Crónica Judicial / Gürtel
Instrucciones para tirar la basura en Majadahonda
Esteban Ordóñez 15/12/2016
José Luis Peñas, el delator de la trama Gürtel, a su llegada a la Audiencia Nacional.
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Se derrumba la expectativa mediática en la calle Límite y, para colmo, el día 15 no se insultó nadie. En la sala de vistas no había quorum, se divisaban más sillas vacías que abogados. Sólo CTXT seguía la vista a pelo desde la sala. CTXT y una señora simpatiquísima, antigua profesional del derecho que acude de público al espectáculo. Presta una atención escrupulosa y demuestra mucha más actividad mental que ciertas defensas. Una de las letradas, por lo visto en los 26 días de juicio, ha tomado la determinación de probar todos los snacks de la máquina del sótano. No sabemos si compagina la Gürtel con algún tipo de estudio nutricional. Hurga en las bolsas y paquetes con disimulo, evitando que crujan. Su masticación constante mete en las sesiones una remanencia hogareña que se agradece. José Luis Peñas siguió respondiendo a su defensor Ángel Galindo. Sin duda, el interrogatorio era necesario y se encarriló de manera competente y efectiva. Por eso desesperaba, por su absoluta constancia.
Galindo, con una voz apaciguada y plagada de eses, desconectó a José Luis Peñas de empresas como Coarsa o Licuas (del patrón Joaquín Molpaceres, figurante también en los papeles de Bárcenas como donante de 60.000 euros). Francisco Correa había insistido en vincularlo a ellas. Pero la mayor parte del tiempo se dedicó a contradecir el escrito de acusación, en el que se asocia a Peñas la emisión de facturas falsas de eventos que presuntamente no se realizaron: “La fiscalía es a veces demasiado dura”, lamentó el acusado.
Que no era un día importante se supo porque no estaba Miguel Durán, el abogado de Pablo Crespo y viejo socio político de Albert Rivera. Durán sólo aparece cuando hay mogollón. Verlo ahí es el mejor termómetro de la relevancia pública de algo. A las personas invidentes, dicen, se les agudizan otros sentidos; él ha desarrollado un radar para detectar las aglomeraciones de cámaras de televisión y periodistas.
El interrogatorio de Galindo continuaba:
- Y en su etapa de político, ¿realizó alguna intervención de este tipo a favor de Coarsa o Licuas?
- No, en absoluto.
El letrado de Isabel Jordán escribía con pluma en su cuaderno. Otra defensora que nunca interviene se tanteaba la coleta y se revisaba las puntas alarmadísima. A la vera de Ángel Galindo, dormitaba Luis de Miguel. De este señor apenas se habla porque parece que no está. Y en realidad, como está preso, tiene una presencia más irreal que los acusados libres: no se le permite pasearse por el vestíbulo en los recesos, el policía que lo vigila de cerca impide que se le acerquen botellas de agua o que le echen alguna galleta. Hace unos días se aproximó a él Guillermo Ortega y el guardia se tuvo que reprimir para no separarlos con la porra. Aun así, observó la conversación muy pegadito: cualquiera se fía, Willy sería capaz de adjudicarse la reparación del retrete de la celda del reo, con su consiguiente comisión en relojes de lujo.
Luis de Miguel (17 años de cárcel) fue presuntamente el cerebro del aparato societario de Correa en el extranjero. Se defiende a sí mismo con el único objetivo de sentarse en una silla molletuda. El Ministerio de Justicia sólo cuida las nalgas de los compañeros colegiados. Freud lo llamaría corporativismo en fase anal. El caso es que De Miguel, a veces, ejerce su derecho e interroga a algún acusado: “¿Por qué denunció a Luis de Miguel si no lo conocía de nada?”, había preguntado a Peñas el día anterior, mencionándose a sí mismo en tercera persona y, curiosamente, mostrando el menor grado de implicación emocional con un defendido que se ha visto en lo que va juicio.
