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La película fue banda sonora en mi casa durante al menos tres o cuatro años, desde una cinta VHS de vídeo. Creo que mi hijo se sabía los diálogos y los parlamentos de Robin Williams de memoria, y por supuesto, las canciones: creo recordar que había mucho Beach Boys. La debió ver unas quinientas veces… Good morning, Vietnam, la peli de Barry Levinson, es del 87, pero al vídeo llegó un par de años más tarde, así que pon que primerísimos noventa, y un crío de seis o siete años. La guerra de Vietnam entraba con música, humor y un punto de tragedia crítica, y de decepción política, en el imaginario de los chavales, porque no sólo era el mío. Era toda su panda. Pero llegó para quedarse.
En el imaginario de los “padres” ya estaba Vietnam. Sobre todo, a partir del 68, de la gran manifestación de París, en fin. Que era una guerra generacional e injusta. Y no declarada. Y de demolición. Una guerra imperialista, que ponía a Occidente —y a Oriente— a los pies de la tercera guerra mundial. Y que fue uno de los motivos políticos de la revolución del 68, que cambiaría la manera de vivir, vale decir, la manera de pensar, de todo el mundo. Aunque algunos no se enteraran.
El mismo año 68, la poeta Angelina Gatell preparó una antología de poemas sobre esa guerra, convocando a lo mejor de la poesía viva española del momento. Desde Vicente Aleixandre, Rafael Alberti y Gerardo Diego, hasta algunos de los novísimos, que entonces tenían veinte años escasos y no eran ni novísimos ni nada, pasando por toda la generación del 50, y las intermedias. Y la noticia ahora es que Julio Neira ha recuperado ese libro inédito, Con Vietnam, y ha hecho una edición muy bien documentada para Visor.
A lo mejor está llegando la hora de que se escriba la verdadera historia del tardofranquismo (que era franquismo a secas) y de la Transición
El libro lo ha recuperado de los archivos de la censura franquista, porque le fue denegada la publicación a Ciencia Nueva, y relata, con cartas y sentencias, los avatares de esos manuscritos, los comentarios de los censores, en fin. Lo que fue cotidiano para los escritores de aquel momento —algunos lo son también de éste, aunque algo venidos a mayores; otros, muchos, ya no están— y soportado con más o menos estoicismo. Sin contar, claro, con los que pasaron por la trena, que fueron varios. La prohibición la firma Manuel Fraga Iribarne, a la sazón ministro de Información y Turismo, lo que sirve para refrescar un poco la memoria de los desmemoriados, pero les recomiendo que lean, además de los poemas, y los prefacios de Angelina Gatell y Julio Neira, las “propuestas” razonadas en sus informes por los censores, muchos de los cuales aconsejaban su publicación aliviada por los cortes necesarios… porque, claro, contenía ataques a un país aliado, los Estados Unidos de América, y más o menos veladas alabanzas al comunismo. No tienen precio. Y… pasen y lean.
La recuperación del trabajo de Angelina Gatell, que por cierto incluye un buen número de mujeres poetas, yo la leería como un síntoma de algo que “está en el aire”, como el Nobel de Literatura para Bob Dylan. Dylan ha sido hilo musical de mi generación muchos años más que el programa de Robin Williams en la de mi hijo. Y lo sigue siendo, cada vez que un amigo o una amiga cuelga uno de sus temas en Facebook, por ejemplo. Aunque ahora tenga un poco la cara de la nostalgia. No de la época, que se las traía: pero sí de los sueños. De la edad.
A lo mejor está llegando la hora de que se escriba la verdadera historia del tardofranquismo (que era franquismo a secas) y de la Transición. Con las críticas feroces que nos estamos comiendo —y a las que la realidad supera ampliamente, aunque no sé si el principio de causalidad vale tanto para esta situación deprimente y entreguista que nos toca soportar—, pues eso, que con las críticas feroces etc., a lo mejor toca también hablar de la actividad, todo lo lateral que queramos, que el mundo de la literatura llevaba en la España de los sesentas y setentas. De su manera de pensar.
Si alguien puso voz y palabras a la resistencia a la guerra, si alguien la contagió a toda la juventud occidental, ese fue Bob Dylan
Porque si la alabanza del comunismo no era mayormente muy expresa, la condena a los USA en Vietnam era absolutamente general. Es el motor de esta antología. Y no se trata de un antibelicismo difuso, de un pacifismo más o menos dulce. Lean y verán que hay, muchas veces, una condena taxativa y dura. Y otras muchas, oficio de imaginación, un ponerse en el lugar de la víctima que no se correspondía con la versión oficial (y escasa) de lo que estaba pasando en Extremo Oriente. Ver esa acción poética en tantos y tantas poetas, y saber que la autoridad competente la consideró peligrosa para la seguridad del país y las relaciones con los Estados Unidos, da una idea de lo que se cocía realmente en esta tierra. Y curiosamente, a todos, a censores y censurados, podemos reconocerles ahora. Lo que no es igual ya es la sociedad a que hemos llegado, ni sus leyes… de momento. Que una leve ampliación de la ley mordaza —y no quiero dar ideas— nos pondría a los pies del fundador del PP, o de alguno de sus sucesores.
Algo está en el aire. La pregunta, seguro, y la respuesta, quizá. Vietnam es, ahora, más cosa de Apocalipsis Now o de los traumatizados supervivientes del horror (que ya se solapan en la iconografía con los que estuvieron en el Golfo), que la crítica angustiada, desilusionada, del DJ radiofónico que encarnara Robin Williams. Si alguien puso voz y palabras a la resistencia a la guerra en los Estados Unidos, si alguien la contagió a toda la juventud occidental, ese fue Bob Dylan. A lo mejor ni tan mal este premio. A lo mejor, como las causas y los efectos se imbrican de manera no tan lógica, ni tan mal. A lo mejor, lo que hay en el aire, eso que hace aparecer ahora un libro olvidado durante 48 años en las arcas de la ignominia franquista, va por ahí. Que, bueno, de ilusión también se vive. Porque la realidad no puede estar más... fea.
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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