Yates, bicis y burdeles: historia del Tour de Trump
El candidato republicano apoyó en 1989 un proyecto monstruoso y fallido que sigue siendo la carrera ciclista que ha pasado por más Estados de Norteamérica
Marcos Pereda 26/10/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Las elecciones presidenciales de 2016 no han sido la primera vez que Donald Trump ha posado sus ojos sobre la Casa Blanca. Fue a finales de los ochenta, pero poco tenía que ver con la política. Porque lo que el neoyorquino pretendía hacer era nada menos que celebrar una contrarreloj individual que rodease y diese varias vueltas al recinto del domicilio más conocido del mundo como si su perímetro fuese un enorme velódromo. ¿Un critérium ciclista patrocinada por el magnate? Más bien una de las etapas que jamás llegaron a disputarse de un lisérgico invento llamado, sí, Tour de Trump.
Tradicionalmente el ciclismo de competición en Estados Unidos había estado limitado a unas pocas carreras prácticamente amateur, casi todas ellas disputadas en la Costa Este, y que bebían de las influencias “pos-hippies” de comunión con la naturaleza y competitividad sin estruendos que aún se dejaban sentir en los años ochenta. Solamente la Coors Classic, una prueba disputada en Colorado desde principios de la década, había tenido algo de promoción internacional. Pero la Coors Classic se había dejado de celebrar en 1988, con lo que el calendario yanqui de ciclismo profesional, era un erial.
El Tour era un enorme negocio. ¿Por qué no montar algo parecido aquí, al otro lado del Atlántico?
En 1987 el periodista John Tesh cubrió el Tour de Francia para la cadena CBS. La victoria de Greg Lemond el año anterior había desatado una pequeña (muy pequeña) fiebre por el ciclismo en ciertos ámbitos de la sociedad estadounidense, y las televisiones mandaron a sus reporteros hasta Europa para informar sobre la que, decían, era la mejor carrera del mundo. Tesh volvió fascinado. El ambiente, el colorido, el sufrimiento, la épica. Sí, pero también las posibilidades económicas. El Tour era un enorme negocio. ¿Por qué no montar algo parecido aquí, al otro lado del Atlántico? Se lo comentó a Billy Packer, comentarista de baloncesto en la misma cadena. Por cierto, este Packer es personalidad polémica con episodios realmente bochornosos en su carrera, como llamar “mono” a Allen Iverson, o contratar a un parapsicólogo para que encontrase, mediante sus poderes psíquicos, la pistola que podía haber dado un vuelco decisivo al caso de O.J. Simpson… Ambos reflexionaron sobre el asunto. Unir las dos puntas del país estaba descartado. Mejor optar por la Costa Este, quizá aprovechando la popularidad y las salidas publicitarias que proporcionaba la zona de los casinos en Nueva Jersey. Atlantic City. Sí, esa era una buena idea. Así que se fueron a hablar con el hombre más poderoso, el magnate más popular, el rostro más reconocible de aquellos negocios en los años 80. Sí, ese. Ya saben a quien me refiero. Donald Trump.
Y Packer contactó con Mark Etess, que era hombre fuerte de Trump en aquella zona (además de su oficioso encargado de marketing), y éste concertó una entrevista con el gran jefe en su despacho de Manhattan. El encuentro no duró más que unos minutos. “Déjenme hacer un par de llamadas para consultar a las autoridades si eso que cuentan es posible”, dijo Trump. “Pero, de hacerlo, lo haremos a lo grande. Nada de únicamente Nueva Jersey. Etapas en Nueva York, muchos Estados, lugares genuinamente americanos. Sí, puede funcionar”. Una semana después Packer se volvió a reunir con Donald. Irían adelante.
Ante la insistencia de su socio, Trump acaba cediendo y coloca su “marca comercial” como anzuelo para los medios
Ahora quedaba el asunto del nombre de la carrera. Sobre ello existen dos versiones contrapuestas. La primera nos dice que fue Packer quien sugirió a Trump que la prueba llevase su apellido, porque eso les daría más publicidad. Y que el magnate se escandalizó. “¿Ponerle mi nombre? Estás loco, los periódicos se me echarían encima tachándome de narcisista”. Al final, y ante la insistencia de su socio, Trump acaba cediendo y coloca su “marca comercial” como anzuelo para los medios.
