Al Kraenzlein, antes que Owens y Lewis
Mariano Galindo 10/08/2016
Al Kraenzlein
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París, año 1900. La capital francesa celebra entre abril y noviembre la Exposición Universal. Todos los campos del conocimiento están representados en esta gran Feria, que abraza a expositores de todo el mundo en una exaltación del progreso, de los avances de la civilización y de un mundo en paz. Fue un canto al siglo XIX que se cerraba y en ese homenaje tuvieron cabida la industria, el arte, la mecánica, la educación… y el deporte. Porque los segundos Juegos Olímpicos de la Era Moderna se celebraron en ese año 1900 en la capital de Francia, si bien es cierto que de fiesta y exaltación del deporte y del espíritu olímpico tuvieron más bien poco. Denominados como los peores Juegos siempre, algunos historiadores del deporte ni los consideran como tal, ya que se extendieron durante varios meses, de mayo a octubre, fueron una parte más de esa Exposición Universal parisina, no celebraron ni ceremonia de apertura ni de clausura y algunos de los deportistas que tomaron parte en las distintas disciplinas no fueron conscientes de que estaban compitiendo en unos Juegos Olímpicos. La falta de información y de definición, además de las carencias organizativas, señalaron a París 1900.
Un año antes, en 1899, un joven atleta de la Universidad de Penn había batido cinco récords mundiales de salto longitud entre abril y mayo. Era Al Kraenzlein, nacido en 1876 en Milwaukee y una de las estrellas universitarias del atletismo estadounidense de finales del siglo XIX. Su gran rival de entonces era el judío Meyer Prinstein, de la Universidad de Syracuse. Ambos mantenían un duelo único en la arena de la longitud. Un choque de juventudes que tendría su punto álgido en los Juegos de París 1900. Allí, Al Kraenzlein conquistaría el oro en salto de longitud, por delante de Prinstein, y añadiría otras tres preseas doradas en 60 metros lisos, 110 metros vallas y 200 metros vallas. Sus cuatro oros en otras tantas pruebas individuales colocan a Kraenzlein como el único atleta en toda la historia en lograr esa gesta. Nadie desde entonces y hasta 2016 ha conseguido sumar cuatro oros individuales en atletismo sólo en unos Juegos.
París 1900 fue un galimatías organizativo del que las fechas no se libraron. Concretamente caótico fue el atletismo. Las pruebas atléticas se celebraron en el Bosque de Bolonia, convertido en parque por Napoleón III en 1852 y con una superficie dos veces y media mayor que Central Park. Kraenzlein ganó sus cuatro oros en tres días, entre el 14 y el 16 de julio.
Al de Wisconsin, eso sí, le costó amarrar alguna medalla más que otra. Tanto en 110 metros vallas, celebrados el 14 de julio, como en 200 metros vallas, que corrió el día 16, estableció sendos récords olímpicos. En esta última prueba, según relata el New York Times, simplemente se paseó, hasta el punto de que enfiló los últimos metros relajado, a ritmo de footing. Y eso que una salida nula le había penalizado con salir una yarda por detrás del resto.
Los 60 metros los ganó el día 15 de julio, domingo, misma jornada en la que se alzó con otro de sus oros, el de salto de longitud, donde extendió para la eternidad su rivalidad con Prinstein. Aludíamos al lío de las fechas como el gran lunar las pruebas atléticas de París 1900. En primera instancia, la organización había programado para ese domingo 15 de julio una serie de competiciones. Sin embargo, para la mayoría de los estadounidenses, era el Día del Señor, jornada sagrada donde la hubiese e incompatible con la práctica atlética. Así que la delegación de Estados Unidos presionó para que esas pruebas se movieran al 14 de julio. La organización de París 1900 accedió a ello y, en el momento en que lo hacía, se metía en un pantano más profundo: el 14 de julio era la fiesta nacional de Francia. Desde ahí, el desastre, con unas pruebas que se vuelven a trasladar a su día original y otras que quedan fijadas en el sábado 14. De fondo, la desinformación total para los atletas, que no eran conscientes de cuándo les tocaba rendir cuentas.
El salto de longitud se presentaba como una de las mayores atracciones en el Bosque de Bolonia. Los estadounidenses Al Kraenzlein y Meyer Prinstein y el irlandés Peter O'Connor eran los saltadores del momento. Sin embargo, Peter O'Connor jamás tomó parte en estos Juegos ni en ningunos oficiales, aunque sí lo hizo en los Juegos Olímpicos Intermedios de 1906, celebrados en Atenas y no reconocidos oficialmente por el COI.
