Fauna Ibérica / Caricatura literaria
María Dolores de Cospedal, jefa de tropa con mantilla
Esteban Ordóñez 16/11/2016
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María Dolores de Cospedal está bien para ministra de Defensa. Ministra de Cultura habría sido otro cantar. Pero Defensa, bien. Ya se sabe que para gobernar el ejército hacen falta un par de interjecciones de patrón de cabras, robustez de garganta para cocer la bandera a gritos por la mañana y poco más. Suma otra virtud para el puesto, esa constricción general como de madre agraviada ante la que uno tiende a agachar la cabeza. Su quijada está oprimida como una amenaza. Uno siente que en cualquier momento podría caerle encima una colleja: una colleja de secano, manchega, de esas que te sacan un pelín los ojos.
Aunque, la verdad, preocupa que su quincallería verbal se contagie a la cosa militar y el ejército empiece a comprar cañones sin agujero como decía Gila y, al final, nos veamos teniendo que abatir al enemigo, “efectivamente, en forma de simulación”.
Preocupa que su quincallería verbal se contagie a la cosa militar y el ejército empiece a comprar cañones sin agujero como decía Gila
Cospedal se asemeja a la palabra regaño. Vive entre dientes, al borde de perder totalmente la paciencia. Libera por la nariz una irritación siempre bullente. Se trata de una nariz utilísima que parece haberse hecho a propósito. La naturaleza de su aparato nasal es cuestionable, y no por razones de cirugía plástica. Es más complicado. Tiene las aletas porronas y los agujeros tan simétricos, redondeados y pequeños que cualquiera diría que nació sin ellos y tuvieron que abrírselos de urgencia. Son fosas más mediáticas que otras fosas porque siempre están echando humos.
Ataviada de fórmulas solemnes y oficialísimas para hablar de su partido, es una de las políticas que más contribuye a que los tijeretazos parezcan el cumplimiento de una lógica superior e irreprochable. Su caída de hombros, su esponjamiento cervical, su medio sonreír perplejo pergeñan una acusación, un tildar de tonto o conspirador a quien no asuma su mensaje como la única verdad posible. Si no se le compran las explicaciones, por supuesto, la culpa es de la memez general que padece España fuera de Génova.
También usa este mecanismo para descalificar al adversario. Al abofetear a la oposición las pestañas se le estiran, punzantes y abarcadoras, como patitas de araña. Hay personas que afirman ideas sin totalitarismos, reconociendo en el mismo tono de su voz la legitimidad de otras opiniones, y luego las hay, como ella, que en cada palabra imprimen el negativo de una descalificación y, por extensión, levantan un muro que separa a la gente decente del vertedero humano.
Si no se le compran las explicaciones, por supuesto, la culpa es de la memez general que padece España fuera de Génova
Y el caso es que ella no trabaja con ideas originales. Al contrario, la ministra demuestra lo que pasaría si los argumentarios populares se sirvieran en bolsitas de té. Cospedal es una infusión de perogrulladas: una infusión en frío orgullosa de sí misma.
Frasea trabajosamente, desconfiada, como quien anda con los pies metidos en el fango. Por la escasa separación de sus labios, apenas caben discursos frígidos, de patas muy cortas que se tropiezan con facilidad. La mentira, cuando se convierte en herramienta de trabajo, obliga a los labios a replegarse.
Toda esta calidad pantanosa se le percibe en la cara. El abultamiento en sus mejillas, los pómulos crecidos, la frente espejeante y la barbilla obcecada le aportan una textura general como de goma o tatami. Diría que lleva puesta una careta hiperrealista de sí misma y que debajo oculta su rostro verdadero, que sería más o menos igual, pero más descongestionado.
Cuando se calzó la mantilla de manola, en vez de contagiarse de un aire de solemnidad apostólica, se iluminó, pletórica, como si le hubieran concedido un ascenso, como si de una vez por todas le hubieran reconocido un viejo mérito. La Cospe, de hecho, quiere escenificar todas las facetas del conservadurismo liberal ibérico. Siempre ha deseado, además del rollo eclesiástico, cimentarse una imagen cosmopolita, lo cual la llevó, a la salida de la Audiencia Nacional, a abrazarse a un árbol como la Thyssen.
A la jefa de tropa se le nota que procede de ancestros terratenientes porque tiende al acaparamiento, tanto de puestos orgánicos e institucionales como de sueldos, llegó a cobrar 600 euros al día e, incluso, fue miss Feria de Albacete.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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