Carta de París
Calais: ¿protección humanitaria?
Por su bien encerramos a los migrantes en un campamento. Por su bien les ahuyentamos ahora. Y por su bien reprimiremos sus protestas y resistencias
Éric Fassin París , 29/10/2016
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Un grupo de policías durante el desalojo parcial de la zona sur de Calais en febrero del 2016.
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Hoy [lunes 24 de octubre] empieza la expulsión de miles de migrantes de Calais, antes de la destrucción del campamento, en el que estas personas esperaban la oportunidad de una travesía que les llevase a Inglaterra. Su inicio no habrá sido, por tanto, en la simbólica fecha del 17 de octubre, la inicialmente prevista por nuestros políticos. Tal vez, estos acabaron por darse cuenta de que la efeméride colonial de este aniversario no era la más afortunada para gestionar la migración. Ese día se cumplían 55 años de la masacre de argelinos, cometida por el Estado, en París. Lo que sí sigue siendo es una demostración de fuerza de los poderes públicos. Se podría hablar incluso de una presentación: hay unos 700 periodistas acreditados para la ocasión. El mundo entero está convidado al espectáculo de poderío del Estado francés. Digamos que esta ostentación se inscribe en el contexto de la próximas elecciones presidenciales. En Calais se juega la campaña.
A una puesta en escena como esta, sin duda, no le falta ironía. Se repite como un día sin fin, pero sin happy end. Ya en 2002, Nicolas Sarkozy, entonces ministro de Interior, cerró el centro de acogida de Sangatte; en 2009 fue Éric Besson, su sucesor, quién puso el foco de las cámaras sobre Calais: una vez más se prometió poner fin al problema. Entonces se trataba de algunos centenares de personas; hoy en día, como bien recuerda el blog Passeurs d’hospitalité,rondarían las 8.000, entre ellas, 1.300 menores no acompañados. El éxito de nuestros ministros recuerda al triunfo de George Bush, tras la ofensiva en Irak, cuando en la cubierta de un portaaviones en 2003 dijo “Misión cumplida”. Lo trágico de esta repetición solo subraya la impotencia del poder público.
Todo recuerda a la famosa frase de un militar estadounidense en Vietnam, después de la masacre de My Lay en 1968: “Se hizo necesario destruir este pueblo para salvarlo”
Y, a pesar de ello, el gobierno no quiere aparecer de ninguna de las maneras retratado como cínico. Es más, es precisamente este calificativo el que utiliza el ministro del Interior para referirse en La Voix du Nord a los militantes que resistirán a la evacuación: “Los No Borders son unos cínicos que instrumentalizan la miseria de hombres y mujeres desesperados”. Frente a estos, y junto con la ministra de Vivienda, Bernard Cazeneuve, firmaba el 18 de octubre un comunicado de aires generosos: “Francia es un gran país. Su historia, su tradición y sus valores nos ordenan que propongamos soluciones adecuadas a estos hombres, mujeres y niños lanzados a los caminos del exilio por las guerras y las persecuciones, y que han alcanzado Calais con la ilusión de un pasaje a Reino Unido prometido por cínicos actores de la trata de seres humanos”.
Ignorando las críticas de las asociaciones, los ministros reivindican una “protección humanitaria”. ¿Y no les dio, acaso, la razón ese mismo día el tribunal administrativo de Lille? En efecto: “Incluso, si damos por supuesto que los refugios temporales de algunos de los migrantes presentes en la zona de la Lande podrían ser considerados, en vista de su antigüedad, como domicilios en el sentido del artículo 8 del Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales, la evacuación contemplada por el Gobierno no supone, en función de los objetivos perseguidos, una vulneración desmesurada del derecho a la vida privada y familiar y a la inviolabilidad del domicilio”. O dicho de otra manera, no se podría hablar de expulsión cuando la vivienda es precaria. Así, retomando el título de la novela sobre Calais de Olivier Adam, los refugiados no están “al abrigo de nada”.
Ya el 12 de octubre, el Consejo de Estado había justificado la destrucción de los comercios instalados sin autorización en la Lande con una lógica un poco desconcertante: es cierto que estos permiten “satisfacer necesidades no satisfechas, en términos de comida, de productos de primera necesidad y de servicios, y constituían espacios de convivencia y supervivencia importantes para los migrantes. Pero es al Estado al que le corresponde aplicar el derecho a un alojamiento de urgencia, reconocido por la ley a toda persona sin hogar que se encuentre en una situación de vulnerabilidad médica, psíquica y social. También le corresponde a este velar para que los demandantes de asilo puedan beneficiarse de condiciones materiales decentes. En estas circunstancias, el que los comercios ilegales hayan podido contribuir a mejorar las condiciones de vida de los migrante no impide considerar de utilidad la medida solicitada por el prefecto”. Y así concluye que esta “medida presenta un carácter de utilidad y urgencia”.
Gracias a esto, Emmanuelle Cosse, la ministra de Vivienda, puede insistir en Libération: hay una urgencia, “otro invierno más en la jungla no es posible”. Es una cuestión de humanidad: “De ninguna manera podemos dejar más tiempo a estas personas en el barro y el sufrimiento”. Ahora se entiende cuál era el sentido de nombrar ministra a esta antigua militante, que, como yo, contribuyó a las obras del colectivo Cette France-là, en las que se denunciaban la política de inmigración de Nicolas Sarkozy, inclusive Calais. Se trata de actualizar la retórica del expresidente de la República, para el que Francia no podía acoger ‘dignamente’ toda la miseria del mundo. La protección humanitaria también es ahora un asunto de dignidad: “Nuestra acción va a permitir a los migrantes tener un futuro más allá de la calle y los campamentos, espacios que les maltratan y no les permiten construirse dignamente”. Esto es lo que los niños, a los que se les impide reunirse con sus familias en Inglaterra, parecen no querer entender.
Es importante analizar las retóricas puestas en marcha al menos en la misma medida que los dispositivos policiales. Por todos lados, en los medios, se habla de la “demolición de la ‘jungla’ de Calais”. La comillas, que advierten contra las connotaciones de asalvajamiento de la palabra “jungla”, impiden remarcar la ausencia de comillas en “demolición”, como si ese término fuese neutro. Se demuele, sin embargo, una fortaleza, no un campamento. Eso es dar la vuelta a la realidad política de la “Europa fortaleza”.
El desalojo ni siquiera tiene beneficios en clave electoralista. A base de deshacer el juego político, el poder socialista ya no tiene ni candidato para las presidenciales
Es también ocultar el papel del Estado en la edificación de este campamento, incluso si el Estado se jacta de hacer que Reino Unido financie su muro alambrado. Hace 18 meses, escribía, con un militante de Calais, en el momento en el que iba a abrirse el campamento: “Lejos de acabar con las ‘junglas’ que escapaban a su control, los poderes públicos crean en Calais una jungla del Estado. Ya es hora de que el ministro de Interior venga a inaugurarla. Sobre las lonas de plástico, que supuestamente deben proteger las chozas de la lluvia, una grafiti ha bautizado ya el lugar, ‘Chabolas made in Cazeneuve’”. Esta misma lógica es la que conduce “a expulsar a los extranjeros de ghettos ‘salvajes’ y encerrarlos, como en este caso, en un ghetto de gestión pública”.
Por su bien encerramos a los migrantes en un campamento en Calais. Por su bien les ahuyentamos ahora. Y qué importa si estos infelices no son capaces de saber qué es lo provechoso para ellos. Por su bien reprimiremos también sus protestas y resistencias. Todo recuerda a la famosa frase de un militar estadounidense en Vietnam, después de la masacre de My Lay en 1968: “Se hizo necesario destruir este pueblo para salvarlo”. Y, sobre todo, nos hace pensar en Orwell: “La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud”. La batalla política se juega de entrada en el terreno del vocabulario. La última ironía del desalojo del campamento de Calais es que lo van a arrasar gratis, sin beneficios, ni siquiera en clave electoralista. A base de deshacer el juego político, el poder socialista ya no tiene ni candidato para las presidenciales. Todo para nada: incluso la demagogia gira sobre vacío. En Calais, las palabras están de campaña, pero en una campaña arrasada.
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Traducción de Amanda Andrades
Este artículo se publicó originalmente en Mediapart el pasado 24 de octubre.
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Autor >
Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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