FÁBULAS ITALIANAS
Pánico
Silvia Bortoli 7/12/2016
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Esta noche ceno con un amigo, mañana también, tengo una comida, y el miércoles por la noche lo mismo.
Yo, que hace dos años y medio no veo a nadie si no cojo un tren.
Es demasiado, pienso.
Tres días seguidos no puede ser.
El tiempo largo lento y solitario que me gusta y del que tengo necesidad se llenará de golpe.
No estoy acostumbrada y a lo mejor no nací así.
Pienso en las cenas que hacía de cría.
Salía enferma del cansancio físico y mental.
No invito a nadie a cenar desde hace más de cuatro años.
He decidido no hacerlo más.
Puedo invitarlos a un restaurante, en todo caso.
El amigo con el que quedé esta noche me invita a cenar en un restaurante, no se le pasaría nunca por la cabeza cocinar.
Yo lo mismo, a mi edad ya cociné bastante, se me acabaron las ganas.
No tengo más ganas.
A lo mejor nunca las tuve.
Hace seis o siete años decidí que no era hospitalaria.
No soy hospitalaria, anuncié, me di cuenta de repente y me pareció una liberación.
Lo sabíamos, dijo mi hija.
No ser hospitalarios no es un crimen.
Nosotros los poco hospitalarios estamos muy presentes.
Los no hospitalarios dulces de corazón, como yo, se matan por ser hospitalarios, por responder a los exigencias de los otros y al sentido del deber, y salen devastados.
El día siguiente se te va en recuperar las fuerzas, restablecer el tiempo interno, el silencio.
Viví con un hombre, cerca de 7 años, que tenía que ver gente al menos una noche sí y una no.
Para ver gente tres veces a la semana hay que conformarse con lo que hay.
Ha sido una de nuestras mayores causas de conflicto.
La semilla que llevó al adiós.
Junto con otras.
Se podría pensar que soy un oso.
Hay quien lo dice.
No es verdad, soy una persona brevemente sociable.
Para mí es bueno el teléfono.
El correo electrónico.
También el blog.
El breve encuentro casual por la calle, con la promesa de volver a verse.
Raramente mantenida, pero da la impresión de que el mundo es rico y variado y con encuentros.
Nos vemos, sí, te llamo, tal vez la semana que viene, sí.
Me parezco a mi padre.
A mi madre, que le da por la sociabilidad y que todavía hoy, con casi noventa años, ve gente todas las semanas, sino todos los días, va al cine, al teatro, a conferencias, toma aperitivos con sus amigas, mi padre le decía, tú necesitas ver gente porque no tienes vida interior.
Yo en efecto tengo vida interior.
Eres impermeable, me dijo una vez una amiga.
Y es duro hacerle entender a las personas que conozco y que evito ver que no las veo por indiferencia, pienso en ellos.
Pero no tengo necesidad de verlos físicamente.
Me cansa.
Porque de mi madre heredé el ansia comunicativa que me empuja, cuando luego estoy sentada en la mesa y los tengo enfrente, a ser brillante, y si no lo soy me parece que no hice mi trabajo.
Invita a cenar a tu prima, le dice el marido de mi prima a mi prima, es brillante.
Más me aburro, más brillante.
Me aburro, pienso, vamos a agitar un poco las aguas.
Luego vuelvo tambaleándome a casa y le digo a la persona con la que vivo, madre mía, no me pidas que salgamos nunca más.
Pero si hablaste y te reíste toda la noche, dice él.
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Silvia Bortoli (Venezia, 1946), escritora, traductora del alemán, fue profesora de traducción en la Universidad de Trieste. En italiano ha publicado el libro de poesía, Tutti i fiumi y las novelas L’inesperienza, Quattro giorni a marzo y Mentre il poeta si allontana, piange. También, las colecciones de cuentos breves de Come sono finita dove sono finita y Percezioni variabili, ninguno de ellos traducido todavía al español. Este cuento aparece en el libro Come sono finita dove sono finita, editorial Venezia Cicero, 2011.
Bortoli ha traducido del alemán obras de Heinrich Böll, Ingeborg Bachmann y Friedrich Nietzsche, entre otros y ha ganado el premio Leone Traverso a la opera prima por la traducción de Lettere alla moglie de Alban Berg, el premio Monselice, por la traducción de las novelas de Theodor Fontane, el premio Vallombrosa von Rezzori por la traducción de los Buddenbrook de Th. Mann. Traducción del italiano, María J. Carrazoni.
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