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Salsódromo De La Parcería, en el madrileño Campo de la Cebada.
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Empezaré con una confesión: yo también he sido okupa. Y me han juzgado y todo. Una vez. Mi padre, un apolítico genial que se partió el lomo para que yo pudiera estudiar, vino al juicio con una mosca detrás de la oreja. Y la verdad, quedó maravillado ante la gente tan bonita y tan lista que compartimos aquella experiencia tan judicial. Éramos doctoras en medicina, historiadores, carpinteras, arquitectos, hacktivistas, filósofas, ecologistas, fontaneros, directoras de orquesta. Sensibilidad e inteligencia distribuida. Una maldición para el orden mental y jurídico de los especuladores patrios.
Incluso, en las declaraciones previas ante la jueza, me puse algo nervioso y acabé invitando a su señoría a ducharse en mi casa. No conmigo, en mi casa. La jueza se quedó ojiplática. Giré el cuello para comprobar como el abogado que nos representaba se llevaba las manos a la cara y evitaba cruzar su mirada con la mía. Yo, sencillamente, fui cortés. Fue ella quien me preguntó sobre lo que pasaría si viniera a mi casa a ducharse. Y me hizo mucha gracia la pregunta, porque la nuestra era una corrala apuntalada y humilde, del Lavapiés castizo del “¡agua va!”. Sólo faltaba una jueza en la ducha para completar el cuadro flamenco.
Anécdotas sobre duchas y juezas aparte, las culturas activistas madrileñas tienen una nómina interminable de referentes éticos e intelectuales. La sabiduría cercana de Ramón Fernández Durán, las ideas innovadoras de Marga Padilla, los paladares de Carlos Vidania, el ecofeminismo de Yayo Herrero. Apenas algunos de los muchos nombres que son algo así como las madres fundadoras de un tejido biopolítico urdido durante décadas.
En el Madrid de Álvarez del Manzano y Rouco Varela, uno de los espacios de experimentación, participación y cooperación social más multitudinario fue El Laboratorio. Una experiencia colectiva en construcción permanente, que mutaría y terminaría diluyéndose, que pidió hasta la saciedad la cesión por parte del Ministerio de Cultura del edificio de Tabacalera que hoy se disfruta en la glorieta de Embajadores.
#ElPatioHace política del común para generar espacios donde quepamos todos y todas en @madrid https://t.co/0c5CEeCUQ9
— Tabacalera Lavapiés (@latabacalera) octubre 21, 2015
Infinidad de otras tantas experiencias colectivas han demostrado en los últimos 20 años que era posible lo que parecía imposible en tiempos del TINA (There Is No Alternative). La propia ciudad ha sido capaz de inventarse espacios abiertos a la sociedad, casi haciendo propia la labor de unas instituciones dedicadas, siguiendo el estilazo mediterráneo, al saqueo de lo público y al reparto de comisiones al 3% entre la gente bien y con parentelas de postín.
Las redes de cuidados y de apoyo mutuo de la sociedad en movimiento cortocircuitan las lógicas de la acumulación por desposesión y del individualismo metodológico, esos entrañables elementos del geist contemporáneo que Errejón, siguiendo a Gramsci, llamaría hegemónicos y explicaría de manera tan cristalina o tan críptica, según tuviera el traductor para mortales en modo activo o no. Lo de construir las cosas con las propias manos es algo que viene de lejos y que tiene mucho que ver con toda esta historia.
Pablo Carmona, doctor en Historia, vinculado a la Fundación de los Comunes y a la PAH, es uno de los nuevos concejales de Ahora Madrid. Propone estudiar la historia social de la ciudad para comprobar como los barrios populares de la capital fueron levantados en la crudeza de la posguerra por los propios vecinos y vecinas. “Del barro al barrio”, decían en Orcasitas.
Desde abajo, en sucesivos ciclos, desde el Campo de la Cebada al Patio Maravillas, pasando por La Eskalera Karakola, los espacios vecinales Arganzuela y Montamarta, La Villana de Vallecas, el Centro Social Seco y muchas otras iniciativas, nos encontramos con los espacios sociales de Madrid: lugares donde reunirse, ensayar y cooperar para miles de personas, organizaciones y colectivos.
Los espacios sociales son algo así como las pilas alcalinas del actual terremoto político.
En Copenhague, Berlín y París, incluso en el Madrid de Albertofis y Ana Botella, las instituciones públicas han cedido a las vecinas el derecho de uso sobre espacios en lamentable estado de abandono. Repetimos: hasta Botella actuó en momentos muy concretos como si la ciudad también fuera de la gente que la sostiene, antes de despedirse del consistorio previa entrega a los fondos buitre de las viviendas de protección oficial.
A una galaxia de distancia de la peluquería de doña Ana opera el general intellect de la ciudad: desde el feminismo al ecologismo, en el “no a la guerra” y en las luchas por los derechos de las migrantes, en la resistencia frente a los desahucios, las mareas por la educación y la sanidad pública, en la belleza desobediente de las jóvenes sin futuro o en la respiración indignada del 15-M.
