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Después de un verano marcado por el atentado terrorista de Niza y por la polémica del burkini, la izquierda francesa intenta retomar el protagonismo en el inicio de un trascendental curso político, que culminará con las elecciones presidenciales, en mayo del año que viene, y las legislativas.
El movimiento Nuit Debout y las movilizaciones sindicales contra la reforma laboral impulsada por el gobierno de François Hollande supusieron, durante la primavera de 2016, un soplo de aire fresco para la izquierda. Desde el atentado contra la revista Charlie Hebdo en enero de 2015, los sectores progresistas de la sociedad francesa habían aparecido desorientados, cuando no aplastados por la obsesión nacional con el terrorismo y las cuestiones identitarias, el terreno en el que más a gusto se mueven el Frente Nacional y la derecha sarkozista. Las movilizaciones de sindicatos y jóvenes contra la reforma laboral devolvieron la cuestión social al centro del debate político: volvió a hablarse de paro, reducción de la jornada laboral, derechos y precariedad. Además, si bien las manifestaciones y huelgas fueron menos masivas que en las protestas de 2010 contra la reforma de las pensiones del gobierno de Nicolas Sarkozy, esta vez se ha producido una alianza de facto entre la clase trabajadora tradicional --representada por los sindicatos, con la Confederación General del Trabajo (CGT) a la cabeza-- y la juventud de clase media precarizada, que ocupó las plazas del país y conectó el rechazo de la reforma laboral con cuestionamientos más amplios del sistema económico y político.
Las manifestaciones se interrumpieron y el asesino de Niza volvió a convertir el terrorismo en la única preocupación nacional.
La movilización, sin embargo, no fue suficiente para impedir que el primer ministro Manuel Valls impusiera en julio la reforma laboral por decreto, utilizando una disposición constitucional extraordinaria que le permitió evitar el debate parlamentario de la ley. Poco después, la Plaza de la República se vació, las manifestaciones se interrumpieron y el asesino de Niza volvió a convertir el terrorismo en la única preocupación nacional. Inmediatamente, el gobierno socialista prorrogó hasta enero el estado de emergencia --cuya inutilidad para prevenir atentados había quedado trágicamente demostrada una vez más-- y los comentarios racistas se multiplicaron en redes sociales, medios de comunicación y hasta en un acto en recuerdo a las víctimas. En agosto, la polémica del burkini mostró de nuevo hasta qué punto la islamofobia ya forma parte del sentido común del Estado y la sociedad en Francia: el 58% de la población piensa que el Islam es una amenaza para la República y no paran de aumentar las agresiones islamófobas, que en el 73% de los casos son contra mujeres.
Quedan siete meses para las elecciones presidenciales y todo apunta a un enfrentamiento en la segunda vuelta entre Marine Le Pen y el candidato de Los Republicanos (la derecha tradicional). Hollande sería eliminado en todos los casos en la primera vuelta, según un reciente sondeo de Le Figaro. Juppé o Sarkozy y Le Pen pasarían. El Frente Nacional obtendría entre el 26 y el 29% de los votos en primera vuelta. Solo si su contrincante es el alcalde de Burdeos, Le Pen no quedaría en primer lugar.
El Frente Nacional obtendría entre el 26 y el 29% de los votos en primera vuelta.
Hasta ahora el ex primer ministro Alain Juppé era el favorito en las primarias de la derecha, pero Nicolas Sarkozy le ha alcanzado en las encuestas y está consiguiendo imponer sus temas de campaña, por lo que es probable que el expresidente acabe siendo el candidato, si las varias investigaciones judiciales que penden sobre él, no se lo acaban impidiendo. En un duelo entre Le Pen y Sarkozy, cualquier resultado sería una victoria de las ideas de la extrema derecha, ya que el expresidente se ha fijado el objetivo de ganar las primarias de su partido y luego la elección presidencial presentándose como un candidato más radical que Le Pen. Mientras la líder del Frente Nacional intenta mostrar su cara más amable para combatir el miedo que sigue provocando su partido, Sarkozy propone medidas como internar en centros de detención sin orden judicial a sospechosos de terrorismo y crear un servicio militar obligatorio para jóvenes en situación de “fracaso escolar”.
El terremoto político también está asegurado en las elecciones legislativas que se celebran justo después de las presidenciales. El sistema electoral mayoritario (basado en distritos uninominales, como el de Reino Unido) ya no será suficiente para detener al Frente Nacional, que podría pasar de tener una diputada en la Asamblea Nacional a un grupo parlamentario de alrededor de 60, según una proyección basada en el resultado de las últimas elecciones regionales.
François Hollande es el presidente más impopular de las últimas décadas y todavía no ha aclarado si concurrirá a las primarias de su partido para presentarse otra vez.
Mientras tanto, la izquierda está dividida. François Hollande es el presidente más impopular de las últimas décadas y todavía no ha aclarado si concurrirá a las primarias de su partido para presentarse otra vez. Ya han anunciado su candidatura a estas primarias Gérard Filoche, Benoît Hamon, y Marie-Noëlle Lienneman, representantes del ala izquierdista del Partido Socialista. El proteccionista Arnaud Montebourg también ha anunciado su candidatura presidencial, y un sondeo lo sitúa por delante de Hollande.
