Pouria Amirshahi / Diputado exsocialista
“Hollande y Valls han validado las ideas de la extrema derecha”
François Ralle Andreoli 4/11/2016
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“Abandono el Partido Socialista y el mundo de los partidos en general”. Así zanjaba en marzo Pouria Amirshahi (Teherán, 1972) su periodo de liderazgo de la oposición interna a François Hollande. Los partidos “se han vuelto unas máquinas electorales sin convicciones, sin una promesa de un porvenir feliz para el país”, criticaba el representante en el Parlamento de los franceses del extranjero en África del Norte y del Oeste.
Apenas unos meses después de la llegada de los socialistas al Elíseo, Amirshahi ya había roto la disciplina de voto oponiéndose a la ratificación del tratado de equilibrio presupuestario, el TSCG --el artículo 135 francés-, negociado por Sarkozy con Merkel y al que Hollande, incumpliendo su promesa, no había cambiado ni una coma. El que fuera el líder de los diputados rebeldes, los frondeurs (los contestatarios), tampoco dudó en votar en contra del proyecto de la pérdida de la nacionalidad, de la reforma laboral o de la prórroga del estado de emergencia.
Proveniente del sindicalismo estudiantil, como muchas de las figuras del ala izquierda del socialismo francés, Amirshahi busca ahora nuevas formas de hacer política, inspiradas en parte en las experiencias municipales españolas. Para este hombre de convicciones fuertes, las experiencias municipalistas de Madrid y Barcelona “construyen el optimismo mediante una demostración de posibilidad”, explica por teléfono a CTXT.
Su recorrido político parece representar el paradigma de las contradicciones de aquellos que descubren que cada vez es más difícil “influir desde dentro” en las formaciones socialdemócratas. Pregúntenselo si no a Pedro Sánchez.
En España acabamos de asistir a un movimiento palaciego, en el interior del aparato del PSOE, que ha provocado la dimisión de Pedro Sánchez. Pareciera que el ala conservadora del partido quería evitar la posibilidad de una coalición progresista, a la portuguesa, con Podemos y sus aliados. ¿Qué ocurre con la socialdemocracia y la familia socialista europea?
Los socialdemócratas están totalmente sobrepasados por la historia y la evolución del capitalismo, del que ya no comprenden ni los resortes, ni los límites, ni las nuevas formas de dominación. Esta constatación, por otro lado, es válida para todos los partidos. Vemos todos los días las consecuencias sociales de este sistema: tomamos consciencia de la deflagración ecológica que engendra el productivismo voraz; percibimos menos las consecuencias políticas de la confiscación de lo político por parte de los pudientes, un sistema de decisiones que escapa totalmente al control democrático. Es demasiado, los progresos técnicos y científicos jamás se habían desarrollado tanto para permitir el bien común. Esta es la gran contradicción que estos espasmos políticos despliegan bajo nuestros ojos: los dirigentes actuales no están a la altura de su época.
¿Los socialdemócratas han perdido entonces el norte?
La socialdemocracia está dividida en dos bloques: uno de derecha que dirige los partidos --excepto en Gran Bretaña-- y se acomoda a las tesis liberales y securitarias, por renuncia o por convicción.
Los socialdemócratas están totalmente sobrepasados por la historia y la evolución del capitalismo, del que ya no comprenden ni los resortes ni las nuevas formas de dominación
Este bloque ya no tiene mucho que ver con el socialismo. El otro, el minoritario, constituye una “ala izquierda” que permanece muy marcada por el keynesianismo en el plano económico y en el humanismo en cuanto a valores. Aparece hoy en día como incapaz de tomar el poder y, cuando consigue convertirse en mayoritario dentro de su formación política, a menudo en una alianza con el centro izquierda o un centro flojo, la derecha del partido activa una estrategia de bloqueo. Esto es lo que me parece que ha ocurrido con Pedro Sánchez. Como imagen, diría que la derecha hizo hace más de veinte años su nido en el campo de la izquierda y ahora todo el antiguo ecosistema socialdemócrata se encuentra paralizado.
En Francia el triunvirato Hollande, Valls y Macron también ha llevado muy lejos la deriva hacia políticas liberales y de austeridad en contra de sus promesas electorales de 2012. ¿Esta es la razón por la que se impuso usted como una de las principales figuras críticas con el Gobierno dentro de la mayoría socialista?
