2011). Al llegar a casa, y con la guitarra en la mano, la actitud era otra. “El cuervo largo, negro y severo, predicando a pecadores. Las cotorras perfumadas, recién comulgadas, miran a las pájaras sentadas”, encriptó la madrileña en una Fauna que solo llegó a ver la luz tras algún retoque de la censura. Las alusiones a la comunión cayeron por el camino.
Las cotorras perfumadas, recién comulgadas, miran a las pájaras sentadas
Aquel recuerdo de la mujer que llegaría a representar a España en la OTI, con una canción compuesta por Juan Carlos Calderón, nos sigue hablando de una mujer de la Transición: de alguien que encarnaba, en su sola figura, a las dos Españas que se reunirían sin mayor ceremonia. “Reconciliadas”, acabó entonando Eva, en el estudio de grabación, que no “recién comulgadas”, sobre aquellas mujeres que había visto en misa. “Soy muy mal caminante en esta vida. No sé pasar ligero. Por los sitios y las cosas, sí. Por las personas, no”, escribió Eva, a su novio Luis Gómez-Escolar, en una carta.
“En aquella España de talibanes apareció una mujer civilizada con la que conecté inmediatamente”, contaba Tomás Muñoz, fundador de la CBS, sobre la tarde en la que conoció a Cecilia. De su visto bueno nació ese primer disco que llevó las canciones de Eva hasta las emisoras de radio, y gracias al que ella, poco después, acabaría compartiendo escenario con su admirado Joan Manuel Serrat. Sus letras, entonces más existenciales, y en ocasiones alejadas de lo concreto –Nada de nada– no incomodaban en la España de la Transición, entonces bañada por las músicas extranjeras y destapes de toda suerte.
La mano no se levantó demasiado: el “desliz en el sexto” mandamiento que Eva había escrito para su Dama, dama se quedó, tras el repaso de la censura, en un “desliz inconexo” alejado de las alusiones a la Iglesia. No hemos conocido revelaciones como esta hasta hace poco, cuando las más de 40 bobinas que Cecilia dejó en el armario de la familia Sobredo se han ido convirtiendo, desde 2011, en tres discos con hasta 53 interpretaciones y composiciones inéditas. El despertar de estas cintas coincide en el tiempo con otros recientes conciertos de homenaje y con el álbum de jazz en el que Tui Higgins interpreta las canciones de Eva.
También fueron tres los discos que compartieron Cecilia y CBS, en los cuatro años que trabajaron juntos. No cupieron en ellos el Cíclope que aludía a la monotonía de una Televisión Española rendida al franquismo, o un Día tras día cuya letra no elude los discursos obreristas: “Vivo trabajando y trabajando muero, me encienden a las cinco y me apagan a las siete”. Para un cuarto elepé, ya póstumo, quedó aquel mismo mensaje, aunque menos estridente en la música, el timbre y la melodía, Cómo puede vivir: “Si se despierta mañana, será como siempre al son del reloj. Y se levanta, con camisa y corbata. Ya no es un hombre, es una máquina extraña vestida de gris”.
Vivo trabajando y trabajando muero, me encienden a las cinco y me apagan a las siete
La autora reservaba, para los conciertos, sus interpretaciones del We shall overcome de Pete Seeger y del Blowing in the wind, de Bob Dylan. Al tiempo, dejó para la lengua inglesa el Lady in the limousine en el que hablaba de prostitución; de la que consumían los hombres adinerados. Y las palabras malsonantes, en cualquier caso, para el trato coloquial. “¿Cómo que he trabajado poco? Todo el mes aquí encerrada y ni siquiera he podido follar”, espetó a Muñoz, durante una discusión sobre su tercer elepé.
Sí se conoció, ya entonces, que Eva quiso llamar Me quedaré soltera a su segundo disco, para cuya portada se había fotografiado simulando un embarazo. Aunque la canción que le daría nombre sí se divulgó, el nombre del álbum devendría en un escueto Cecilia 2 en el que, además, el retrato aparecía cortado: ni rastro del vientre hinchado. Para muchos de quienes conocen mejor su obra, este trabajo, publicado en 1973, fue el mejor de sus tres elepés. La censura no pareció advertir que la autora se permitiera hablar, con elegancia y en su Canción de amor, de la eyaculación precoz: “Tuve tu cuerpo junto a mi cuerpo. Mi cuerpo incierto, el tuyo fugaz”.
Y aquel Equilibrista que acabaría dando nombre a la mencionada biografía. “Mi padre prepara mi boda con un caballero de whisky con soda”, entonaba Eva. Jesús Caramés, quien recogió las bobinas perdidas del armario de los Sobredo, es de quienes suscribe que aquel fue el mejor trabajo de la autora.
Al calor del casino charla con sus amigos, sobre la guerra y los tiempos perdidos
Cecilia miraba más allá de la libertad: hacia la emancipación. Se le quedaba pequeño el papel que la sociedad concedía a las mujeres y que estas, muchas veces, se concedían a sí mismas. De eso trata Doña Estefaldina, una señora de la España vacía que “odia a los masones, reza porque mengüen las contribuciones”, cantada a partir de un poema de Valle-Inclán –a quien quería dedicar un disco que nunca pudo acabar, pero del que hoy conocemos parte–. Otra Monótona soltera se quedó en aquel armario, a la espera de un rescate al que también dieron forma Julio Seijas, guitarrista de Cecilia, y Teresa Sobredo, una de sus hermanas.
Había algo que estaba mal en la forma en la que la sociedad nos reunía, o no, como parejas. “Al son del dinero, dime, quién no se mueve”, preguntaba Eva, al cantar la historia de un matrimonio –otro más– de conveniencia. Y en su último trabajo, aquel Un ramito de violetas publicado un año antes de su muerte, cupo un retrato de Don Roque, un clérigo de pueblo aficionado al vino y a las cartas: “Al calor del casino charla con sus amigos, sobre la guerra y los tiempos perdidos”.
Dicen que fue el amor, junto a Luis, el que provocó aquel romántico Tú y yo que sonó en la radio, una vez y otra, durante el verano en el que murió Cecilia. El 2 de agosto de 1976, el turismo en el que viajaba Eva como pasajera se chocó contra una carreta de bueyes y ella entraba en el llamado Club de los 27. Aquella canción de amor en poco se parecía al entonces inédito Perdimos algo, que encontraba en los largos matrimonios a parejas de “perfectos extraños”. Mentiras a medias, de las otras composiciones recuperadas recientemente, retomaba a esa compositora que reservaba para el papel las verdades incómodas: “Quizá por no hacer daño, cada noche me engaño y te digo sí”.
“Fue la primera autora española que llevó el sueño de la igualdad a sus letras”, cuenta Caramés. Un feminismo viejo, del de Simone de Beauvoir y, desde luego, alejado de la corrección política. Había muchas mujeres a las que Cecilia, que muy rara vez se dejó caer por una peluquería, no admiraba, y así lo reflejaba su cancionero. Quizá hoy alguien, incluso, le llamaría machista.
La hija de un diplomático que había vivido en Lisboa, Filadelfia o Ammán y llegaba a España, según narraba, “como regresó Ulises a Ítaca”, contaba con un personaje. Uno que, en mayo de 1972, y a los 23 años, publicó su primer elepé: en la cubierta, miraba de frente a la cámara, así como mostraba el guante de...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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