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Análisis

Del Brexit a Trump: la muerte del neoliberalismo

Las políticas neoliberales van a seguir aplicándose, pero el paradigma neoliberal está roto. Y aún son una incógnita las nuevas políticas de EEUU y otros acontecimientos decisivos como las elecciones francesas o el referéndum italiano

Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 30/11/2016

<p>Nigel Farage y Donald Trump durante un mitin en Jackson, Mississippi</p>

Nigel Farage y Donald Trump durante un mitin en Jackson, Mississippi

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Pocos pudieron resistir la tentación. Ella también era mujer; también era conservadora; también tenía una reputación de política implacable; también rondaba los sesenta años; y también se había hecho con el cargo de primera ministra del Reino Unido. La prensa liberal y conservadora no dudó en invocar la comparación entre Theresa May, la sucesora de David Cameron en la vanguardia del Ejecutivo británico y la única mujer que había ocupado el cargo antes que May, la Dama de Hierro, Margaret Thatcher.

Los hechos no tardaron en dejarles en evidencia. May, que fue nombrada primera ministra sin haber pasado por las urnas tras la guerra de sucesión interna propiciada por el descalabro conservador del Brexit, tuvo que apresurarse a restañar heridas internas, al tiempo que detallaba una visión de futuro para el Reino Unido. Utilizó su discurso ante el congreso del Partido Conservador, el 5 de octubre, para hacerlo. Y lo hizo, en palabras del columnista del Financial Times Martin Wolf, “enterrando” a Thatcher y su legado. 

En el discurso más importante de su vida política, May declaró: “Cuando uno entre nosotros desfallece, nuestro instinto humano más básico es dejar el interés propio a un lado, tender el brazo y ayudarle a reincorporarse a la carrera. Es por eso que el principio central de mi pensamiento es que hay más en la vida que el individualismo y el interés propio. Formamos familias, comunidades, pueblos, ciudades, países, naciones. Tenemos responsabilidades los unos para con los otros. Y creo firmemente que el Estado también las tiene”.

Habían pasado veintinueve años de la memorable declaración de Margaret Thatcher, que entonces ocupaba la actual residencia de May en Downing Street, a la revista Women’s Own Magazine. Thatcher dijo, en 1987: “Se ha permitido que demasiada gente entienda que si tiene un problema es el Estado el que debe encargarse de lidiar con él… Le pasan la responsabilidad de sus problemas a la sociedad. Y, ¿sabe qué? la sociedad no existe. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias”.

Al echar el candado sobre el fantasma de Thatcher, May señalaba el inicio de un cambio de tiempo. 

Mark Blyth predijo las victorias del Brexit y de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses

A Mark Blyth no le hace gracia que le traten de pitoniso. Pero ha hecho sus méritos. El pasado mes de mayo, el politólogo escocés, de la Universidad Brown, en Rhode Island, predijo dos acontecimientos que pocos compañeros de profesión consideraban remotamente posibles: las victorias del Brexit en el referéndum británico y de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses. “No es que tenga una bola de cristal”, declaraba Blyth en una conferencia la semana posterior a la victoria de Trump. “Pero este es un fenómeno global, no algo local”. 

Para Blyth, los síntomas abundan: los partidos de centroizquierda y centroderecha llevan décadas perdiendo apoyos en toda la OCDE. En concreto, la socialdemocracia se encuentra en caída libre, sobre todo en la Europa occidental que la vio nacer. Uno de los últimos mohicanos del centroizquierda europeo, el premier italiano Matteo Renzi, va camino de inmolarse con un referéndum de reforma constitucional que tiene visos de salirle por la culata y convertirle en cadáver político. En Francia, el presidente Hollande goza de una tasa de aprobación del 4%, mientras que la ultraderechista Marine Le Pen es de largo la favorita para imponerse en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de abril. Incluso Angela Merkel ve cómo los xenófobos a su derecha amenazan su dominio político. Todo esto, apunta Blyth, es inseparable de la economía. En concreto, del hecho de que en los últimos treinta años (desde la entrevista de Thatcher en Women’s Own) haya habido enorme crecimiento en la economía global que sin embargo se ha concentrado casi en exclusiva en el 1% más rico. “Hartas del statu quo, enormes capas de la población han decidido aprovechar cualquier oportunidad para dejar claro a las élites que ya no lo van a aguantar más”. Eso es lo que conecta el Brexit con Trump, a Jeremy Corbyn con Syriza, a Podemos con Bernie Sanders.

