Peter Sagan, o cuando el ciclista es una 'rockstar'
A sus 26 años, el palmarés del eslovaco de Zilina es fantástico. En número de victorias y en calidad de las mismas. Dos Mundiales, la clasificación por puntos del Tour de Francia en cinco ocasiones o cuatro etapas en la Vuelta a España, entre otras muchas
Marcos Pereda 17/10/2016
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18 de enero de 2009. El mundo del ciclismo fija su mirada en un pequeño critérium que se está celebrando en Adelaida. No importa el resultado, ni el recorrido. Un hombre, uno únicamente, centra por completo la atención. Hasta hace unos meses Lance Armstrong era un recuerdo: el del ciclista que más veces había ganado el Tour de Francia. El que se retiró sin que nadie pudiera domeñarle en el julio francés. El que arrasaba sin compasión al mando de un ejército de soldados vestidos de azul. Un fantasma del pasado…
Pero aquel 18 de enero de enero de 2009 Lance Armstrong volvía a competir. Quien todo lo pudo empezaba su desafío más grande, el que lo lanzaría a una furiosa batalla contra el tiempo. También, mucho después, hasta su propia perdición. Él no lo sabía, pero el imperio y la leyenda que había levantado no harían más que tambalearse a partir de aquel instante.
No fue nunca el americano hombre que pasara desapercibido. Amante de los golpes de efecto, del impacto simbólico en cada uno de sus gestos, se había preparado meticulosamente para destacar desde el principio en aquel deporte que antaño fue suyo. Anhelaba volver siendo quien era cuando se marchó: el jefe. Por eso, por pura psicología, también por su enorme espíritu megalómano y un puntito psicopático, Lance Armstrong se filtró en una escapada avanzada la prueba. Era el paisaje habitual de su época, todo estaba en orden.
Quizá el hecho de que los focos se centrasen en exclusiva sobre el texano hizo que sus acompañantes en aquella aventura, infructuosa al final, fueran poco menos que figurantes. Pero al menos uno de ellos tenía una cualidad que lo hacía destacar sobremanera: su edad. Y es que a lado de Armstrong, 37 años, rodaba un chaval que aun contaba 19. En lenguaje norteamericano, un adolescente vestido de verde Liquigas. Grande y algo desgarbado sobre la bici, como si ésta se le hubiese quedado pequeña y aun esperase una de su talla. Todos buscaron su nombre entre los dorsales, todos repararon en su fecha de nacimiento. Se llamaba Peter Sagan.
Siete años después, el jovenzuelo que relevaba a Armstrong en Australia ha ganado su segundo Mundial y atesora un currículum extraordinario
Aquella misma temporada, entre sus 19 y sus 20 años, consigue nada menos que cinco victorias, algunas de ellas en plazas tan clásicas como la París-Niza o el Tour de Romandía. Hoy, siete años después, el jovenzuelo que relevaba a Armstrong en Australia ha ganado su segundo Mundial, atesora un currículum extraordinario y puede ser definido, sin temor a errar, como el mejor ciclista del mundo.
A sus 26 años, el palmarés de Peter Sagan, eslovaco de Zilina, es fantástico. En número de victorias y en calidad de las mismas. A los dos Mundiales hay que añadir la clasificación por puntos del Tour de Francia en cinco ocasiones (siempre que ha participado), siete etapas en la Grande Boucle, otras cuatro en la Vuelta a España (prueba que abandonó el año pasado como protesta tras haber sido atropellado por una moto), Harelbeke, dos Gante-Wevelgem o una Ronde van Vlaanderen, entre otras muchas. Es, a día de hoy, el único ciclista que parece capacitado para poder lograr una hazaña que permanece inédita desde los años setenta: vencer en los cinco Monumentos del ciclismo. Sería el cuarto en lograrlo, el primer no belga, el primero de tantas cosas…
Con todo, no es lo más importante. O, al menos, no lo único. Porque Sagan gana, gana mucho, pero hace más. Cuida el cómo, el cuándo, está atento al dónde. La manera, la sublime belleza a la hora de hacer las cosas. La deliciosa contradicción de jugar al ataque cuando eres, se ha comprobado, uno de los mejores esprínters del mundo. Qué importa. Se forjan de otra forma los campeones. Por eso queda humillado en 2013 en el Tour de Flandes frente a Cancellara, cuando se empeña en seguir a un pletórico suizo en los muros adoquinados. Allí Sagan no puede, cede delante de las cámaras, mira al suelo, su pedaleo se hace lento, torpe. Lo que en Fabian es potencia que enlaza cada movimiento torna grotesca epilepsia para Peter. Anhelaba medirse con el mejor en el mayor de los escenarios y perdió. Tomó nota de ello. De cómo hacerlo, de cómo ganar. Este año, en su deliciosa cabalgada en solitario por el Paterberg y la llanura flamenca, hubo mucho de la lección de aquel 2013. Sagan venció, al fin, De Ronde, y lo hizo en solitario, vestido de arcoíris, mostrándose dominador. Era lo que siempre había ambicionado. Su crecimiento tocaba techo.
