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Era una mañana especial en el Congreso. Venga, cojones, engalanad bien, que no me engalanáis y mañana viene el Rey, gritaba Rafael Hernando apoyado en la barra de la cafetería metiéndose un vermú con aceitunas para coger fuerzas. Ahí fuera, los currelas colgaban el toldo rojigualda de las grandes ocasiones y extendían la alfombra sobre la escalinata de los leones que al día siguiente pisarían Felipe VI y su familia. Una vez dentro, el Rey y la presidenta Ana Pastor se repartirían la peonada. Ella contaría lo de que el Congreso es la casa de todos los españoles ante un hemiciclo, por una vez, tan lleno que parecería que de verdad estuvieran todos los españoles allí sentados. Desde aquí trabajaremos para ellos, diría Pastor, y le pasaría el micro al monarca, que arrancaría con alguna referencia a El Quijote y acabaría con el agradecimiento a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Son éxitos que siempre funcionan y combinan bien en este tipo de conciertos. Y colorín colorado, el curso político echaría a andar de manera solemne. A pesar del ambiente de estreno, Rafael Hernando se prometía la jornada de lo más tranquila. Estaba todo controlado. 

 El marrón estaba servido y el PSOE, lo más parecido a un cervatillo que se puede divisar hoy en día en política, echó a correr

Con la parte de los currelas y la realeza cubierta, sólo faltaban sus señorías, que el día antes aún andaban con los últimos retoques: las presidencias de comisiones parlamentarias que se repartirían con la tranquilidad de lo ya pactado entre PP, PSOE y C’s. No había visos de que a nadie se le pudiera joder el vermú. Pero de repente, la jornada especial pero tranquila dejó de ser tranquila. Última hora. Algunos medios anunciaban que los españoles acababan de conocer que existía algo llamado comisiones parlamentarias. Y que Fernández Díaz estaba a punto de presidir una de ellas, la de Exteriores. Y con el beneplácito del PSOE. ¿Quién coño ha filtrado que existen comisiones parlamentarias?, se preguntaba a gritos por los pasillos del Congreso el otro Hernando, el del PSOE, mientras llamaba por teléfono a Ferraz. ¿Que se ha filtrado qué, Antonio?, le respondían desde el otro lado de la línea. El marrón estaba servido y el PSOE, lo más parecido a un cervatillo que se puede divisar hoy en día en política, echó a correr. Y detrás del PSOE, el otro Hernando, Rafael, el del vermú, escopeta en mano. Lo habíais prometido, mucho cuidadito que os convocamos elecciones, le gritaba el Hernando popular al Hernando socialista. 

El PSOE se lo había prometido al PP. Y el PP a Fernández Díaz. El exministro que supo aguantar el tirón degradando los niveles de calidad democrática a mínimos históricos tendría una jubilación de oro, como dios manda. La comisión (la parlamentaria, no la económica) era lo de menos. Descartada la de Exteriores con el PSOE escapando a brincos por el bosque, comenzaron las reuniones para colocar el busto de Fernández Díaz en cualquier otro lugar que diera bonus extra. Se acababa de declarar una mañana ajetreada de manera solemne. A mí me da igual, decía Fernández Díaz en el corrillo con los periodistas mientras, tics del cargo, hacía un gesto para que el antidisturbios Rafa Hernando siguiera cargando contra cualquier puerta hasta que una de ellas cediera. Después de Exteriores llegó el intento con la comisión del Tribunal de Cuentas, pero el runrún en la calle era cada vez más fuerte y a esas horas ya se escuchaba dentro: el PP quiere colocarle un sueldo de seismileurista a Fernández Díaz por lo civil o por lo criminal. Pásalo. 

El exministro que supo aguantar el tirón degradando los niveles de calidad democrática a mínimos históricos tendría una jubilación de oro

A esa hora acercarse al exministro ya quemaba. Y no sólo al PSOE: quemaba hasta a Ciudadanos, que ya es decir. La cornada de Fernández Díaz era más grave de lo que parecía. No tenía ya una, sino dos trayectorias. Se nos va a diputado raso, se nos va, gritaba Rafa Hernando mientras la cuadrilla pepera recorría con Fernández Díaz en volandas los pasillos del Congreso con aquello recordando a Pozoblanco. Y parecía una faena tranquila a primera hora… Cuando caía la noche el exministro seguía sin su carguito, el PSOE llevaba ya varias horas pastando en la sierra y Ciudadanos ni estaba ni se le esperaba. Pero al exministro se le había prometido algo y cuando la cúpula de este tipo de organizaciones promete en clave interna, se cumple cueste lo que cueste. Es lo que mantiene a las cúpulas con vida. Cuando peor estaba la cosa, Rafa Hernando, exhausto, con sólo un vermú y unas aceitunas en el cuerpo, sacó fuerzas de flaqueza, pateó una puerta y la puerta se abrió. 

A pesar del cabreo ciudadano, a pesar de haber tenido que tirar de descaro absoluto, todo había acabado bien. Fernández Díaz presidiría una comisión, la de Peticiones, que no necesitaba votación de nadie para que el partido mayoritario colocase la presidencia a su antojo. 6.069 euros al mes y derecho a nombrar asistentes en un órgano que recoge las quejas y peticiones de los mismos ciudadanos a los que el entonces ministro nunca les dio una explicación de nada. Con este regalo, ahora sí, estaba todo listo para que echase a andar la legislatura. Fernández Díaz, sin embargo, seguirá pidiendo. Lo próximo a los Reyes Magos: un poco de dignidad, porque ayer se le terminó la que le quedaba.