Escrito a ciegas
Sexo y resacas
José Luis Merino 10/08/2016
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Al escritor estadounidense Charles Bukowski nunca le tomaron en serio en su país. Por el contrario, en Europa adquirió una sorprendente notoriedad.
Su prosa directa, llena de inflamadas procacidades y múltiples resacas alcohólicas encandilaba a la masa lectora (ese público municipal y espeso, según definición de Baudelaire). A los lectores poco exigentes, les bastaba con las correrías argumentales de las novelas autobiográficas de Bukowski.
Fue en su libro de poemas, publicado antes de su muerte, acaecida en 1994, donde se pone de manifiesto su endeblez literaria. En esa obra vuelve a aparecer el Bukowski de siempre: empeñado en presentarse como el tipo más duro y depravado del universo: quien bebe lo que nadie puede aguantar, el ególatra depravado, el incendiario de piscinas y demás lindezas pavoneantes.
Aunque lo intente con toda su alma ser poeta, le falta el aliento misterioso imprescindible. No basta con poner palabras en fila, vomitando sobre el papel sus vivencias e imaginaciones –con golpes de máquina directos e inmediatos–, para conseguir que el poema surja como por arte de magia. No es suficiente verlo vibrar a él, cuando la vibración debe partir del poema mismo. La gran poesía, e incluso la buena poesía, es otra cosa. Si el texto no tiembla, no sirve, aseguraba, con atinado criterio, el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Al escritor estadounidense Charles Bukowski nunca le tomaron en serio en su país. Por el contrario, en Europa adquirió una sorprendente notoriedad.
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José Luis Merino
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