Es decir, los espacios sociales son algo así como las pilas alcalinas del actual terremoto político. Contextos de subjetivación y reactualización de lo político que han sido escuelas de ciudadanía activa, crítica y transformadora, donde vecinas y vecinos de todo pelaje y condición han expresado con vehemencia que no existe eso de “ser okupa”, ya que el asunto más bien concierne a una amplia mayoría social que entiende la necesidad y la potencia de rehabilitar socialmente espacios abandonados a la especulación.
El Patio Maravillas de la madrileña calle del Pez fue desalojado por el Gobierno, ya en funciones, de Ana Botella. / PATIO MARAVILLAS
Así, la ciudad no es solo de Villar Mir y sus pelotazos. Ni siquiera de Manuela Carmena. La ciudad también es de quienes habitan sus dificultades, de quienes le dan sentido y belleza al anteponer las necesidades comunes a otros cálculos particulares.
Los espacios sociales abiertos a la participación y la creatividad vecinal no son por tanto ningún conflicto. Más bien: señalan el conflicto realmente existente como efecto de la voracidad especulativa y el abandono institucional.
Quizás, por eso, son un auténtico quebradero de cabeza para doña Esperanza Aguirre, el ABC y todo ese poder viejuno y en avanzado estado de zombificación, cuya filosofía política, en sentido estricto, es una síntesis inestable entre el economicismo canalla y el capitalismo de amigotes contratistas.
Nadie más preocupado por los okupas que esa elite giratoria dispuesta a extraer rentas de cada paso que damos por una ciudad de escaparates y horteradas sin igual. Como si los modelos bizarros, privatizados y excluyentes de gestión de lo público fueran la única forma posible de habitar nuestras ciudades.
Por eso, ha sido muy divertido escuchar los aplausos del grupo municipal de Ciudadanos a un concejal del Partido Popular, José Luis Martínez Almeida. Éste ha enunciado estos días un concepto quimérico, el de las okupas giratorias.
Madrid es hoy la segunda capital más desigual de Europa.
Martínez Almeida es un primor. El más firme escudero del pelotazo de Eurovegas tiene un compromiso paladino con sus representados. Su sueño cercenado consistía en que la gente del populacho madrileño pudiera decorar sus barracas ejerciendo como mano de obra barata en los supercasinos del extrarradio. Un modelo de desarrollo humano que parece salido de una pesadilla de Coppola en los premios Princesa de Asturias, donde las figuras de Esperanza Aguirre y Villar Mir bailan una tarantella y Paco Correa aparece dispuesto a cantarlo todo, como Johnny Fontane a orillas del lago Tahoe.
Frente a estas caricaturas hiperventiladas, Madrid, desde luego, necesita oxígeno. Necesita espacios creativos e inteligentes, lugares para el común. Necesita patios, jardines y espacios vecinales donde seguir construyendo una ciudad solidaria y justa, que sostenga la vida frente a la ambición desmesurada de las élites giratorias del 3%.
Madrid es hoy la segunda capital más desigual de Europa. Y por eso, también, precisa de políticas y planes concretos y urgentes de vivienda y empleo, donde la gente más golpeada por los desahucios, el desempleo y la precariedad pueda hacer efectivo ese derecho humano universal tan renuente en estos cortijos: tener una vida digna.
El pasado martes, por ejemplo, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Vallecas entraba en un edificio abandonado propiedad de la Sareb. La Sareb es el banco malo, esa idílica entidad que tiene 109.000 viviendas vacías como resultado del colapso de la burbuja inmobiliaria en nuestro país. Sólo en Vallecas, familias organizadas en la PAH ocupan hasta cinco edificios vacíos propiedad de entidades bancarias. Al tiempo, solicitan mediaciones para acceder a alquileres sociales. Los bomberos y la policía municipal, de momento, les han retirado la instalación eléctrica como gesto de acogida.
Entre estas gentes peligrosas y okupas, una amiga genial. Se llama Paloma, es afrocaribeña, tiene nueve años, viste de pies a cabeza de Hello Kitty y baila de maravilla el reggaeton y el dembow.
Difícil encontrar mejor imagen para retratar a esas okupas giratorias que tanto desvelan los sueños de los vendedores de tragaperras.
Gracias por participar en la encuesta sobre #ExigenciasPAH. Los datos hablan por sí solos. https://t.co/TxNDjp1z88 pic.twitter.com/3l2BXy9uxT
— afectadosxlahipoteca (@LA_PAH) octubre 30, 2015
Empezaré con una confesión: yo también he sido okupa. Y me han juzgado y todo. Una vez. Mi padre, un apolítico genial que se partió el lomo para que yo pudiera estudiar, vino al juicio con una mosca detrás de la oreja. Y la verdad, quedó maravillado ante la gente tan bonita y tan lista que compartimos...
Autor >
Antonio Girón
Es director y productor de contenidos audiovisuales e investigador en sociología política y ecología.
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