Martín Caparrós / Escritor, autor de ‘Lacrónica’
“La prensa escrita es víctima de la lógica del ‘rating”
Manuel Tapia Zamorano 17/08/2016
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Jamás utiliza gafas de sol porque prefiere el color natural de las cosas. Esa mirada limpia y directa, mezclada con sensibilidad y oficio periodístico, ha convertido a Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) en uno de los mejores maestros de la crónica y el reportaje.
En esta entrevista, Caparrós habla de su libro "Lacrónica" (Círculo de Tiza), un compendio de sus reflexiones sobre el periodismo y sus mejores trabajos de los últimos 30 años, en los que ha viajado por todo el mundo para contar historias y dramas humanos como los bombardeos aéreos de Belgrado, las guerrillas de Colombia y la prostitución infantil en Sri Lanka.
Licenciado en Historia por la Universidad de La Sorbona y con el corazón futbolístico dividido entre el Boca Juniors y el Real Madrid, Caparrós tuvo como héroe de la infancia a Sandokán, el pirata de las novelas de Emilio Salgari.
Escuchando su verbo tranquilo y viendo su rostro serio, marcado por un cuidado bigote al estilo de los húsares de la caballería húngara, uno parece estar delante de otro personaje literario más actual, el capitán Alatriste, aunque la comparación quizás le deje indiferente.
Después de más de veinte años escribiendo crónicas, ¿sigue disfrutando de ellas, descubre aspectos nuevos, le siguen aportando cosas?
Escribo menos crónicas que en otras épocas, básicamente porque me cuesta más que algún tema me atraiga lo suficiente. Pero cuando lo hago sigo sintiendo esa sensación de nerviosismo de enfrentarme al texto periodístico. La última vez que me pasó fue hace algunos meses en Malí, cuando escribí una historia sobre los pastores nómadas, con quienes conviví durante quince días.
¿Es la crónica la mejor herramienta periodística para conocer la realidad?
No diría que es la mejor. Es un instrumento que muchas veces logra buenos resultados y es el que a mí me gusta más, pero hay muchas otras formas de contar el mundo, por lo menos tan interesantes y tan eficaces como una buena crónica. En los medios digitales se están utilizando con éxito otras fórmulas y otras narrativas. Dentro de diez o veinte años estas nuevas herramientas serán infinitamente mejores que la crónica.
En contra de la estupidez del éxito, lo mejor que uno puede hacer es seguir fracasando, una y otra vez, cada vez un poquito mejor
En su libro Lacrónica define este género periodístico como “un intento siempre fracasado de atrapar lo fugitivo del tiempo en que uno vive”. ¿Esto es siempre así? ¿Hay que aceptar ese fracaso del que usted habla como algo inexorable?
En el libro anterior a éste, "El hambre" (Anagrama), empiezo con una frase que tomo prestada a Samuel Beckett: “Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Ése es un poco mi lema. En contra de la estupidez del éxito, lo mejor que uno puede hacer es seguir fracasando, una y otra vez, cada vez un poquito mejor, porque eso te hace tener la conciencia de que puedes fracasar otra vez.
Cuando uno emprende un proyecto tiene inicialmente una cantidad de sueños y aspiraciones que no llegan a cumplirse. Al final, el resultado siempre es inferior a lo que uno se había propuesto.
Dice también en el libro que el cronista es un aparato, una máquina de mirar. Puede que en ocasiones esa mirada necesite filtros para ver mejor la realidad: gafas de sol para no deslumbrarse, mirada limpia y pura según qué casos, lentes para ver mejor de cerca. ¿Considera que esto es así?
Me parece válido y necesario tomar todos los recaudos que te sirvan para mirar mejor. No son sólo adminículos que uno se pone delante de los ojos. También hay muchos que uno se pone detrás. Mirar también es poner en acción tus ideas sobre el mundo, adónde vas a dirigir la mirada, qué es lo que vas a querer ver, qué esfuerzos vas a hacer… y eso tiene que ver con tu concepción del mundo. También detrás de los ojos hay una serie de herramientas que se ponen en acción para mirar. Yo hago esa diferencia entre ver y mirar. Ver es esa situación supuestamente involuntaria en la que a uno le entran imágenes que voluntariamente no quiere. En cambio, mirar es una acción voluntariamente decidida, en la que uno está focalizándose en ciertas cosas, insisto, con herramientas de los dos lados de los ojos.
El lector que no lee es un monstruo mitológico imposible, el lector se define por el hecho de que lee. O escribes para lectores que leen, o no escribes
La crónica es una mirada individual (dice en el libro), luego de una misma realidad ¿puede haber tantas crónicas como miradas? ¿cómo distinguir las mejores, las más completas, las más fieles a esa realidad? ¿Son todas válidas?
La corrección política dominante me llevaría a decir que sí, que por supuesto todas las crónicas son igualmente valiosas y hay que respetarlas a todas, pero para alguien que algún día dijo que iba a escribir un tratado contra la tolerancia, que soy yo, esta respuesta sería relativamente hipócrita.