El hastío le sienta mal al juez Hurtado, le cuesta horrores disimularlo. Se le agranda la frente y se le inflama la nariz. Tras unos minutos con esa mueca, dijo a Galindo que no eran necesarios tantos detalles y a Peñas que fuera más telegráfico. La pareja se extendió en dar a cada factura que la fiscalía considera “falaz” una réplica en forma de fotos o documentos que demostraban que sí se habían prestado los servicios contratados. En las imágenes de los actos se veía a un Guillermo Ortega afeitadísimo y oxigenado que apenas se parecía al que miraba a la pantalla y se rascaba la espinilla por debajo del pantalón.
El desgrane de las facturas llegó a un extremo cómico cuando se exhibió el diseño de una pegatina que se usó para informar a los vecinos de cómo funcionaba el nuevo sistema de contenedores. “¿Qué pone ahí?”, inquirió el letrado, y de pronto José Luis Peñas, el hombre arriesgó sus huesos para hundir al gran entramado cañí, se puso a explicar, pasito a paso, cómo hay que tirar la basura en Majadahonda. Una metáfora accidental que, tal vez, hizo meditar a Paco Correa: al llegar al receso se fue a su esquina habitual del vestíbulo y pegó el hocico a la ventana.
Desde los corrillos de periodistas, mirábamos la espalda aparentemente melancólica de Don Vito. A su frente, a pocos metros del cristal, el enrejado metálico que rodea todo el edificio de la Audiencia. Desde ahí no se capta más que un breve tramo de calle, el resto son hierros y muros. El futuro.
En lo que restó de declaración, Peñas reincidió en algunos argumentos que ya había esgrimido ante el ministerio fiscal: que él se pagó sus viajes, no chantajeó a Correa y que dejó que el susodicho le montara y financiara con 300.000 euros el partido Corporación Majadahonda para seguir grabándolo y obtener la mayor información posible. La idea de Correa era mantener la influencia en el ayuntamiento después de pelearse con el PP, pero la formación obtuvo sólo 180 votos en los comicios.
Al salir, mochila al hombro, el acusado reía, descansado. Había una variación en su aspecto. Esta vez, su polo tenía tres rombos blancos estampados con un 60 en rojo: uno en la manga, otro en el pecho y el último en la espalda. Un polo de gala.
Por la tarde comenzó la declaración de Juan José Moreno (34 años de cárcel), el segundo artífice de las grabaciones que, sin embargo, no firmó la denuncia que inauguró el caso. No lo hizo por “circunstancias familiares”. Moreno, Licenciado en Filología Anglogermánica, es un hombre que “no tenía ni idea”: repitió esa expresión decenas de veces. El martes, en el primer receso después de la comparecencia de su compañero de batalla, salió con la boca abierta, maravillado: “¡Qué memoria tiene!”, cabeceaba, contento. “¡Qué memoria!”. Ahora se entendía la admiración, uno se fascina de verdad con lo que está tan lejos de poseer que casi llega a confundir con asunto de magia.
La fiscala Concepción Nicolás lo confrontó con sus declaraciones de 2009 y 2014, pero él no recordaba sus palabras, por ejemplo, cuando había asegurado que Carmen Rodríguez Quijano mediaba para que los contratos acabaran en las empresas de su marido, o aquella afirmación de que “Bárcenas era como el mentor de Correa en el partido”. Se supone que Moreno participó junto a Peñas en casi todas las grabaciones y que incluso hubo alguna que registró en solitario. Sin embargo, los audios y las transcripciones no le refrescaban las neuronas.
Hacia el final de la jornada, Luis de Miguel, apurado, pidió declarar el lunes y esquivar el viernes porque, el día anterior, la Guardia Civil se había demorado mucho en recogerlo y hasta más tarde de las doce no aterrizó en prisión, y hoy, que eran ya las siete de la tarde, volvería a repetirse la historia. Miró el reloj y suplicó: “Ni como ni ceno desde el domingo”.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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