Dos que son uno
Omar Fraile y Kenny Elissonde son buenos ciclistas, no estrellas pero sí profesionales esforzados, peleones. Encuentran en la montaña su hábitat natural y persiguen, claro, los mismos objetivos
Marcos Pereda 12/09/2016
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Maillot
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Tántalo en bicicleta. Día tras día, pero en pareja. Allá, a lo lejos, asoma un puerto, la carretera se empeña en erizarse, en mirar orgullosa al cielo. Allá, a lo lejos. Y él gana posiciones en el pelotón, alcanza la cabeza, dispuesto a marcharse. Nunca solo. A su lado, una sombra. Tan iguales, tan distintos. Él y él. Se miran, hasta se sonríen. Hermanos ya, a estas alturas. Saltan, juntos. Son uno, ellos dos.
El primero es alto y delgado, cimbreante como un junco en el último atardecer del otoño. El otro es pequeñito y de músculos macizos, apenas recuerdo de cincel sobre bronce. El primero parece gigante sobre su bicicleta. El otro a veces recuerda a un niño, a uno que le hubieran quitado antes de tiempo los ruedines y se hubiera lanzado, con entusiasmo, al pelotón profesional. Ambos son la sombra del otro, ambos son el mismo cuando la Vuelta a España se despereza remoloneando entre curvas y pendientes.
Hace calor en el septiembre hispano. Sol, campos amarilleando, polvo en cunetas que se levanta al paso de los ciclistas. Toses. Hay un grupo heterogéneo de hombres en bicicleta, maillots de todos los colores, gestos serios, concentrados. Y, por delante, dos. Bajito el primero, alto quien va ahora detrás de él. George y Lennie, podrían llamarse en esta carrera que, muchas veces, parece competición de ratones y hombres. Ellos avanzan, George y Lennie. Dorothea Lange fotografía campos que parecen de serrín, pavesas que menudean, aquí y allá, en desprecio de lo que fue. Clic de Leica. Ambos, todo, ratones y hombres, avanzan.
El primero es alto y delgado, cimbreante como un junco en el último atardecer del otoño. El otro es pequeñito y de músculos macizos
Los dos que son, los dos que serán, se llaman Omar Fraile y Kenny Elissonde. Buenos ciclistas, no estrellas pero sí profesionales esforzados, peleones, que encuentran en la montaña su hábitat natural. Que persiguen, claro, los mismos objetivos. Y acaban por encontrarse siempre, por cruzarse mientras ponen esas sonrisas que se reservan para los familiares que nos resultan levemente estomagantes pero a los que no podemos ignorar sin más. Fría cordialidad, quizá, la llaman. En el fondo un cariño que nos resulta casi incomprensible.
Kenny Elissonde es un escalador pequeñito, uno de esos hombres que caben en un suspiro y luego trepan por las montañas como si un impulso irresistible los empujase. Uno de la estirpe de Trueba, de Vietto. Alguien nacido en las llanuras de la Île-de-France que supo escapar a su destino de rodador, de contrarrelojista excelso. Porque no podía ser otra cosa, no le salía nada del cuerpo que no fuera convertirse en grimpeur. Piernas poderosas, pantorrillas de acero, músculos marcados como grietas de un país agreste. Otra vez el recuerdo de los que fueron antes de él ser. De Martano, de Thijs. Kenny Elissonde es joven, pero ya le dio tiempo a ganar en el Angliru hace unos años, cuando por detrás de él Horner jugueteaba a detener el absurdo tictac del tiempo. Entre la niebla el diminuto francés triunfó. Ahora menudea cada tarde buscando recuerdos.
Junto a él, su sombra. Mucho más grande, hasta casi enmudecer la figura del galo cuando se pone en vanguardia. De la mano, en cada cuesta, en cada etapa.
Hace casi medio siglo Juan Manuel Santisteban, un cántabro que tenía manos de ganadero, talla de leñador y corazón de poeta en abril, le decía a Fuente que si pudiera lo metería en el bolsillo. “Taranguín, cuando hace viento, tú a mi bolsillo. Así no sufres”. Tarangu era pequeñajo, todo nervios, y encontraba en aquel gigante bueno y tranquilón el sosiego que necesitaba. Más tarde Santisteban se mató contra un pretil maldito en Sicilia, cuando Tarangu ya llevaba la maglia azul celeste de Bianchi, y aquellas palabras se le quedaron clavadas al asturiano en su alma de niño grande.
Otra vez tú aquí, sí, ya ves, vamos a ello, venga. Y de esa manera desfacen entuertos hasta que la realidad les apega al suelo
Pero el Santiesteban de Elissonde es escalador, igual que él, porque los tiempos han cambiado. Se llama Omar Fraile, ganó la clasificación de la montaña en la Vuelta a España el año anterior, y en 2016 se ha pasado media carrera escapado buscando repetir. Siempre, casi siempre, con el pequeñito a su lado. Quizá, en un día de suerte, conseguir el premio supremo, alcanzar la victoria de etapa. Casi imposible. Al fondo, gigantes que son molinos que son gigantes. Cruzando páramos, valles y cumbres, los dos. Uno más alto y espigado, el otro diminuto y compacto. Seleccionan cimas aquí y allá en su donoso escrutinio y se lanzan a por ellas.
De la mano, casi, en mitad de refranes, haciendo caso omiso, me temo, al público, a las cámaras, a la misma carrera. Otra vez tú aquí, sí, ya ves, vamos a ello, venga. Y de esa manera desfacen entuertos hasta que la realidad les apega al suelo. En Covadonga, por ejemplo, con Quintana disfrazado de Caballero de la Blanca Luna. O Brambilla en Formigal, ese mismo Brambilla que tiene ciclismo de los tiempos heroicos en su código genético, el que pudo escuchar, en casa, batallas sobre El Escudo mientras había batallas en toda Europa. No hay manera. Pero está prohibido rendirse, sospechan.
Otro día más. Se acerca una cuesta. Allí, haciéndole cosquillas al horizonte, picachos que desflecan nubes que desflecan sueños. Consultan el perfil de la etapa, sí, esa puntúa como puerto. Saltan. Como dos gemelos totalmente diferentes y, pese a ello, (o quizá por ello), tan iguales. Avanzan, juntos. Cuando uno tira el otro se refugia en su rebufo, cuando es al revés. Bueno, cuando es al revés Omar Fraile intenta agacharse lo más posible para aprovechar la estela diminuta de Kenny Elissonde. Seguramente, se mirarán a los ojos. Quizá, solo quizá, se sonrían. Porque es lo que deberían hacer quienes han devenido en estampas clásicas. En símbolos.
Otro día más en la oficina, ¿no? Un gesto con la mano. Igual hoy tenemos más suerte. Recorriendo un mapa que está hecho de nombres, de recuerdos. Si los miramos durante mucho rato incluso parecen dos personas, este único ciclista.
Tántalo en bicicleta. Día tras día, pero en pareja. Allá, a lo lejos, asoma un puerto, la carretera se empeña en erizarse, en mirar orgullosa al cielo. Allá, a lo lejos. Y él gana posiciones en el pelotón, alcanza la cabeza, dispuesto a marcharse. Nunca solo. A su lado, una sombra. Tan iguales, tan...
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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