La segunda versión es, seguramente, la preferida de muchos. Y es que cuando a Donald le preguntan cómo se conocerá la prueba él responde, muy serio, “¿Tour de Jersey? ¿queremos que esta acabe siendo la mejor carrera del mundo? ¿sí? Entonces no puede llamarse de otra forma que Trump”. Que cada cual escoja.
Las intenciones de Trump eran claras: ganar notoriedad con un deporte que ni entendía ni apreciaba, pero que iba a llevar a más de cien países gracias a la señal televisiva internacional (Mark Etess, pensaba que una carrera ciclista era ideal para promocionar la incipiente entrada de Trump en el negocio de las líneas aéreas). En otras palabras, un impacto publicitario brutal, mucho mayor del que había conseguido con otros escarceos en el mundo de la competición.
En Wrestlemania XXIII, Trump no se pudo aguantar, y repartió unos cuantos golpes (fingidos) a McMahon
Porque Trump no era un novato en esto de los eventos atléticos. Había sido promotor de boxeo durante los ochenta, llevando a Tyson en varios de sus combates. Y, años más tarde, llegaría a aparecer en un programa de wrestling estadounidense, en la llamada “Batalla de los Multimillonarios”, que lo enfrentaba a Vince McMahon, mandamás de esta mezcla de deporte y teatro. Cada uno de ellos seleccionaba a un luchador para que lo representara y, con la intención de hacer más atractivo el asunto, ambos se apostaron… su pelo. Así que el 1 de abril de 2007, en el evento conocido como Wrestlemania XXIII, Donald Trump sufrió junto al ring, animó a su pupilo y, al final no se pudo aguantar, repartiendo unos cuantos golpes (fingidos) a McMahon. El epílogo fue puro espectáculo americano, con el perdedor atado a una silla, y el risueño Donald rapándole al cero. Que se sepa el cabello del hoy candidato no sufrió daño alguno…
Y todo iba a ser, claro, a la medida de Trump. Con su estética… la estética tan de finales de los ochenta, tan desenfadada, con el maillot fucsia de líder, con la caravana publicitaria más estrambótica del mundo, con el bueno de Donald saludando y poniendo morritos aquí y allá… Era un Barnum moderno presentando el mayor espectáculo del mundo, ese que ponía cada día en sus manos, según declaraba, a “un millón de espectadores”.
El director de Panasonic se tiró toda la prueba diciendo que estaba encantado de haber conocido al señor “Trimp”
Lo cierto es que la participación fue, en aquella primera edición, más que aceptable. Junto al gran equipo americano (Seven-Eleven) y al ADR de la estrella local Lemond (que por problemas de contrato corría en Estados Unidos bajo el patrocinio de la cerveza Coors, y que un par de meses después iba a ganar el Tour de Francia) había otros bloques europeos de campanillas, como el Lotto, el PDM o el Panasonic. De hecho, esos conjuntos habían renunciado a correr la Vuelta a España de ese año, seducidos por participar de ese invento allende los mares… y de sus jugosos dólares. Eso sí, no parecían dominar mucho del asunto, porque Peter Post, el legendario director de Panasonic, se tiró toda la prueba diciendo que estaba encantado de haber conocido al señor “Trimp”, y que en Europa el señor “Trimp” era muy popular.
Por supuesto para componer un pelotón digno de tal nombre hizo falta reclutar algunos equipos de carácter amateur. De entre ellos seguramente el Saunas Diana no era el más potente, pero sí el que más atención despertaba: su patrocinador era una cadena holandesa de burdeles. “Ojo”, decía su director, “la mayor cadena holandesa de burdeles”. Poca broma, pues.
El seguimiento mediático iba a ser, también, desmesurado. Entre los más de 30 periodistas no estadounidenses que cubrían el evento se encontraban enviados especiales de periódicos como L'Equipe o De Telegraaf. Lemond dijo que el Tour de Trump podía convertirse en pocos años en la segunda prueba por etapas del mundo, detrás de la Grande Boucle. Gert-Jan Theunisse, el ciclista holandés de los cabellos largos y la mirada asesina, iba más lejos, y declaraba que llegaría a rivalizar con el Tour de Francia.