Finalmente, el joven y liberal Emmanuel Macron se presenta por su cuenta con el movimiento En Marcha, que pretende rechazar las viejas etiquetas de izquierda y derecha. Su desempeño como ministro de Economía de Hollande no ofrece, sin embargo, dudas sobre su ideología: este antiguo banquero reconvertido en político es el artífice de una de las leyes más neoliberales de esta legislatura, que facilitó los despidos, privatizó empresas públicas e incrementó los casos en los que algunos comercios pueden abrir los domingos.
Hace unos meses, un grupo de políticos progresistas lanzaron en el periódico Libération la propuesta de hacer unas primarias de toda la izquierda, desde Hollande hasta el Partido Comunista. Sin embargo, la idea no llegó muy lejos: Jean-Luc Mélénchon, el principal representante de la izquierda radical, presentó su candidatura por su cuenta, los ecologistas van a celebrar sus primarias y el Partido Socialista las suyas, sin ni siquiera contar con la participación de Montebourg y Macron, ambos exministros de Hollande.
Mélénchon es, sin embargo, la figura más popular de la izquierda y no deja de subir en las encuestas.
Por su parte, Jean-Luc Mélénchon, fundador del Parti de Gauche, se presenta a estas elecciones a la cabeza de su candidatura-movimiento La Francia Insumisa, un proyecto político fuertemente personalista que pretende atraer a sectores más amplios que en 2012, cuando se presentó como candidato del Front de Gauche junto al Partido Comunista y otras pequeñas organizaciones y obtuvo el 11 por ciento de los votos. Mélénchon lleva décadas dedicándose profesionalmente a la política (fue ministro del socialista Lionel Jospin), su carácter agresivo causa un fuerte rechazo entre muchos votantes y no defiende una postura claramente progresista en materia de inmigración y diversidad cultural. Su alusión a los trabajadores de otros países europeos que “roban el pan” a los trabajadores franceses escandalizó a gran parte de sus potenciales seguidores.
Mélénchon es, sin embargo, la figura más popular de la izquierda y no deja de subir en las encuestas, impulsado por su carisma, un programa económico anti-austeridad y una campaña que se está esforzando por acercarse a los sectores populares, olvidados por la izquierda francesa desde hace décadas. Si todo sigue así, el candidato de La Francia Insumisa estará en condiciones de ocupar buena parte del espacio político dejado por el Partido Socialista, totalmente desacreditado debido a su deriva neoliberal y autoritaria. Clémentine Autain, líder del partido de inspiración trotskista Ensemble, ya ha anunciado su apoyo a Mélénchon, pero todavía no está claro qué hará el Partido Comunista.
El cuadro de una izquierda dividida y debilitada se completa con la exministra ecologista Cécile Duflot, que será probablemente candidata presidencial de Europe Écologie-Les Verts. Sin embargo, Mélénchon les ha ganado terreno a los verdes al convertir la planificación ecológica en uno de los ejes de su campaña, y las encuestas prevén que Duflot obtendrá solo entre el 1 y el 3% de los votos.
Mélénchon les ha ganado terreno a los verdes al convertir la planificación ecológica en uno de los ejes de su campaña.
Mientras tanto, en el terreno sindical, el pasado 15 de septiembre se produjo otra jornada de manifestaciones en toda Francia contra la reforma laboral, que fue aprobada en julio. La represión policial fue tan violenta como en otras protestas --un manifestante perdió un ojo por una granada de la policía--, pero la participación fue muy inferior. Aunque ya nadie confía en que el gobierno derogue la ley, la CGT quería aprovechar las movilizaciones para introducir demandas nuevas, como la reducción de la jornada laboral a 32 horas semanales para luchar contra el paro. Otros sindicatos han anunciado, sin embargo, que ya no convocarán más manifestaciones y todo indica que el movimiento social contra la reforma laboral ha llegado a su fin.
La izquierda se aferra a la posibilidad de hacer un hueco en la agenda política a las cuestiones sociales y laborales.
La izquierda se aferra a la posibilidad de hacer un hueco en la agenda política a las cuestiones sociales y laborales, en las que se siente más cómoda que en las discusiones sobre terrorismo e identidad nacional. Hasta ahora, ningún candidato de izquierda ha sido capaz de ofrecer una alternativa creíble a las delirantes propuestas antiterroristas de la derecha y la extrema derecha, ni a su creciente agresividad contra migrantes y musulmanes. Por lo tanto, los debates sobre esos temas son monopolizados por los candidatos más reaccionarios.
Los candidatos progresistas tienen ahora el reto de centrar la atención pública en los temas sociales, pero a la vez dar una respuesta creíble y respetuosa de las libertades democráticas a la demanda ciudadana de seguridad, ante la sucesión interminable de atentados. Si no lo consiguen, será inevitable encontrarse en las presidenciales del año que viene una segunda vuelta entre Sarkozy y Le Pen.
Después de un verano marcado por el atentado terrorista de Niza y por la polémica del burkini, la izquierda francesa intenta retomar el protagonismo en el inicio de un trascendental curso político, que culminará con las elecciones presidenciales, en mayo del año que viene, y las legislativas.
Autor >
Pablo Castaño Tierno
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