Análisis
Entender Vistalegre II
Podemos va a seguir apoyado en los cimientos impuestos con “fuego griego” en Vistalegre I. La renovación se va a jugar con cartas trucadas, a la vista de lo que se está votando: la forma de elección del Consejo Ciudadano y del secretario general
Emmanuel Rodríguez 20/12/2016
Pablo Iglesias, en una reunión de los círculos de Podemos.
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Podemos corre en estos días a convertirse en una telenovela de amor y traición. El intercambio epistolar de la semana pasada nos conmovió. Los cantos a la amistad, a la lealtad, a las ideas propias y bla bla nos hicieron llorar entre la emoción y la hilaridad. Sin embargo, la evolución de la primera votación nos está dejando bastante fríos. Prevista para definir las reglas del próximo Vistalegre, parece (una vez más) que la discusión política no acaba de arrancar.
El actual drama de los morados se comprende en la contradicción entre la inflacionaria teatralización de sus debates, empujada por la sobreexposición mediática, y una imposibilidad (en el borde de lo definitivo) de concretar políticamente lo que esas diferencias expresan. Valga decir que “Entender Vistalegre II" se ha convertido en una empresa dificultosa, quizás imposible para el periodismo y la política convencionales. Agarrados a la formalidad del procedimiento, se nos dice que en el próximo Congreso se juegan dos cosas: la renovación del partido tras el desgaste de la “máquina electoral” (descanse en paz) y la definición de la nueva estrategia política tras el éxito electoral que ha llevado a los morados a convertirse en fuerza parlamentaria pero no de gobierno. Ninguna de las dos cuestiones es transparente.
Sobre la primera, planea la idea de una nueva modalidad de organización: más democrática, más inclusiva, más de base. Este es el trasfondo de la votación de estos días y cuyos resultados conoceremos el miércoles 21 de diciembre. Como es habitual, a los inscritos se les ha invitado a votar entre una amplia paleta de colores, según parece, unánimemente democratizantes. Pero, como era previsible, sumergidos en la lectura de casi cuarenta propuestas, la inmensa mayoría de los inscritos votará los documentos por simpatía hacia una de las tres principales corrientes internas:
1. La opción de los críticos, encabezada por los diputados anticapitalistas, que apuesta por un sistema proporcional y de listas abiertas similar al empleado en Ahora Madrid y En Marea, de acuerdo con el método Dowdall.
2. La propuesta del equipo de Errejón, que con la fe del converso ha pasado del rígido jacobinismo de hace dos días a proponer un sistema proporcional por listas (un sistema “realista” de voto a “fracciones”).
Y 3, la opción probablemente ganadora, avalada por Pablo Iglesias; la más pacata en términos democráticos, y que propone emplear un sistema de carácter proporcional (el llamado método Borda) pero con correcciones que imprimirán al voto un sesgo claramente mayoritario, que matizará en muy poco tiempo el antiguo sistema de selección por “listas plancha”. Aun cuando hay algunos otros aspectos que resultan importantes, como la simultaneidad del voto a la dirección y a los nuevos documentos políticos de la organización, lo fundamental reside en el método de elección del órgano rector de Podemos, centrado en el Consejo Ciudadano.
Si este marco de votación se interpreta con algo de malicia, inevitablemente se deduce que, sea cual sea el resultado de la votación, la partida de la renovación se va a jugar con cartas trucadas. Lo sabemos por lo que efectivamente se está votando: la forma de elección del Consejo Ciudadano y del secretario general. Podemos va a seguir apoyado en los mismos cimientos impuestos con “fuego griego” en el primer Vistalegre. Recordemos: una estructura similar a la de los viejos PC y PS, una ejecutiva dominada por el secretario general (lo que en vieja lengua llamaríamos comité ejecutivo) y un consejo amplio y prácticamente reducido a funciones consultivas (el antiguo “comité central”).
De las viejas propuestas de los previos al primer Vistalegre, galvanizadas en torno a la idea de partido movimiento, es casi seguro que apenas quedará nada. Ni las portavocías colegiadas, ni una arquitectura organizacional con centro en los círculos, ni unas estructuras de dirección ligeras, ni la estricta separación de los órganos de las organización y del cuerpo de representantes, ni el contrapeso de los mecanismos de selección por medio del sorteo, etcétera. Para ser sinceros, algunas de estas medidas han sido incluidas en las propuestas minoritarias de la actual consulta. Pero incluso en el improbable caso de que superaran la criba del plebiscito, tampoco tendrían oportunidad. La razón está en que ahora no hay nada parecido a las expectativas que generó Podemos antes y después de mayo de 2014: ni una explosión de la participación en los círculos, ni la galvanización de la atención de todos los tejidos políticos activos.
Valga decir que el futuro de Podemos, al menos como organización, no depende de ningún modelo de selección ideal, sino de sus condiciones reales de existencia. Y esta se define hoy por un hecho difícil de contestar: Podemos es una organización básicamente vacía. Existen círculos activos, normalmente (y no por casualidad) cuanto más alejados están de los órganos de poder efectivo. Pero lo que da forma real al partido son sus “cuadros” (en su mayoría liberados) y sus representantes públicos. Podemos ha acabado por ser una organización de profesionales de la política, que como decía Weber (y retiren todo carácter peyorativo) “viven de la política”, en este caso gracias a las múltiples vías de “subvención” que el Estado dispone para mantener la industria de la representación. Esto hace literalmente imposible que los morados sean nada parecido a un “movimiento”.
De hecho, el único rastro realmente innovador en el actual Podemos es el modelo plebiscitario (las primarias, las consultas), que todavía sirve para determinar quién será cargo público y quién liberado, es decir, para discriminar quién ostentará el poder en una organización reducida a su poder interno. Este es el código universal de traducción de todas las proclamas relativas a la democratización de la organización. Con él, pueden ustedes entender el juego de declaraciones mutuas de una fracción contra otra. Así cuando los de Errejón acusan a Iglesias de centralismo y autoritarismo. Y así cuando el resto de la organización señala el oportunismo unánime de la fracción de Errejón, convertida en demócrata de última hora, después de haber perdido posición tras posición dentro del partido.
En definitiva, en lo que se refiere a la modalidad de partido, Vistalegre II no será la ruptura de Vistalegre I, sino su continuidad. Podemos seguirá configurado por una clase política rota en al menos tres grandes fracciones, sometida a las inercias de una cultura política hecha de “trepismo” y lucha interna, y empujada a una peligrosa pendiente de desconexión de lo “social”. Únicamente a partir de esta base nos podemos plantear la cuestión de la “estrategia”, que debiera ocupar la otra mitad de Vistalegre II. Un asunto que se abrirá en la próximas semanas con la redacción de nuevos documentos-ponencia y que debiera ser objeto de la máxima atención a la vuelta de estas Navidades.
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Autor >
Emmanuel Rodríguez
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y miembro de la Fundación de los Comunes. Su último libro es '¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978'. Es firmante del primer manifiesto de La Bancada.
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