Quienes hemos cubierto sobre el terreno el referéndum del Brexit y las elecciones estadounidenses podemos corroborar la observación de Blyth: durante las semanas previas a la votación sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, la discusión pública se planteó en términos muy parecidos a como se ha desarrollado la campaña entre Hillary Clinton y Donald Trump. Por un lado, los líderes oportunistas del Leave –con Boris Johnson y Nigel Farage a la cabeza— agitaban un peligroso cóctel de xenofobia y recuperación de la dignidad nacional. Trumpismo puro. Por otro lado, las cabezas visibles del Remain enarbolaban un discurso plano, sin otra emoción que el miedo a lo desconocido, y sin mayor proyecto que la validación del statu quo. Igualito que Hillary Clinton. 

El partido se jugaba en terreno ajeno a la izquierda, entre el mal mayor del neofascismo acechante y los que optaban por el cuanto peor mejor

De fondo, en ambos casos, una izquierda desdibujada, débil y confundida ante un partido que se jugaba en terreno ajeno, se repartía entre quienes optaban por frenar el mal mayor del neofascismo acechante (expresado mediante el voto con nariz tapada a favor del Remain o de Clinton) y los que, en ejercicio aceleracionista, optaban por el “cuanto peor mejor” (Brexit, Trump) sin importarles demasiado alinearse con la derecha más intolerante y reaccionaria.

Como el Brexit, el racista, misógino, protofascista Trump es por tanto un síntoma, no la enfermedad.

Apenas un mes después del discurso de May, el mismísimo Francis Fukuyama certificaba el cambio de época. En un ataque de frenesí thatcherista, Fukuyama había declarado en 1992 El fin de la historia en un bestseller internacional. Tres días después de la victoria de Trump describía, más sombrío, la muerte de la ideología que, según él mismo, había matado la historia.

Muerte pues al neoliberalismo. La historia ha resucitado. La cuestión es: ¿Qué historia?

Neoliberalismo es una palabra resbaladiza. Sus principales adalides a menudo defienden que no existe, que es objeto de una conspiración contra sus nobles postulados en pos de la libertad individual. No siempre fue así. En su Manifiesto neoliberal de 1983, Charles Peters obviamente no rehuía el término, sino que lo defendía a capa y espada: “Si los neoconservadores son liberales que miraron con ojos críticos el liberalismo y decidieron convertirse en conservadores, nosotros somos liberales que hicimos lo propio y decidimos mantener nuestros objetivos, pero abandonar algunos de nuestros prejuicios. Seguimos creyendo en la libertad, la justicia y la oportunidad para todos, en la misericordia para con los afligidos y en la ayuda a los que sufren. Pero no estamos automáticamente a favor de los sindicatos y un gran Estado ni nos oponemos a la intervención militar o las grandes empresas”.

Entre los críticos contemporáneos del neoliberalismo, hay quienes lo definen como una cuestión cultural o ideológica, mientras que otros ponen el énfasis en su vertiente política. Así pues, el ensayista y crítico literario William Deresiewicz escribía en Harper’s en septiembre de 2015:

“La austeridad es el neoliberalismo con un ‘chute’ de esteroides”

“Así es la educación en la era del neoliberalismo. Lo llamemos reaganismo o thatcherismo, economismo o fundamentalismo de mercado, el neoliberalismo es una ideología que reduce todos los valores al valor monetario. La dignidad de una cosa es pues su precio. El valor –la dignidad— de una persona es su riqueza. El neoliberalismo te dice que tienes valor solo en relación con tu actividad en el mercado (…), lo que cobras y pagas. El propósito de la educación en la era neoliberal es producir productores”.

Hay otra manera de encontrar sentido al huidizo término. El método del microscopio, que estudia las cosas a través de la observación de sus efectos en los casos más extremos. Todos sabemos ya qué es la austeridad. El escritor Nick Srnicek apunta: “La austeridad es el neoliberalismo con un ‘chute’ de esteroides”.

