Tribuna
Las fricciones de Podemos
Si estos días hay "tumulto" gramsciano y cacofonía es porque, como ha puesto de manifiesto la reciente consulta sobre el método de elección, muchos no quieren seguir el rumbo de la lógica plebiscitaria que marcó Vistalegre I
Miguel Álvarez / Germán Cano 30/12/2016
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
____________
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
Donación libre:
____________
Estos días muchos compañeros y compañeras hemos sentido vergüenza por la imagen que los medios han reflejado de Podemos. Sin embargo, al mismo tiempo, sentimos que es importante seguir debatiendo con sentido de la lealtad, buscando con espíritu constructivo aclarar y aclararnos en el espacio público sobre la función de Podemos como herramienta de cambio e imagen anticipada de país. ¿Cómo separar el legítimo espacio de la discusión pública del ruido? ¿Cómo exponer las legítimas diferencias internas siendo conscientes de la gran responsabilidad histórica que tenemos? ¿Cómo no dar balas al adversario político que muy posiblemente se regocija disfrutando del espectáculo de nuestros disensos a plena luz y con exceso de taquígrafos? Estos son interrogantes que nos interpelan en la fase previa a la Asamblea Ciudadana de febrero.
No es exagerado decir que, desde su entrada en escena, Podemos asumió con todas las consecuencias sobreexponerse al foco mediático y asumir sus reglas de juego. El folletín de estos días es consecuencia de una lógica que apostó claramente por líderes hipervisibles y una comunicación basada en lo emocional. Sería, por tanto, injusto acusar únicamente a los medios de explotar ese exceso de transparencia que nos ha definido. Es cierto que bajo este foco se pierden matices, se personaliza excesivamente y resulta complicado lanzar mensajes políticos. Pero, a diferencia de otras fuerzas, sabíamos que este complicado campo de juego era básico para abrir un espacio inédito orientado no a reducir a la minoría de edad a nuestros espectadores, sino a politizar mejor los problemas sociales de nuestro tiempo y madurar con nuestra sociedad. Quien asumió entrar en escena explícitamente como una suerte de "partido pop" diseñado para la sociedad mediática del siglo XXI no puede calificar de imprevisible el hecho de que Podemos en estos últimos días haya dado una imagen mediática de folletín, conscientes como somos de los poderosísimos intereses económicos que mueven a los grandes grupos de comunicación.
Conviene advertir de los peligros que suponen crear artificialmente el espejismo de un "enemigo interno"
Por ello, además de seguir abundando en el argumento de los poderosos enemigos externos —nadie, creemos, dudaría de que la campaña de erosión contra Podemos ha marcado un hito en la historia española—, entendemos que en este contexto conviene advertir también de los peligros que suponen crear artificialmente el espejismo de un "enemigo interno". Una tentación desgraciadamente habitual en la historia de la izquierda y los partidos comunistas durante el siglo XX, cuyo "debate" a menudo se ha estructurado en torno a una línea “oficial”, que sería la buena, la revolucionaria, la que realizaría un diagnóstico “científico” y “verdadero” del contexto y de la estrategia “correcta” a seguir en cada momento, y a la que sólo cabría hacer, digamos, matices y enmiendas superficiales, siempre desde la aceptación de sus líneas fundamentales. Es un marco obsoleto propio del periodo pretuiteriense, demasiado ajeno a las lógicas de inteligencia colectiva emergentes, ejemplificadas desde la Primavera Árabe hasta las Mareas, pasando por el 15M.
En ese marco, quien cuestione la línea "correcta" pasa a ser tachado de “desviado” ("revisionista", etc.). Si insiste, si lo hace bien y lo hace pensando en grupo y no individualmente, entonces se le acusará de “actividad fraccional” y de “querer dividir el partido”, y, poco a poco, caerá en el campo simbólico de enemigo. De este modo, el enemigo externo (de clase, irreconciliable, antagonista) siempre tendrá un aliado interno “infiltrado” en el partido, que debe ser combatido con firmeza y erradicado cual mala hierba. En la medida en que la revolución comunista no se hizo realidad (aunque hubo revoluciones nacional-populares), sus principales corrientes políticas internacionales se entretuvieron y emplearon en esta batalla interna en el mientras tanto.
Gramsci, en cambio, a la hora de plantear la actividad hegemónica de un partido vivo y anticipar su esqueleto de sociedad futura, valoraba mucho el método de debatir "diciendo la verdad" en política: hacia fuera, pero también hacia dentro. Decir la verdad como una forma de exponer en público las razones de por qué un método de elección u otro nos parece mejor o por qué privilegiar a un sector social antes quea otro puede hacernos crecer sin traicionarnos. Una posibilidad de debate que marca la diferencia entre un partido solo dominante y otro "dirigente", con capacidad de liderar a las demás fuerzas del cambio. Esta distinción entre dirigente y dominante tiene consecuencias, por ejemplo, en la distinta calidad del consenso buscado.