No todas las crónicas son igualmente valiosas. No es lo mismo lo que miraba en África Kapuscinski que lo que miraba en África Turuchuski, que no tengo ni idea de quién es y a quien nunca leí. Obviamente, hay gente que mira mejor que otra y que cuenta y que ve mejor que otra. Y hay gente con cuya mirada me siento más cercano e identificado y otra con la que me siento mucho más lejano. Una de las grandes falacias contemporáneas es negarlo y suponer que todo es más o menos igual, equivalente, y ponerse en esa posición del tolerante que renuncia a su propio juicio sobre las cosas para suponer que todas tienen el mismo valor.
Si, como dice usted, la pirámide invertida es “un periodista confesando su impotencia”, ¿un profesor de periodismo que habla a sus alumnos de la pirámide invertida y la objetividad es un profesor fracasado?
A mí siempre me sorprendió la idea de que uno escriba un texto para que no lo lean. La pirámide invertida es eso, escribir pensando en que no te van a leer y eso resulta muy humillante para uno mismo. Uno escribe para que lo lean, por lo tanto tiene que poner en marcha todas las herramientas que tenga para que cuando escriba un texto sea interesante del principio al fin, no para que tenga un párrafo interesante y el resto sea prescindible.
En las facultades de periodismo siguen hablando de pirámides invertidas y cosas por el estilo y eso me sorprende. El lector que no lee es un monstruo mitológico imposible, el lector se define por el hecho de que lee. O escribes para lectores que leen, o no escribes.
Su libro es un perfecto manual de periodismo y una guía imprescindible para elaborar buenas crónicas. Me consta su aversión por los manuales y los tratados académicos, pero, posiblemente sin quererlo, usted ha elaborado uno magnífico.
Los medios digitales te permiten formas de contar totalmente nuevas y propias, y ahí hay un camino muy interesante
Ya me han dicho eso en varias ocasiones. La palabra manual me resulta aterradora porque me recuerda a instrucciones de uso, y yo estoy en contra de la idea de alguien dando instrucciones, quizás porque siempre me gustó encontrar las formas buscándolas y perdiéndome, y equivocándome e insistiendo.
Pero también es cierto que me gusta la idea de compartir esas pocas conclusiones sobre periodismo a las que puedo haber llegado en estos años, y que me han permitido escribir este libro.
Quizás más que como manual, me gustaría pensar que el libro es un enemigo, algo que lees precisamente para confrontarte o pelearte con él, para comprobar que él dice una cosa y tú piensas otra bien diferente.
En una reciente entrevista en el diario La Nación usted afirmaba que muchos periodistas, para saber si llueve, entran en el Weather Channel y son incapaces de salir a la calle para comprobarlo”. Qué daño está haciendo Internet, ¿no?
Lo curioso es que nos hace muchísimo daño cuando también nos hace muchísimo bien. Por un lado, es una fuente de información increíble, el problema es cuando se transforma en la única fuente de información. Y ahí la responsabilidad es muy compartida entre la cierta pereza que a veces nos da y el hecho de que las empresas periodísticas paguen cada vez menos, den cada vez menos tiempo para hacer las cosas y en estos casos la solución es buscar ese contenido en Internet y burlarlo.
En la era de Internet, de la imagen, de las redes sociales es posible mantener, como dice usted en el libro, que la ventaja de la palabra es que “construye, evoca, reflexiona y sugiere”. ¿Aprecian realmente esas cualidades los usuarios de la Red?
Son dos vías distintas, no opuestas. Los medios digitales te permiten formas de contar totalmente nuevas y propias, y ahí hay un camino muy interesante. Mientras tanto, hay otro camino que es el uso del espacio vertical para publicar buenos textos clásicos. Los buenos textos se vienen publicando en muy distintos soportes desde hace 3.000 o 4.000 años y el soporte digital es tan eficiente, si no más, que la mayoría de los otros.
¿Qué futuro le augura a las grandes cabeceras de la prensa escrita?
Hace 15 o 20 años, en la época de mayor éxito del diario El País, se vendían 400.000 ejemplares en un país de 40 millones de habitantes. El periódico más exitoso del mundo en habla castellana lo compraba el uno por ciento de los habitantes.
Los periódicos siempre fueron un hecho minoritario y el problema es que quieren competir con los medios audiovisuales y los de Internet con sus mismas armas, en lugar de concentrarse en las propias, en las posibilidades y calidades de la palabra. La prensa escrita está siendo víctima de la lógica del rating. Están cayendo como moscas en esa lógica. En lugar de defender la idiosincrasia, lo propio de la buena prensa, lo que interesa contar del mundo, hacen todo lo contrario: ven qué les interesa a las audiencias y les dan mierda sobre mierda.
¿Qué periodistas españoles son de su predilección?
Entre los más veteranos, Soledad Gallego-Díaz o Joaquín Estefanía, que siempre me hacen ver cosas que yo no había visto y me resultan interesantes por lo que escriben. Me gustan mucho también Enric González y Ramón Lobo. Entre los jóvenes, me gustan Ander Izagirre, que tiene un humor estupendo; Sergio del Molino, con su gran proyecto sobre la España vacía, o Jordi Carrión, un adelantado.
Jamás utiliza gafas de sol porque prefiere el color natural de las cosas. Esa mirada limpia y directa, mezclada con sensibilidad y oficio periodístico, ha convertido a Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) en uno de los mejores maestros de la crónica y el reportaje.
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