Crónica Judicial / Gürtel
Génova tenía un cauce para el fango
Esteban Ordóñez San Fernando de Henares , 13/12/2016
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José Luis Peñas, el delator de la trama Gürtel, a su llegada a la Audiencia Nacional.
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José Luis Peñas, el delator de la Gürtel, se sentó el día 13 de diciembre ante el tribunal con la intención de volver a recordar que el verdadero itinerario de la podredumbre que desembocó en la Audiencia Nacional arrancó en la calle Génova. Últimamente, el mundo de la trama comenzaba a parecer el asunto exclusivo de una camarilla, de unos cuantos acusados esparcidos por la bancada, de abogados y abogadas con la cabeza hundida en la luz blanca de sus portátiles, de jueces sordos y de poquísimos periodistas. A la cosa, día sí, día también, se le iba disipando su gravedad política, nacional; sistémica. El PP excavó un cortafuegos que, en principio, nadie se creyó, pero que ha terminado surtiendo efecto. La prueba es que hoy los Ortega, los Sepúlveda, los Correa y los López Viejo han perdido peso en la retina colectiva. Hoy no pertenecen al Partido Popular, es cierto; pero incluso nos han colado la idea de que, cuando lo hicieron, fueron militantes parasitarios, que robaban, conspiraban y se corrompían al margen de las siglas, sin mancharlas. Nadie duda a estas alturas de la eficacia de la tintorería mediática del PP.
El PP excavó un cortafuegos que, en principio, nadie se creyó, pero que ha terminado surtiendo efecto
En cambio, Peñas (al que la fiscalía le pide 6 años de prisión) llegó con ganas de pringar la sala y de que el fango avanzara de nuevo por el cauce natural que tenía en Génova. Lo hizo con inteligencia, y con un curioso polo color morado podemita que, al filtrarse por el circuito de televisión, adquiría -en la pantalla- un tono azul pepero. Quienes destaparon la red, Peñas y Juan José Moreno, se diferencian del resto de la tribu por vestir polos básicos de manga corta y por ser insensibles al frío y a la niebla. Por algún motivo parece que van avisando de que tienen brazos.
En la sesión del día 13, para cuando el acusado nombró a José María Aznar, uno de los fantasmas más esquivados de esta historia, ya había preparado a los medios y las redes sociales para que estuvieran atentas a sus palabras. A primera hora de la mañana, en un canutazo callejero, Peñas calificó a Mariano Rajoy y a Esperanza Aguirre como responsables políticos de la corrupción y los acusó de mirar para otro lado. Lo dijo, y a varios periodistas se les dieron la vuelta los ojos por la expectativa de que el nombre del presidente se mencionara ante el juez. Cosa que nunca ocurrió.
Las respuestas al interrogatorio de la fiscala Concepción Nicolás golpearon sobre todo a Correa. Peñas esbozó un retrato minucioso y plástico de Don Vito: escenas, imágenes, conversaciones. Se metió donde nadie había entrado: dejó claro que una reconstrucción honesta del Correa exitoso no podía completarse sin mencionar a José María Aznar. Dijo que el poder de Correa en Génova, sin formar parte de la Ejecutiva, era inmenso. Y se explayó: “Los negocios salían redondos, tenían los tentáculos necesarios [empresariales y políticos] para hacer la operación desde el principio hasta el final”; “tenían, además, el aval de que Correa era amigo del presidente del Gobierno en aquel momento”.
Peñas percibió el poder del capo desde que lo conoció: “Lo veía en los mítines, todo el mundo del partido conocía al señor Correa, cuando pasaba, senadores y congresistas se separaban a su paso”. Estaba, dijo Peñas, a la derecha del señor presidente. Como en el credo.
Se metió donde nadie había entrado: dejó claro que una reconstrucción honesta del Correa exitoso no podía completarse sin mencionar a José María Aznar
Aquel era el Correa de chaqué que describía unos andares de palomo con tortícolis por el Escorial, en la boda de la hija de Aznar. De ese Correa quizás sólo quedaba el espíritu de la omertá cuando, en su declaración ante el juez semanas atrás, negó haber tenido una relación relevante con el expresidente. Ahora escuchaba (piernas abiertas, cabeza gacha, codos sobre los muslos) cómo se lanzaban piedras contra su silencio.
La fiscala Concepción Nicolás desmenuzó las grabaciones del acusado, que fueron las culpables de que el juez Garzón abriera la caja de Pandora. Al poner el oído, todos pudimos saber cómo sería vivir dentro de la ropa de Peñas: los roces de tejido dominaban en casi todos los audios. La primera grabadora fue un rudimentario mp3 con micro. Más tarde, adquirió un aparato más sofisticado.
Algunos abogados defensores arrugaban el morro al escuchar las pruebas y observaban las transcripciones con cara de reproche. Había motivos para el escándalo, entre otros, la ortografía y puntuación terrible de los documentos de la policía y, por otro lado, y no menos grave, el uso de la tipografía Comic Sans en pleno siglo XXI. Sin embargo, se olía que no era la sensibilidad ante lo cutre lo que sublevaba a estas defensas, sino lo incontestable de unas grabaciones cuya validez muchos quisieron anular para, así, demoler el proceso desde sus cimientos.
El componente sonoro ayudaba a reconstruir mentalmente la historia de la delación y le añadía un eco cinematográfico.
Correa era de esos tipos que hablaban por teléfono en manos libres, mirando a quien le acompañaba en ese momento como ofreciéndole compartir un trozo de privacidad
En principio, Peñas confiaba en Correa porque parecía no tener secretos. Según sugirió en su relato, era de esos tipos que hablaban por teléfono en manos libres, mirando a quien le acompañaba en ese momento como ofreciéndole compartir un trozo de privacidad; uno de esos que creen tener una vida emocionante y envidiable, digna de ser expuesta. Peñas afirma que, en una de esas exhibiciones, se olió el pastel y decidió empezar a grabar.
De repente, a los ojos del acusado, la fortuna de Francisco Correa empezó a tintarse de negro. Una fortuna que, por otro lado, conocía bien después de que le hubiera regalado tiempo atrás su viaje de novios: seis días a las Islas Mauricio.
Oídas hoy, resulta evidente que Peñas trataba de sacarle información a Don Vito. Pero éste no se daba cuenta: se quejaba en alto, acanallándose, encerrilando la voz, describiendo adjudicaciones y sobornos y contratos y obritas a cambio de coches para Sepúlveda, el alcalde popular de Pozuelo. El botón del REC estaba pulsado. En aquella época, el capo estaba perdiendo poder, desde Génova le habían cortado el grifo. Él se quejaba mientras se sentía hundido y su forma de quejarse era recordar la gloria. El botón del REC estaba pulsado. Los alardes de dignidad (el fanfarroneo en retirada) estaba abriéndole las puertas de la cárcel.
No obstante, ante el tribunal, Peñas le echó un capote: “Paco ni antes ni ahora ha tenido conciencia de lo que hacía, él siempre ha pensado que hacer business era hacer dinero de la manera que sea, mientras no mate. Él no entendía qué es un cohecho… No tenía conciencia de delinquir… eran cosas absolutamente normales”.
En una grabación se escuchaba un piano de fondo (al jefazo le gustaba quedar en el Hotel Fénix). Se le oye más indignado y más derrotado. Peñas azuza y Correa cae: “Yo a Luis Bárcenas le he llevado (…) mil millones de pesetas. Yo, Paco Correa, le he llevado. A Génova y a su casa”. Una confesión. Unas palabras que recuerdan que la Gürtel y el PP se necesitaban.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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