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Fotograma de la película 'Into the Wild'.
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La buena costumbre de las tertulias hace de Buenos Aires una de las ciudades más literarias del globo. Ferias, festivales, librerías, fundaciones y centros culturales promueven a lo largo del año encuentros individuales con escritores o conversatorios, que mantienen pujante la reflexión en tiempo real sobre la literatura que se está escribiendo en el Río de la Plata.
Días atrás, una de estas convocatorias (el cierre del ciclo Pre-textos, coordinado por la narradora Mariana Sández en la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes) reunió a tres autores con obras de muy diversa textura y gran capacidad para comunicar sus impresiones sobre las bambalinas y entrelíneas del oficio: Esther Cross (1961), Betina González (1972) y Sergio Olguín (1967).
Los tres han publicado nuevos libros en 2016 que, más allá de su diversidad argumental y estilística, ahondan en dos cuestiones comunes que quizá puedan leerse como síntomas contemporáneos. Por un lado, la tensión, casi constitutiva, que existe entre el pasado y el presente de los protagonistas: en los tres títulos hay un trabajo narrativo medular con los recuerdos y con los descuidos, reinterpretaciones y omisiones de la memoria. Por otra parte, dan una vuelta de tuerca a la noción de intemperie, desplegada tanto en la puesta al día del vínculo con la naturaleza como en la calidad o endeblez de las relaciones interpersonales.
No hay amores felices (Suma), de Sergio Olguín, es una narración trepidante cuya trama indaga en los submundos de las adopciones ilegales y el tráfico de cadáveres y, a la vez, la tercera novela de suspense protagonizada por la periodista Verónica Rosenthal, un personaje querible y extremo, que bebe whisky con devoción escocesa y ejercita su curiosidad erótica sin complejos. Treintañera de ficción a quien el autor define como "un Frankenstein", que suma características de distintas mujeres que conoce.
¿Reconoce a Rosenthal como un alter ego? "Sólo en su mirada acerca del oficio periodístico", precisó Olguín, que empezó a trajinar redacciones en 1984 y dirigió revistas muy estimulantes para la vida cultural porteña como V de Vian y El Amante, publicación especializada en cine. "El título es mentiroso, porque en realidad de lo que no podemos hablar es de la felicidad en la narrativa: no hay amores felices en la ficción porque si todo está bien no hay historia, el interés y la acción los da el conflicto", resumió. De hecho, gran parte de la escritura del libro, contó Olguín (ganador, entre otros, del Premio Tusquets de Novela 2009 por Oscura monótona sangre), se la pasó intentando definir si Rosenthal se iba a quedar o no con Federico, un viejo amante. "Terminé sin saberlo", bromeó.
América alucinada (Tusquets), de Betina González, se ambienta en una ciudad sin nombre (que se inspira en Pittsburgh, donde se encontraba al empezar a escribirla, confesó la autora) y en un futuro posible y hostil, pensado en parte como la resaca del capitalismo. En ese marco, el desencanto lleva a ciertos jóvenes a organizar un movimiento de evasión alucinógena y regreso a la naturaleza, mientras ésta se rebela contra lo humano de modo extraño, mediante ataques violentos y hasta letales de los ciervos del bosque cercano.
La prosa de González es por momentos de lucidez lacerante: "No sé si fueron felices (la palabra 'feliz' me parece un pozo excavado en la arena). Más exacto sería decir que fueron años de estremecimiento", definirá una de sus criaturas, golpeada por ese tiempo de lazos solidarios en crisis. La acción se despliega a través de tres hilos narrativos que confluyen: la historia de Vik, un inmigrante que descubre que convive en su casa con una okupa; la de Berenice, una niña que ha sido abandonada por su mamá, y la de Beryl, anciana y exhippy, que −oh, paradoja− se arma y organiza un club de caza para lidiar con los ciervos asesinos.
"En Estados Unidos hay un discurso muy verde; volver a la naturaleza parece ser la solución para todo", explicó González, cuyo debut literario fue rutilante: en 2006 un jurado presidido por el Nobel José Saramago le concedió el Premio Clarín Novela por Arte menor. Sobre su nueva historia subrayó: "Me gustaba jugar con la idea de lo natural como benéfico a ultranza y cuestionarla, porque hay gente que se lanza sin preparación a la naturaleza por una suerte de romantización. Into the Wild, una película dirigida por Sean Penn basada en un caso real, es muy reveladora de ese espíritu: el del personaje que quiere estar en ese mundo y se interna en él, pero no sabe leerlo y comete errores fatales”.
Esther Cross, que ha recibido, entre otros, el Premio Internacional de Narrativa Siglo XXI, acaba de presentar Tres hermanos (Tusquets). Relatos que bien pueden ser leídos como una novela rota o en fragmentos, pues los personajes pasan de una historia a otra y vuelven a episodios de la infancia de la narradora y a la zona rural donde, junto con su familia, descubría los usos y costumbres del lugar y las realidades parcas de los pobladores, cuyas vidas son miradas desde la extrañeza con la voracidad que ponen los niños en su descubrimiento del mundo. "Si Papá salía a cazar con la escopeta Centauro, Negro se anticipaba unos metros, y rondaba al acecho. Todos le decían de usted. Nadie tuteaba a los perros". El efecto es singular: cada silencio, cada intuición alimentan la atmósfera de lo narrado con el fuego interior de un secreto.
Sobre la forma, definió la autora: "Al escribir tratamos de luchar contra lugares comunes que tenemos comprados: ¿por qué debe terminar un cuento con el punto final? ¿Y si quiero que siga en otro?". En cuanto al tono "enrarecido", Cross precisó: "Flannery O'Connor decía que si uno sobrevive a la infancia tiene material para siempre. Algo de eso, de la intensidad, del pánico, de la sorpresa de ese mano a mano y esa experiencia directa con la naturaleza que tiene la infancia, quería que se reflejara en el libro".
Para Cross, autora, entre otros, de La señorita Porcel, el afuera plantea hoy desafíos distintos a los de otros tiempos. "¿Qué pasa si uno sale y se aventura? ¿Qué hay ahí afuera? Últimamente lo vemos como muy amenazante. Si hubo épocas en las que la literatura tuvo que ver con el descubrimiento, con la aventura, con los desplazamientos y los grandes viajes, hoy aventurarse se vive como peligroso, la seguridad es un tema que importa y pensamos de otro modo".
Sostiene Olguín que la intemperie está en el ADN de lo contemporáneo. "Es un espíritu de época que viene de hace mucho; todo el siglo XX habló de la angustia y seguimos hablando de eso. Que los personajes tomen riesgos hace que un texto avance; los escritores no solemos hacerlo, así que está bien que lo hagan ellos. La tridimensionalidad que uno aspira que tengan se manifiesta mejor cuando los ponemos en crisis y ante todas sus carencias afectivas, sociales, personales... De allí cierta crueldad en los argumentos que les planteamos".
Artesanos de la palabra, los tres han transmitido su aprendizaje del oficio a otros en diversos talleres y reservaron las reflexiones finales del encuentro para detenerse en lo que se puede enseñar y lo que no en la escritura. "Yo rescato esencialmente la función de guía y acompañamiento", señaló Esther Cross. "El ejercicio de lectura de lo que uno va escribiendo y acompañar a quien escribe para que vaya afinando su cuerda, para que encuentre su voz. Creo que eso es lo que se puede enseñar: un mirar la propia escritura con confianza y darle el espacio que merece”.
Para González, "no se puede enseñar a tener ideas, a mirar. Ninguna idea es mala a priori, pero uno a veces siente que hay ideas que traen además una mirada que capta de modo especial algo. Eso no se enseña. A veces se ve en alumnos muy jóvenes y es fantástico", concluyó.
La técnica es transmisible, tanto en literatura como en periodismo, asegura Olguín. "Cuestiones básicas que surgen de compartir lecturas: mostrar cómo resuelven otros autores ciertos problemas. Porque antes de ser un escritor, bueno o malo, hay que ser un lector".
Pero hay, a su juicio, territorios vedados. Fiebres sin contagio que sólo exaltan al que ya lleva en sí la vocación por la elocuencia. Y allí el autor de La fragilidad de los cuerpos es terminante: "Lo que no se puede enseñar es la pasión por escribir, el placer de la dificultad. Porque escribir es arduo, dificultoso. Si no se siente ese deseo por hacer aparecer el texto que se resiste, es muy difícil que se lo puedas trasladar a alguien".
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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