Finalmente aquella primera edición de 1989 se iba a disputar entre los día 5 y 14 de mayo, recorriendo los Estados de Nueva York, Pennsylvania, Maryland, Virginia y Nueva Jersey. Y, en ese mapa, tantas referencias simbólicas como ustedes quieran buscar. Desde el final de la primera etapa en New Paltz, en plenas Catskills (donde, por cierto venció el amateur soviético Ekimov vistiendo el maillot rojo de la URSS, para, imaginamos, cierto embarazo del organizador), hasta el paso por los territorios de los amish en Pennsylvania, e incluso una especie de critérium (totalmente incoherente) que consistía en dar vueltas y vueltas al Cementerio Nacional de Arlington, donde se entierra a los veteranos de las guerras en las que han participado los Estados Unidos (Trump logró que nadie pudiera pasear por ese espacio sagrado durante el tiempo que duró la prueba).
Fue un proyecto monstruoso que, aún hoy en día, sigue siendo la carrera ciclista que ha pasado por más Estados de Norteamérica
Fue un proyecto monstruoso, uno que cubrió más de 200 jurisdicciones diferentes, que paralizó el tráfico de una parte de Nueva York durante varias horas y que, aún hoy en día, sigue siendo la carrera ciclista que ha pasado por más Estados de Norteamérica. Además, entre los patrocinadores estaban marcas como Gatorade, Nike, BMW o Timex. Para ello Trump no dudó en buscar apoyos políticos, y no pensemos que se fijó solo en los republicanos: Mario Cuomo, gobernador demócrata de Nueva York, acudió a dar la salida de la primera etapa, en Albany. Claro que el alcalde de Nueva York, el también demócrata Ed Koch, declinó la oferta de hacer lo propio con el segundo parcial, que partía de Manhattan (igual no debería extrañarnos demasiado, puesto que Koch se había referido poco antes a Trump como “uno de los mayores mercachifles que jamás hubiera conocido”).
Y, por supuesto, baños de ego, delirios narcisistas del promotor de la prueba. El periodista del New York Times George Vecsey llegó a preguntarse si Trump sería capaz de hacer una prueba ciclista “que subiese por sus hombros y bajase por su nariz”. Solo tres de las ciudades que albergaban la salida o la llegada de alguna de las diez etapas no habían “sufrido” en los últimos años una profunda remodelación urbanística de la mano de Trump. Eran New Platzes, Front Royals y Allentowns las localidades “no trumpeanas”. El resto, todas, tenían grandes edificios levantados por el magnate surgiendo aquí y allá como setas tras las lluvias…
Y el final, la apoteosis, la contrarreloj que cerraba la prueba y que recorría Atlantic City, saliendo del Trump Hotel y terminando en la Plaza Trump, justo enfrente del Trump Casino (en realidad ambos edificios son dos vistas del mismo complejo mastodóntico), después de pasar, por ejemplo, frente a Trump Castle. Toda una loa al gran creador, al genio de las finanzas, al hombre que todo lo puede. La única pega es que aquel día las motos que precedían al belga Eric Vanderaerden se perdieron por entre todas aquellas “calles Trump”, haciéndole perder una etapa que tenía ganada… Quizá la moto subió por Trump Avenue en lugar de por Trump Street, y bajo por Trump Square en vez de por Trump Bridge… quién sabe. Para compensarle el propio Trump invitó al flamenco a pasar unas horas en su yate, llamado, sorpresa, Princess Trump. Pero a esas alturas Peter Post, director de Vanderaerden, estaba un poco harto de tantas excentricidades alejadas de lo que él siempre había entendido que era el ciclismo, y dijo que ninguno de sus corredores se subiría en el mismo barco que “Donald Trimp”.