Pero quizá el análisis más sofisticado del neoliberalismo, desde sus raíces ideológicas a sus manifestaciones políticas, lo haya hecho David Harvey, el geógrafo y antropólogo británico afincado en Nueva York. Harvey, autor de docenas de libros, publicó en 2005 un volumen titulado Breve historia del neoliberalismo. En él, Harvey define el neoliberalismo como una serie de prácticas económicas que “proponen que el bienestar humano se puede lograr a través de la reducción de la intervención estatal, promoviendo la apertura de mercados y maximizando la libertad individual”. 

Para Harvey, la misión de “la economía política llamada neoliberalismo es una sola: restaurar el poder de clase de las élites económicas globales”, que habían perdido poder e influencia a partir de mitad de siglo. Lo que se instaura a partir de los 60 y 70 no es por tanto un “proyecto utópico para llevar a cabo el diseño teórico para la reorganización del capitalismo internacional”, sino un ejercicio de poder. Harvey pone de manifiesto, con numerosos ejemplos históricos, que cuando los principios del neoliberalismo entran en conflicto con los intereses de las élites poderosas, se eligen siempre los segundos. Solo así se explica que los gobiernos neoliberales rescaten sin titubear a bancos o industrias completas cuando así lo requiere la preservación del statu quo.  

El neoliberalismo se define pues, según Harvey, por la apertura máxima de mercados, incluido el laboral, a través de la integración de las economías del mundo y de la apertura relativa de fronteras físicas –como la amnistía masiva a los indocumentados de Reagan o la apertura a la inmigración turca en la Alemania de los 60— que consigue reducir el poder de negociación de los trabajadores. Fue un asalto ideológico, pero sobre todo económico. Más recientemente, en una entrevista concedida a la revista Jacobin, Harvey insistía en que “el neoliberalismo es un proyecto político”.

Es precisamente ese proyecto el que ha entrado en crisis. 

Harvey explica que la salida a cada crisis determina cómo será la siguiente

Harvey explica como nadie la tendencia cíclica del capitalismo neoliberal a las crisis, mucho más abundantes desde que se instauró el paradigma neoliberal en los 70. La salida a cada crisis, cuenta Harvey, determina cómo será la siguiente. Lo curioso es que en 2008, tras una de las mayores crisis en la historia del capitalismo, la solución brilló por su ausencia. Después de Lehman, líderes tan poco sospechosos de bolcheviques como Nicolas Sarkozy propusieron la urgencia de “refundar” el orden económico global. Pero aquello duró un instante. Si con la caída del muro de Berlín en 1989 el socialismo entró en una crisis de la que todavía no ha salido, el derrumbe de Lehman Brothers en 2008 apenas causó un rasguño a los ideólogos del capital. Tampoco pareció ‘tocarles’ el bolsillo. Tras un sobresalto, se volvió al ‘business as usual’: para 2015, siete años después del cataclismo de Lehman, los ejecutivos de Wall Street se embolsaban 28.000 millones de dólares en bonus, además de sus salarios, al año, el doble de la cantidad que ganan todas las personas que ganan el salario mínimo en EEUU.

Ese es el caldo de cultivo en el que creció Trump. Como entre el electorado que apoyó el Brexit, hay en el trumpismo un indudable componente nativista, racista, excluyente e incluso misógino. Pero refleja también la expresión de un descontento económico, y un rechazo a la arquitectura neoliberal. Solo así se explica que muchos de los Estados donde Trump se impuso fueran en las primarias feudos de Bernie Sanders, que rechazaban como Trump acuerdos comerciales como el TPP o el TTIP.  El mapa de la victoria de Trump es en gran parte el mapa de la desindustrialización y el empobrecimiento de América, inseparables ambos del proyecto neoliberal. En un momento en el que los estadounidenses reclamaban un cambio de modelo, los demócratas presentaron a la candidata que mejor encarnaba el statu quo. Como ha escrito Naomi Klein: “Fue la adopción del neoliberalismo por parte de los demócratas, encarnada como nadie por Hillary Clinton, lo que dio la victoria a Trump”. Volviendo al concepto de crisis en Harvey, fue la incapacidad de las élites de generar un recambio tras el desastre de 2008 lo que trajo el Brexit primero, a Trump después, y quién sabe si a Marine Le Pen en pocos meses.

Años después de abandonar la primera línea política, a Margaret Thatcher le preguntaron cuál era la parte de su legado de la que se sentía más orgullosa. “Tony Blair y el Nuevo Laborismo”, respondió la Dama de Hierro. “Obligamos a nuestros oponentes a cambiar sus mentes”.