Realmente hubo un tiempo en el cual se temió que Sagan, como deportista, hubiera frenado su progresión. Fue en el bienio 2013 y 2014, principalmente este segundo año. Era entonces un ciclista que parecía cansado, que a veces no asimilaba bien las grandes distancias, que se mostraba ansioso, poco acertado en lo estratégico. Llegaron los agoreros. Destacó demasiado pronto, se quedará por el camino, quemado desde muy joven, decían. Recordad a Vanderaerden, recordad a Saronni. Se ha aburguesado, es un atleta cómodo. El patrón del Liquigas le prometió un Porsche si ganaba el maillot verde y una etapa en su primer Tour. Sagan cumplió su parte, y añadió otro parcial. Ya tenía su coche, como Bernard en el 86, Tapie mediante. Y todos temblaron. Pero en eso logró también Peter ser diferente. El no era el italiano, o el flamenco, tampoco el pusilánime borgoñón. Era, va a conseguir ser, mejor.
Y luego está su imagen. Porque Sagan lleva pelo largo, va mal afeitado, es simpático, extrovertido, moderno. Sagan se gusta y gusta al público. Hace vídeos imitando una escena de Grease con sus amigos que reciben millones de visitas. Divierte y se divierte. Arrastra masas, publicidad, patrocinadores. Cuando anunció sus intenciones de correr la prueba de MTB en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro el interés por la misma creció exponencialmente. Pese a su total ausencia de posibilidades, pese a suponer, objetivamente, una decisión más que discutible. No importaba, era él. Pero ojo, todo esto no serviría de nada si no rindiese en lo deportivo. Si no ganase. Su pelo, sus excentricidades, sus toques de rockstar. Acompañan al rendimiento deportivo, y en ese caso son un complemento perfecto. Es lo que a muchos les cuesta entender.
La combatividad que expone cada jornada, en cada escenario, enlaza con la tradición más añeja del ciclismo
Y Sagan trasciende. Nunca se cae, es espectacular, domina la bici como nadie. Sonríe, le sonríen. También, a veces, los rivales. Se ha ganado el respeto de los más grandes. Cuando gana el Mundial en Richmond Tom Boonen lo felicita con efusividad. En Flandes es Cancellara quien agradece su carácter competitivo, en el Tour Contador reconoce su ayuda como gregario de lujo (en cualquier tipo de etapa, en cualquier tipo de condición de carrera). La combatividad que expone cada jornada, en cada escenario, enlaza con la tradición más añeja del ciclismo. Por tener incluso tiene, en homenaje a otra de las grandes costumbres de este deporte, a un hermano enchufado en su equipo, un Juraj Sagan que de vez en cuando hasta gana el nacional de su país. Pero Peter es diferente. Es impulsivo, sanguíneo, se equivoca y pide perdón. Gesto de niño pequeño, sonrisa pícara. Es uno más, tan perfecto en sus imperfecciones, con ese pedaleo siempre un poco apurado, falto de elegancia natural. Con su acento cerrado del este, el que lo lleva a arrastrar las “erres” como si fuera una parodia del típico eslavo. Es todo eso, claro. Y un icono. Pero también, y sobre todo, un ganador.
Hubo un tiempo en el cual el ciclismo era el más popular de los deportes. Unos años, décadas, en los que figuras como Poulidor traspasaron las fronteras del mundo de la competición y pasaron a ser símbolos populares de Francia. O Coppi y Bartali en aquella Italia partida en dos que solo volvía a unirse para tifar por ellos. O Merckx, el hombre que abrió periódicos en Bélgica (Valonia y Flandes) el día después de que Armstrong, Neil, pusiera el pie en la Luna. O el mismo Agostinho, recuerdo de lo que Portugal no quería recordar. Hoy ese tiempo ha pasado, esos años son solo recuerdo. Por eso es tan valiosa la figura de Sagan, porque consigue llegar a cotas similares en un medio mucho más hostil. Y, además, gana. Gana mucho.
Lo suficiente como para que lo consideremos el mejor ciclista del mundo.
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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