Había que reaccionar rápido puesto que las señales de una grave traición política se anunciaron muy rápido, apenas unas semanas después de la elección presidencial. Ya en 2012 François Hollande aceptó el TSCG (tratado de estabilidad, coordinación y gobernanza) aunque todas las fuerzas progresistas y los pueblos europeos esperaban la renegociación que él mismo había anunciado, en particular con los alemanes. La prensa europea abordaba en sus páginas ese momento que estaba por llegar. Al renunciar, sin tan siquiera intentarlo, validaba la absurda y peligrosa regla de oro del 3% de déficit público autorizado, una norma paralizante para nuestros Estados y nuestras economías; aceptaba las órdenes de ‘reformas estructurales’: liberalizaciones, flexibilidad del mercado de trabajo, etcétera. Al mismo tiempo, permitía que los accionistas tuvieran el poder de cerrar las fábricas y despedir a los obreros. En 2013, en nombre de la competitividad --una noción absolutamente liberal--, movilizó dinero público para reflotar las finanzas de algunas empresas, sin poner condiciones ni exigir garantías. Había que invertir, el Gobierno prefirió organizar el robo del dinero público: 40.000 millones que los contribuyentes y los asalariados, que son los que cotizan, no volverán a ver. Lo nunca visto. Además, la famosa ley bancaria es solo una concha vacía de la que los especuladores aún se están riendo. Y la lista es todavía larga.
¿Era posible oponerse aun siendo del mismo partido?
Hubo que construir un frente interno rápidamente para que no toda la izquierda fuera a la deriva con Hollande. Teníamos que hacerle entender que rechazábamos las decisiones no debatidas y contrarias a nuestros compromisos --contrarias incluso, y sobre todo, a nuestras necesidades del momento-- y que contemplábamos la opción de impedírselas si era necesario. Pero nuestra Constitución da al presidente de la República un poder casi absoluto, lo que ha permitido a Hollande cometer todas estas traiciones sin tener que rendir cuentas a los diputados. Ninguna de las derrotas electorales de este quinquenio, y las ha habido en cada elección local, le ha hecho cambiar de rumbo. Ni la opinión del pueblo cuenta.
¿La izquierda del Partido Socialista, los frondeurs y otras personalidades críticas como el exministro Montebourg, piensa todavía que pueden ganar las primarias frente a Hollande o están enredadas en la idea de que basta con tener peso interno, como la izquierda del PSOE?
Los frondeurs muestran una lógica ontológicamente diferente de la izquierda del Partido Socialista, aunque los dos hayan estado articulados entre sí durante mucho tiempo. El levantamiento es de entrada un proceso de emancipación parlamentaria frente al absolutismo presidencial y una ética de convicción que prima sobre la lógica disciplinaria de partido: “Respetamos a nuestros electores, mantenemos nuestros compromisos, permanecemos firmes frente a los poderosos”. La izquierda está en otra lógica, que también fue la mía: tener peso en el interior del partido, influir en su dirección, convencer a los afiliados. El problema es que estos, los militantes, han dado en su mayoría un portazo; el Partido Socialista se ha vaciado. Si todos los asqueados se van, pronto no quedarán más que los repugnantes. El partido es, por tanto, irrecuperable. No habrá un Jeremy Corbyn a la francesa. Es ilusorio querer influir sobre neoconservadores, como si hubiera que ablandarlos. Es un sinsentido, una pérdida de tiempo.
¿Pero hay que creer en las primarias?
Más vale defender directamente tus ideas al lado de los ciudadanos. Sobre las primarias solo tengo una certeza: incluso si la configuración puede ser diferente, en función de que Hollande sea candidato o incapaz políticamente de serlo, la izquierda atomizada no se recuperará con las presidenciales.
El Partido Socialista se ha vaciado. Si todos los asqueados se van, pronto no quedarán más que los repugnantes. El partido es, por tanto, irrecuperable
Es estructural: la base social es insuficiente y la influencia cultural es de baja intensidad. En cuanto a los antiguos ministros que han recuperado la lucidez, incluso si pelearon batallas importantes cuando estuvieron en el gobierno, están lastrados por algunas de sus elecciones: validación de la ratificación del TSCG, promoción de la política de disminución de las cargas patronales sin contrapartidas y maniobras políticas para permitir que Valls llegase a primer ministro, con todas las consecuencias previsibles entonces y conocidas ahora.
Usted abandonó el Partido Socialista, una decisión difícil...
No, lo que era difícil, y desde hacía ya tiempo, para mí era quedarme. Cuando se planteó la posibilidad de crear un grupo de socialistas disidentes en el Parlamento, una mayoría de los frondeurs estaban dispuestos intelectualmente, pero algunos aún tenían dudas de tipo estratégico, además del miedo al gran salto, a perder cosas en el camino. La lentitud de los más atados, en todos los sentidos del término, al aparato acabó por retrasar el tema durante meses. Así, el día que yo me decidí, cambié de enfoque: informé de mi marcha sin intentar reabrir por enésima vez un debate del que ya conocía el desenlace: la inercia o más bien la espera… de una boya de salvamento provisional. El ala izquierda del partido, que durante dos años se caracterizó por la audacia colectiva de la rebeldía, se ha vuelto totalmente permeable al sistema presidencialista, a la solución vertical y a la protección de un hombre. Ahora se ha comprometido en unas primarias donde el ala izquierda se presenta dividido… hasta el punto de que cuatro de los candidatos salían de sus filas (Montebourg, Hamon, Filoche y Lieneman). En cierta forma, la lógica de partido, de un partido zombi, se ha impuesto sobre la del combate político renovado, tal y como me temía.
