JOSÉ ANDRÉS ROJO / ESCRITOR
“Las respuestas simples pueden ser letales”
Victoria Carvajal 21/12/2016
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Resulta bastante peregrino y exótico el intento de establecer una conexión entre la lectura de Así habló Zaratustra de Nietzsche y el fracasado intento revolucionario de la guerrilla boliviana de Teoponte hace más de cuatro décadas. No importa si el lector no conoce la mencionada obra del gran filósofo alemán ni si jamás ha oído hablar del modesto intento revolucionario de un puñado de jóvenes que en 1970 se adentró en la selva para intentar cambiarlo todo en Bolivia. Camino a Trinidad, de José Andrés Rojo (La Paz, 1958), se atreve a darnos unas pocas y honestas claves para establecer ese vínculo. Y va y lo consigue: “La sangre es el peor testigo de la verdad. La sangre envenena incluso la teoría más pura, convirtiéndola en ilusión y odio en los corazones”, escribió Nietzsche, y Rojo recoge en la novela editada por Pre-Textos.
En su afán por averiguar qué le pasó al amigo que le acompañó en el viaje en barco por un río amazónico camino a Trinidad cuando tenía 18 años, y que desapareció años más tarde en el Caribe, el autor rescata a un sinfín de personajes que habitaban su infancia y adolescencia antes de que su familia se trasladara a vivir definitivamente a Madrid a principios de los setenta. Compañeros de colegio seducidos por los ideales de la Revolución, la abuela, el tío periodista, la madre rota por la desaparición del hijo… Sus existencias son reconstruidas a partir de un recuerdo incierto, lleno de lagunas, suplido por la ficción y el cariño, pero sin ningún afán sentencioso o mistificador. Más bien, al contrario. Son historias incompletas, deshilachadas, y dolorosas la mayoría de las veces. En palabras del filósofo José Luis Pardo, que presentó la semana pasada el libro de Rojo en Madrid, “es una novela sobre la lealtad que se le debe a la memoria y a sus agujeros”.
La travesía hacia Trinidad, que está de forma intermitente presente en el libro, es el hilo conductor del relato. Al igual que las sombras dan vida al paisaje en las paradas que hace la embarcación al atardecer, las reflexiones del joven que está leyendo a Nietzsche ayudan a que algunos de los hechos terribles que se cuentan en la novela se vean tal cual son: sin trampas, confusos, llenos de sombras, despojados de certezas ideológicas.
¿Camino a Trinidad es una road movie? ¿Cómo la lectura de Nietzsche, en ese entorno tropical, transforma al narrador?
Le quita solemnidad. En esas edades, hacia los 18 años, tenemos la impresión de estar en el centro del mundo y de que todo depende de lo que vayamos a hacer. Casi todos los que estuvieron en Teoponte eran jóvenes y tenían la urgencia de cambiar el mundo. Zaratustra te ayuda a poner un poco de distancia. Frente a la idea de la cruz, de ese dios que muere para salvarnos, reclama una divinidad que baile. Y creo que bailar es el mejor antídoto frente a todos los fanatismos. Empecé a leer a Nietzsche en aquel viaje, un poco por azar, y lo que ocurrió fue que derrumbó todas mis apasionadas convicciones de entonces. Se refería a lo que hacía como “filosofar a martillazos”. Está bien visto: no deja títere con cabeza. Y eso es absolutamente saludable a esas edades en la que te entusiasmas con cualquier embeleco.
En Teoponte cayeron como moscas un montón de jóvenes idealistas
Regresa a Bolivia para intentar averiguar qué fue de su amigo desaparecido, y reconstruye la vida de sus compañeros de colegio, seducidos por la idea de la Revolución. ¿Qué le impulsa a hacerlo?
No es que regresara exactamente para saber de aquel amigo, ésa es una licencia retórica que el narrador se permite en el libro. Fui para contar en El País de qué iba el proceso constituyente que puso en marcha Evo Morales, y de pronto me encontré con los hilos de una historia que llevaba encima desde mucho atrás: la desaparición de aquel amigo. Cuando recibí la noticia me impactó profundamente, y barajé las hipótesis más extravagantes, como la de que podía haber sido asesinado por participar en la guerra de los sandinistas contra sus enemigos, que tenía lugar en esas fechas. Yo salí de Bolivia de adolescente, a medio cocer, así que quedé incompleto. Supongo que he escrito esta historia para terminar lo que faltaba por hacer. Pero no hay manera. Sea como sea, he tenido la impresión de tirarme al vacío y esta vez sin red. Iba escribiendo y no tenía idea de hacia dónde iba, como quien sube a una montaña porque no tiene otra. Vaya usted a saber lo que se ve desde arriba.
Hábleme del tío Pepe, el periodista de la familia. Frente a la torpe heroicidad de los jóvenes guerrilleros, este personaje pragmático y de pocos escrúpulos llega a resultar hasta simpático.
