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En pleno proceso de la globalización mundial, al parecer irreversible e imparable (nunca se sabe), consecuencia del mercado único y su corolario el pensamiento único, teledirigido por expertos en psicología social y en movimientos de masas humanas, el proyecto separatista catalán es simpático, democrático, patético y conmovedor. ¿Qué ocurrirá el día en que el mercado español, bien por consignas políticas, o por reacciones patrioteras o por obsesiones nacionalistas, se cierre a los productos catalanes? Las alarmas empresariales ya han empezado a dispararse. El consumo de los cavas, por ejemplo, como producto catalán típico y tradicional, ha disminuido en la península durante los últimos años. Los empresarios catalanes proponen el diálogo, como modo de salir del atolladero de las relaciones Madrid-Barcelona, mientras los disidentes catalanes, con moral numantina y algo de los últimos de Filipinas, prosiguen su camino, queman las naves y se lanzan al vacío, con efervescencia medieval, rebeldía adolescente y exaltación romántica, llegando al abrazo forzado de los perros y los gatos, tirios y troyanos, buenos y malos y pares y nones, en un sorprendente contubernio irracional. ¿Racionalización de los sentimientos o sentimentalización de la razón? La solución, mañana.