En este contexto de crisis económica y de los valores republicanos, ya iniciada en la era Sarkozy, asistimos a un retorno de la derecha más dura y al auge del Frente Nacional. ¿Es este el peor resultado del periodo Hollande?
Sí. Más pobres, más parados, un Frente Nacional más arriba. El balance es desastroso y más aún si pensamos que la pareja Hollande-Valls no ha admitido nunca este fracaso. La progresión de la extrema derecha no está solo ligada a la dureza del sistema económico, incluso si ésta es la principal fuente. Lo más inaudito es que el Ejecutivo ha validado sus tesis. En 2012, Manuel Valls declaró que los “gitanos rumanos no tenían intención de integrarse en Francia”, haciéndose eco de lo que decía Sarkozy antes. En múltiples ocasiones, incluso a veces sin darse cuenta, Valls ha culpabilizado a los musulmanes de Francia.
Los antiguos ministros de Hollande que han recuperado la lucidez, incluso si pelearon batallas importantes cuando estuvieron en el gobierno, están lastrados por algunas de sus elecciones
Actúa como caja de resonancia de las barbaridades mediáticas y del discurso del Frente Nacional. Además, el principal cambio entre Jean-Marie Le Pen y Marine Le Pen es que ésta ha blandido como solución frente al islam la laicidad. Una laicidad que, en un intento de corromper su sentido, pretende que signifique la eliminación de las religiones del espacio público. Valls además ha dado alas a la cultura del miedo y la desconfianza. Y François Hollande ha dejado hacer, hasta ser él mismo abogado de una de las ideas estrella del Frente Nacional: la constitucionalización de la posibilidad de privar de su nacionalidad francesa a los binacionales. Es decir, crear oficialmente dos categorías de ciudadanos. Una parte de la derecha y de la extrema derecha le aplaudieron.
También hemos visto recular el Estado de Derecho con la prolongación repetida del estado de emergencia, que usted rechazó. ¿Esta deriva securitaria es un simple cálculo político de Hollande o una deriva ideológica peligrosa?
El estado de emergencia, una ley de excepción en vigor desde noviembre de 2015, combinado con la privación de la nacionalidad, el liberalismo económico y las diferentes leyes de “vigilancia” han hecho que la dirección de los socialdemócratas caiga definitivamente en el neoconservadurismo. El Gobierno, y también una parte de los medios y, por supuesto, la derecha, están construyendo una sociedad de la sospecha generalizada. De hecho, es esta desconfianza la que ha justificado el fortalecimiento de las medidas para controlar a la población y dar poderes casi totales a la policía. La lucha antiterrorista, usada a menudo como explicación, está siendo en realidad mal manejada, tanto en nuestra política exterior como en nuestro dispositivo policial y jurídico. Lo peor es que en nombre de la seguridad se teoriza desde hace tiempo “la gran limpieza”, “la gran selección” para extirpar al “enemigo interior”, los franceses magrebíes o negros en la mayoría de los casos. Los socialistas se están dando cuenta un poco tarde de que han abierto la puerta a los monstruos.
Usted es diputado de los franceses de África del Norte y del Oeste. ¿Este repliegue de Francia, el aumento de la islamofobia, es visto con preocupación allí?
Lo que se percibe es a la vez una mediocridad y un peligro, puesto que en África los repliegues identitarios también encuentran un cierto eco. El encuentro de estas dos lógicas europea y africana puede ser explosivo. Lo que se percibe es una alucinación, una tristeza y, a veces, un desamor...
Frente a esta crisis de los aparatos de los partidos progresistas en toda Europa, ¿se pueden proponer alternativas? Usted ha creado el Movimiento en común”, que no es un nuevo partido y que parece inspirarse en parte en las experiencias de la nueva política española y las victorias municipalistas en Madrid y Barcelona. ¿Este es el horizonte político del mañana?
Nadie conoce las formas políticas de la soberanía del mañana. Pero si las experiencias de Barcelona y Madrid son examinadas tan de cerca, es porque son empíricas. En cierto modo, construyen el optimismo mediante una demostración de posibilidad. La dinámica ciudadana que ha precedido a las elecciones municipales desde 2008 es una referencia. La idea de defender los bienes comunes y de poner en común las voluntades es la piedra angular del Movimiento en común, que solo está en sus inicios. Su suerte es que no ha sido devorado por las ambiciones personales ni las obsesiones electorales. El movimiento sólo es factible si aceptamos que su tiempo de construcción no puede ser marcado por las próximas elecciones.
Traducción de Amanda Andrades.
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