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1. Torpezas de estrategia política
En la primera parte de este artículo critiqué severamente el gobierno económico de la Unión Europea (ver aquí). Eso no quiere decir que me haya unido al bando del ‘Lexit’. Es un término al que me opongo de partida, porque sugiere, de manera algo arrogante en mi opinión, que la ‘izquierda’ o la ‘verdadera izquierda’ en su conjunto apoya el ‘Lexit’. No es el caso. Hay mucha gente dentro de la izquierda que se opone al él. Los partidarios del ‘Lexit’ celebran el Brexit, que consideran una victoria. Es una convicción que comparten con todas las principales figuras de la extrema derecha europea. De hecho, es la mayor torpeza estratégica de la última generación.
Nadie ha explicado esto mejor que Elise Hendrick en este brillante artículo. Como escribe Hendrick, el Partido Laborista perdió con estrépito las elecciones generales de 2015 después de intentar derrocar un gobierno de derecha mediante el plagio de sus peores políticas. Por supuesto, no había nada de novedoso en eso. El ‘Nuevo Laborismo’ siempre ha sido un proyecto neoliberal. En Irlanda, después del descalabro financiero, los laboristas entraron en un gobierno de coalición con la derecha e implementaron la austeridad con sorprendente entusiasmo y vehemencia sadista –como si la austeridad fuera su propia receta–, cebándose con los pobres y los desempleados y creando una crisis inmobiliaria por el camino. Los laboristas irlandeses sufrieron una derrota sin paliativos en las últimas elecciones, en las que ni tan siquiera alcanzaron un mísero 7%. La cosa no es demasiado diferente en el resto de Europa, aunque varíe en el grado de rotundidad. El centroizquierda pierde terreno electoral en todas partes. Como consecuencia, decide entrar en coaliciones con la derecha, tratando de añadir ciertos ‘acentos’ a sus políticas. Esta acentuación no parece funcionar nunca. En Alemania, la gran coalición acaba de hacer el régimen de Hartz IV incluso más regresivo y represivo. Golpear a los pobres y perseguir a los desempleados se ha convertido en el pasatiempo favorito de casi todos los políticos europeos.
¿Qué tiene esto que ver con el Lexit? Como explica Hendrick, incluso sobre este sombrío fondo de debacles, guerras internas, traiciones y fiascos estratégicos, el Brexit es un testamento particularmente demoledor de la bancarrota moral de un cierto segmento de la izquierda. Habermas explicó a qué me refiero en una reciente entrevista.
Entonces, ¿qué estaba en juego, en realidad, en el referéndum sobre la Unión Europea? Se trató de una trama urdida por David Cameron para hacerle daño a los laboristas, erosionar la base electoral del UKIP y silenciar a los euroescépticos dentro de su propio partido. Poco importaban las políticas concretas de ‘Bruselas’ o la ‘independencia económica’ (el Reino Unido es el país más desregulado de la OCDE). Tampoco se trataba de un plebiscito sobre la austeridad. Se trató de un juego estratégico electoralista llevado acabo por los elementos más derechistas del gobierno más derechista de la historia reciente en Europa… hasta la llegada al poder de Theresa May. Dado que todo el mundo en la derecha entendió que la manera de ganar votos era jugar la baza de la inmigración, esa fue la baza empleada por todos. ¿Y qué hizo la izquierda? Salvo contadas excepciones, la izquierda no tuvo nada que decir, nada más que repetir que la Unión Europea es una maquinaria oligárquica para la implementación de políticas neoliberales. Abundaron las hipérboles. No es que la oligarquía de la UE no las mereciese. Es algo tan indiscutiblemente cierto que resulta trivial. ¿Significa eso que el abandono de la UE por parte del Reino Unido mejorará en algo dicha situación? La respuesta por parte de quienes defendieron el Brexit desde la izquierda es un rotundo ‘sí’. Lo es hasta que se les hace la pregunta del millón, si es que tienen peso intelectual para defender su postura: cuáles serán los beneficios del Brexit desde una perspectiva de izquierdas.
Como escribió Hendrick:
“El nivel del análisis ha sido el siguiente: ‘La UE es una mierda; por tanto, salirse de ella es bueno, sin importar las circunstancias. Uno podría defender, con la misma lógica, que dado que Ryanair es una bazofia, la única alternativa es saltar del avión a 30.000 pies de altura sobre Yeovil sin paracaídas. Se trata de una incompetencia estratégica de proporciones épicas”.
Obvia decir quién sufrirá el que más y quién sufre ya las consecuencias de esta victoria reaccionaria: los inmigrantes, tanto los de la Unión Europea como los que no lo son, las minorías étnicas, los musulmanes, los desempleados, los pobres, los discapacitados, y todo el estrato social comúnmente llamado ‘clase trabajadora’. ¿O acaso es una victoria para la ‘clase trabajadora’ provocar con tu voto que el vecino polaco se marche del país? Ningún partidario del Brexit se ha molestado en enfrentar esa pregunta. Todo son gestos displicentes y algo de arrogancia: ‘No lo entendéis, el Brexit no tiene nada que ver con la inmigración’. Y mientras tanto, la posición legal de más de tres millones de inmigrantes de la UE y otros muchos de otros orígenes no está nada clara— May se niega a ofrecer ninguna garantía— lo que está claro es que ‘algunos’ (May) tendrán que marcharse y que la libertad de movimiento dejará de existir. Para los izquierdistas pro-Brexit, no parece importar demasiado. Como, para ellos, no hay ningún problema, no se les puede exigir que asuman responsabilidades
2. El ‘neoliberalismo’ se ha terminado
Me gustaría ofrecer un ejemplo. Se trata del último post de Bill Mitchell sobre el Brexit. En estos debates, se ha prestado mucha más atención a los nombres que a las ideas que estos formulaban. No me gustaría hacer lo mismo. Mitchell es un exitoso e influyente economista keynesiano de izquierdas que ha hecho trabajos interesantes. Más allá de eso, no conozco a Mitchell. No hay nada personal en lo que sigue. Esto solo tiene que ver con la política, con lo que la izquierda debe hacer y lo que no debería hacer bajo ninguna circunstancia. Nada más.
Mitchell está muy contento con el resultado del referéndum sobre el Brexit: ‘Ahora que el Brexit es un hecho (…) el neoliberalismo se ha terminado en Gran Bretaña’. ‘Hará falta un nuevo paradigma económico para expresar esta recién estrenada soberanía (…) la nacionalización debe por fuerza volver a ocupar un papel central en el programa de política industrial de todo partido político progresista que se precie’.
¿Puede identificarse dicho partido progresista? ¿Es el Partido Laborista? Hace dos noches, 140 parlamentarios laboristas votaron a favor de la renovación del programa nuclear Trident. Cuarenta y siete votaron en contra y 43 se abstuvieron. ¿Es este el partido que devolverá la nacionalización a la agenda política? Corbyn cree que sí. Corbyn puede ganar tantas primarias por el liderazgo como organice la derecha, que nada importará en último término. No hay forma de que un Partido Laborista dividido gane las elecciones. Los acólitos de Blair no dudarán en llevar al partido a la derrota. Blair prefiere abiertamente un gobierno conservador que uno laborista de izquierdas. Así pues, ¿de qué partido progresista estamos hablando?
No hay forma de que un Partido Laborista dividido gane las elecciones. Los acólitos de Blair no dudarán en llevar al partido a la derrota
Más aún, la UE no prohíbe las nacionalizaciones (como explico aquí). Es una invención de los partidarios del Brexit. Sería –legal, de acuerdo con la ley y jurisprudencia europeas— que un partido progresista, si este existiera, pusiera la nacionalización encima de la mesa y renacionalizase servicios públicos si llegase al poder.
Mitchell hace referencia a un artículo de Blanchflower que yo también comenté (ver aquí). Escribe:
“En su artículo en The Guardian, Blanchflower repasó todas las desgracias que el bando del ‘Remain’ auguró para la gente – “la sanidad se quedará sin dinero”, “grandes descensos en los precios de la vivienda”, “la libra se ha desplomado” (¿qué contabiliza cómo desplome?), “descenso en la calificación de crédito” (esa siempre se cuela), “crecimiento negativo”, Gran Bretaña tendrá un “estado nefasto de las finanzas públicas” (¡quizá suba un poco el déficit!) y otras. En suma, “créanme, las cosas van a ir muy mal”.
¿Dónde está, pues, el dinero para la sanidad –que acaba de requerir otro préstamo de más de dos millones de libras para mantenerse a flote? ¿Han bajado los precios de la vivienda? ¿Va bien la libra ahora que la Fed no excluye la posibilidad de que alcance la paridad con el Dólar (quizá al año que viene, o quizá no, porque no la cosa no está tan mal, ¿así que las buenas noticias son que las noticias no son tan malas como se creía?)? ¿Han descendido las calificaciones de las agencias de crédito? El déficit va a crecer, sin duda, otro ‘poco’. Increíblemente, nada de esto parece tener importancia comparado con la recuperación de la soberanía que da a un partido progresista que no existe la posibilidad de implementar lo que ya era posible llevar a cabo.
Mitchells continúa: “La próxima parada es que habrá ‘un gran impacto no solo para el Reino Unido, sino para el PIB global’. La Recesión Mundial asoma tras el Brexit. Uff. Y los mercados se van a desplomar. Aunque The Guardian contaba ayer que La bolsa estadounidense alcanza un máximo histórico después de que el índice FTSE 100 entre en un mercado alcista. Menudo desplome”.
Esto resulta completamente insincero. Es del todo imposible que Mitchell no sepa que el índice bursátil FTSE no dice nada acerca del rendimiento de una economía en su conjunto. Estoy convencido de que sabe que el hecho de que las acciones alcancen máximos históricos puede perfectamente ser una mala noticia para la economía.
De hecho, Paul Krugman acaba de afrontar este asunto hace escasos días (ver aquí). ¿Es el mercado de valores una buena guía para saber cómo funciona una economía capitalista? La cuestión surge porque el mercado de valores de EE.UU. ha alcanzado, efectivamente, un nuevo máximo histórico en las últimas semanas. Krugman explica que los “precios de las acciones tienen por lo general menos que ver con el estado de la economía o sus perspectivas de futuro de lo que la gente piensa. De hecho, continúa diciendo que, “en cierta medida, las ganancias de la bolsa reflejan debilidades económicas, y no fortalezas”. Krugman ofrece tres pistas para explicar por qué el precio de las acciones ofrece tan pocas pistas:
“En primer lugar, los precios de las acciones reflejan beneficios empresariales, no ingresos globales. En Segundo lugar, también reflejan la disponibilidad de otras oportunidades de inversión, o la ausencia de las mismas. Por último, la relación entre los precios de las acciones y la inversión real que expande la capacidad económica se ha atenuado mucho”
Los beneficios de las empresas en EE.UU. llevan tiempo cayendo como porcentaje del PIB e incluso en términos absolutos al tiempo que subía la bolsa. La posibilidad de encontrar inversiones que otorgasen un crecimiento más alto han descendido. Así que parece que el mercado de valores se ha desconectado mucho de la llamada ‘economía real’ (ver análisis aquí). El FTSE no dice prácticamente nada sobre la salud de una economía.
Me gustaría criticar todas y cada una de las frases escritas por Mitchell, pero parece que este logró encontrar pruebas de la repentina recuperación económica inducida por el Brexit:
“El fabricante de aviones (Boeing), el gobierno y otros actores industriales financiarán 365 millones de libras de proyectos de I+D aeroespacial que se han aprobado por el gobierno dentro de la Alianza para el Crecimiento Aeroespacial”.
Aunque esta decisión llegó antes del Brexit y la única buena noticia que hay de momento es que Boeing no se haya echado atrás (¿todavía?). De hecho “Boeing ha anunciado planes para establecer una nueva sede de servicios valorada en 100 millones de libras en el Reino Unido y duplicar el número de puestos de trabajo de que dispone en el país en los próximos años” (ver aquí). ¿Cuántos puestos de trabajo crearán esos 100 millones de libras? Algo así como dos o tres propuestas de Horizon2020 –la financiación para la investigación proporcionada por la UE que las universidades británicas no podrán solicitar de ahora en adelante–. En cualquier caso, este parece ser el camino a la ‘alta productividad’ en un ‘futuro lleno de empleo para Gran Bretaña’. ¿Verdad que es fácil? Lo único que tenemos que hacer para volver a la senda de la prosperidad es salir de la UE.
3. El crucial error estratégico de aceptar el discurso del dumping social
Mitchell cita un artículo que Stiglitz escribió tras el Brexit: “La libre migración dentro de Europa… (da lugar a)… una bajada de salarios y un mayor desempleo, mientras que los empresarios se benefician de mano de obra más barata.”
Esto es, francamente, increíble. Puesto que se han hecho muchas cábalas en torno a la inmigración, me he dedicado a investigar el tema. No he encontrado ni un solo estudio serio que demuestre, negro sobre blanco, que la libre migración da lugar a una bajada de los salarios y un mayor desempleo. El nocivo discurso del dumping social –los extranjeros nos están quitando el trabajo– es una fabulación xenófoba y racista (ver aquí). Va más allá de eso. El dumping social es “la tarea, emprendida por participantes del mercado en su propio interés, de socavar o evadir las regulaciones sociales existentes con el objetivo de lograr una ventaja competitiva” (ver aquí). Se ha argumentado y comprobado que la creación del mercado común y la expansión de la UE hacia el este y hacia el sur han facilitado el dumping social, al proporcionar a los participantes del mercado nuevas oportunidades estratégicas para luchar contra las normas sociales. Por concretar, lean “empresarios” en vez de “participantes del mercado” y “derechos sociales” en vez de “normas sociales”. El dumping social, si acaso, es una razón para que la izquierda defienda a los trabajadores inmigrantes.
Ni un solo estudio serio que demuestra, negro sobre blanco, que la libre migración da lugar a una bajada de los salarios y un mayor desempleo
El dumping social sólo existe porque los empresarios y los estados miembros están rompiendo leyes y normas –entre ellas las normas europeas: no pagar a la gente el salario mínimo, obligarles a hacer horas extra sin remunerar, negarles las bajas por enfermedad y las vacaciones–. Esta es la realidad del dumping social. Ya lleva mucho tiempo sucediendo (ver aquí). Una de las razones es que la izquierda aceptó el discurso dominante del dumping social. Ningún partido político ganará votos defendiendo a los trabajadores extranjeros –al menos ningún partido político que no halle el coraje para explicar que el problema no son los trabajadores extranjeros, sino los ricos y los poderosos–. Pero esto suena demasiado socialista para el Zeitgeist, así que ni lo intentemos. Los sindicatos no defenderán a los trabajadores extranjeros, o al menos no tanto como a sus “propios” trabajadores. Esto es, por supuesto, una pendiente resbaladiza. Para impulsar su Brexit, la izquierda pro-Brexit no vio ningún problema en hacer exactamente lo que habría que evitar a toda costa: enfrentar a los trabajadores europeos un poco más entre sí, dejándolos a todos ellos en una situación de mayor debilidad. Apenas cabe duda de que la derecha está agradecida y eufórica.
Respecto al bienestar social y otras contribuciones, el caso es tan extremadamente simple que ni siquiera la derecha se atreve a mentir sobre ello: el balance de la inmigración es positivo. Los trabajadores inmigrantes aportan más de lo que se llevan. Son, de media, más jóvenes, menos enfermos y mejor educados. Si hay un fraude al Estado de bienestar, es habitualmente negativo: la gente evita pedir beneficios a los cuales tiene derecho porque, dado el clima político orwelliano, no quieren acabar teniendo problemas con Inmigración. Owen Jones lo explica aquí. La Fundación Joseph Rowntree, de tendencia socialdemócrata, publicó varios informes al respecto (ver aquí). No hay duda de que es una realidad..
4. La pésima situación del sector manufacturero británico
Mitchell dice que “Gran Bretaña tiene un gran mercado interno, una fuerte tradición manufacturera (que habría que revivir) y una fuerza de trabajo bien formada”. Para él, la política industrial, incluidas las nacionalizaciones, debe formar parte de una nueva orientación interna para la nación. Estoy de acuerdo. Sería genial si pudiéramos lograrlo. Pero no me gustan las ilusiones. No queda casi nada de la “fuerte tradición manufacturera”. La cultura industrial ha sido desmantelada (este libro aporta un interesante relato). Los británicos pueden proclamar que siguen siendo la octava potencia manufacturera del mundo todo lo que quieran: utilizando la medida adecuada (producción manufacturera per cápita) no están en el top 20, tal y como Ha-Joon Chang recordó en The Guardian (ver aquí).
Pasó lo mismo con el acero británico hace meses, cuando se hizo tanto respecto al dumping del acero chino. El acero británico, sin embargo, no puede competir con ningún país del G8 (ver aquí). La fuerza de trabajo bien formada para el sector manufacturero que debe ser revivida tampoco existe. El éxito escolar en las distintas partes del Reino Unido está entre los más bajos del mundo desarrollado, con grandes segmentos de jóvenes entre 16 y 18 años suspendiendo pruebas de alfabetización básica. De hecho, la situación económica en algunas zonas de Gales y en el noroeste de Inglaterra hasta la frontera con Escocia no es diferente de la situación en las antiguas áreas industriales de EEUU –Detroit, Cleveland, lugares como West Virginia y Virginia donde la esperanza de vida es 25 años más baja que en la vecina Maryland–, y ciudades como Baltimore o Los Ángeles, en cuyas zonas más deprimidas la esperanza de vida es más baja que en Bangladesh. No hay reconversión, ni inversión, no ocurre nada. Está claro que la culpa no puede ser de la Unión Europea. Esto es lo que las élites le han hecho a su propia población, lo mismo que nos están haciendo nuestras élites, y ningún “lexiting” les detendrá.
Por poner un ejemplo de los casi infinitos que podría haber –algo que debería enfadar a cualquier izquierdista–, aunque la mayoría de la población británica está en contra de la renovación de Trident (programa nuclear británico) y el coste aproximado del programa rondará los 167.000 millones de libras, 179.000 millones, o más de 205.000 millones (incluyendo el mantenimiento), según la fuente y el método de cálculo, todos los conservadores (excepto uno) y una gran mayoría de los laboristas votaron por la renovación. Los parlamentarios laboristas justificaron su voto con el argumento de que Trident dará un impulso muy necesario a las manufacturas británicas. ¿Qué impulso? ¿Es esto lo que vamos a hacer ahora? Con ese dinero se podrían construir al menos 2.300 escuelas primarias, formar a 289.000 nuevas enfermeras –lo cual será una necesidad cuando Theresa May expulse a todas las enfermeras de países comunitarios y extracomunitarios (¿O para entonces ya habrá desaparecido el NHS?)– y podrían formarse 227.000 nuevos oficiales de policía. Por supuesto, no necesitamos todos esos oficiales de policía, porque, aparte de los crímenes de odio, que se han multiplicado por cinco tras el Brexit, los crímenes violentos están descendiendo en el Reino Unido (no así los crímenes de fraude, pero de todos modos, eso no es asunto de la policía). ¿Es la UE la que hace que el Reino Unido gaste 200.000 millones de libras en armamento que nunca podrá ser utilizado sin destruir el planeta? Ahora bien, esto no tiene que ver con la destrucción del planeta, tampoco con las manufacturas (ver aquí). Tiene que ver con algunos grandes bancos globales y algunas corporaciones increíblemente poderosas. Llamémoslo bienestar financiero y corporativo: adiós a otros 200.000 millones.
Esto no es una anécdota. Apunta al núcleo de la cuestión: si quieres cambiar las circunstancias y las políticas, cambia las relaciones de poder.
Bill Mitchell termina recordando a los lectores que el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas publicó el 24 de julio de 2016 sus observaciones finales en el sexto informe periódico sobre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. El texto de la ONU viene a ser una crítica increíblemente dura de las formas absolutamente escandalosas en las que los departamentos del gobierno han estado abusando de la gente. ¿Y qué tiene que ver la Unión Europea con esto? Por favor, no me digáis que “defiendo” la UE. Lo evidente es que el problema va más allá de Bruselas. La cuestión no es si la gobernanza económica de la UE es defendible. No lo es. La cuestión es qué debemos hacer contra ello. La respuesta es que la derecha debe ser derrotada en todas partes, en todos los niveles políticos.
5. Estrategia
De acuerdo con Mitchell, Keen y demás, abandonar la UE marca la diferencia porque desde el momento en que las obstrucciones de la UE dejan de existir, el futuro se muestra brillante: los keynesianos dirigirán los bancos centrales, los partidos socialistas nacionalizarán las industrias, habrá crecimiento, prosperidad, igualdad, movilidad social y todo lo demás. Esta es exactamente la ilusión que entorpece cualquier estrategia seria contra la derecha en Europa.
Al menos, durante la debacle griega de 2015, uno de los principales impulsores de un Grexit, Costas Lavaptisas, tuvo la honestidad de decir que no sabía cuáles podrían ser sus consecuencias. Lavaptisas declaró en repetidas ocasiones que sería difícil, y que resultaría imposible prever en qué punto Grecia volvería al crecimiento –podían ser 9 meses, o 18 meses, o incluso 2 años–. Lapavitsas creía que marcharse sería malo, pero quedarse sería peor (yo estaba de acuerdo). Esto fue con un gobierno izquierdista en el poder en Atenas (o al menos, eso es lo que todo el mundo asumió). Ahora, los impulsores del Lexit nos cuentan que todo irá mucho mejor tras la salida. Da igual que haya gobiernos derechistas en el poder a nivel nacional, o, en el caso del Brexit, el gobierno más derechista y más regresivo de Europa en los últimos cincuenta años.
La UE no es más que el reflejo de cientos y cientos de lobbies ejerciendo una influencia efectiva y, en ocasiones, dictando las políticas –redactando, literalmente, textos legales (tal y como hizo el lobby del cemento con la fase II del Sistema de Comercio de Emisiones de la UE). La UE es un reflejo del poder corporativo en los estados miembros. Es un reflejo del capital financiero global. Tristemente, es también un reflejo de las preferencias políticas nacionales, expresadas por los electorados nacionales –gobiernos de derechas enviando políticos de derechas a Bruselas–. Que estos políticos se están dedicando a la usurpación de la democracia es difícil de poner en duda. Es también un reflejo de la hegemonía alemana en la economía europea. Es cierto que una ruptura de la zona euro significaría el fin de la moderación salarial alemana. ¿Pero a qué llevaría? Destruir las divergencias salariales en Europa es una condición necesaria para hacer que la economía europea vuelva a funcionar. ¿Pero es suficiente? El problema es que no sólo nos enfrentamos a una crisis económica, sino también política. La situación política en Europa ha degenerado hasta el punto de que si el deterioro de las condiciones sociales y económicas va ligeramente más allá, la extrema derecha sacaría un enorme rédito electoral.
La UE no es más que el reflejo de cientos y cientos de lobbies ejerciendo una influencia efectiva y, en ocasiones, dictando las políticas
Aparte de Corbyn, que está siendo poco a poco vapuleado hasta la muerte por los neoliberales, nadie en ningún otro país alcanza ese nivel de popularidad. Evidentemente no es así en Francia, por lo que el año que viene las elecciones estarán entre la derecha y la extrema derecha –Sarkozy contra Le Pen–. La izquierda no está ganando terreno en las elecciones en ningún otro país, con la excepción de España, pero ni siquiera allí tiene poder. Portugal es demasiado pequeño para cambiar nada por sí mismo. En los países escandinavos donde, en algún momento, las políticas socialdemócratas fueron consideradas una cuestión de inteligencia, sentido común y decencia, la socialdemocracia giró a la derecha y –oh, sorpresa– ahora está perdiendo elecciones. ¿Se evaporará la austeridad y toda la miseria que crea la UE cuando ésta desaparezca? ¿Cuál es el gran plan del Lexit para devolver la democracia a Europa, para reducir el poder de las corporaciones, su influencia y sus lobbies? De hecho, ¿cuál es su estrategia para ganar elecciones? ¿O es que las mismas estructuras de poder permanecerán intactas –o incluso fortalecidas– dictando políticas económicas y sociales equivocadas a nivel nacional? ¿Dónde está el análisis, dada la importancia crucial del tema? Seguramente cualquiera puede ver que esto es más difícil que un “vamos a salir y luego ya veremos”.
Hay una estrategia completamente diferente, es simple y directa. En el momento en que hubiese una mayoría de izquierdas en el Parlamento Europeo, el poder ejecutivo de la UE (la Comisión y el Consejo) no podría seguir adelante. En cualquier sistema democrático, no es el gobierno quien ostenta realmente la soberanía, es el parlamento. El poder está en el parlamento. Si un parlamento democráticamente elegido vota leyes que el ejecutivo rechaza implementar, es el ejecutivo quien se tiene que ir. Más allá, la reforma de las instituciones también cambiaría de forma inmediata y automática las relaciones de poder entre los estados miembros.
Esto es algo que el Lexit puede desear, sin tener ningún mecanismo disponible para hacerlo realidad. Tal y como dijo Habermas en la entrevista, en situaciones de peligro y angustia, el camino de en medio lleva a la muerte. La estrategia equivocada llevará al desastre. ”Salgamos de la zona euro y después ya veremos” y contar con partidos que no existen para lograr cambios es muchas cosas, pero no es estrategia. La socialdemocracia girando a la izquierda, ganando elecciones nacionales y creando un gran front populaire en toda Europa sí lo es. Las instituciones podrían así ser utilizadas para implementar políticas democráticas, sociales e inteligentes que sirvieran al bien común. El gobierno económico de la UE podría tirarse por fin al cubo de basura de la historia sin arriesgarnos a que fuera reciclada -¡o mejorada!- a nivel nacional.
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Este artículo fue publicado originalmente en la web Flassbeck Economics International.
Will Denayer es doctor por la Universidad de Leiden, Holanda, y ha sido investigador en las universidades de Lovaina, Gante y en el Trinity College de Dublín. Es escritor e investigador freelance en temas de política, teoría económica, cambio climático y desigualdad.
1. Torpezas de estrategia política
En la primera parte de este artículo critiqué severamente el gobierno económico de la Unión Europea (ver
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Will Denayer
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