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La reforma constitucional del Gobierno Renzi ha sido rechazada masivamente. Un resultado inesperado por los casi veinte puntos de diferencia y por la alta participación, más del 65% del total de las personas con derecho a voto. Matteo Renzi ha sufrido una gran derrota. Aunque las bolsas y las reacciones internacionales hayan desmentido las alarmas de la víspera de la celebración del referéndum, Italia entra en un periodo de incertidumbre.Tras formalizar su dimisión como primer ministro el 7 de diciembre, dimisión anunciada por Renzi la misma noche de la votación, y tras la aprobación por el Senado de los Presupuestos para 2017 ese mismo día –era impensable presentarse en Bruselas sin ese requisito-, ahora de lo que se trata es de formar un nuevo Gobierno.

Renzi tiene que hacer frente a la amplitud de la derrota generada por él mismo. Mucho dependerá del PD, pero la crisis que se ha abierto en estos meses parece difícil de reconducir. La ruptura, incluso de relaciones personales de toda una vida, ha sido profunda. Nadie se salva y mucho menos Renzi, que ha construido un partido del líder y un liderazgo basado en la culpabilización y marginación del PD anterior a él, creando una comunidad de “adversarios”.

Es probable que el PD ya no vuelva a conseguir ese 40% al que llegó en las elecciones europeas, que, por otra parte, ya anticipó su penosa derrota en las elecciones municipales. Pero lo que tiene que hacer pensar es el dato abrumador de los votantes entre los 18 y los 34 años: el 68% ha votado No, como la mayoría de los estamentos sociales menos acomodados, mostrando la fotografía de un PD lejano de su electorado histórico, cada vez menos capaz de conseguir uno nuevo, y con un futuro más incierto que nunca.

El Sí gana solo en tres regiones, en Toscana con el 52%, en Emilia con un porcentaje escasísimo --dos históricos graneros de votos del PD--, y en la pequeña región de Trentino Alto Adige. En las ocho ciudades más grandes, solo gana en Bolonia y Florencia, por poquísimo en Milán y pierde en las demás. Renzi ha demostrado que no entiende el país. Pero lo que realmente debe preocupar son los análisis posteriores a la votación. La fidelidad a las indicaciones de los partidos ha sido alta, lo que ratifica el fracaso del acercamiento al electorado del centroderecha sobre el que se apoyó la estrategia de Renzi.

La fractura del PD

Las minorías internas del PD han llegado a la cita del referéndum tras un trayecto destructor y han sido incapaces de encontrar un camino unitario. Pier Luigi Bersani, aparentemente vencedor con el No, deberá, como Renzi, afrontar esta bancarrota. Lo mismo vale para Gianni Cuperlo que, al final, eligió el Sí. Es indudable que el sector minoritario de Bersani ha perdido mucho prestigio. Al principio, cuando en las votaciones en comisión parlamentaria venían rechazados algunos puntos importantes de la reforma, blindaron el texto, aunque planteasen dudas sobre su ley electoral. Pensando poder negociar con el secretario general, arrinconaron la disensión interna y, solo cuando vieron que Renzi no les iba a tener en cuenta, se decidieron por el No. Una elección instrumental que ha disminuido su prestigio en el partido.

Por su parte, la minoría de Cuperlo intentó mediar y, pensando en el día después de la votación, votar Sí a cambio de un vago compromiso sobre la ley electoral, desmentido por Renzi ya en su discurso de la noche del referéndum al afirmar que es responsabilidad de los que han votado No el proponerla. Podrá defender con ahínco su posición, pero deberá explicarla muy bien a su base, que ha votado No de forma mayoritaria.

