TRIBUNA
Organización urbana: la ciudad a través de su metabolismo
El Pacto de Milán, firmado en 2015, es muy ambicioso respecto de la gobernanza alimentaria, pero necesita articular políticas de gestión pública para no ser un mero escaparate político-institucional
Monica di Donato 24/10/2016
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A partir de los años 50, la proporción de los habitantes que viven en las ciudades ha ido aumentando constantemente. Muchos expertos esperan que esta tendencia se intensifique durante los próximos años. Como consecuencia de ese crecimiento, según datos de Naciones Unidas, la población mundial urbana superó a su contraparte rural durante el periodo comprendido entre 2005 y 2010, y en la actualidad se puede afirmar que la mayoría de la población humana reside dentro de regiones urbanas. De cara a 2050, y en línea con las tendencias de aumento poblacional a nivel mundial, los modelos muestran que las zonas urbanas absorberán ese aumento, incorporando aproximadamente 3.000 millones de personas. Se prevé que solamente en el contexto europeo, en 2020, el 80% de sus habitantes vivirá en áreas urbanas.
Dentro de esa expansión y aceleración en la organización urbana del mundo, vastas áreas del planeta están dedicadas exclusivamente a la producción, procesado, logística, etc. de mercancías que fundamentalmente serán consumidas en otras zonas caracterizadas por una mayor concentración de riqueza y donde suele concentrarse la mayor parte de la población. En ese sentido, esta organización compleja tiene el objetivo de garantizar que este intercambio se realice y que los sistemas urbanos siempre queden abastecidos de energía y materiales para la población.
Considerando estos niveles de urbanización tan elevados, pensar en la gobernabilidad y en la transición ecosocial de un sistema tan complejo como es la ciudad, un sistema de sistemas según la definición usada por Gary Gardner en el último informe de la Situación del Mundo 2016 —dedicado precisamente al tema de las Ciudades Sostenibles—, significa, en definitiva, pensar en la viabilidad de los flujos físicos que la nutren y la atraviesan (de ahí la metáfora del metabolismo) y en el gran impacto a distintas escalas y desde distintos ámbitos que, sobre los ecosistemas, ejerce su población a través de los diferentes compartimentos que la estructuran (hogares, servicios, infraestructuras, etc.).
Es evidente, por tanto, que cualquier programa de transición hacia la sostenibilidad no puede lograrse sin la consideración y la participación del espacio urbano, con el objetivo de que este se reconvierta en un ámbito funcional a un modelo de sociedad más equilibrada, es decir, una sociedad con un “balance demográfico más equilibrado entre mundo rural y mundo urbano, que traslade un grueso significativo de la población al mundo rural, así como un retorno importante de energía laboral al sector primario”, usando las palabras de Emilio Santiago Muiño en el capítulo añadido a la edición en castellano de la citada publicación.
En ese sentido, la ciudad deberá lidiar con su complejidad para no colapsar, reequilibrar su funcionamiento de manera más circular y menos lineal, así como reajustar su balance de energía endosomática (la que circula por el interior de los organismos vivos) y exosomática (la que circula fuera de los organismos vivos) con respecto al mundo rural, para encontrar su papel dentro de un mundo de 9.000 millones de personas, con elevadas densidades de población, y altos requerimientos de energía y materiales para organizarse, moverse y alimentarse.
Las ciudades son lo que comen
Desde el punto de vista metabólico, la mayor parte de la energía endosomática que utilizamos los seres humanos se extrae de los sistemas agrícolas, que son los únicos sistemas productores (aunque subsidiados, desde el punto de vista físico) junto con los propios sistemas naturales, es decir, los únicos organismos autotróficos. Las ciudades, sin embargo, serían organismos heterotróficos, compuestos por elementos transformadores (por ejemplo, las industrias), que utilizan la energía exosomática para transformar recursos naturales en bienes y servicios, y elementos consumidores (por ejemplo, los hogares), que consumen los bienes y servicios y utilizan la energía exosomática para su propia reproducción. La estructura de la ciudad estaría compuesta por los edificios, infraestructuras, etc., que constituyen la materia de la ciudad, donde se desarrolla este funcionamiento.
Dado su carácter abierto hacia el exterior, el mantenimiento de la complejidad de los sistemas urbanos se fundamenta, por tanto, en un desequilibrio hacia el consumo de energía exosomática, apoyándose en la explotación de recursos naturales ubicados en espacios más o menos lejanos, llegando a adquirir, en muchos casos, un carácter global.
El estudio del metabolismo urbano es valioso porque nos proporciona información objetiva sobre la dirección del desarrollo urbano. En este sentido, nos da pistas importantes sobre los impactos ambientales que genera la actividad desarrollada por la ciudad como resultado de un uso de recursos naturales derivado de un cierto patrón de consumo y estilo de vida.
Alimentar la ciudad: estrategias urbanas
“Las ciudades son lo que comen”. Con esta frase tan contundente se expresaba en 2009 Carolyn Steel en su libro Hungry Cities, haciendo hincapié en la importancia del flujo de la alimentación dentro del contexto metabólico urbano, pero no sólo desde el punto de vista físico sino también simbólico y cultural, utilizándolo como factor de lectura de las mismas transformaciones urbanas.
En ese sentido, tanto los informes y congresos más institucionales (como el Programa de la FAO Food for the Cities, o el congreso sobre Agricultura y Ciudades promovido por UN-Habitat en 2001, sólo por citar dos ejemplos) como las múltiples y diversas iniciativas impulsadas con y por parte de la sociedad civil y las administraciones públicas en todo el mundo (sobre todo alrededor de los años ochenta en Norteamérica), han puesto de relieve la necesidad de mejorar la sostenibilidad de las zonas urbanas a través de un mayor control y gobernanza de sus ciclos agroambientales y alimentarios. Se trataría de articular un debate que va más allá de la problemática de nutrir a una ciudad cada vez más poblada o de mejorar la eficiencia de los sistemas de comercialización y distribución de los alimentos, y que ahonda en la perspectiva de cómo pensar la ciudad.
La comida es uno de los recursos más vitales para la ciudad. Existe, por tanto, una estrecha conexión entre la comida y la ciudad, y la forma en que las personas pueden acceder a ella y decidir qué comer depende e influye sobre la organización urbana, su sostenibilidad y su resiliencia.
Los mayores logros se dan sorprendentemente en lo más cotidiano
Muchas han sido las políticas adoptadas e implementadas por diferentes ciudades en materia de alimentación (sobre diversas cuestiones y desde diferentes planos). Existe una amplia literatura que recoge en ese sentido las experiencias más emblemáticas de distintas ciudades. (Por ejemplo, en la II Reunión en la FAO sobre Política de la Alimentación Urbana se premiaron las ciudades que se han distinguido en términos de política urbana de alimentos: el primer premio ha ido a Baltimore, por su política urbana dirigida a la resiliencia y la equidad social. El segundo premio, dedicado a las ciudades que trabajan en contextos desfavorecidos, ha ido a la Ciudad de México, por su lucha contra la pobreza alimentaria. Y luego están los premios dedicados a cada una de las seis áreas del Pacto: Quito (Ecuador) fue premiada por su sistema de producción de alimentos a través de una red de huertos familiares; Birmingham (Reino Unido) gana por su programa de lucha contra la obesidad, por citar unos ejemplos).
Precisamente dentro de este marco se inscribe el primer pacto a nivel internacional entre alcaldes sobre políticas alimentarias urbanas, el Milan Urban Food Policy Pact, considerado como la mayor herencia dejada por la Exposición Universal de 2015 que tuvo lugar en Milán bajo el lema Nutrir el planeta, Energía para la vida. Este pacto fue firmado en la ciudad italiana el 15 de octubre de 2015 por parte de muchas administraciones de todo el mundo y hoy cuenta con 130 ciudades que lo apoyan (estamos hablando de 470 millones de habitantes), entre ellas, muchas ciudades españolas (la mayoría ayuntamientos del cambio) como Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia (que acogerá el tercer encuentro internacional de ciudades comprometidas con el pacto), Málaga, Las Palmas de Gran Canaria, Villanueva de la Cañada, Zaragoza, Córdoba.
