TRIBUNA
La deriva xenófoba de Theresa May
"Brexit means Brexit", frase pronunciada por la primera ministra británica en verano, ahora ha cobrado sentido. Si al final del proceso Theresa May se sale con la suya, habrá "Hard Brexit"
Santiago Sánchez-Pagés 14/10/2016
Theresa May
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En una de las más brillantes piezas escritas tras el referéndum que el 23 de junio que dio la victoria a los partidarios del Brexit, John Lanchester empleó el concepto de "la ventana Overton" para intentar entender el resultado.
Alumbrado por el think-tanker conservador Joseph Overton, el concepto se refiere al rango de lo políticamente aceptable en una cultura en un determinado momento. La acción de los think tanks y los grupos de interés, según Overton, es mover esa ventana de aceptabilidad. Agarrar una idea marginal, fuera de los marcos acostumbrados y argumentarla, martillearla, reenmarcarla, hasta hacerla pensable, para que después percole hasta los medios de comunicación y desde ahí permee el discurso político, primero el de partidos minoritarios, hasta que se considere como una opción seria y sea adoptada por el mainstream.
Es decir, hasta que se convierta en sentido común, como diríamos por aquí abajo. Lanchester invocaba la ventana de Overton como un dispositivo que permitía explicar cómo una opción hasta hace unos años marginal había conseguido vencer en el referéndum y se paraba ahí. Ahora, tres meses después, toca recapitular cómo están cambiando las dimensiones de esta ventana y comprobar los pútridos efluvios que entran a través de ella.
En capítulos anteriores de esta tragedia por entregas habíamos visto cómo, tras la victoria del Brexit, habían quedado al descubierto las mentiras y las ambiciones personales de los políticos que habían sostenido el "No" a la UE. En un ejercicio de apuñalamientos por la espalda propios de Yo, Claudio o del comité federal del PSOE mismo, los candidatos a primer ministro fueron reduciéndose de cinco a cuatro, luego a tres y después a dos, dos mujeres, Theresa May y Andrea Leadsom, hasta que esta última perdió el oremus y declaró que ella sería mejor premier que May por su condición de madre.
El esperpento terminó encumbrando así a la menos esperpéntica de los cinco
El esperpento terminó encumbrando así a la menos esperpéntica de los cinco, pese a que había hecho campaña por el "Sí", y seguramente también la más preparada. Y aunque su subida al poder el 11 de julio fue saludada como otra evidencia más de que siempre tiene que venir una mujer a arreglar el destrozo provocado por un hatajo de hombres egocéntricos, May ha tardado apenas un par de meses en interpretar el apelativo tan machista como acertado que se le ha colocado: "Cruella de Vil".
Durante el verano no se esperó mucho de ella. Era comprensible. La situación requería discreción y reagrupamiento. La falta de actividad en torno al Brexit fue tal que incluso el Financial Times predijo que lo más probable es que finalmente no sucediera nada. Algo se empezó a mover cuando se anunció la contratación de técnicos comerciales que asistieran en las sin duda arduas negociaciones que se esperan. La falta de técnicos formados había sido denunciada repetidamente en los medios especializados (Soria no mandó su currículum, que se sepa). La prensa se vio entonces legitimada a preguntar a la primera ministra sobre cuál iba a ser la estrategia negociadora. Su respuesta fue la misma que aquella que daba Número 2 en cada episodio de la clásica serie británica El Prisionero: "That would be telling" (que podríamos traducir por "¡Ah, misterio!"). Mientras tanto parecía que los primeros y horripilantes datos económicos, incluyendo la cotización de la libra, mejoraban y volvían a niveles parecidos a los anteriores al referéndum. Hubo incluso quien habló de que aquello era muestra de que el Reino Unido podría florecer fuera de la UE. Pero era un espejismo, un reflejo invertido de la realidad. La razón por la que la macroeconomía aguantaba no era que los mercados vieran la salida del Reino Unido de la UE como algo no demasiado malo sino que los mercados no creían que el Brexit fuera a suceder.
May dejó de actuar por omisión y pasó a la palabra y a la obra
Pero entonces todo empezó a acelerarse y el proceso descrito por Overton se siguió al pie de la letra. May dejó de actuar por omisión y pasó a la palabra y a la obra. La salida de la UE, y una salida dura, el "Hard Brexit", ya no era una idea propia del UKIP. Era algo pensable. Había sido adoptada por la propia primera ministra, que la argumentaba. En la reciente convención del partido conservador, May declaró sin despeinarse que "ser ciudadano del mundo es ser ciudadano de ninguna parte", un ataque frontal a la Gran Bretaña liberal y cosmopolita, es decir, a la londinense, que ve el nacionalismo esencialista como una antítesis de sus principios. Al mismo tiempo, May intentó pescar en los caladeros tradicionales del voto laborista, las hinterlands inglesas, apelando a todos aquellos británicos que habían visto sus sueldos bajar en poder adquisitivo o que habían perdido su trabajo por culpa de "la inmigración no cualificada".
A la vez que May se echaba al monte del conservadurismo revolucionario, la ministra del Interior requeriría a las empresas un listado con todos sus empleados extranjeros
Casi al mismo tiempo que May se echaba al monte del conservadurismo revolucionario, la ministra del Interior, Amber Rudd, anunciaba que se requeriría a las empresas británicas un listado con todos sus empleados nacidos fuera del Reino Unido. Al mismo tiempo, se instó a las escuelas a que hicieran lo mismo con sus alumnos. También se anunció que se sería más estricto con los visados de estudiantes y que se comprobaría que en caso de quedarse en el país no fuera para ejercer en profesiones en las que ya hubiera bastantes británicos igualmente cualificados. May declaró que los médicos extranjeros contratados por el NHS, el sistema de salud británico, para suplir sus severas carencias de personal no debían hacerse ilusiones; iban a ser reemplazados en cuanto fuera posible por otros educados en el país.
La demostración de que la ventana Overton se había desplazado, de que la xenofobia se había hecho pensable y aceptable es que casi el 60% de los británicos se declaraba muy o bastante a favor de estas medidas. Que la inmigración, pese a los datos que afirman lo contrario, se considere un factor negativo por tantos británicos responde a una tradición, sí, pero también a un mensaje repetido y percutido por políticos y medios, un mensaje que ahora ocupa la "centralidad del tablero" (sic). Al locutor de la LBC James O'Brian no se le escapó la similitud entre lo que está sucediendo en el Reino Unido y aquella frase salida del Mein Kampf: "El Estado ha de marcar una clara línea diferenciadora entre quienes son miembros de la nación y fundamentan su existencia y su grandeza, y quienes residen en el Estado sólo para ganarse la vida". Había llegado un punto en que ya parecía descabellado que la siguiente medida del Gobierno tory fuera que los comunitarios habrían de ser marcados con una estrella amarilla, esta vez de cinco puntas y no de seis.
Afortunadamente, la medida de Rudd generó tal rechazo que ha tenido que echar marcha atrás. Y los padres y madres están rechazando en masa rellenar los cuestionarios sobre la nacionalidad de sus hijos, Pese a ello, cada día el país parece deslizarse más y más cerca de esa Gran Bretaña distópica imaginada por Alan Moore en V de Vendetta inspirada en la de la Era Thatcher. La semana pasada, la London School of Economics recibía una comunicación del Gobierno por la cual dispensaba de sus servicios a todos sus asesores en temas relacionados con el Brexit afiliados a la institución que no fueran ciudadanos británicos. La absurda razón aducida era el riesgo para la seguridad nacional que podría implicar la filtración de la estrategia negociadora. La decisión, que bordea la ilegalidad por discriminatoria, dejaba fuera a académicos tan reputados como la danesa Sara Hagemann. De nuevo, la ventana de lo pensable se había movido. Ahora se ha convertido en aceptable que el Gobierno aparte a gente con talento para evitar consejos incómodos (basados en eso llamado "hechos") y recibir solo asesoramiento amigo.
Ahora, aquella frase pronunciada por May en verano "Brexit means Brexit" ha cobrado sentido
La estrategia ya parece clara. Ahora, aquella frase pronunciada por May en verano "Brexit means Brexit" ha cobrado sentido. No buscará un acuerdo a la noruega, ni siquiera a la suiza (que terminará plegándose a la libre circulación de personas pese a haber aprobado en referéndum lo contrario). May invocará el famoso artículo 50 antes de marzo, aunque antes de ello habrá al menos debate parlamentario. El espejismo se ha desvanecido. Cada vez que la primera ministra habla, sube el pan, es decir, baja la libra. Los bancos ya acumulan previsiones. A partir de entonces habrá dos años de negociaciones intensas que serán probablemente insuficientes y en las que los países de la UE tendrán todos los incentivos para ejercer máxima dureza, la economía del Reino Unido decaerá sin duda y la situación en Irlanda del Norte se hará de nuevo explosiva. Si al final del proceso May se sale con la suya, habrá "Hard Brexit."
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Santiago Sánchez-Pagés es profesor de Economía en la Universidad de Barcelona. Hasta 2015 fue también profesor en la Universidad de Edimburgo.
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