No será fácil para el PD superar esta crisis ni será fácil para Renzi asentarse en el centro. El aparato de información del establishment ha golpeado sin piedad en estos días al líder a cuyo triunfo tanto contribuyó, como si el resultado electoral iluminase por primera vez las ruinas que el proceder de Renzi ha dejado tras de sí. Precisamente quien más apostó por él comienza ahora a ajustar cuentas con la imprudencia de un líder que no ha logrado construir un consenso en torno a sus propuestas. Parece que el “populismo antipopulista”, incluidas las polémicas con los “euroburócratas” para cortejar al electorado de la derecha, ha beneficiado solo a los “populistas” y a las derechas, que incluso se han presentado como defensores de la Constitución republicana (una compañía no deseada y obligada que difícilmente perdonará algún día a Renzi, quien quería de verdad defender la Constitución) y que, increíblemente, ha permitido que Berlusconi apareciera nuevamente en escena.

La vastedad de la derrota hace que todo sea más difícil para Renzi. La petición de elecciones anticipadas hecha por la Liga Norte, el Movimiento 5 Estrellas y Forza Italia es solo teatro. Además de los presupuestos, hay que impulsar las leyes electorales para la Cámara de Diputados y para el Senado. La ley Italicum –-a la que Renzi se refirió como “la ley electoral que todo el mundo nos envidia” y que no tiene ni padres ni madres desde hace tiempo-- estaba pensada en función de la nueva Constitución. En todo caso, tenía que ser cambiada. En primer lugar por su sistema proporcional con efecto hipermayoritario, que aparentemente favorece sobre todo al Movimiento 5 Estrellas, y sobre el que todavía debe fallar el Tribunal Constitucional. El Senado tiene, por el contrario, una ley electoral con un sistema proporcional prácticamente puro, fruto de una precedente resolución del Constitucional.

Antes de pensar en elecciones, hay muchas cosas por resolver. Es más, la derrota electoral tiene un efecto estabilizador, prolongando la legislatura hasta su plazo natural de 2018. Posibles soluciones Los caminos posibles son varios, pero la primera encrucijada que se presenta es la elección entre un gobierno institucional o uno político. En el primer caso, su mentor podría ser el actual presidente del Senado, Pietro Grasso, exmagistrado antimafia. Una solución que plantearía el complicado asunto de la búsqueda de un nuevo presidente de la Cámara alta, que es también el segundo cargo del Estado, y que no cuenta con el favor del Quirinal [sede de la presidencia de la República], que preferiría un gobierno político.

Un gobierno político serviría para alejar el fantasma de un gobierno técnico, desactivando las posibles desventuras futuras del mismo Renzi y cerrando los espacios a las diferentes oposiciones. El Ejecutivo deberá apoyarse en el Partido Democrático (PD), partido dominante en la Cámara de Diputados, pero todo dependerá de lo que quiera hacer Renzi. Las llamadas al sentido de responsabilidad, a fin de que se apruebe un Gobierno Renzi bis, chocan con la visión política y el carácter del ex primer ministro.

Profundamente tocado por el resultado de la votación, Renzi podría preferir recluirse en el PD, afrontar la rendición de cuentas, celebrar un congreso para adueñarse definitivamente del partido y volver en 2018 como un redivivo Lucio Quincio Cincinato. Un plan arriesgado, con plazos demasiado largos para un líder que ha basado sus victorias en la velocidad y en los golpes de mano, y que podría tener la tentación de llegar en todo caso a unas elecciones anticipadas.

Renzi está pagando el precio de la escasa calidad de los “renzianos”. Solo Graziano Delrio, exalcalde de extracción católica de la ciudad roja de Reggio Emilia  y ministro de Infraestructuras y Transportes, tiene cualidades suficientes para guiar un gobierno, y además está considerado un “fidelísimo”. Los otros líderes de peso pertenecen a corrientes católicas del PD –el ministro de Cultura, Dario Franceschini; el de Exteriores, Paolo Gentiloni-- y no garantizan su fidelidad a Renzi. El ministro de Economía, Pier Carlo Padoan, estaría bien visto dentro y fuera del PD y en Europa, pero es un técnico.

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Traducción de Valentina Valverde.