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La literatura está llena de personajes femeninos. Hasta el Quijote, y no digamos Shakespeare. Algunos, espléndidos. Y la mayor parte de ellos, creados, inventados, por varones. Son esas mujeres que forman parte del imaginario femenino para bien y para mal, desde la Regenta a Madame Bovary, desde Karenina a las chicas del Cuarteto de Alejandría: Justine, o Melissa, o Clea. Las que me han venido a la cabeza son personajes románticos, aunque las de Durrell sean, por propia definición autorial, modernas: en todas, el amor y el poder son los motores desde los que nos han dejado sus marcas. Y muchas veces, la desgracia y la culpa. Pero ahí están. Como avisos para mareantes y anuncios de lo que se debe y no se debe hacer, y sobre todo, de lo que se puede y no se puede ser.
La irrupción masiva de mujeres novelistas –y poetas-- es un fenómeno reciente comparado con…. la inmensidad del océano. Sí, ya sé que ha habido grandes escritoras, y pequeñas, desde que la literatura existe. Pero creo que su visibilidad y, sobre todo, su abundancia, y la naturalidad con que, lo quieran o no, las mujeres se han hecho con la autoría, es particularmente notable en las últimas décadas. En el último siglo. Y creo que a estas alturas, hay ya una masa crítica que desborda lo que pasaba en el XIX, incluso en la primera mitad del XX. Y tengo la impresión de que lo cuantitativo hace cualidad, como en la física o en las ciencias sociales. Tengo la intuición, que planteo como una última pregunta de marzo, de que una nueva perspectiva, que podría corresponder a esa mitad más una de la población que somos, se está dejando ver. O mejor, se está haciendo ver. Y me parece notarlo –ya sé que hay que estudiarlo, que de hecho se está estudiando ya hace décadas-- muy especialmente cuando me encuentro con tres libros recientísimos, de tres tíos, escribiendo desde el punto de vista de sus personajes femeninos. Ostensiblemente. Como probando que esa perspectiva tiene ya carta de naturaleza.
La irrupción masiva de mujeres novelistas –y poetas-- es un fenómeno reciente comparado con…. la inmensidad del océano
En Corazones en la oscuridad (Anagrama, 2016) Joaquín Pérez Azaústre cuenta la historia de una madre muy mayor y sus dos hijas. Y de una pareja de amigos de la lejana juventud. Personajes de la clase media con alguna veleidad artística, en el caso de la primera generación, y que constatan el fracaso que es la vida misma, irremediables las derrotas que el tiempo inflige, irremediable la vejez y/o la madurez (que también es dolorida, aunque no tanto), agotadora la frustración que parecería inherente a las vidas mismas. Y la memoria, y los secretos, en una sociedad básicamente de mujeres, solas, cada una en su drama. Y son personajes vivos y normales, con ese cuarto de hora de brillo y éxito (en el pasado) y esa especie de ausencia de futuro que planea en toda su reconstrucción de la vida familiar, de la memoria y el descubrimiento, por indicios y revelaciones que no voy a contar aquí, de lo que es un verdadero arcano. Como todas las familias, la de Agueda, sus amigos y sus hijas, tiene un armario cerrado.
En Como si fuera esta noche la última vez (Los libros del lince, 2016) Antonio Ansón se pone en la piel de una mujer que escribe con sencillez de cronista y un humor fino, británico diría, la vida cotidiana en momentos muy poco cotidianos, realmente extraordinarios: la vuelta del viejo amor (aquel de juventud extrema que se dejó pasar pero que ahora pone a temblar el presente) y la aparición de la enfermedad. Enfermedad, que debería escribir con h, LA Henfermedad. Y hay que ver la afición que le tiene Enrique Murillo, el editor, al proceso del cáncer, que ya van varias en su catálogo. Claro que, como forma parte del cotidiano del miedo, y del cotidiano de tantas mujeres que hoy mismo lo padecen, pues bueno. Total, que Ansón pone la felicidad matrimonial aburrida, el cariñísimo maternal realmente hermoso y conmovedor, y ese doble proceso de la enfermedad y su tratamiento, y el amor redescubierto, narrada por la mujer que padece ambos, y que lo cuenta descubriendo cada paso, cada momento. Es una especie de diario, en realidad, “los deberes de mamá” como terminará diciendo el pequeñín de la casa, que hace el contrapunto literario y que en un quiebro…. No. No pienso contar que él resulta ser el narrador-descubridor de la historia, porque en ese momento se me caería la tesis que mantengo. Que ahí está la perspectiva de mujer (cruzada con la del crío, es verdad) porque amores, tedios, cariños maternales, frivolidades fraternales, y miedos, angustias, el diario de la quimio, los problemas domésticos derivados, están narrados desde la piel y las palabras, y la sentimentalidad, de la protagonista narradora. Desde una perspectiva mujer.
El tercer libro es Corrientes de amor, de Ovidio Parades (Trabe, 2015), que es el que me hizo empezar a pensar que algo estaba pasando en el sentido en que va esta columna. Es sabido que hasta que no hay dos, no hay corriente, género, estética. Hacen falta al menos dos libros, dos autores, dos poetas, para poder hablar de género o de fenómeno, en el sentido más griego (y fantasmal) de la palabra. Así que ahí lo tenía. Los relatos de Corrientes de amor son estampas de lo común, estampas de lo cotidiano, escritas mayoritariamente desde una perspectiva de mujer, y, por eso, lo amoroso –y lo desamoroso, que hay más-- está absolutamente ligado a la vida diaria, que seguramente tiene mucho más peso. Pero hay que ver cómo el amor y el olvido imposible tienen un poder particularmente fuerte en el mundo de las mujeres. A lo mejor por eso es necesaria, en este libro, esa perspectiva. Como lo es la construcción de algo más que un libro de cuentos, un mapa urbano fragmentario, con la implacable presencia de los colores y la lluvia asturiana como telón y atmósfera, y la atención a esas pequeñas historias, a ese saber que la vida la vive cada una, de una en una, y que es irrepetible, y una se muere y ya está. Y que cada vida tiene una novela, y que todas terminan mal. Pero no voy a exagerar: que no es nada cenizo Ovidio Parades. Y sabe rescatar la esperanza, porque sabe rescatar las pequeñas epifanías de la felicidad. Que también existen.
La literatura está llena de personajes femeninos. Hasta el Quijote, y no digamos Shakespeare. Algunos, espléndidos. Y la mayor parte de ellos, creados, inventados, por varones. Son esas mujeres que forman parte del imaginario femenino para bien y para mal, desde la Regenta a...
Autor >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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