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HISTORIA

España, una invención extranjera

El Romanticismo creó algunas ideas y estereotipos sobre los españoles que aún hoy conviven con nosotros, según el historiador Xavier Andreu Miralles

Raquel C. Pico 9/11/2016

<p><em>Las cigarreras</em>, grabado de finales del siglo XIX.</p>

Las cigarreras, grabado de finales del siglo XIX.

ENRIQUE PATERNINA

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En algún momento de 1840 Théophile Gautier, escritor francés, hizo las maletas, se hizo con los pasajes para emprender el viaje y, después de haber leído los poemas de Victor Hugo y las novelas de sabor español de Prosper Mérimée, llegó a España decidido a entregarse a la experiencia española. Buscaba esa España pasional y romántica que le habían prometido los libros y esos españoles dignos de una novela, viviendo entre los restos del eco de la civilización oriental perdida que había dominado el lugar siglos atrás.

Hay que hacer un poco de ficción y echarle un poco de imaginación para visualizar a Gautier pisando tierra en su primera parada en España y dejándose arrastrar por su entusiasmo, porque lo que buscaba, ¡lo había encontrado! Aquellas casas de aires moros, con sus paredes blancas y sus balcones desde los que se podían ver el mundo con “miradas ardientes” mientras se tomaba la fresca brisa, eran claramente la España que esperaba, la España de la ensoñación romántica. Que Gautier hubiese entrado en España desde Francia y que, por tanto, su primera parada fuese Irún y que ese lugar de edificios de aires orientales fuese la ciudad vasca hace que al lector actual le dé la risa, pero para el escritor aquella era claramente la primera parada en el redescubrimiento de esa fascinante España.

Más que reírse de las observaciones de Gautier –quien poco después sufriría el desencanto en Madrid cruzándose con mujeres rubias y hasta pelirrojas–, se puede leer mucho de ellas. Las aventuras del escritor en la España de mediados del XIX y sus observaciones son un ejemplo más del mito romántico creado en ese momento sobre el país y una manera de comprender cómo se construyó la imagen de España (al tiempo que se construía la del sur de Europa) y cómo de lo que entonces se buscaba y de lo que se destacaba se pueden comprender muchas cosas ahora.

La visión cultural creada por el Romanticismo de esa España llena de bandoleros, gitanas, personas que prefieren dormir la siesta antes que trabajar y aires orientales era mucho más que simplemente una acumulación de clichés y sigue siendo, en parte, mucho más que eso.

“Cuando vamos fuera, la imagen predominante de España sigue siendo esta”, reconoce el historiador Xavier Andreu Miralles (Borriol, Castellón, 1979). “Toros, gitanas, castañuelas, guitarras, fiesta. Esta imagen sigue estando muy presente y lo está también en la propia mente de los españoles y la manera de entenderse a ellos mismos, como una relación problemática con Europa y con la modernidad”, añade, tras recordar que es ahí donde está la importancia del Romanticismo y sobre todo de su manera de ver a España.

“En ese momento se fijan o se asientan las bases de una forma de interpretar a España y a los españoles que ha condicionado toda la época contemporánea y llega hasta la actualidad”, recuerda. Miralles acaba de publicar El descubrimiento de España (Taurus, 2016) en el que, partiendo de los textos literarios producidos dentro y fuera de España durante el Romanticismo, analiza cómo se crearon ciertas ideas sobre España, ideas que se han ido asentando como estereotipos a lo largo de los años y cuya pervivencia llega hasta hoy en día.

Los elementos del mito romántico son defendidos por autores liberales, que critican a las élites y las oligarquías de que no son suficientemente españolas

España se puso de moda en el Romanticismo, o al menos esa España empezó entonces su momento de gloria. España había sido el imperio donde no se ponía el sol, y luego había sido el lugar decrépito que había quedado tras la caída del imperio, algo que hizo que durante el siglo XVIII España se viese, tanto dentro como fuera de sus fronteras, como el lugar claro al que mirar cuando se buscaba el fracaso. Durante finales del siglo XVIII, los intelectuales redescubrieron España, al tiempo que redescubrían Oriente. España, que nunca había estado en las grandes rutas de viaje por el continente, se convirtió en el lugar perfecto para lo que el viajero del Romanticismo esperaba. Era exótica, era decadente, la frontera entre el progreso y todo lo demás y tenía ese sabor oriental que tanto gustaba.

“Lo que singulariza el caso español en el mito romántico es esa fijación con el pasado oriental de la península que para los autores románticos realmente impregna toda la realidad española”, explica Miralles, recordando que antes de este boom los viajeros que recorrían España casi ni prestaban atención al pasado musulmán del lugar. “Cuando se produce toda esa relectura de lo Oriental que se hace en Europa a finales del XVIII se redescubre el pasado andalusí y de repente los autores románticos empiezan a encontrar herencias orientales en cualquier lado cuando visitan la Península”, explica. Europa había reinventado Oriente y lo había convertido en una suerte de mito y España era lo mismo que tener un poco de Oriente al lado de casa.

El decadente sur contra el laborioso norte

Aunque España es la protagonista del trabajo de Miralles, lo cierto es que el país no fue el único que protagonizó este tipo de textos y no fue el único sobre el que se creó una suerte de folklore romántico. El norte de Europa se erigió durante el período como la cuna de la modernidad y de las civilizaciones adelantadas, mientras que el sur fue reconstruido como su contrapuesto, el espacio decadente de la fantasía romántica.

“Esta orientalización, esta reconceptualización del significado de lo que era España se inserta en un espacio más amplio de reconceptualización del sur europeo”, explica el historiador. “En este sentido forma parte de un proceso que tiene dimensiones políticas o geopolíticas en el cual el norte de Europa se construye a sí mismo como el portavoz de la modernidad y sitúa al resto de Europa –a los países del sur, pero también a los países del este, a los Balcanes y a Rusia, o a los de la periferia, como Irlanda– los sitúa fuera, no plenamente en la modernidad”, añade.

Se podría decir que de esos polvos vienen estos lodos. No hay más que pensar en los análisis que se hicieron durante los recientes años de la crisis económica y el modo en el que se enfrentó al norte que trabajaba y el sur que vivía la vida para explicar por qué estaban pasando las cosas para encontrar ciertos ecos de esas ideas y de esos conceptos.

Volviendo a la época romántica, mientras los escritores franceses e ingleses y los viajeros se recorrían España buscando los restos del esplendor musulmán o mientras se visitaba Italia para entregarse a la admiración de lo decadente (en una especie de turismo de Instagram, avant la lettre), los intelectuales de los países del sur no se quedaban de brazos cruzados ante toda esta nueva visión de sus propios espacios. Ellos también participaron del mito romántico y acabaron en cierto modo interiorizándolo. Esas ideas, esos tópicos, acabaron permeabilizándose a la literatura de esos lugares y a las visiones que se tenían dentro de ellos del mundo que les rodeaba.

¡Pasionales, pero honradas!

El proceso no fue tan simple. “La reacción de los intelectuales del sur, como pasa en España, Portugal, Italia y en Grecia, no es simplemente el aceptar o rechazar el estereotipo sino algo más complicado”, explica. “Se acepta el estereotipo en una serie de elementos que ellos consideran que para ellos son también evidentes, como por ejemplo a nivel económico o político, pero en otros planos la reacción entra más en una escala de grises”, indica. “Pueden aceptar que, a nivel económico, a nivel tecnológico, España no está al nivel de otros países europeos, pero al mismo tiempo esos mismos autores pueden reivindicar que en otro plano puede estar por encima”, añade.

Y, aunque parezca una simple curiosidad, ese es el mecanismo que hace que, en las historias de los escritores españoles del período, los galanes extranjeros nunca se lleven a la mujer española. “Se acepta que las mujeres españolas son las más guapas, pero no se acepta que son inmorales o de moral dudosa”, indica. “Las mujeres españolas son las más honradas, lo que pasa es que los autores extranjeros no saben ver su viveza o su sal”, señala Miralles, apuntando lo que los escritores de entonces querían decir. De este modo, el estereotipo romántico se convierte en una defensa de otro mito, la idea de que a pesar de todo están por encima de los otros a nivel moral o espiritual. El mito se acepta, “pero negociándolo”.

Todo este proceso de aceptación y de reinvención del mito tuvo además un punto de subversión, ya que se convirtió en una manera de –sorprendentemente– posicionarse y criticar a las clases acomodadas. “Esos elementos del mito romántico son defendidos en primer lugar o principalmente al menos por autores liberales y progresistas que lo que hacen es criticar a las élites y las oligarquías de que no son suficientemente españolas y que están siguiendo las costumbres francesas o la música italiana”, apunta el historiador.

España es un país como cualquier otro, cuya suerte no es diferente a la del resto de países europeos o mediterráneos

Las historias de bandoleros, el boom de la zarzuela y la pasión por el flamenco eran, por tanto, una suerte de reacción contra los poderosos. Sorprende ahora y se corre el peligro de ver esto con los ojos actuales. “Estos tópicos, estos elementos, se los intentó apropiar el franquismo y digamos que nuestra percepción de ellos está muy salpicada por esa asociación con esa España más rancia, más reaccionaria”, reconoce Miralles, alertando del peligro de leer la historia intentando traspasar las visiones del presente al pasado.

Aunque, en realidad, no solo el presente puede tamizar como vemos el pasado, el pasado también puede tener un efecto sobre cómo se ve el mundo que nos rodea y la historia. ¿Ha hecho el mito romántico que en España se vea su historia de un modo distinto, o demasiado escorada hacia un cierto lado? “La forma que tenemos los españoles hasta ahora de interpretar nuestro pasado sigue estando muy condicionada por esa relación obsesiva que tenemos con la modernidad, con Europa”, concede el historiador.

“El mito o la idea de que somos un país fracasado y que no somos un país moderno sigue muy presente en la actualidad y la seguimos utilizando para interpretar los problemas o las situaciones que nos ocurren”, recuerda Miralles. Y, apoyado en la lectura de otros autores, sentencia: “España es un país tan extraño como cualquier otro, cuya suerte no es diferente a la del resto de países europeos o mediterráneos”.

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Autor >

Raquel C. Pico

Periodista, especializada en tecnología por casualidad, y en literatura por pasión.

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1 comentario(s)

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  1. Maju

    Que España es un país fracasado no es un mito, por desgracia, es una realidad que se retroalimenta cada día, desde el "que inventen ellos!" de Unamuno al desmantelamiento del desarrollo incipiente y prometedor de la energía solar (que Alemania abraza con pasión visionaria por contra) por Rajoy. Desde hace ya algún tiempo, probablemente la Guerra de Sucesión y la subsecuente fundación del Reino de España a imagen del de Francia, España ha abrazado la decadencia y el estatus de semi-colonia dependiente de otras potencias, a las que oferta productos del campo, sol y mano de obra barata, que demasiado a menudo tiene que emigrar. Todo ello jalonado por insistentes dictaduras monárquicas, militares o mixtas, así como la ausencia más absoluta de revoluciones y casi hasta de reformas mínimamente ambiciosas. El sistema está estancado en un caciquismo patético, que hibrida lo feudal con una escasa burguesía especuladora y al servicio de los intereses extranjeros a la que la corrupción le parece normal e incluso deseable. Un país así es normal que de lástima y hasta vergüenza.

    Hace 8 años

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