El tío Pepe tiene como periodista algunos de los peores vicios del oficio. Escribe para un público y le da a ese público lo que quiere escuchar, desentendiéndose absolutamente de los hechos, tanto cuando informa como cuando opina. Tal como están las cosas, igual piensa que eso forma parte ineludible del negocio de la prensa. Y eso fue lo que me acercó a este personaje. Quería conocer cómo operaba. Y lo que me terminó resultando simpático, y no porque lo apruebe, fue su absoluta desenvoltura. Realmente le importaba un bledo lo que pudiera ocurrir, lo que le gustaba era alimentar los prejuicios de su clientela. Esto es un horror, pero el caballero cae bien. Por desgracia, lo que hace es lo que hacen ahora la mayor parte los medios, en cualquier soporte y bajo cualquier bandera. Hay otra cosa: ¿cómo podía ser que alguien al que tenía asociado con una especie de frivolidad estrafalaria pudiera haber leído tanto? Sus hijos me regalaron los casi veinte tomos de la historia de Toynbee. Y yo cogí el Zaratustra y Ser y tiempo, de Heidegger. Este todavía no lo he leído.
Le marca más al joven la lectura de Nietzsche que la de Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. ¿Cómo le aleja esto de la causa revolucionaria?
No creo que se trate de Nietzsche frente a Fanon. Lo de Fanon es, si quiere, una arrebatada denuncia contra el colonialismo y una llamada a actuar. Nietzsche es otra cosa, explora partes más profundas y hace preguntas más interesantes. Por eso celebro, con la cita de Musil que abre el libro, haberlo encontrado a los 18 años. Te da unas herramientas que luego te facilitan leer mejor a Fanon. Bueno, y todo lo demás. Una distancia irónica, podría decirse, una jovialidad que conecta con la tierra. Igual te das cuenta entonces de que la mejor manera de defender a los condenados no es poniendo bombas o recurriendo al Kalashnikov. Te enseña, sobre todo, que las respuestas simples pueden ser letales. Fíjese en los que cayeron en Teoponte.
Bailar es el mejor antídoto frente a todos los fanatismos
La novela huye de las certidumbres ideológicas. ¿Estamos rodeados de ellas en el presente?
Cada cual tiene que buscar sus propias respuestas, ya sean políticas, morales, ideológicas o vitales: las de todos los días. Lo que sucede en las sociedades que han sido sacudidas por crisis económicas devastadoras es la urgencia lógica que tienen tantos por salir de la postración. Es el momento idóneo para los vendedores de pócimas salvadoras. Y para los que trafican con mensajes que prenden fácilmente en los descontentos. Hay opciones de derecha y de izquierda que están pescando felices en esa ciénaga. Tiran diferentes cebos, pero persiguen seducir con los mismos argumentos sentimentales y cargados de revanchismo. Ante esto, sólo hay una respuesta posible: la distancia crítica. En los tiempos difíciles, la tentación de buscar el calor del rebaño es comprensible. Pero es un camino peligroso.
Hoy, las posturas extremas se manifiestan de forma rotunda en las redes sociales. Pero hay quienes se resisten a abrazar esas certezas. ¿Este muchacho que lee a Nietzche se encuentra en una tesitura similar?
No lo había pensado, pero tiene razón. Igual lo que le ocurre en el río es que no tiene más remedio que aceptar que está solo. Seguramente se da cuenta de que muchas de las cosas que dice Zaratustra no les van a gustar a sus amigos, fascinados entonces con el comunismo de la dictadura castrista. A él tampoco le convence todo lo que dice, pero sí lo más importante: que el resentimiento no es el mejor material con el que soldar un proyecto común. Es, sin duda, el más eficaz: fíjese en los populismos. Pero sólo produce siervos. O creyentes, que viene a ser lo mismo.
El dolor por la pérdida de un hijo está muy presente en el libro. Los grandes ideales frente al duelo de una madre. De nuevo, la sangre de la que habla Nietzsche.
Lo inquietante de los procesos revolucionarios es que, una vez que has soltado amarras, es difícil salir de la espiral diabólica en la que entras. La dinámica te empuja a implicarte cada vez más. Quizá la pérdida de un hijo es, de todas, la mayor pérdida que puedo imaginar. En Teoponte cayeron como moscas un montón de jóvenes idealistas. Recuperar, y reconocer, los cadáveres de sus hijos fue una pesadilla para muchas madres. Los militares se comportaron como unos cerdos.
Nietzsche es otra cosa, explora partes más profundas y hace preguntas más interesantes
¿Por qué cobra tanto protagonismo, al final del libro, el triángulo amoroso entre Nietzsche, la joven Lou von Salomé y Paul Rée? ¿Hay algún paralelismo con los ideales rotos de los jóvenes de Teoponte?
La conexión no puede ser nunca directa. Pero hay algo que pesa enormemente en ambos casos. Eso que se llama el espíritu de una época, la atmósfera que se vive, las ideas y costumbres que se practican y se dan por buenas. Lo fácil es seguir la corriente. Lo que ocurre es que son corrientes de naturaleza distinta. En el caso de Nietzsche y sus amigos, los códigos que condenan su relación son los de la burguesía biempensante. A los revolucionarios de Teoponte los arrastra su fiebre de justicia. El problema viene cuando ni esos códigos ni esa fiebre pueden ser cuestionados bajo ningún concepto.
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Camino a Trinidad
José Andrés Rojo
Pre-Textos
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Victoria Carvajal
Es licenciada en Economía por la New York University y Máster en Periodismo por la UAM/El País. Fue redactora en la sección de economía de El País. Actriz vocacional y dj entregada de CTXT, de la que es miembro del consejo editorial.
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