Se trata de un acuerdo voluntario (aquí radica quizás su mayor limitación) que incluye seis áreas de intervención —gobernanza, alimentación sana y sostenible, justicia social y económica, producción de alimentos, distribución y despilfarro— y define las directrices para los gobiernos locales, destinadas a “desarrollar sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos, resilientes, seguros y diversificados para garantizar una alimentación sana accesible a todo el mundo en un marco de acción basado en los derechos, con el fin de reducir el desperdicio de alimentos y conservar la biodiversidad y, al mismo tiempo, mitigar y adaptarse a los efectos del cambio climático”. El objetivo es dotar a los gobiernos de una agenda de compromisos y, sobre todo, facilitar la comparación entre ciudades, de manera que el esfuerzo sea más eficaz y compartido. En esa línea, el Pacto de Milán articula un Marco de Acción que incluye 37 medidas que ofrecen una agenda concreta para el desarrollo de políticas alimentarias municipales.
Un año de acuerdo
Hace apenas unos días, el pasado 14 de octubre, los alcaldes que han ratificado el pacto se citaron en la sede de la FAO en Roma para hacer un balance de lo que se ha hecho a lo largo de este año de vida del pacto, así como para identificar los próximos pasos. Uno de los objetivos importantes de los que se ha hablado es llegar a la elaboración de indicadores para medir la eficacia de las políticas, para luego ser capaces de hacer un seguimiento y una comparación con datos objetivos. Además de los indicadores, otro tema importante tratado ha sido la posibilidad de involucrar a otros actores y redes institucionales sobre la temática de la Política de la Alimentación Urbana. En ese sentido, hay muchas expectativas sobre la manera en la que todos estos temas serán retomados en la conferencia Habitat III en Quito sobre los asentamientos y el desarrollo urbano sostenible. En esa ocasión, el Pacto de Milán se presentará como una experiencia virtuosa en la que se maneja de manera colectiva e integrada el tema de los alimentos a través de medidas que combinan la economía, la salud pública, la equidad social y la integridad de los ecosistemas.
En muchas de las ciudades españolas que han firmado el Pacto, el impulso y los compromisos adquiridos por parte de las administraciones públicas han venido de la mano y de la voluntad y del convencimiento de organizaciones de la sociedad civil para que se siguiera y se profundizara en experiencias y políticas públicas ya existentes, es decir, huertos urbanos, comedores ecológicos dentro de la restauración colectiva, mercados de productores, etc. Dentro de ese ámbito, las administraciones municipales han trabajado con diversos agentes y sectores sociales de la ciudad en la difusión del contenido del Pacto, favoreciendo la participación ciudadana, recogiendo propuestas de cara a la elaboración de unas directrices de gobernanza municipal, y organizando redes de seguimiento e intercambio para evaluar y desarrollar las medidas contenidas en el documento. También se ha promovido la creación de redes y organizaciones para compartir y difundir experiencias en el proceso de desarrollo de la agenda urbana en la aplicación del Pacto de Milán, entre ellas, centrales de abastos, plataformas de distribución, mercados municipales, agricultura periurbana, parques agrarios, huertas urbanas, circuitos cortos de comercialización, dinamización económica y control del desperdicio alimentario.
El Pacto de Milán, en el papel, es muy ambicioso y toca puntos centrales en términos de gobernanza alimentaria urbana. Esperemos que no se quede en un mero escaparate político-institucional y que sepa articular a su alrededor políticas de gestión pública alimentarias encaminadas a la seguridad y soberanía alimentaria de la ciudad. Desde las ciudades y en las ciudades se pueden encontrar respuestas y caminos.
Y cerramos con las palabras pronunciadas por el alcalde de la ciudad de Valencia hace unos días en Roma en la segunda reunión sobre Política Urbana de la Alimentación: “Una concepción equivocada de desarrollo ha dado lugar a la posibilidad de no ser capaz de proporcionar un entorno de vida habitable a las generaciones futuras. La conciencia de esto nos obliga a reorganizarnos con el fin de garantizar la dignidad de todos. Recordemos que los mayores logros se dan sorprendentemente en lo más cotidiano”.
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Monica Di Donato es economista ecológica e investigadora en FUHEM Ecosocial. En Twitter es @MonDiDonato.
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