Si estos días hay "tumulto" gramsciano es porque muchos compañeros no quieren seguir el "todo o nada" que marcó Vistalegre I
Mientras para la hegemonía de un partido exclusivamente dominante o cerrado, que tiende a ocultar el antagonismo de los intereses, es suficiente obtener un consenso pasivo e indirecto —la forma normal del consenso político en el PP, sin ir más lejos—, en la perspectiva de la hegemonía de las clases subalternas, escribe Gramsci, "es cuestión de vida, no el consenso pasivo e indirecto, sino el activo y directo; la participación, por consiguiente, de los individuos, incluso si esto provoca una apariencia de disgregación y de tumulto". Querámoslo o no, si estos días hay "tumulto" gramsciano y cacofonía, de algún modo ya inevitables, no solo es porque nos "va la vida en ello", sino, sobre todo, porque, como ha puesto de manifiesto la reciente consulta sobre el método de elección en Podemos, muchos compañeros y compañeras no quieren seguir el rumbo de la lógica plebiscitaria, de ese "todo o nada" que marcó Vistalegre I.
Gramsci entendía que, en un partido realmente vivo, los momentos de disputa interna eran inevitables para que la verdad se formara y fuera reconocida con el consenso activo de los interesados. "Una conciencia colectiva", advertía, "no se forma sino después de que la multiplicidad se ha unificado a través de las fricciones entre los individuos”. La hegemonía efectiva no puede abrirse camino de otra manera. Considerar esas "fricciones" como palos en la rueda, que merecen "toques de atención", silenciándolas bajo el manto de un consenso obligado, y acusar de "dividir" a quien cuestione cada giro en el rumbo sería, por tanto, síntoma de debilidad en un partido que necesita conquistar vitalidad real a través de una relación fructífera con una sociedad compleja. No podemos caer en la tentación de dar por supuesta la unidad por miedo a la "aparente disgregación y tumulto"; es un error pretender que la unidad ya está dada de una vez por todas y no es el fruto periódico de continuos procesos de debate.
Es por eso por lo que nos ha resultado llamativa la posición del compañero Manuel Monereo. Si no hemos entendido mal su artículo “Podemos: el final de la inocencia”, la complejidad de posturas en debate queda simplificada en una disputa entre una línea política de tono rupturista dispuesta a evitar la estrategia restauradora del bipartidismo, y una “fracción” que aceptaría, "voluntaria o involuntariamente", la complicidad con el adversario convirtiéndose, en palabras de Monereo, en “masa de maniobra subalterna de la operación de restauración en curso” o incluso, como señala después, en “sujetos pasivos en manos de las clases dominantes en sus disputas de poder”.
El gran error hoy sería frenar esta audacia política solo liderada por el secretario general
Leyendo este diagnóstico, tenemos la sensación de que, entre otras interpretaciones problemáticas, aflora aquí lo que podríamos calificar como "síndrome de la normalización". Sostiene Monereo que, puesto que la principal estrategia de las élites pasa por normalizar el carácter indomesticable del partido de Pablo Iglesias, toda "fricción" interna en el proyecto contribuye necesariamente a erosionarlo. De ahí la necesidad de cerrar filas. Nosotros creemos, en cambio, que, en primer lugar, esta interpretación tiene mucho que ver con una lectura que parece extrapolar la crisis de la Izquierda española y sus sucesivos fracasos a la coyuntura actual. Así, la dicotomía "normalizado vs. indómito" que planea sobre el texto dibuja un esquema rígido basado en una coyuntura política históricamente diferente y, lo que resulta hoy más problemático, lo hace bajo cierta restauración nostálgica de un supuesto horizonte rupturista de izquierda traicionado. Esta ilusión óptica pone equívocamente el foco sobre el "enemigo interno", un espantajo irresponsable llamado "errejonismo".
Como Podemos, según esta lectura, por su ambición indisimulable de ser fuerza de gobierno, habría roto con lo que habría sido el discurso conservador dominante en una parte del PCE e IU, esa "izquierda menor", el gran error hoy sería frenar esta audacia política, al parecer, solo liderada por el secretario general. Bajo esta lectura autoafirmativa, uno de los peligros es terminar pensando que todos los problemas vienen de fuera —ojo, no subestimamos el enfangamiento evidente al que es sometida la formación— y, lo que especialmente nos preocupa, de un "afuera interno". El peligro de normalizarnos y ser un partido como los otros, desde luego, existe, pero hoy, a la vista de nuestra gran asamblea de febrero, no viene, desde luego, de una supuesta amenaza interna, sino del riesgo de ensimismarnos en el culebrón y la perpetuación de viejas inercias.
En estos meses que quedan para llegar a Vistalegre II mantengamos, pues, un debate lo más leal posible, no perdiendo nunca las buenas maneras, evitando el ruido innecesario —caer en esa imagen folletinesca de gestos exhibicionistas o victimistas—, pero también sin miedo a discutir políticamente haciendo públicas las posibles fricciones fecundas. "Una orquesta que ensaya cada instrumento por su cuenta —escribía también Gramsci— da la impresión de la más horrible cacofonía"; estas pruebas, sin embargo, son la condición necesaria para que la orquesta suene mejor. Lo ha dicho mejor y más sencillamente que nosotros Bernie Sanders: “Nuestra diversidad es nuestra fuerza. Debemos enorgullecernos de ella, no dejar que el odio nos divida”. No son las fricciones producidas por el debate las que nos pueden dividir, son necesarias para afinar mejor la orquesta.
____________
En enero CTXT deja el saloncito. Necesitamos ayuda para convertir un local en una redacción. Si nos echas una mano grabamos tu nombre en la primera piedra. Del vídeo se encarga Esperanza.
...Autor >
Miguel Álvarez / Germán Cano
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí