GUILLEM MARTÍNEZ / AUTOR DE 'LA GRAN ILUSIÓN'
“En sentido político estricto, el Procés es un engaño”
Vanesa Jiménez Madrid , 7/12/2016
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Guillem Martínez (Cerdanyola, Barcelona, 1965) se ha pasado el último año a caballo entre el Congreso y el Parlament, mirando muy de cerca el Gatopardo de Madrid y Barcelona. De aquí y de allí ha escrito mucho para CTXT; crónicas parlamentarias, entrevistas y tribunas para entender lo que pasaba y lo que no. “No está claro que todo lo que se mueve exista”.
Martínez, que es un gran contador de historias --también cocinero para los amigos--, publica ahora La gran ilusión. Mito y realidad del proceso indepe (Debate), un relato fundamental sobre el Procés català. El libro es una obra periodística exhaustiva, que termina justo donde arranca el título: “Desde 2012 no ha pasado nada legal o jurídicamente importante ni desestabilizador”. Cuenta el autor que lo más difícil ha sido la gente, los partícipes de esta historia, que no estaban por la labor de aparecer. Y también cuenta que más de una vez, mientras investigaba, ha concluido que todo ha sido una improvisación un tanto cínica. “Básicamente es un proceso para mantener con vida a una serie de partidos que estaban muy tocados”.
Los lectores de CTXT saben que no hay crónica parlamentaria firmada por Martínez sin onomatopeyas. Y que el humor se lo toma muy en serio. La gran ilusión es distinto. Más prudente, más austero. Pero no se alarmen, no es Zzzz. Está lejos de serlo.
¿Ha buscado este libro?
Sí. No me cuadraba el escenario. No me encajaba que el mensaje fuera sincero. Empecé hace tiempo con los primeros artículos en el diario El País. Después seguí en CTXT. Tenía que llegar a la base del mensaje propagandístico, al análisis de su estructura. Y fijarla en el libro. La prensa, incluso la digital, acaba envolviendo pescado, tal vez digital. Había que fijar esta época. Estamos en un mundo en el que lo que dicen los políticos no se corresponde con lo que piensan, ni con la realidad. El objetivo de lo que dicen, en ocasiones, parece ser vertebrar estados de ánimo. La ideología son estados de ánimo, en eso se está quedando. Y eso, el uso abusivo de la propaganda de democracia, no pasa solo en Cataluña, ocurre, en diversos grados, en todo el mundo. No nos hubieran dado nunca el voto sin garantías de que podíamos votar en contra de nuestros intereses.
Dedica un largo prólogo a la historia de Cataluña, ¿hay algo definitorio en ese pasado?
No, no lo hay. No hay esencias nacionales en la historia de ninguna nación. Quería explicar la historia a un lector no necesariamente catalán --también al catalán-- con otro punto de vista y otros datos. Sí hay algunas constantes intelectuales en Cataluña que son curiosas. Una está formada ya en el Medievo, con la Corona de Aragón, momento en el que se cree que Cataluña tiene encaje bilateral con el Estado. No lo tuvo. Esto es una fantasía que nunca se ha cumplido, pero es una fantasía vigente, que no ha desaparecido del todo. No creo que este Estado u otro tolere una relación bilateral, pero ahí está esa convicción catalana. Hay otro rasgo diferencial, que es la incapacidad de la sociedad catalana para entender el concepto Estado, lo cual no es necesariamente malo. Esta incapacidad se ha demostrado en el Procés, cuando las élites que lo han liderado no entendían qué es un Estado, ni siquiera el español, con el que tenían que negociar.
El Procés sigue instalado en el éxito. Hay un público dispuesto a creérselo
Describe el Procés casi por antagonismo con el río presocrático, lo define como un pantano…
Hay dos Procés. El social, iniciado casi a la par que el Nou Estatut, y el gubernamental, iniciado en 2012, que no ha tenido ningún momento de ambigüedad. Hasta ahora no ha tenido ninguna opción, y parece ser que eso es lo que quería. Era solo un discurso propagandístico. Y para que existiese ese discurso era muy importante el periodismo, el que hay en España y en Cataluña. La gente se lo cree, la gente se lo ha creído. Esto iba a ser un antes y un después, esto era la creación de un Estado por mecanismos democráticos... No ha sucedido, ni sucederá nada de todo esto. Aun así no se percibe el fracaso. Yo diría que el Procés sigue instalado en el éxito. Hay un público dispuesto a creérselo, ciudadanos honrados dispuestos a creer que se hará alguna de las consultas anunciadas. Hay un secretismo mágico, respetado, que da pie a pensar que siempre hay algo escondido detrás de la ausencia de resultados. Algún arma secreta que hará posible el Procés. Eso es un éxito, que algo que está muerto siga vivo es un éxito. La última fórmula posible que ahora baraja el processime es omitir la fechas y los resultados, y proponer un proceso en... 40 años, por ejemplo. Un chollo para un político hispano, vamos.
¿Cómo ha sido ese periodismo, en España y en Cataluña?
El periodismo peninsular suele estar más comprometido con la cohesión social que con la información. Parece ser que cree que su función es eliminar el mal rollo. En ese sentido, sus posicionamientos, márgenes, límites y marcos acostumbran a ser los utilizados por los gobiernos. Hay temas que no existen para los gobiernos, por lo que no existen para la prensa, y por lo que, a su vez, sólo existen de manera marginal y desprestigiada en la sociedad. Pero también existe todo lo contrario, algo que demuestra el poderío de esta cultura: la posibilidad de que existan puntos, en el Gobierno y en la prensa, que no existirían en una sociedad informada. Ejemplos: el Procés gubernamental, en Cataluña, o la fantasía de que las pensiones no sólo no han sido recortadas, sino que están trabajosamente garantizadas, en el Estado.
Si no se hacen leyes, si no se hace desobediencia, no se hace nada. Y esa era la voluntad inicial del Govern, me temo
La diferencia entre Procés ciudadano y Procés gubernamental recorre todo su libro...
El Procés ciudadano empieza en los tramos finales del Nou Estatut y culmina con una serie de consultas municipales que ya intentaron mangonear los partidos, que después, ¡zas!, se declararon procesistas. Se encargaron de modular todo para que fuera lo más ambiguo posible. Los menos ambiguos fueron, de hecho, Falange, PP y Ciutadans, los únicos que se mostraron, junto al PSC, en contra de estas consultas ciudadanas. Cuando el Gobierno catalán asume la propuesta ciudadana de un referéndum, en 2012, empieza la gran épica oral. Y la paralización absoluta. El Procés termina por no desestabilizar nada. Si no se hacen leyes, si no se hace desobediencia, no se hace nada. Y esa era la voluntad inicial del Govern, me temo.
Marca un hito en el 15M, cuando el conflicto territorial desaparece en favor del conflicto económico, político, democrático...
El conflicto territorial era el único posible desde hacía 40 años. El 15M quería hacer discusiones en positivo. Espontáneamente se dejó de aludir, por ello, al territorio. No hubo banderas, ni de un tipo ni de otro. Ni siquiera republicanas. En la acampada de Barcelona se apoyó la autodeterminación sin mucha pasión, y digo sin mucha pasión porque no era el epicentro del debate. No se quería hacer de la autodeterminación una gran agenda distinta del resto de puntos planteados en la agenda de ruptura democrática.
Explica que Mas recoge el testigo de una parte de la sociedad, que se apropia del Procés.
En Cataluña había dos núcleos de protestas. Uno era el 15M y otro eran las consultas, aunque no siempre estaban diferenciados. Mas cogió la bandera más cercana a él. No creo que pudiese modular un discurso social, pero sí uno nacional. Cuando se votó la Ley Ómnibus, con la que se inició el fin del Bienestar en Cataluña, se rodeó el Parlament y Mas llegó en helicóptero para evitar a los indignados, lo que indica su poco dominio del tema social. Antes de coger la bandera del Procés, aquel gobierno agotado intentó coger otra, la del orden frente al caos del 15M. Algo que resultó, socialmente, muy violento. La adopción de la vía Procés les supuso un chollo.
El importe de los recortes superó en porcentaje al de Grecia de aquel momento
Mas gobierna en plena austeridad, con un modelo que usted define como business friendly...
No lo defino yo. Lo definía con esas palabras el programa de CDC en 2010, que sólo planteaba un improbable pacto fiscal, y un más que probable mafioso sistema económico business friendly. Sí, el electorado catalán se parece mucho al español. Vota bandera y omite mirar de frente lo que esconde esa bandera. En aquel año se introduce la austeridad con algún criterio racista. La lógica es: “Estamos en crisis, España y los españoles no sabrán solucionarla. Vamos a mirar a Europa, y a enseñarles que nosotros lo haremos bien, porque a diferencia de España somos Norte”. De hecho, el importe de los recortes supera en porcentaje al de Grecia de aquel momento. Esto lo ves paseando hoy por Madrid y paseando por Barcelona. En Madrid ha pasado algo gordo, en Barcelona ha pasado algo más gordo. Se nota una mayor depresión social en Barcelona. Gente pidiendo en la calle, pérdida del consumo... Un día, en Gràcia, conté, en el epicentro de la crisis, casi 80 mendigos.
Sí, pero CiU vuelve a ganar las elecciones en 2012, aunque con 12 escaños menos...
El resultado fue victorioso, mucho, con lo que habían hecho... Volvían a ganar las elecciones pese a los recortes más grandes de Europa. Y sólo con el cambio de discurso, de dar la vara con la cosa business friendly, pasaron a darla con la cosa Procés. Y no supieron valorar esa victoria hasta pasados los días. Fue inesperado para ellos no comerse el mundo con ese cambio propagandístico.
Apenas tres años después, Mas se convierte en “el amo del marco Cataluña”.
Hay un momento mágico en el que todos los partidos abandonan el Pacte pel Dret a Decidir, salvo la CUP. Con la fantasía de desobediencia, omiten el referéndum y hacen una consulta inocua, que la prensa catalana y la madrileña presentan como épica y desafiante. Y Mas queda como el amo del Procés. Sin enfrentamientos o desobediencia real con el Estado. Homs --Francesc Homs, exconsejero de Presidencia de la Generalitat-- contó en el Supremo hace poco que hubo un pacto con el Gobierno de Rajoy para celebrar la consulta. La única condición era que Mas no valorara los resultados. Los valoró, y el Estado dio por roto el pacto. Esa fue toda la desobediencia. Es decir, ninguna. Una ruptura de un pacto cutre y ademocrático entre caballeros.
La versión oficial es que el Procés ha servido para cargarse Convergència. Yo diría que no, que ha permitido prolongar su discurso
Escribe que “la obra de Pujol solo es valorable hoy”.
Fue muy difícil valorarla socialmente en tiempo real porque el Estado no estuvo acertado en el más que posible caso de estafa bancaria que fue Banca Catalana. El Estado lo politizó, y la lectura resultante es que el Estado estaba contra Pujol. Pujol terminó en un limbo. El ataque hacia él, transformado con facilidad y rapidez en ataque a Cataluña, primó sobre la percepción del delito financiero realizado. Lo de Pujol solo es valorable desde que hay datos, desde que el Estado, precisamente gracias al Procés, ha filtrado información sobre los Pujol. Datos sobre las cuentas en el extranjero. Queda por saber si esas cuentas de él y de su familia son anteriores o posteriores al acceso a la Generalitat. Es decir, si es pasta evadida, o es fruto de un expolio continuado, como todo apunta. Y no creo que lo sepamos nunca oficialmente. No creo que haya juicio.
El Procés ha posibilitado la mutación de Convergència, con cierto éxito. Tendría que haber desaparecido por la corrupción, por introducir en España la austeridad con más violencia que en Europa… y todo esto ha quedado detrás de la nube que es el Procés. La versión oficial es que el Procés ha servido para cargarse Convergència. Yo diría que no, que ha permitido prolongar Convergència. Ha permitido prolongar su discurso y refundación.
De Maragall, el “antónimo de Pujol”, dice que es modelo de Ada Colau.
Es el modelo del canon de la alcaldía progresista, que consiste en llevar, sin radicalidad o estridencia, a la clase media a sitios a los que la clase media no había soñado llegar. Es una parte del modelo que se tiene que reformular ahora. No había tantos alcaldes como él. Maragall decía que un ayuntamiento es todo lo que va desde los romanos hasta lo que tú cambies. Es decir, modulaba una transformación progresista lenta.
¿Y Puigdemont, que se declara independentista?
El independentismo procesista consiste solo en decirlo, no en hacerlo. Puigdemont, en ese sentido, no ha hecho, hasta ahora, nada nuevo. Ha ampliado el diálogo con las izquierdas, y poco más. Tiene genio lingüístico, cosa que no implica ser un genio. Y está preparando un desenlace a largo plazo. De vez en cuando te cuela una fecha para la independencia, lejana, como quien no quiere la cosa. Llegó a decir algo parecido a que el hombre que hará independiente Cataluña quizás no ha nacido aún… Pero, bueno, tiene una paleta de colores mayor que Mas.
Sobre el Estatut recoge una cita del periodista Pep Campabadal: “Unos, el PP, estaban por la amputación. Otros, los del PSOE, por la castración química”.
Zapatero es en parte creador de la crisis territorial --pese al “apoyaré el Estatuto que salga del Parlamento de Cataluña”-- y en parte creador de la crisis de bienestar y democracia en España, con su reforma constitucional exprés y posdemocrática. Al final resultó ser más peligroso que un mono con una pistola. Hubo una reunión en Moncloa entre el presidente del Gobierno y Mas en la que se cargan la parte de la financiación del Estatut, de carácter federal. En esa reunión se pactó echar a Maragall de la presidencia y dejar vía libre a Mas. Al final el aparato PSC luchó por lo suyo e impuso a Montilla. El Estatut se reformuló, sin atributos federales. Se elimina la palabra nación del preámbulo, pese a ser muy naíf, se eliminan artículos que aparecen, tan ricamente, en otros estatutos... Hoy no se sabe qué contiene ese Estatut. Un político medio no sabe qué artículos están vigentes y cuáles no. Haces un estatuto, se trocea en el Congreso y después se trocea en el Constitucional… Un despropósito.
Ni han tenido la capacidad intelectual ni la voluntad política de hacer nada. La gran duda es cómo acabará, las propagandas acaban mal
¿“La gran ilusión” ha sido un éxito o un fracaso?
Para mí, es un éxito gubernamental sin paliativos, pero un fracaso político en el sentido de que esto no conduce a nada. Ni han tenido la capacidad intelectual ni la voluntad política de hacer nada. La gran duda es saber cómo acabará, las propagandas acaban mal. El 11M, por ejemplo, es el final de una burbuja propagandística que acabó muy mal. Aquí sin embargo parece que acabará sin mayor problema. En sentido político estricto es un engaño.
¿El independentismo ha dejado de ser algo improbable?
Sí, eso es un cambio. Era algo friki, visto como sospechoso por todo el mundo, por ejemplo por Convergència. Ahora no sé qué es, no sé si el procesismo es independentismo... Pero sí, se ha despenalizado la palabra. Y esto ha ocasionado indirectamente erosión al Estado. El Estado está recurriendo por lo penal a una construcción propagandística. No ha legislado nada, con lo cual está cazando moscas con cañones. Y esto es muy contraproducente para los cañones.
¿Queda algo real?
Lo único real es la crisis española. La crisis democrática, social, de Estado… una crisis bestial negada desde el Estado. Probablemente, el único que puede negarla, porque está en crisis desde el siglo XVII. La crisis pasa por abrir temas fijados en la Restauración, que se cerraron con siete sellos en la Transición. Algún día tendremos que hacer algo para que no se nos vaya la energía en este país, que tendría que abrir una compuerta cerrada en el XIX y dejar que pase el agua. Eso es lo único real. Lo irreal es el Procés, que no ha hecho nada al respecto. No ha aprovechado la crisis española. Sus elementos de presión sobre el Estado son folclóricos. No puedes hacer nada efectivo manifestándote con una bandera y una camiseta y consumiendo productos catalanes. Pero, claro, al final se trataba de eso.
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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