¿Todo de color de rosa, como el maillot de líder? Ni mucho menos. Y es que en aquellos tiempos, con la gran crisis económica de los noventa llamando a la puerta, las finanzas de Trump ya no eran lo que antaño fueron. Estábamos ante el final del fenómeno “yuppi” en su máxima esencia, y el hoy candidato iba dejando agujeros aquí y allá, agujeros en los que caían cientos y cientos de puestos de trabajo. Así que las protestas no tardaron en aparecer. La llegada de la primera etapa, aquella Albany-New Paltz que habría de ganar Ekimov, presentó las más llamativas, con la recta de meta cubierta de pancartas. “Die Yuppi $cum (muere escoria yuppi)”, “Hungry? Eat the rich”, “Fight Trumpism” “The art of the deal=the rich get reacher”, “Donald Trump: Lord of the flies” o la más paradigmática de todas: “Trump=AntiChrist”. Los periódicos hablarían al día siguiente del éxito de la carrera, pasando casi de puntillas sobre estos hechos, que se iba a repetir en prácticamente todas las salidas y finales de la prueba. Nadie parecía querer mirar a la cara a lo que estaba por venir, y los Estados Unidos pensaban que se habían recuperado eficazmente del crack de 1987… Ilusión vana.
La carrera había alcanzado tal popularidad que ahora eran las propias localidades quienes solicitaban el paso de la misma por sus calles. Se mezclaban de esa forma los réditos publicitarios que obtenían en la prensa por tener a 150 deportistas vestidos con maillot y coulotte entrando en sus ciudades y, sobre todo, la posibilidad de que el mismísimo Trump desembarcara allí, con su corte de aduladores, con sus cámaras pegadas al cogote. Un gran empresario de Baltimore expresó su deseo de que una etapa visitase la ciudad, pero con una condición: que el yate de Trump anclase en el Puerto de Baltimore durante al menos una noche. Y así, el Princess Trump (el barco que había sido del traficante de armas Adnan Khashoggi antes de pasar a manos de Donald) durmió un par de madrugadas en los muelles de Baltimore…
La de 1990 fue la última edición del Tour de Trump con ese nombre
La de 1990 fue la última edición del Tour de Trump con ese nombre. La crisis económica había golpeado con fuerza al magnate, que no pudo hacerse cargo durante más tiempo de la carrera. Eso sí, quedó en manos tan buenas como las suyas: desde 1991 la prueba pasa a ser conocida como Tour DuPont, debido a su patrocinador principal, la empresa química que inventó (y comercializó) los clorofluocarbonados, esos gases que se mostraron totalmente letales contra la capa de ozono… El Tour DuPont tuvo su final en 1996, con victoria para Lance Armstrong. Al ciclista texano, en aquel entonces una estrella en ciernes, le detectaron cáncer unos meses después. Más tarde volvió para comerse el mundo, su nombre sonó de cara a un futuro en la política y, al final, acabó arrasado por los pesos de las mentiras y las trampas.
Epílogo perfecto para una carrera única
Trump parece no guardar buenos recuerdos del deporte de las dos ruedas, y hace un tiempo criticó duramente a John Kerry, secretario de Estado de la Administración Obama, que se había roto una pierna andando en bici. “Os prometo que yo jamás montaré en bicicleta, es una irresponsabilidad”. Y muchos aplaudieron, claro. Es Trump.
Pd: En el verano de 1989 Donald Trump escribió una carta a los organizadores del Tour de Rump, una carrera de carácter familiar que se celebraba en Aspen. Allí solicitaba que la prueba, apenas un picnic campestre con bicis y cerveza, cambiase su nombre, por resultar demasiado similar al de su invento. El Tour de Rump contestó diciendo que su competición era más antigua que el Tour de Trump, que ellos eran un evento local sin intención alguna de crecer y que, vaya, les dejase un poquito en paz. El pasado 6 de agosto el Tour de Rump celebró su 28º edición. El modesto pudo, en esta ocasión, con el gigante…
Las elecciones presidenciales de 2016 no han sido la primera vez que Donald Trump ha posado sus ojos sobre la Casa Blanca. Fue a finales de los ochenta, pero poco tenía que ver con la política. Porque lo que el neoyorquino pretendía hacer era nada menos que celebrar una contrarreloj individual que...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí