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José Luis Sanz / Director de ‘El Faro’

“Competir por el tráfico es absurdo. Hablamos de periodismo”

Amanda Andrades / José Luis Marín Madrid , 30/11/2016

<p>Foto cedida por el entrevistado. </p>

Foto cedida por el entrevistado. 

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Los incómodos. Con ese nombre bautizó la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano al equipo de El Faro al otorgarles el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo 2016. Y los periodistas de este pequeño gran digital salvadoreño, el “primer periódico nativo de Internet en América Latina”, recogieron el guante. “Lo tomamos como una acusación directa, y la apreciamos. Nos sabemos incómodos. ¿Pero acaso hay otra manera de hacer periodismo si no es desde la incomodidad?”, afirmaban, con una pregunta retórica, de esas cuya respuesta debería ser un sencillo No, en su discurso de aceptación del galardón.

José Luis Sanz (Valencia, 1974) no solo forma parte de ese equipo de incómodos, también los lidera desde que en 2014 asumiera la dirección de este diario no generalista, sino “complementario”, nacido en 1998. En una visita relámpago, cargada de reuniones, reencuentros y una charla en la librería madrileña Traficantes de sueños, comparte una cerveza en una terraza para conversar del pasado, presente y futuro de una profesión, el periodismo, cuyo ejercicio indigno es un cáncer que “sea sostenible, y que se justifique por ello”. 

En España, a los medios digitales nos cuesta sobrevivir…

Si os sirve de consuelo, en El Salvador, también. El caso de El Faro es peculiar. Y lo que tiene de extraordinario es su longevidad. Suelo decir que más que ser sostenibles, nos hemos sostenido. Es un proyecto que nace en una época [1998] en la que las expectativas y el nivel de exigencia de lector eran diferentes. Incluso el nivel de acceso a Internet era bajo en general, y mínimo, en El Salvador. Solemos reconocer, con humildad, que cometimos muchísimos errores al principio, en una época en la que casi nadie nos leía. Además, nuestros primeros seis años fueron de voluntariado. Éramos periodistas o estudiantes de periodismo que vivíamos de otras cosas. Eso nos dio margen para no tener la obsesión actual por construir los medios online como los sucesores de los medios tradicionales en papel. También nos permitió, en esos años de experimentación sin estar bajo el foco de atención, construir ciertas dinámicas o fortalezas que nos han ayudado después. Como, por ejemplo, una mística interna muy fuerte, una voz propia en el país… El Faro empezó a tener una voz propia, en El Salvador y en Centroamérica, antes de tener que preocuparse por cómo sostener ese sello. Parece una tontería, pero en realidad te permite no tener que hacerlo todo al mismo tiempo. La mayoría de medios que han nacido en la última década no pueden hacerlo, porque tienen que construirse una credibilidad, una redacción, una marca… Y un modelo, si no de sostenibilidad, sí de sobrevivencia.

¿Cuántos lectores tienen y a qué sectores llegan?

Tenemos alrededor de 1,5 millones de páginas vistas al mes. Seguimos llegando, principalmente, a las élites en  una región muy desigual. Primero, por  el acceso a Internet, aunque los smartphones están cambiando eso, pero también por el tipo de lectura que proponemos. Apostamos por géneros largos, por periodismo de investigación en profundidad, por temáticas muy concretas que exigen un nivel previo de compromiso con una mirada política y social.

¿Ha ido cambiando su público a lo largo de los años?

Cada vez tenemos un público más amplio, más diverso. Se va democratizando cada vez más el perfil de nuestros lectores, sobre todo, mediante el acceso a Internet que tiene la gente más joven, y sus nuevas lógicas de pensamiento, en especial de aquellos que tienen acceso al Bachillerato, a la Universidad. En Centroamérica no es todo el mundo, pero cada vez es más gente. Vamos viendo como nuestros lectores rejuvenecen y se van ampliando en cuanto a perfil. Seguimos teniendo un 25% de lectores en EE.UU., donde hay muchísima población salvadoreña y mucha gente con interés en Centroamérica. Hemos conseguido convertirnos en una de las principales fuentes de información sobre Centroamérica.

Nosotros no estamos dispuestos a cambiar nuestro periodismo para sostenernos. El modelo que estamos buscando tiene que ajustarse  a sostener nuestro periodismo

¿Es posible competir con un modelo de periodismo de investigación, con crónicas largas, etcétera,  frente a fórmulas como el clickbait, los vídeos, la última hora? 

Depende de cuál sea la meta que te marques. Parto de que la competencia por el tráfico es absurda. Estamos hablando de periodismo o de periodismo que aspira a ser de calidad. Sostener eso, sólo basándote en el tráfico, no funciona en la mayoría de mercados. Nosotros, por estrategia, ni siquiera por una cuestión de principios extraños o de purismo, sólo por jerarquía de valor, no dedicamos ni un esfuerzo a deportes, a espectáculos. Decidimos no competir en ese juego de voy a tener más tráfico porque eso me va a sostener. ¿Competimos en términos de incidencia? Radicalmente sí. ¿En relevancia? Sin duda. Y, muy a menudo, ganamos. ¿Eso me va a ayudar a sostenerme? Creo que sí. Hay una decisión previa a tomar si tienes un proyecto periodístico: ¿estoy buscando cómo financiar el periodismo que quiero hacer o estoy tratando de decidir hasta dónde estiro las letras de la palabra periodismo para tener un medio sostenible? No es lo mismo. Sería fantástico descubrir una confluencia entre las dos cosas, pero uno tiene que tener claro a qué no está dispuesto. Nosotros no estamos dispuestos a cambiar nuestro periodismo para sostenernos. El modelo que estamos buscando tiene que ajustarse  a sostener nuestro periodismo. Suena utópico, pero llevamos 18 años haciéndolo.

Tienen cuatro vías de financiación, según su web. El 75% de sus fondos provienen de organismos de cooperación internacional. ¿No hay un riesgo de que eso determine sus líneas de trabajo? 

Depende, de nuevo, de una decisión previa. En la universidad nos enseñaban que la independencia editorial de un medio depende de la sostenibilidad, de su grado de solvencia económica. Eso es mentira. Y además, una de las mentiras más perversas que nos han metido en la cabeza a los periodistas. La independencia no se negocia. Es un principio, una decisión. Solo te pueden comprar si te vendes. Prostituir tus principios no es inevitable. La persistencia o sobrevivencia de los medios es algo sobrevalorado. No hacen falta más medios, lo que hace falta es más periodismo. De hecho, hay medios centenarios en América Latina, y medios con décadas de trayectoria en España, que no sé el aporte real que están haciendo a una sociedad informada o a un debate social y político que construya una mejor sociedad. Hay que defender las profesiones dignas o el ejercicio digno de las profesiones. Y el ejercicio indigno del periodismo no puede ser ensalzado solo porque sea sostenible. Es un cáncer que el ejercicio indigno sea sostenible, y que se justifique por ello. Esto puede trasladarse a la pregunta sobre la relación con organizaciones que evidentemente pueden querer cambiar el foco de atención o de interés. En El Faro lo que hacemos es decidir qué cosas queremos hacer y buscar quién puede financiarlas. No siempre lo encontramos. No quiero que suene demasiado fácil, o que todo el mundo lo puede hacer, o que somos especiales por hacerlo. Nuestros temas prioritarios –desigualdad, corrupción, investigación profunda de los fenómenos de  la violencia en Centroamérica, migración…– son clave en una región que recibe atención de la cooperación internacional, así que hay organizaciones dispuestas a financiar proyectos de este tipo. 

En el equipo son 31 personas, 21 dedicadas exclusivamente a labores periodísticas. ¿Es ese un nuevo modelo de periodismo frente a las grandes estructuras?

Siempre he soñado con una redacción más grande, lo que pasa es que no puedo sostenerla. De hecho, me cuesta mucho sostener la que tengo. Construir proyectos que tengan una curva de crecimiento y de desarrollo, no solo en la parte económica, sino también en la de organización, con cierta lógica orgánica, hace las cosas un poco más fáciles. Ya es todo suficientemente difícil, como para además autoimponerte un diseño. Si pensamos que todo medio tiene que ser generalista y que ha de tener secciones, no salen las cuentas. Nosotros durante mucho tiempo tuvimos claro que éramos un medio complementario, no suficiente. Y eso fue un acierto, porque las nuevas dinámicas de consumo de información han matado al medio como fuente única de información. Ahora en El Salvador se nos exige más, se nos reclama por nuestros vacíos de información. Durante muchos años se nos valoró por lo que sí aportábamos, no por lo que dejábamos de hacer. Eso nos ha dado margen para ir creciendo de manera más pausada.

Todos los años organizan un Foro Centroamericano de Periodismo, ¿en qué consiste y por qué este foco regional?

El foro nació como un cruce de intenciones. Por un lado, El Faro, en su primer editorial, se presentó como un proyecto de vocación centroamericana. No siempre hemos podido demostrarlo, y desde luego no estamos todavía a la altura de esa vocación. Pero tratamos de tenerlo muy en cuenta a la hora de decidir prioridades o de formular proyectos. Por otro, el foro nace con dos objetivos. Uno, ser un espacio de formación, desde la conciencia de que el periodismo centroamericano necesita mejorar y formarse; acceder a las grandes rutas y a los grandes espacios de formación de periodistas, incluso en América Latina, es difícil para nosotros. La inversión para ir a talleres en México, en Colombia, en Argentina… es enorme. En realidad era mucho más sencillo construir un espacio de formación en casa. Y dos, vivimos en una ciudad, San Salvador, sin una gran oferta cultural, y en la que, incluso, en muchos períodos, el diálogo no ha sido un valor en alza. Como reivindicamos el debate, nos pareció importante cruzar esos ejes y convertir San Salvador en capital del debate sobre periodismo y del debate de periodistas centroamericanos sobre la región. Además, queremos que el foro sea un evento cultural, no solo un encuentro de periodistas. Ha habido teatro, cine, exposiciones fotográficas, etc.

¿El avance y la mejora de los medios en Centroamérica pasa por estas sinergias más regionales?

Sin duda. Si una redacción en la que no hay discusión termina muriendo de inanición intelectual, en Centroamérica, donde la mayoría de medios tradicionales tienen una historia más que cuestionable de independencia y de calidad, por utilizar eufemismos, y no han demostrado en las dos últimas décadas una voluntad real de mejorar sus estándares de calidad o democráticos, la única oportunidad de mejora y de construcción de un periodismo centroamericano pasa por un diálogo entre aquellos que queremos construirlo. Hay toda una serie de medios, nacidos, sobre todo, en los últimos 10 años, como Plaza Pública, Contrapoder, Soy502 y Nómadas en Guatemala, el ya veterano El Confidencial en Nicaragua, y algunos pequeños proyectos como la resistente Radio Progreso en Honduras, con los que sentimos una identidad, o al menos buscamos un diálogo, común. Y también con muchos periodistas en las redacciones de los medios tradicionales y o con muchos periodistas en medios similares en América Latina, o en cabeceras en EE.UU. Queremos alimentarnos nosotros, y el periodismo regional, del debate con esa gente que está buscando lo mismo. Tiene poco sentido ponerte a hablar de periodismo con gente que, en realidad, lo que quiere es otra cosa, y que va a tratar de defender y justificar sus derivas o su estado de negación. Lo que nos interesa es ser un foco de reunión para aquellos que en Centroamérica y fuera de Centroamérica están tratando de discutir sobre cómo construir el periodismo que la gente necesita. Y cómo sostenerlo.

Distinguir la anécdota de lo representativo es esencial para poder explicar algo. Y si entender requiere tiempo, explicar también

Una de sus líneas de trabajo, con una apuesta muy importante, mediante Sala Negra, es la violencia. Su enfoque va más allá del mero suceso.

Hay una paradoja interesante con Sala Negra. Nace con ocho personas –ahora es más reducido– en un periódico con una redacción, en aquel momento, de diez personas. Se convierte en el equipo más grande que ha habido en Centroamérica dedicado a la investigación de violencia, a pesar de que hay redacciones con  100 personas. Hasta que se creó, nosotros ni siquiera cubríamos violencia. No sabíamos cómo aportar algo, y no tenía sentido dedicarnos a cubrir hechos y no aportar nada de valor. Cuando decidimos que no podíamos seguir sin tratar de hacer un aporte en ese tema, discutimos qué necesitábamos para hacerlo: cinco periodistas a tiempo completo, una cobertura no solo nacional, sino regional, garantías de que el proyecto iba a existir dos años. Necesitábamos tiempo, no íbamos a cambiar nuestra mirada y la de los lectores en seis meses. Se mantuvo cinco años como equipo independiente y existe todavía, pero ya integrado al resto de la redacción. Además, recogimos algo que siempre estuvo en nuestra  mirada, no nos interesan los hechos en la medida en que no nos ayuden a entender procesos, o a comprender fenómenos. Cubrimos la violencia desde esa lógica. No publicamos nada que no sabemos qué significa, que no sabemos dónde encaja en el mapa que estamos queriendo dibujar a medida que vamos descubriéndolo. En nuestras libretas y grabadoras se han quedado historias increíbles que no hemos publicado porque no sabíamos exactamente qué significaban y si representaban realmente el fenómeno o eran una anécdota. Distinguir la anécdota de lo representativo es esencial para poder explicar algo. Y si entender requiere tiempo, explicar también. Por eso, hemos optado en la mayoría de los casos por la crónica, porque permite explicar el contexto con mayor profundidad, porque permite humanizar o mejor dicho no deshumanizar a las personas que forman parte de los fenómenos. 

¿Cómo es el proceso y cuánto tiempo dedican a hacer una crónica?

Depende (ríe). Me estoy acordando del primer material que publiqué como miembro de Sala Negra. Éramos dos periodistas, Carlos Martínez y yo, y empezamos a hacer un reportaje sobre la fractura de una de las grandes pandillas de El Salvador, el Barrio 18. Pensábamos que íbamos a reportear durante un mes. Pasamos ocho meses hasta publicar una serie de cinco crónicas, que se llamó El barrio roto. En cualquier otro lugar nos hubieran dado una patada en el culo, pero lo cierto es que el tiempo que dedicamos a comprender el proceso y la historia del Barrio 18 fue esencial para los siguientes cuatro años de trabajo. Comprender las lógicas internas de las pandillas, los códigos internos, incluso el lenguaje, el valor de la identidad, de los símbolos, de la historia, del territorio, fue esencial para que pudiéramos aproximarnos a otros temas de otra manera. ¿Es un lujo? Sin duda. Es un absoluto lujo, casi excéntrico, en un periódico tan pequeño, pero, de alguna manera, el resultado funciona y hace que un periódico tan pequeño logre publicar cosas que grandes medios internacionales no logran convertir en una pieza periodística. Es un juego de malabares.

Ocho meses para entender esas lógicas de la violencia...

Seguimos en ello, en realidad.

¿Algunas claves para entender un fenómeno de tanta importancia en El Salvador?

Sobre las pandillas hay muchísimo que hablar y que discutir y, por desgracia, en Centroamérica nos seguimos negando a darle a la discusión el espacio necesario. No quiero simplificarlas. Parte del problema es cuando el periodismo simplifica, cuando el periodismo no respeta la complejidad de las cosas. Nadie dice que sea fácil, pero ahí está el desafío intelectual, en condensar, explicar y hacer accesible sin renunciar a la complejidad. Por un lado, hay que entender que las pandillas, las maras, en Centroamérica son grupos criminales, pero no solo. Son principalmente, y no sólo, porque también son grupos criminales, un fenómeno social. Cuando se trata de olvidar estas dos caras, las principales, aunque el tema es más complicado, se sacrifica cualquier posibilidad de comprensión y de respuesta, ya sea desde la política social o incluso desde lo policial. Pensar que las pandillas son simplemente grupos criminales, que si los descabezas o los encarcelas, van a dejar de existir, es actuar desde la estupidez y desde el irrespeto a la realidad. 

¿Y entonces?

Las pandillas tienen un elemento fortísimo identitario, de búsqueda de un proyecto, nihilista, pero un proyecto al fin y al cabo, en una sociedad, en la que, más allá de que en los despachos y la academia podamos discutir si El Salvador tiene un proyecto de país, no hay un proyecto de país para esos chavalos que tienen 14 años y viven en una comunidad marginal. Hay estudios e instituciones especializadas que lo han dicho hasta la saciedad. Los pandilleros se convierten en referentes de éxito para muchísimos jóvenes. El reclutamiento forzoso existe, pero no es la base principal de incorporación a las pandillas. La tragedia es todavía más dolorosa: entrar en una pandilla sigue siendo una decisión inteligente, por muy trágica que sea. Es algo que muchos jóvenes deciden, sabiendo que supone  probablemente renunciar a cumplir 30 años. La pregunta es qué tipo de sociedad somos si nuestros jóvenes deciden que eso es un camino.

¿Y el Estado?

Hay otros dos elementos esenciales para entender a las pandillas. Uno es que la migración está íntimamente ligada a la historia de las maras, como factor de desarraigo, de fractura identitaria, de disolución familiar. La deportación como parte del fenómeno migratorio, como un segundo desarraigo. Las rutas migratorias siguen siendo aquellas a lomos de las cuales se trasladan las pandillas y se expanden a otros países, de Estados Unidos a Centroamérica, pero también de Centroamérica a otros países. Y, además, de manera natural porque son fenómenos naturales. Y el otro es que el gran factor de radicalización y de agravamiento del problema de las pandillas, o de su violencia, han sido las políticas estatales. Las irresponsables decisiones del Estado dieron estructura nacional a pandillas que no la tenían, dieron conciencia política a pandillas que no tenían aspiración de dialogar con el Estado, radicalizaron la violencia en pandillas que la utilizan como forma comunicativa y que, en mitad de contextos de absoluta impunidad, se volvieron más violentas para hacerse escuchar por encima del resto de pandillas. Hay muchísimos procesos que están determinados por decisiones políticas muy irresponsables. No estoy justificando nada. Solo digo que si renunciamos a comprender, en realidad los estúpidos somos nosotros.

Parte del problema de la llamada crisis del periodismo, o crisis de los medios, tiene que ver con la relación con la sociedad

Con el proyecto de Excavación ciudadana se abren a la participación de los lectores.

En la búsqueda de fórmulas para sostener el periódico pensamos durante mucho tiempo en los micromecenazgos, en cómo involucrar a la comunidad, pero nunca supimos o nunca nos atrevimos. Con el auge del crowdfunding, empezamos a pensar en esta posibilidad, pero no sabíamos cómo llegar a eso en un país con poco acceso a Internet, sin hábito de compra electrónica, etc. No nos terminábamos de animar. Experiencias exitosas como la de La Silla Vacía, en Colombia, nos animaron a decir hagásmolo. Parte del problema de la llamada crisis del periodismo, o crisis de los medios, tiene que ver con la relación con la sociedad. Cuando el diálogo tenía que ser mediado, pues bueno, pero que llegara Internet y nuestra conciencia como periodistas de nuestro papel en el diálogo social siguiera siendo la misma es un poco absurdo. Teníamos claro que queríamos construir una comunidad, articular nuestra relación con unos lectores de los que presumimos por ser los mejores, por su nivel de exigencia y porque nosotros también hemos sido exigentes con ellos. Para empezar, les exigimos tiempo para leernos, que no es poco. Desde esa lógica de participación, decidimos lanzar el año pasado nuestra primera campaña de crowdfunding. Cuando empezamos a discutir cómo hacerla, primero conseguimos alianzas con empresas y gente que ya nos habían apoyado en alguna otra locura años antes. De ahí nace Excavación ciudadana. El concepto es muy sencillo,  el periodismo de investigación trata de desenterrar lo que otros ocultan y tú puedes hacer algo. Si quieres que se desentierre la corrupción, la impunidad, que se comprendan las razones de la violencia, etcétera, danos dinero y nosotros seremos las herramientas para que puedas hacerlo, nos comprometemos a meternos en el agujero por ti. Con ese juego lanzamos nuestra campaña del año pasado.

¿Y funcionó?

Funcionó muy bien, no soluciona nuestros problemas económicos, pero demostró que teníamos una base de lectores  interesados en que El Faro siguiera haciendo el periodismo que trata de hacer y en dialogar con nosotros. No les ofrecíamos ningún tipo de recompensa palpable más allá de un diálogo privilegiado. A los excavadores y excavadoras del año pasado, les hemos enviado este año boletines con cierta regularidad, con los cambios dentro del periódico, cuando alguien ha dejado el equipo, cuando alguien se ha incorporado al equipo, las razones editoriales por las que tomábamos unas u otras decisiones; les hemos invitado a actividades pensadas para ellos para establecer un diálogo directo; hemos discutido con ellos nuestra cobertura de los Panamá Papers.

¿Cómo han hecho esta discusión de la cobertura de los Panamá Papers y por qué?