La hegemonía del neoliberalismo la expresó mejor que nadie la propia Thatcher cuando declaró: “T-I-N-A: There is no alternative; no hay alternativa”. Muchos leyeron la caída de Lehman en 2008 como el fin de ese paradigma. Se adelantaron. Lo hicieron también quienes quisieron ver la victoria del OXI en el referéndum griego de julio de 2015 como la sentencia de muerte de TINA. Igual que la terminó de afianzar Tony Blair, quizá a TINA solo la podía matar la derecha. Y no está del todo claro hasta qué punto lo hará.  Las políticas neoliberales van a seguir aplicándose. Pregúntenselo a los griegos. Pero el paradigma neoliberal, el que permitía a Ronald Reagan hacer una amnistía a tres millones de inmigrantes indocumentados, está roto. 

Es una incógnita qué políticas terminará aplicando Trump. Pero no es difícil imaginarse una suerte de estímulo keynesiano con políticas activamente xenófobas

Es una incógnita qué políticas terminará aplicando Trump. Pero si su campaña, y sobre todo sus nombramientos y declaraciones después de ser elegido son una muestra, no es difícil imaginarse una suerte de estímulo keynesiano –anatema del neoliberalismo— con políticas activamente xenófobas. Trump, todo indica, pretende llevar a cabo deportaciones aún más masivas e indiscriminadas que las que ha realizado la Administración de Obama. El Trump candidato llamaba “violadores, criminales y traficantes de droga” a los mismos inmigrantes que el padrino neoliberal del republicanismo estadounidense amnistió en masa. El Trump presidente electo anunció en su primera entrevista que deportará a tres millones –la misma cifra que los amnistiados por Reagan— nada más llegar a la Casa Blanca, y que su objetivo último es expulsar a 11 millones de personas. El Trump candidato cimentó su victoria en el rechazo al dogma neoliberal por antonomasia— la bondad intrínseca de los tratados de libre comercio, que firmaron (TINA, ¿recuerdan?) demócratas y republicanos con ahínco tecnocrático y pospolítico. TPP Kaput; adiós limpiaplatos mexicanos, taxistas paquistaníes, obreros hondureños. 

Lo mismo sucede con May. En su discurso ‘antitatcherista’, la premier británica dejó claro que va a ser implacable con los inmigrantes. 

Se propone un papel más activo del Estado para resolver los problemas sociales generados por el neoliberalismo, al tiempo que se buscan chivos expiatorios, nuevos ‘otros’ contra los que se promete ir para saciar el descontento social. Se elige la frontera sobre el mercado, pero se deja abierta la puerta a la libertad de movimiento del capital. 

Para terminar de cuadrar el círculo, May se sitúa a la vez como la “defensora más apasionada y decidida del libre comercio por todo el mundo”, al tiempo que insiste en el “control” estricto de la inmigración. Trump tiene un programa fiscal digno del Reagan más inspirado, basado en recortes masivos de impuestos a los ricos y las grandes empresas. 

Ni a Trump ni a May los ha votado la mayoría de sus conciudadanos. Ni siquiera la mayoría de los que votaron, en elecciones con una participación extraordinariamente baja. Uno logró dos millones de votos menos que su oponente, Hillary Clinton, y aun así será presidente. La otra heredó el partido del pirómano David Cameron, que propició el incendio del Brexit y se fue a la campiña inglesa a disfrutar del espectáculo. En sus bases hay enormes contradicciones. ¿Declarará Trump la guerra comercial a China? ¿De dónde sacará el dinero para financiar el plan de infraestructuras que promete, si baja los impuestos a los ricos y las grandes empresas? ¿Cómo logrará May cortar amarras con la UE y seguir siendo la gran adalid del libre comercio a nivel mundial, mientras aplica la mano dura con los extranjeros en su país?

Que el neoliberalismo haya muerto puede resultar trágico si lo que le sucede es una suerte de autoritarismo nativista. Por otro lado, abre el espacio para proponer una visión emancipadora, basada en la solidaridad y la justicia, en lugar del miedo al otro, el odio y la represión que proponen quienes tienen ahora la sartén por el mango. There is an alternative; hay alternativa. Pero el tiempo se acaba. Próxima parada: elecciones francesas de abril de 2017.

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Autor >

Álvaro Guzmán Bastida

Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.

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