El calendario marcaba el 14 y el 15 de julio para la disputa del salto de longitud. El sábado, pruebas clasificatorias y el domingo, final. A ésta accedían los cinco mejores de la ronda sabatina y sus marcas contaban para la pelea dominical. Meyer Prinstein pasó a la final con el mejor salto, 7.17 metros; Al Kraenzlein se había quedado en 6.93 metros, suficiente eso sí para entrar con el segundo mejor registro.
Pero la final era en domingo, y aquí se da una de las mayores paradojas de la historia de los Juegos. Al Kraenzlein, en teoría, no quería saltar en el Día del Señor. Prinstein, judío, lo había hecho en sábado, cuando teóricamente por los mandamientos de su religión no debía haberlo hecho. Como fuera, ambos supuestamente llegaron a un acuerdo para no saltar el domingo y terminar el 14 de julio la competición. Meyer Prinstein con sus 7.17 metros y Al Kraenzlein con sus 6.93 metros. Pero Al Kraenzlein saltó, y se saltó, ese pacto. No fue el único que participó en la final el domingo, pero sí el más notorio. Sumó un centímetro más que Prinstein y con su marca de 7.18 se colgó el oro. Cuenta el relato, nunca confirmado al 100%, que cuando Prinstein se enteró de la traición de su colega, le asestó un puñetazo en la cara.
Al menos el propio Prinstein se pudo desquitar pocas horas después y marcharse de París con una presea de oro, la que le dio la disciplina de triple salto, donde el 16 de julio estableció el récord olímpico. Cuatro años después, en los Juegos de Sant Louis 1904, Prinstein repetiría oro en triple salto y por fin ganaría la prueba de salto de longitud, con récord olímpico de premio añadido.
Para entonces, Al Kraenzlein hacía tiempo que se había retirado. Realmente lo hizo ese 16 de julio de 1900, tras barrer en la prueba de 200 metros vallas. Considerado el padre de las vallas modernas, por adoptar el estilo de salto de una pierna rígida y otra estirada, Al Kraenzlein recogió su título de dentista de la Universidad de Penn, aunque nunca ejerció, y desde ese momento se dedicó a entrenar. Si bien compitió algo hasta 1901, su retiro internacional se había producido tras cruzar la línea de meta de los 200 metros vallas en París.
Al Kraenzlein fue un excelente técnico de atletas que desarrolló su labor en la Mercersburg Academy y en la Universidad de Michigan. Más tarde, contó entre sus pupilos con Ralph Craig, doble oro en Estocolmo 1912, en 100 y 200 metros. Contratado por el Imperio Alemán para que preparara a sus hombres de cara a los Juegos de 1916, en un acuerdo de cinco años de duración y un montante económico de 50.000 dólares, llegó a desplazarse a Berlín para trabajar sobre el terreno, pero la I Guerra Mundial se cruzó en el camino y terminó desbaratando el plan. Sirvió también para el equipo olímpico cubano tras la contienda y regresó a Penn para trabajar como preparador de las nuevas generaciones de las que un día él formó parte de manera exitosa.
Murió en 1928, apenas cinco meses después de sentirse terriblemente mal y serle detectada una pleuritis, la causa de su final prematuro. En el verano de ese año, en Ámsterdam, tendrían lugar los primeros Juegos Olímpicos donde competía la mujer en pruebas de atletismo. Los de 1900 habían sido los primeros en incluir el género femenino, tras no registrar ninguna fémina en 1896. Ahora, los de Ámsterdam daban un paso de gigante.
En longitud, en esos Juegos de 1928, vencía Ed Hamm, con una marca de 7.73 metros. Los 7.18 de Al Kraenzlein en París 1900, que le dieron el oro, le habrían servido para ser solamente 10º casi tres décadas después. Pero nadie le pudo quitar a Al Kraenzlein el hito de ser el único atleta en ganar cuatro oros individuales exclusivamente en unos Juegos Olímpicos. Ni el mismo Carl Lewis pudo. París tuvo algo de especial, al menos.
París, año 1900. La capital francesa celebra entre abril y noviembre la Exposición Universal. Todos los campos del conocimiento están representados en esta gran Feria, que abraza a expositores de todo el mundo en una exaltación del progreso, de los avances de la civilización y de un mundo en paz. Fue un...
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Mariano Galindo
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