Somos parte del consorcio que destapó los Panamá Papers. En El Salvador, como en cualquier otro país, se desató una intensa polémica sobre qué se publicaba y por qué, qué se escondía y por qué. No publicamos listas y no consideramos que todo el que aparecía en los documentos estuviera haciendo algo ilegal, ni algo malo, ni algo que mereciera ser público. Si teníamos indicios de algo ilegal, publicábamos. Si encontrábamos indicios de algo que, aunque fuera legal, considerábamos cuestionable, como que un político tuviese doble agenda, en su comportamiento personal y empresarial y en sus posturas políticas, lo revelábamos. También simplemente en la medida en la que la información permitía comprender el funcionamiento de ciertas estructuras empresariales o lógicas financieras o ciertos actores de poder, sin que eso significará que estábamos denunciando algo. Con todo el debate maniqueo de quién es bueno y quién es malo, se hizo muy difícil dialogar con los lectores y entonces, aparte de nuestros editoriales, les invitamos a discutir con nuestro jefe de redacción y con los periodistas que habían hecho la cobertura para que les hiciesen preguntas. Ese es el tipo de cosas que hemos hecho con los excavadores. Y estamos contentos, porque creemos que es un camino, y un camino por el que queremos transitar.

¿Y ahora están con la segunda campaña?

Sí. No nos hemos puesto una meta económica, sino una meta de comunidad. Aspiramos a que mil personas nos hagan un aporte. [Este domingo 27 de noviembre ha acabado la campaña con 666 donantes y 24.734,76 dólares recaudados. La meta prevista era alcanzar los 1.000 excavadores]. En cualquier caso, la idea es ir construyendo una nueva cultura de respaldo al periodismo independiente, y, al mismo tiempo, construir una comunidad de diálogo y  discusión, lo que es especialmente importante en El Salvador, un país muy polarizado. No es que le tenga miedo a la polarización. Es que es una polarización artificial en muchos casos e instrumentalizada, como en muchos otros sitios. A un periódico como El Faro ese juego le deja en espacios de aislamiento y bajo fuego cruzado. Tener una comunidad con la que dialogas, con la que te entiendes, que sabe que puede pedirte explicaciones, aparte de que te hace mejor, nos da también un espacio de respaldo.

Hablando de polarización, desde 2009 hay por primera vez un gobierno de izquierdas en El Salvador, con el FMLN, ¿les ha afectado y cómo en su práctica periodística?

Para empezar nos ha sorprendido. Esperábamos que hubiera mejoras sustanciales en términos de transparencia, de respeto al pluralismo, de institucionalidad y no ha sido así en general. Y no es que lo esperáramos por un principio de afinidad, o de falta de afinidad ideológica, lo esperábamos por el discurso mantenido por el FMLN en la oposición, y por sus luchas históricas, desde que eran una guerrilla, por una transformación política del país. La realidad no ha sido esa. Hemos sufrido más acoso desde que gobierna el FMLN y no lo atribuyo a razones ideológicas. Creo que, simple y llanamente, son mucho más agresivos y están en una situación en la que, probablemente, se sienten más frágiles que los poderes tradicionales y reaccionan con más virulencia a la crítica. Con ningún gobierno de derechas nos sucedió que un presidente, como Mauricio Funes, utilizará programas públicos, financiados con los impuestos de todos, para acusarnos de mentir, de ser parte de conspiraciones electorales, o que tratará de desmentirnos sin ni una sola prueba para refutar nuestras publicaciones. Tampoco esperábamos que, bajo un gobierno del FMLN, la policía albergará grupos o prácticas de ejecución de detenidos. Desde hace más de un año y medio, en El Salvador, hay ejecuciones de manera regular, la policía mata sin ningún tipo de investigación de las condiciones en las que mata, la policía ejecuta a gente rendida y desarmada. Y menos aún esperábamos que tratarán de atacarnos y desacreditarnos diciendo que defendemos a los criminales por exigir el cumplimiento de los derechos humanos. Más allá de la dificultad que supone, sobre todo ha sido una gran decepción. Es duro ver cómo un partido traiciona su historia y  sus discursos, y a quienes lucharon por los principios que dice enarbolar. Y cuando hablamos de luchar, en El Salvador hablamos de gente que dio su vida. 

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Amanda Andrades

De Lebrija. Estudió periodismo, pero trabajó durante 10 años en cooperación internacional. En 2013 retomó su vocación inicial. Ha publicado el libro de relatos 'La mujer que quiso saltar una valla de seis metros' (Cear Euskadi, 2020), basado en las vidas de cinco mujeres que vencieron fronteras.

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