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Domingo. Día de oración y exfoliación. Y lavadoras. Al menos tres he puesto desde la llegada de los otros tres que habitan la casa.
Roto el silencio, se agradecen los abrazos. Abrazos de los que duran y reconfortan, aunque luego haya que pensar en el centrifugado. El viernes, cuando aún sólo se oía mi voz en el salón, opté por la periferia sur en vez de lanzarme a la calle a oler a gallinejas, limonada y baldosas. A falta de cuidar a hijos, me dio por los padres, aunque mi espalda ya no lleve tan bien lo de dormir en mi cama de soltera. Y me fui a Getafe, capital del Sur, ciudad universitaria y de mi infancia y adolescencia.
Mis padres ven ‘Sálvame’. Sí, también van a librerías, a Mercadona y hablan de política. Es compatible. Así que me pasé parte de la noche del viernes viendo el mejor retrato de esta España de la fábrica de Mediaset (con permiso de “La Sexta Columna”, la mejor banda sonora de la televisión). En un momento de gritos, voces cruzadas y vestidos de colores de los colaboradores, la presentadora intentó poner paz con la siguiente frase: “Por favor, silencio, os recuerdo que estáis trabajando para la gente”. Que tomen nota los oradores del Congreso. Luego mis progenitores me recordaron la pasta que ganan los que salen en ese programa sin ser periodistas. Aterrízame si eso. Si ya me dieron la pista mis vecinas cuando les advertí que, a pesar de lo que pone en mi licenciatura, no conocía a Rocío Carrasco pero sí a Pedro Solbes. Decepción absoluta, mileurismo y un armario con poca concesión al color pero lleno de negro y de gris. Tendría que haber nacido en Manhattan y no en Príncipe de Vergara.
Ayer me despegué del hogar paterno y me vine al mío. Mi padre me advirtió una vez más de que está “hasta los cojones de la derecha”, una derecha a la que casi siempre ha votado. Me duché, me hidraté y me fui a comer con un amigo. La excusa era comer, pero lo que necesitaba era un abrazo y unas risas. Y hay gente con la que esa fórmula siempre funciona, hables de neoliberalismo, de acondicionadores de pelo o de amores que nunca tendremos.
Escribo esta columna y mis hijos aún duermen. Escucho a Jorge Drexler y su Todo se transforma, y sé que en cuanto se levanten volverán a contarme con todo lujo de detalles la película de Zipi y Zape. Volveré a echar de menos el silencio y no sacar las sartenes para cenar, ese lujo de conformarse con un poco de queso, salmón y vino como menú de supervivencia. Menos mal que mañana vuelvo al trabajo. Menos mal que han vuelto.
Domingo. Día de oración y exfoliación. Y lavadoras. Al menos tres he puesto desde la llegada de los otros tres que habitan la casa.
Roto el silencio,...
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Norma Brutal
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